No es lo más frecuente del mundo llegar un domingo de caminata por Chapinero y encontrarse con un envío de libros, llegado desde Medellín. Y abrir el paquete y ver libros, tres libros que son uno y son tres, con formato sorprendente, alargado, y edición muy cuidada. Y luego, al ir leyéndolos, tratando de no acelerar demasiado para dejar durar el placer de la lectura, de las imágenes, de las preguntas, de las conversaciones, del fluir, descubrir que (¿otro ejemplo de sincronía?) parecen hablar con otros libros que uno anda leyendo (el Diapsálmata, y el Proust y los signos, entre otros…) en el mismo momento.
Los tres libros (junto con otros dos que ando mirando/leyendo, y que hablan con estos tres)
Esta vez fue así. Quedé muy emocionado con el escrito dedicado al amigo, al compañero de apartamento en la ciudad (que se siente familiar, un lugar chapineruno con hamburguesas de medianoche en alguna gasolinera abajo), el apartamento en las montañas.
El lugar de la promesa, de la cocina compartida, de los vasos que poco a poco se van rompiendo, de las voces, del hablar lento de la persona que les muestra el apartamento, de las voces escuchadas del amigo y su amiga, del trío tensado y la comida comprada y no comida, de las arepas en la nevera y los sobrados para nunca, de la presencia de unas montañas nunca descritas, nunca escaladas, pero siempre, absolutamente siempre, presentes como marco del mundo, marco del barrio.
De la música, de las músicas secretas escuchadas con audífonos, de la artista de la isla lejana vestida de cisne, del canto antiguo y nocturno de los animales evocados/invocados. De la música del copretérito y la noche que nunca fue presente pero es pasado iluminado, del estar en el tiempo feliz del co- amistad copretérito, del imperfecto (tan importante en muisca, marcado con sus hermosos sufijos -suka y -skwa), el pasado o presente incompleto.
Y de las bellísimas imágenes/collage evocadoras, fotos, recortes, dibujos, tazas, garabatos, costuras. Y la amiga del amigo, la conversación sobre «nada», el despropósito de las palabras hiladas.
Los tres libros son uno solo. La última página del primero es la primera del segundo, igual, y así sucesivamente. Están hechos para ser folleteados (¿existe ese verbo? no sé), como libros de láminas de mi infancia setentera, para ver muchas imágenes al tiempo. Y a la vez son un guiño explícito a temas que el autor, Simón Villegas, ha estudiado con dedicación y tiempo y mucho cariño: Bergson, Deleuze, el cono del tiempo, el presente y los pasados escalonados y reescalados y folleteados, el futuro que no es más que una intención larvada.
Fragmento de la exposición de Dor Guez (Palestina/Israel) en Museo de Arte Moderno, Bogotá
Ese futuro contenido en el título E irse. Yo no quería leerlo. Me daba tristeza leer el fin del apartamento en la montaña, el cierre, la partida del amigo a lugares lejanos, el regreso de Simón a Medellín. Aún así, sabía también que el futuro, el E irse estaba contenido completamente en el Llegar y el Estar, y que no habría sorpresas reales para mí, que ya sabía todo. El epílogo tiene un gran catálogo de cosas; esos catálogos que armamos después de las partidas de los amigos, de todo lo que hubo, de lo poco que podemos listar aún. El puff de los micropuffs, la mónada-puff y sus mil explosiones micro cuando se sienta a hacer siestas nuestro guía. La ropa, los olores, las hileras de zapatos, el look buscado diariamente, las noches divididas. La persiana verde que deja filtrar la luz chapineruna, pálida y muerta, las manchas entre las lamas desajustadas, como otra metáfora de ese tiempo de Bergson tan cercano y caro al autor.
Y el sinsabor del inventario, el catálogo [y la evocación de Don Giovanni ya por siempre atada a esa palabra] ya no de las 1003 conquistas «in Ispagna» sino de las infinitas pérdidas – los vasos rotos, la ropa regalada, la persiana abandonada, sus rayos de luz olvidados y reconvertidos, las páginas idas.
Y los tiempos, y el regreso.
El Magdalena, a mitad de camino entre Bogotá y Medellín
Bien. ¡Mil gracias por esos tres/uno libros, por ese tiempo condensado y destilado y explotado y filtrado y modulado, Simón! (Y por el canto a la amistad, algo tan difícil de pescar por ahí…)
Hay una exposición muy poderosa en este momento en el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia: Óscar Murillo, Condiciones aún por titular.
La llegada a la exposición es un poco desconcertante. Aparecen trozos alargados de madera vieja, con marcas de destrozo y violencia, erguidos en el parque externo al museo, en la entrada y en la plazoleta central. Vistos de lejos evocan cadalsos, guillotinas. Las trazas de posibles incendios dan una impresión de caos, destrucción, guerra, horror. Otros trozos están regados por el suelo; al mirarlos más de cerca se revelan como bancas de iglesia, con extremos tallados y con entalles que marcan los diferentes puestos de congregantes de otro momento.
Y efectivamente, un letrero explica que son restos de bancas de iglesias católicas que fueron cerradas en Holanda durante el siglo XIX como producto de algún edicto de la historia de guerras de religión de ese país, remoto en el tiempo pero con trazas que surgieron de repente en un espacio cultural de un altiplano a más de nueve mil kilómetros de distancia.
La reacción inicial es de desconcierto. ¿Por qué bancas de iglesia de Holanda aquí? ¿Por qué el catolicismo víctima de intolerancia, traído a un país donde el catolicismo ha sido cercano justamente a quienes han perpetrado otras intolerancias? Y luego, la pregunta más apremiante (al menos para mí): ¿por qué esas trazas de guerras remotas en el tiempo, de espacios lejanísimos, termina sintiéndose tan relevante para nuestro momento actual local? ¿Qué nos dicen esos palos destrozados, esos fragmentos que parecen los de un barco después de un tsunami, esos cadalsos armados en plena plaza del museo a partir de bancas de iglesia católica destrozada en Holanda hace dos siglos?
Esa es una primera pregunta: una aparente incoherencia de tiempo/lugar, que termina evocando de manera muy contundente nuestro siglo XXI colombiano: sus masacres, sus intolerancias, sus intentos fallidos, sus dolores.
Luego ve uno unas trincheras tajadas en el prado del museo. Una obra aparentemente muy sencilla, pero poderosísima tal vez justamente por su limpieza visual/conceptual. Líneas trazadas en el pasto, de un metro de hondo, mini-trincheras donde uno puede caminar y ver las «olas» de las otras trincheras, del pasto. Un micro-paisaje casi bucólico en medio del museo, pero con la contundencia de la referencia a trincheras o fosas comunes.
Y un vidrio roto/quitado. Una ventana bellísima que da a las trincheras, y que parece un guiño a la famosa ventana de Marcel Breuer en el antiguo Whitney (ahora parte del Met) en Manhattan.
Murillo quitó el vidrio de esa ventana. Puede uno atravesarla, pasar del interior de una sala al exterior de trincheras, a través de un antiguo vidrio roto.
El interior de esa sala es algo emocionante. Varios lienzos paralelos para ver de cerca, armados durante varios años de manera fragmentaria por niños en 30 países; Murillo hizo ese proyecto de pedir a esos niños que dibujaran lo que quisieran. Luego rompió y cosió esas telas y pintó encima con acrílico azul y negro su propio trazo. El resultado es una reflexión espléndida sobre lo local/global, sobre la superposición de estratos mentales, sobre lo pequeño y lo grande, sobre lo infinitesimal y su integración. Globalmente, la obra es todo un haz matemático con ocho o diez fibras que podemos ver muy de cerca si así lo queremos. Al mirar las «fibras», los lienzos, las láminas podemos ver los «grafitis» de los niños. Bandas de rock, equipos de fútbol, esbozos de dibujos, letreros en varios idiomas (de los 30 países), una textura de pared de baño [ignoro qué tantos dibujos sexualizados habrá cubierto con sus trazos Murillo], pero sobre esta los trazos gruesos y espesos del acrílico azul y negro de Murillo, dando cierta coherencia y globalidad a la obra. Luego se aleja uno y ve las fibras/los lienzos de manera amplia, e integra mentalmente el todo a partir del trazo de Murillo, que parece saltar de lienzo a lienzo.
El conjunto genera una tensión muy peculiar entre querer ir a lo micro de nuevo después de ver lo macro, querer volver a los detalles infinitesimales de los grafitis después de ver la obra grande, y luego querer volver a salirse de ese mundo intrincado y acaso asfixiante y lograr mirada global. Un vaivén que se percibe inagotable.
Un cuartico vedado por sillas acumuladas, y la luz que emana. Una mini-escultura.
Luego va uno a la sala principal del museo y se encuentra con despojos de las sillas/cadalsos, y lienzos negros gigantes. El piso del museo arrancado, el cemento crudo bajo los pies, la pintura cayéndose de los techos. Videos con voces que parecen evocar el sufrimiento de las masacres de Colombia de las últimas décadas, y un caos espacial brutal. Anda uno por un paisaje que evoca imágenes de los bombardeos rusos en Ucrania, o los bombardeos que ha fotografiado Jesús Abad Colorado en Colombia. De nuevo las bancas-cadalso, pero ya no escultóricas como en el patio externo; o por lo menos no necesariamente erguidas al aire. En el espacio interior se ven como ruinas apabulladas por masacres, destrozadas, partidas, vencidas.
Es la parte más difícil (para mí) de absorber de la exposición. Me tocó ir tres veces para empezar a aguantar estar ahí.
Entre la poética extrema de las trincheras, lo escultórico/sorprendente de los cadalsos erectos en el patio central, la maravilla del haz matemático armado por niños de 30 países y Murillo mismo, la sutileza e inteligencia de la ventana «Breuer» rota y atravesable, el guiño sonrisa de la escultura de sillas y la brutalidad y crudeza de la sala principal, esta es una exposición realmente impresionante.
En facebook y en twitter hay gente que cuenta cuál fue su primer trabajo. A veces no es tan fácil la respuesta, pues mucha gente primero trabaja ayudando a algún negocio familiar pero sin hacer parte de una «nómina» ni nada semejante.
Vi que Alejandro Farieta (que fue alumno mío en una de las lógicas de la carrera de Filosofía en la Universidad Nacional, hace ya dos décadas y hoy en día es profesor universitario de filosofía) preguntó y contó que había sido mensajero a los 14 años. Recordé por estos días que también tuve un trabajo de ese estilo, por un mes. He aquí lo que contesté a Alejandro (ligeramente editado y muy aumentado).
Tuve un trabajo de mensajero (durante un mes) en las vacaciones de 1983, a los 15 años, en una fábrica de muebles (que ya no existe, y que quedaba al frente de la Universidad Nacional, al sur de la 26). Fue un trabajo real (nómina, cheque, etc.), pero debo aclarar que lo hice para ahorrar algo para regalos de navidad. Se fue buena parte de ese cheque en discos de música barroca (discos LP, eso fue antes de los compactos).
Hay otro punto que me parece importante al recordar esas vacaciones, el trabajo de mensajero (largos momentos de ocio salpicados de tener que correr; un par de veces hasta el centro de la ciudad, la mayoría de las veces dentro de la fábrica de muebles o a bancos cercanos o a traer mediasnueves – las conversaciones de las secretarias, el coqueteo pesadísimo de los tipos de la oficina con las secretarias, los chistes de doble sentido permanentes, la manera como les quedaba difícil ubicarme a mí que claramente estaba en algo fuera de mi «lugar usual»). Aunque la mayoría de gente de mi colegio jamás habría hecho ese tipo de trabajos, y aunque yo mismo lo hice sobre todo para tener independencia económica y darme gusto comprando discos de música barroca – es decir, mi situación de «trabajo» no era como la del 99% de la gente en Colombia, que hace esos trabajos para poder comer y ayudar a sus familias – aunque todo eso sea cierto, yo valoro mucho esa experiencia. Fue aburrido (los tiempos muertos sobre todo; y si sacaba un libro mi yo inseguro de los 15 años sentía temor de lo que opinaran quienes trabajaban _de verdad_ en ese lugar) pero creo que fue importante. Quedé con mal sabor, en parte por ver tanta miseria humana en los chistes, el morbo, el asqueroso jefe que se metía con las secretarias. Yo iba recomendado por alguien cercano a los dueños entonces estaba como una especie de rueda suelta y no sufría esos rigores de acoso laboral, pero los vi a una edad bastante impresionable. Hoy en día, creo que un paso así debería ser casi obligado para todos los que (como yo) crecimos en hogares que proveen todo lo básico (mi papá era profesor en la UNAL, mi mamá en esa época trabajaba en Ingeominas). Los colegios (incluso esos que como el mío tratan de mitigar la cultura gomela) privados son un desastre absoluto para la formación humana de la gente, y ese paso por un trabajo abre mucho los ojos, así sea tan tangencial como ese noviembre/diciembre mío.
Ah… recuerdo mucho el radio. Era fundamental. Ahí escuché de la muerte de Marta Traba, por ejemplo. En mi casa era un referente. Entre mis colegas de ese mes, claramente no. Quedé aterrado, obviamente. Los de la oficina no creo que supieran quién era Marta Traba, pero la magnitud del accidente sí que la comentaron esa mañana horrible.
Nunca me he reencontrado con quienes eran mis colegas en esa fábrica: llegó Navidad, luego algún viaje familiar y el retorno al colegio, a Quinto de Bachillerato, y otro tipo de preocupaciones. Como que cerré esa etapa. Me pregunto hoy qué sería de todas esas personas que de alguna manera me ayudaron a entender cosas importantes.
Agregado después: ahora recordé que otra persona que trabajaba ahí resultó saber mucho, muchísimo, de música clásica. Había estudiado en el Conservatorio y los rieles extraños de la vida lo habían sacado de ser músico; había terminado ahí en una oficina terrible. Él me insistía mucho en lo elitistas que debían ser los músicos. Yo a esa edad odiaba todo lo que sonara a elite y discutía con él (igual yo no sabía mucho; él era de esos que parecían haber visto a todo el mundo ahí en el gallinero del Teatro Colón). Había un viejito igual a Andrés Patricio el de la serie Don Chinche: un cachaco viejo medio arruinado vestido de negro. Antipático me parecía. Había otro mensajero que no era joven (debía tener 30 años; a mis 15 eso era un vejestorio) y con quien me tocó ir al Centro un par de veces a llevar cartas o paquetes. Recuerdo mucho que al pasar por la Calle 18 abajo hacia la Décima ese mensajero saludaba a las putas en el andén. Yo debía quedar absolutamente rojo al ver eso a esa edad; era un mundo totalmente ajeno al mío. Él se daba cuenta y me hacía preguntas maliciosas, que yo no sé bien cómo contestaba. Yo ahora creo que a la vez me generaba curiosidad y temor el roce ligero con un mundo tan distinto al mío. Era simplemente esa cuadra entre la Novena y la Décima, caminando de bajada a coger un bus de regreso. Creo que mi pulso cardíaco se aceleraba mucho, pero luego se calmaba al llegar a la Avenida y coger el bus de regreso a la fábrica.
Había una especie de competencia soterrada entre las dos secretarias de la oficina. No entiendo bien por qué sería. Algo con el jefe que permanentemente las asediaba, no sé. Yo era tan ingenuo en esa época que simplemente registraba todo lo que ante mis ojos corría como un teatro.
En realidad la tenía fácil: iba con mis papás en el carro hasta la Universidad Nacional. Me bajaba en Química, donde trabajaba mi papá. Iba caminando hasta el borde del campus, cruzaba el puente, caminaba un par de cuadras, y ahí llegaba al trabajo. La vuelta podía ser también con mis papás o a veces si no coincidía el horario, en alguna buseta hasta la casa lejana (Cedritos).
Tal vez el recuerdo que más me asusta y aterra es el de los tiempos muertos. Ser mensajero es estar a la espera de algo que hacen otros. Entonces es correr con urgencia a alguna parte o esperar. Yo siempre he odiado esperar. Llevaba mis libros, obviamente, pero me parece que no era muy bien visto por el jefe o los demás empleados que sacara algún libro de lo que leía en esa época. Me tocaba básicamente estar ahí, pendiente de lo que fuera necesario. Esa literal tortura (desde entonces, mis trabajos siempre han tenido una componente central de hacer cosas, liderar temas, mover o colaborar) de la inactividad forzosa es algo que me causa aún horror en el recuerdo.
We went to see an exhibition of two artists we like at Galería Casas Riegner, in Chapinero: Luis Roldán and Bernardo Ortiz.
The exhibit was set up in the form of a “dialogue” between the two artists. The curators seem to have (on purpose) left with no label the individual works, perhaps assuming a visitor would just follow the line of dialogue, with as little reference as possible.
After a while, the two individual voices start to emerge more clearly, more precisely, and a kind of counterpoint slowly fills the initial void. Two men (photos taken from the web, Roldán in a dotted shirt, Ortiz in a striped polo), two different generations, a bit like a cello in duo with a clarinet: Roldán (born in 1955) emerges as a somewhat darker voice, perhaps more grounded and firmer, perhaps only; Ortiz [born in 1972) brings an extremely fine-threaded element, a treble playfulness, a pleasure in attention to detail and touch.
At some point, I was taken by Roldán’s own personal reading of classical American painters. He sketches with gouache on top of Hopper, Cassatt, Wood, etc.; blocking view and thereby bringing out what he sees, what is in view, that element that is maybe just a corner of a painting, that center of image taken away, that small element of a classical painting that is perhaps responsible for the iconicity of a work.
Consider the “Hopper” just above, redrawn by Roldán. Only the tip of the chimney remains of the “original”. The shadow of the house is still there, as in a mist, as in a sketch. The ground is slightly more illuminated, more openly drawn.
Just as in this reinterpretation of Hopper’s House by the Railroad, Roldán has a whole collection of classical American painters, redrawn this way. One could spend hours in just that part of the exhibition. Here is a small selection:
After such a strong statement by Roldán, what is Ortiz’s response?
Subtlety. The power of the line. The amazing emergence of landscape from almost nothing, from a bunch of lines drawn with a pencil on a piece of paper. Each individual line extremely lonely and akin to a mark you or I would make to signal, shyly, some end of a list, some mathematical closure, the most trivial idea.
Yet look at the field of forces that suddenly starts to form when all those “shy” lines start playing:
And let the whole game go through:
An amazing landscape, reminiscent of so many mountains around us here in Colombia perhaps, has emerged. I re-photographed it with another kind of illumination, so as to get the shadows:
The two previous are just the beginning of a dialogue. Here is some more (as you walk the gallery you may allow your mind be engaged by the two voices; look at the folds, at the reconfiguration of dramatic vistas from apparently innocuous elements, the power of lists, the edges of paper, the trace of the hand cutting holes in paper, almost elementary school-like, yet so powerful amidst this wonderful explosion – also, try to guess who’s who but also allow yourself to forget individualities – in my case, one of the works completely took me by surprise when I was told who is the author):
There is much more, of course. This rather narrow description I gave just tries to capture the emotional state such a dialogue may perhaps create in a viewer. I was extremely moved.
I close this small tribute to their dialogue, to their fused (and at times opposing) voices with images of a work (made with threads on fabric) that made me feel the weight of our times, the difficulty of our age, the oppression of lists and of statistics and daily numbers – and at the same time allowed my mind to find a path to fly beyond our dirt. Here it is:
Hoy en clase de 9 am me quedó difícil empezar sin referirme de alguna manera a los eventos brutales y trágicos de anoche en Bogotá. En ese momento aún no había parte oficial, pero ya sabemos que fueron diez las personas asesinadas por balas de la policía, y más de cien los heridos.
Por balas.
De la policía.
No hay justificación de algo así, no hay nada que excuse a esos policías.
En clase algunos estudiantes plantearon la importancia de posiciones en contra de la violencia. Y estoy de acuerdo con ellos en la idea de no-violencia; sin embargo, es imposible ante lo de ayer callar. Es imposible aceptar que personas en quienes la sociedad ha confiado armas para que nos protejan terminen atacándonos. Y sobre todo, es imposible equiparar. La situación es totalmente asimétrica entre la policía y la ciudadanía. El minuto de silencio por las víctimas, en clase, fue un gesto muy pequeño, tal vez, pero era lo absoluto mínimo que se podía hacer por respeto hacia ellos (y finalmente, hacia nosotros mismos).
Mi amigo en twitter Juan Rafael Martínez Galarza, astrónomo en Harvard, escribió un post (público) en su página de facebook. Me parece muy apropiado para ir apuntalando conceptualmente nuestro entendimiento de lo que está ocurriendo. He aquí el post de Juan Rafael:
Desde el punto de vista moral hay una gran diferencia entre quien actúa con violencia movido por la indignación de haber sido despojado y maltratado, y quien actúa con violencia en flagrante abuso de poder. Que los dos merezcan sanción no significa que sean equiparables. Por eso creo que esos llamados ecuánimes a rechazar toda violencia son injustos, violentos ellos mismos, ciegos, carentes de solidaridad, interesados. Estamos en una situación en que un cuerpo armado del estado ha asesinado ciudadanos. No podemos caer en el facilismo de imponer a quienes reaccionan a esa violencia oficial (gente que por lo general la ha soportado antes) el mismo grado de culpa. Deseo justicia, deseo también el cese de la violencia. Pero eso empieza por aceptar que hay un desbalance entre quienes hacen uso de la fuerza oficial y quienes usan la violencia para resistirla. Aceptar ese desbalance no es proponer impunidad para los últimos, sino justicia. Para muchos eso parece ser fácil de entender cuando se trata de solidarizarse con víctimas de violencia racial en USA pero dificilísimo cuando se trata de solidarizarse con víctimas de una violencia social igual de longeva y de profunda, como la que hay en Colombia. A propósito: el vínculo ideológico entre los policías rasos en EEUU con esos valores racistas que defienden (y que los han protegido) es mucho más profundo que el que une a los policías rasos de Colombia con unas estructuras de poder que también a ellos les han fallado. Pilas.
A las fuerzas del extremo centro preocupadas por cómo esto puede impulsar a Petro les doy un consejo: ¿quieren eso votos? Pónganse del lado e la ciudadanía. Dejen de equiparar los crímenes de estado con la reacción legítima de una población ya bastante golpeada por la miseria y la injusticia. A la gente, más allá de su pasado guerrillero y del sofisma del castrochavismo, le atrae la idea de que Petro esté de su lado. Hay maneras de ponerse del lado de la ciudadanía sin caer en prácticas populistas. Háganlo, y gánense los votos, incluido el mío, en lugar de lamentar daños materiales ante la sangre derramada. Pero si estar en el centro significa no tomar partido en una situación tan clara de injusticia social, entonces al menos acepten su responsabilidad en el ascenso de personajes populistas y no pretendan que Petro es popular por arte de magia. Por mi parte, si en 2022 de nuevo tengo que escoger entre Petro, a quien las riendas del establecimiento tendrán de todas maneras bastante limitado, y esta cofradía ruin de sátrapas insensibles que es el uribismo, pues mi decisión está clarísima desde ya, como lo estuvo en 2018. Ojalá no sea el caso.
Juan Rafael Martínez Galarza, en facebook.
Ver esta lista (incompleta) es algo muy fuerte:
Javier Ordóñez, 44 años. Asesinado en Villa Luz por la policía el 8.9.20.
Julieth Ramírez, 18 años. Asesinada en Suba por la policía el 9.9.20.
Jaider Fonseca, 17 años. Asesinado en Verbenal por la policía el 9.9.20.
Germán Smith Puentes, 25 años. Asesinado en Suba por la policía el 9.9.20.
Julian Mauricio González, 27 años. Asesinado en Kennedy por la policía el 9.9.20.
Andrés Rodríguez. Asesinado por la policía el 9.9.20.
Angie Paola Vaquero, 19 años. Asesinada por la policía el 9.9.20.
Cristian Hurtado Menecé, 27 años. Asesinado por la policía en Soacha el 9.9.20.
El artista santiaguino Cristián Salineros está exponiendo en NC-Arte en Bogotá. Su obra se llama Órdenes sistémicos y de alguna manera termina siendo una reflexión muy poderosa, muy violenta (casi) sobre lo interno y lo externo, el estar encerrado y el estar libre; el creer que uno está libre cuando está encerrado (o tal vez al revés).
Es un entramado peculiar de jaulas de pájaros enormes, conectadas entre sí por vasos comunicantes en el mismo tejido metálico de jaula. Uno debe agacharse para poder entrar a sentirse encerrado entre varias de esas jaulas, para poder experimentar la angustia de saber que uno está en alguna jaula, alguna zona y que de pronto rompiendo algo (así sea el andar recto) se puede pasar a otro lado; o acaso por entre los múltiples vasos comunicantes de la exposición pueda lograrlo.
No hay pájaros. ¿Por qué? No es claro. Deberían estar. En las fotos expuestas en el segundo piso el artista registra las cagarrutas de los pájaros, el especie de Jackson Pollock que van dejando en el suelo al expulsar su mierda en muchos grises muchos pájaros, y resulta ser una de las partes menos angustiantes de la obra.
Pero si a Cristián Salineros le interesa tanto lo residual – como consta en esas maravillosas fotos de mierda de pájaro superpuesta, esos Jackson Pollock preciosos, o en los huevos que hierven y se revientan y sueltan albúmina … ¿por qué dejó las jaulas tan limpias, tan perfectas, tan nítidas? ¿No deberían estar las jaulas también con el registro/residuo de los pájaros que -angustiadísimos como cualquier ser en jaula- vayan cagando al volar y dejando plumas y trozos de paja y acaso sangre?
La exposición es preciosa. Al principio parece demasiado simétrica; luego uno se pierde y termina evocando las jaulas mortales de Auschwitz; la misma simetría, la misma imposibilidad de salir, los mismos vasos comunicantes de engaño.
Resulta interesante luego enterarse del país de origen de Salineros. En Santiago de Chile tuvo lugar uno de los horrores de jaulas más brutales, ese fatídico 11 de septiembre de 1973. Todo esto está ahí, para ser visto.
… as she teaches me the special care necessary when playing variations (don’t study them linearly! focus on structural similarities not visible in the melody! play in a sequence of different ways (eyes closed, fingers lingering not pressing the keys, air playing, repeating note names, mute playing, etc.) each passage…) I start to see the potential dreariness of variations not well played out, the possible drift into vapidness … and by symmetry, the extreme richness and brutally meditative mind state that may be attained when really playing variations linking the various possibilities opposing richness and structural similarity…
the final movement of Hob. XVI 24 (cf. Richter)
Enigma Variations (not the Elgar orchestral piece, but theAciman novel) is a long-winded, extremely well-crafted extended novella. Aciman takes up the main subject of his now very famous Call Me By Your Name and literally unfolds it through variations in later life, variations of an early, burgeoning sensual/sexual experience of ¿love? that leaves a boy, a man, marked throughout his entire life, and whose many additional loves are lived as variations of some sort of the first (unaware) one. Paolo falls in love (without really knowing it, without even being able to detect it, let alone phrase it, without as much as a language for his feeling of infatuation) with a cabinet-maker, a falegname in an island off the coast of Italy where his family spends summers. Paolo, at twelve, slowly discovers his own love for twenty-something year-old Gianni, for his hands and nails, for his trim frame and green eyes, for his face he doesn’t dare look directly – and in uncovering his own outsidification and othernessifaction ends up building from rough pieces a language for what his eyes, his racing heartbeat, his breath, his arms, his skin hair raising, his balls tickling, his ¿unwanted? erection have already given him the knowledge he cannot yet phrase… This first theme, so reminiscent of Elio’s story in Call Me By Your Name, has later some variations. Alternating love for women and for men, in a kind of odd nod to Virginia Wolff’s Orlando, the rest of Paolo (later Paul in New York)’s loves continue playing a note of untold arousal, mental courting, projection of images, smells, textures that Paul knows are often best left unexpressed. A triumph of the non-explicit (made explicit in Aciman’s prose, of course). An endless set of variations of his early theme.
Beethoven’s Diabelli Variations (mentioned often in Paolo’s conversation with his father in the island in Italy, hummed by both to the exasperation of the mother, as a secret key-code between father and son) – and then Paolo’s understanding of his own father’s infatuation with the same young man that he as a young adolescent lived through – Paolo’s un-judgmental and again implicit camaraderie with the memory of his own father. And the Diabelli underscoring those memories.
Photographic variations (on Finnish glass geometries):
Mathematical variations are always tricky. In some unacknowledged sense, whole swaths of math are really sophisticated variations on themes. But we do not really, we do not truly call them that, we do not truly think in those terms. Usually.
(I feared when first seeing this overhanging Möbius strip that it would be too contrived, too cliché. The Möbius strip is an almost immediate image coming to mind when evoking the main theme of the Salón Nacional de Artistas this year, “the reverse/back of the threading/of the weaving” (el revés de la trama) and the special exhibition Aracne’s Fable under the curatorship of Alejandro Martín. Yet on second view I found this variation on a classical theme, by Adrián Gaitán, very powerful. The heavy physicality provided by the used mattresses, apparently taken from some whorehouse in Cali (at least according to our guide at the exhibition). And that seems to be the case. The mattresses, made of cheap polyester-like material, woven and rewoven and repaired after many uses, bear stains and traces of bodily exertion, of many possible sexual acrobatics but also of sweat and blood, sperm and urine, vaginal and anal secretions, saliva and tears; all those human fluids and traces of people (and suffering and moaning and exploitation and delight, money transactions and childbirths and hopes for the lives of those children) also woven into the fabric, also immanent and impossible to efface. All that heaviness turned by Adrián Gaitán’s variation into a floating symbol of a primal kind of reversion, into a pristine and ideal and immaterial shape.)
Entrar a Teherán después de muchísimas horas de vuelo desde Bogotá, al amanecer de un viernes (que es como nuestros domingos en el mundo musulmán) trae una fuerte sensación de mezcla entre familiaridad y lejanía. Todo es muy distinto (el aeropuerto queda en un desierto, se percibe todo muy remoto) pero a la vez muy familiar para los bogotanos: una ciudad enorme, muy contaminada, con cerros a un solo lado y el aeropuerto en el extremo opuesto. La disposición de barrios tiene también fuertes analogías: los barrios más ricos están junto a los cerros, y a medida que se aleja uno de esa zona la ciudad se puebla de casas bajas, bodegas, callejones y avenidas inmensas, un poco como buena parte del occidente de Bogotá.
En noviembre de 2015 tuve la oportunidad de ir por tres semanas a dar un minicurso en el IPM en Teherán y luego unas conferencias ahí mismo y en Isfahán. El Instituto de Estudios Avanzados en Matemática y Física Teórica, el famoso IPM, queda en un antiguo palacio imperial, en una zona rica de la ciudad, junto a las lomas. Un “Rosales” de Teherán, hasta cierto punto.
Algo que vi en buena parte de la ciudad, algo cada vez más relevante a nuestra Bogotá desarborizada, fue la cantidad de árboles urbanos. Aunque está rodeada de desierto (y montañas peladas), la ciudad sí que está repleta de árboles. Para el bogotano que soy era doloroso ver de manera tan directa el tiempo que hemos perdido en Bogotá al no arborizarla masivamente.
Teherán es en buena parte un jardín urbano inmenso (aunque en medio de un desierto). Bogotá es en buena medida un peladero, un lugar sin árboles (aunque estemos rodeados de cerros con muchos árboles y de verde al salir). Ambas ciudades tienen problemas muy graves de contaminación, pero Teherán al menos parece haber tenido alcaldes respetuosos del medio ambiente.
El parque Jamshidi, cerca al Instituto.
El respeto por los árboles, frente a algún edificio.
Podemos imaginar esta calle sin los árboles. Sería como fea. Los árboles la salvan.
Otro andén típico en Teherán.
Agua fresca que baja del Alborz, junto al andén.
Árboles, varios, multiformes.
Andén típico de Teherán.
Andén: árboles grandes (los respetan) y agua que baja de la montaña.
La densidad de ramas en barrios residenciales.
Alguna calle residencial.
Los “cerros de Teherán” (el Alborz), desde un parque inmenso (no recuerdo el nombre).
Algún andén cualquiera en una zona comercial de Teherán
La altura de los árboles le confiere una atmósfera muy peculiar a estas calles.
Muchas avenidas de Teherán lucen con este tipo de andenes
Sergio Pitol al describir lo esencial de la novela rusa del siglo XIX usó la palabra polifonía. Aunque mucho se ha escrito acerca de las novelas de Tolstói, de Dostoyevski, de Gógol, el uso del concepto polifonía por Pitol me sorprendió, al pensar en lo específico de las novelas rusas. Pitol pasa entonces a describir las multiplísimas voces que se escuchan en esas novelas. Voces de la acción principal, claro, pero también una cantidad de voces al fondo, comentando, contradiciendo, repasando el momento histórico, hablando del siguiente baile en la corte. Voces. Superpuestas. Pitol lo achaca a la estructura de esos palacios o apartamentos, habitados por muchos familiares y siervos, con divisiones delgadas entre cuartos; apartamentos donde las peleas y eructos del vecino se escuchaban siempre, donde siempre se escuchaban los gemidos de placer cuando hacían el amor en los cuartos de al lado o las escenas conyugales, los nacimientos y las llantos por muertes, la vida entera.
Tal vez la primera impresión al ver ROMA, la de Cuarón, es análoga. Ha sido descrita por Magola Delgado como muchas películas en una. No solamente muchas historias superpuestas, sino realmente muchas películas puestas juntas en una sola, como si la transparencia increíble del blanco y negro, la ausencia de opacidad lograda mediante la ausencia de color lograra la primera magia: comunicar las “superficies” de las muchas películas en una sola, mediante vasos comunicantes / pasajes / singularidades / transparencias.
El rol de las ventanas en la película hasta ahora no lo he visto en comentario escrito. María Clara, que siempre es sensible a esos temas, me lo hizo notar desde la primera vez que la vimos. Las ventanas, la mirada através de las ventanas, es casi un personaje de la película. También las múltiples simetrías formales (como las manijas en la foto, o la presencia del avión reflejado al inicio y visto directamente al cierre de la película).
Constantemente estamos pasando de un paraje de la memoria a otro, como en una realidad medio soñada, medio irreal pero vuelta mucho más real por esa posibilidad de vasos comunicantes entre distintos tiempos. La metáfora del güerito, el niño menor, constantemente hablando de vida adulta en pasado, es la metáfora de la película ahí también.
Hay muchos momentos de “cápsula del tiempo” en la película – un poco como en la otra película del espacio que van en familia a ver. En un carro van, con el chofer de la familia, atravesando una manifestación de estudiantes, histórica, antes de tornarse violenta ésta. El carro anda despacio, y la transparencia de nuevo se abre para evocar las durísimas manifestaciones de los años 70 en América Latina (en la de Corpus Christi en 1971 en México mataron a más de 100 manifestantes), pasan al lado de policías preparados para pegar duro, y luego llegan a una tienda de muebles a… comprar una cuna.
La cotidianidad, la familiaridad de esa tienda (que podría ser en la Calle 26 de Bogotá de los años 70) y la calle afuera al tiempo me trajeron memorias muy fuertes de mi propia infancia (yo tenía dos/tres años en la época de esos eventos) en un lugar cercano a la Universidad Nacional en Bogotá. Desde el apartamento, tercer piso, se podía ver a la policía de Colombia persiguiendo a los estudiantes en desbandada por una carrera paralela a la 30. Más de una vez algunos estudiantes se refugiaron en casa de mis padres.
En la película la situación llega a ser más trágica – afortunadamente en lo que tuve que presenciar en esos años no llegué a ver disparos, pero sí vi policías armados golpeando a los estudiantes, claro que sí – y supe del miedo de mi madre al saber que a Química (donde estábamos) se podían entrar en cualquier momento los policías.
Sí – polifonía era para Pitol la palabra para la novela rusa. Aquí sería algo así como poliiconia, como muchas imágenes al tiempo, superpuestas pero no de manera física sino comunicadas mediante transparencias, como un haz de espigas desplegándose.
Una de esas muchas películas, una muy importante, es la de Cleo. La historia de Cleo, la primera película que la gente ve en ROMA (y que a algunas señoras emperifolladas torpes de entendimiento en el cine bogotano causó rabia – salieron diciendo “qué horror una película en honor a la empleada de la casa”), la que molesta a algunos por “condescendiente” y fascina a otros. A mí la historia me pareció contada de manera directa y llana, y espléndidamente actuada. Los reseñistas gringos se ponen bravos porque Cleo “no habla” (lo cual no es cierto; habla mucho, pero con su amiga Adela en mixteco) y no está “empoderada” (pero habría sido falso el recuerdo si hubieran puesto a Cleo como una mujer del siglo XXI).
Las miradas de Cleo son otro de los vasos comunicantes de la película. El temor ante el futuro, la comunicación con los niños, la mirada de entendimiento tácito con la otra mujer, la madre de la familia, los silencios y los gestos. Todo eso hace parte orgánica del recuerdo de quienes nacimos en América Latina en los años anteriores a 1970, dolorosamente. La película lo pone ante nosotros sin emitir palabras.
Hay escenas misteriosas en la película. Una de esas es, durante un incendio en una finca en Año Nuevo, el gringo disfrazado de monstruo cantando borracho una balada en inglés. Presiento alguna referencia a algo ahí; la borrachera de Nerón mientras Roma se quema, alguna metáfora a Estados Unidos. Misterio (para mí). Otra es en Ciudad Neza (Netzahualcóyotl, la Ciudad Bolívar de Ciudad de México, parte del cinturón de miseria común a todas las grandes urbes de América Latina). Al llegar, lanzan a un hombre como un cohete en un espectáculo de circo de barrio…
en una imagen poderosísima y cargada de algún significado metafórico. Es la época de las películas de viajes al espacio, de los Apollos visitando la luna, los hombres gringos o rusos perdidos en el espacio. En ese barrio de calles de barro esa imagen del hombre disparado parece algún homenaje al Fellini de Amarcord o de La Strada, traspuesto a Neza y visto (de nuevo) desde la lejanía del recuerdo reconstruido, desde el vaso comunicante, la singularidad de cierta incoherencia.
Mientras tanto, Cleo está buscando a su novio Fermín desaparecido—desaparecido al contarle Cleo que será padre. Fermín el practicante de artes marciales de Ciudad Neza, que salió huyendo de un cine cuando Cleo le contó que “tenían encargo”, que estaban esperando a un hijo.
Desaparece Fermín (que solo conocíamos por su escena memorable meses antes—desnudo haciendo movimientos de kendo con una vara arrancada de una cortina en un hotel y contando a Cleo su historia: muerta su madre, lo llevan a vivir a Neza y lo salvan las artes marciales de la delincuencia…
… mientras de nuevo las ventanas del hotel y el espejo nos dan ese doble reflejo del mundo (la fotografía es impresionante ahí – no es solamente la corporeidad de Fermín, el encarnar su ser de manera tan directa, sino el reflejo de todo un universo ahí en esas ventanas)).
Fermín (que todo el mundo parece odiar, pues encarna el machismo más básico – muy agresivo con Cleo cuando esta le cuenta en Neza que están embarazados) en realidad es una víctima doble. Crece en un lugar desgraciado de América Latina y realmente encuentra en la práctica de las artes marciales, como tantos jóvenes del mundo, una salvación… para ser luego usado por el mismo gobierno mexicano como fuerza de choque contra los estudiantes. Fermín encarna la historia de tantos paramilitares de América Latina, de tantos guerrilleros o militares que encuentran un respeto a sí mismos en la práctica de artes marciales – pero terminan siendo convertidos en máquinas de muerte por el mismo sistema que generó (genera) las Ciudades Neza de América Latina.
La muerte aparece en varios momentos, con fotografía muy anclada en la gran tradición de México, en Juan Rulfo y Tina Modotti. En uno de los momentos centrales de esa película que no tiene momento central único (pues son muchísimas películas comunicadas) aparece esta escena casi aislada del resto, casi sin comunicación con nada…
… casi sin comunicación con nada pero a la vez con todo. La abuela, Cleo y el chofer salen de la tienda, no ven este primer plano pues están viviendo su propia otra película en paralelo… y México en 1971 está viviendo desangres como este.
Una historia muy personal (y que no sucedía en todas las familias) es la solidaridad entre dos mujeres, las dos mujeres principales, la señora Sofía y Cleo – ambas abandonadas, aunque de maneras distintas, por sus hombres. Pese a las diferencias de clase inmensas entre las dos, hay un vínculo de cierta empatía entre ambas.
En muchas familias latinoamericanas la reacción inmediata en esa época habría sido expulsar a Cleo apenas esta cuenta que está embarazada. De hecho, es lo primero que pregunta Cleo—¿no me va a correr? Hay cierta sutileza en la respuesta y un entendimiento de la situación de Cleo; tal vez causada por el saber que su esposo la había abandonado.
Era tan común tanto la primera como la segunda historia—esposos que se “iban a Quebec” a congresos para nunca volver (en mi familia no inmediata sucedió algo similar, y los hijos quedaron con traumas fuertes), empleadas que quedaban preñadas por sus respectivos “Fermines”, que aquí la parte de memoria es realmente directa y tal vez menos mediada por las ventanas y reflejos.
Fernando Zalamea ha escrito inmensas páginas sobre otro tipo de vasos comunicantes en el cine, en Tarkovsky — y en la matemática, en Riemann o en Grothendieck. La película es manifold, es multiplicidad/variedad repleta de pliegues, memorias de otras películas (¿cómo no pensar en Buñuel al ver a los ricos de la finca disparando al vacío, siendo el vacío?…
… ¿cómo no recordar escenas similares vividas en fincas donde primos ricos en épocas de infancia?), repleta de ramificaciones, de singularidades que intercomunican distintas películas independientes – pero que Cuarón logra mediante sus ventanas, reflejos y ojos—la mirada de Cleo sobre todo, y repleta de escaleras espléndidas (las de la casa y sobre todo las de la hacienda, que conectan el mundo “de arriba”, de los ricos y sus pistolas y su whisky y sus cigarrillos y sus criadas, con el “de abajo”, el del pulque y las historias de los ejidos y la música popular).
Pero sobre todo, ¿cómo no soñar con esta imagen? (Tal vez la más emblemática: ¿las cabezas conectadas, el niño que recuerda y la mujer que quiere estar muerta, los techos de Roma y la ropa como un haz de transparencias – lavada de las miserias humanas que se adivinan, las secreciones, sudores y humores de nuestra condición humana en manchas en calzoncillos y medias y brasieres – y la luz difusa infinita?)
Ir a marchar el martes pasado era algo casi obvio – las razones eran todas importantes y urgentes, justas y sólidas. Fue muy nutrida la marcha – y tuvo esa mezcla extraña entre la alegría contagiosa de esos jóvenes universitarios, la reivindicación de una causa que consideramos justa y la incertidumbre sobre el futuro de nuestra universidad y nuestro país en esta época. Traté de ir registrando un poco de la vitalidad de ese día, de la caminata de la Plaza Che a la Plaza de Bolívar.
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Ese mismo día tenía por la mañana temprano reunión y clase (hice una parte de la clase antes de salir a la marcha) y luego dos reuniones de trabajo con estudiantes de posgrado y clase de nuevo. Fue un día interesante, largo, con cierto grado de insolación y ligereza de clima de alta montaña, juventud y calle.
Recordé esta excelente bitácora del movimiento estudiantil de 2011 hecha por un grupo de estudiantes de María Clara. Varios de los estudiantes de un curso que dio (¡recién entrada a la UN a dar clases, casi!) eran de la MANE. No sé cómo logró MC que en vez del bobalicón bloqueo lograran convertir la experiencia de su participación en el movimiento en experiencia académica. Pero ahí está la bitácora, siete años después, repleta de fotos, documentos – armada por los estudiantes de ese curso. (Duele agregar que los míos de este semestre en ese sentido han sido mucho más apáticos.)
El jueves Nicolás Martínez presentó su tesis de pregrado en filosofía (de la cual fui director); la segunda parte de la presentación fue un conversatorio entre Fernando Zalamea, Nicolás Martínez y yo. Fue un acto un poco sorprendente (el Tercer Piso de Filosofía abarrotado, de gente de matemáticas, arte, filosofía, lingüística y no sé de dónde más). El nombre de su presentación y conversatorio fue La Imagen al Otro Lado del Espejo – y estuvo basada en la lectura que hizo Nicolás del uso de la imagen por Llull – y el cambio que éste tuvo – entre su Arte Cuaternario y su Arte Ternario.
Fue interesante principalmente por la vitalidad del intercambio de ideas entre gente de disciplinas tan distintas.
Gripas fuertes esta semana. Yo probablemente traje la mía del viaje (de pronto desde Helsinki o de pronto de algún lugar intermedio en el viaje de casi 24 horas de regreso). Luego MC. Esto ha sido una semana de tés de jengibre, aspirinas, tés de limón, etc. Y algo de Spinoza en mi caso y una novela de Schami en el caso de MC. Y algo de Cota y Chía (conversaciones muy interesantes en Cota con alguien que integrará la JEP).
La vibración de Bogotá baja muchísimo esta semana. No es solo la cantidad de gente o el ruido. Anoche a las ocho estábamos agotados por la gripa y apagamos luces. No se sentía la vibración impresionante de un jueves cualquiera. Fuera del silencio había algo muy peculiar causado por espacios enormes desocupados – la gente está en vacaciones, definitivamente – y los que están parecen querer buscar la calma. Bogotá calmada puede ser casi como un bálsamo.
También conversaciones con mi papá y un par de estudiantes antiguos suyos que lo fueron a visitar preciso cuando llegué yo con muchos medicamentos que le enviaron los de Unisalud. El proyecto de uno de esos antiguos estudiantes suyos – algo con una base de datos gigante que tiene básicamente todas las reacciones químicas registradas desde el siglo XVIII me pareció muy apasionante. Vi a mi padre muy contento hablando de todo lo que se puede hacer con eso.
En un momento dado estaban describiendo la estructura que usan – algo con multi-hipergrafos – y dije “ah sí… estructuras finitas…” pero no me dejaron completar la frase. Los químicos se rieron un poco de mi visión “de teórico de modelos”. En todo caso ellos andan buscando nociones naturales de equivalencia entre estructuras y ensayan y ensayan cosas interesantes.
En Chía había muy pocos ciclistas cuando salí a correr a La Valvanera. La vendedora de empanadas y jugos de Fonquetá se quejó de este año, de estas vacaciones.
Creo que todo el mundo está con baja vibración por aquí. Eso está bien.
en Casas Riegner hace unas semanas vimos dibujos de Suárez – a mí se me acelera el corazón cuando puedo ver esos dibujos en versión original; no sé bien por qué, me chiflan
En una carpa leímos con María Clara un buen trozo de La Vie mode d’emploi hace 23 años. Estábamos recorriendo buena parte de Estados Unidos – desde Madison hasta San Francisco – en un carro no muy robusto, con medios limitados, acampando o quedándonos donde amigos – y evitando en la medida de lo posible las Interstate – yendo por puras carreteras pequeñas. El regreso no pudo ser así porque el carro se varó gravemente en Santa Cruz, California – y casi fue necesario dejarlo botado – finalmente pudimos devolvernos pero ya menos tranquilos.
La vida / Instrucciones es una novela de Perec que sigue más o menos el corte de la carátula: va contando un montón de historias encasilladas de habitantes de un inmueble parisino. Sus miserias, sus sueños, sus exabruptos, sus engaños, sus dolencias, sus fiestas, sus sudores, sus ecos, sus humores, sus fracasos.
Pensé mucho en esta carátula por un proyecto que estamos haciendo ahora como parte del Proyecto Topoi, para una galería/café en Kingston, Nueva York. El trabajo para Kingston aún no ha salido (es en agosto), de modo que hasta ahora estamos haciendo material, pero puedo adelantar que serán cuatro videos en cuatro pantallas, hechos por los cuatro “topoistas” (Wanda Siedlecka, Roman Kossak, María Clara Cortés y yo), que explorarán de alguna manera la idea de “cámara de vigilancia” – de esas innumerables cámaras que están ahora por todas partes. Nuestro proyecto será algo relacionado con eso.
Ese “corte” de Perec del edificio inspira por lo menos mi cuarta parte del proyecto. No digo más (por ahora).
electrificantes están esos blogs que sigo – últimamente Arturo Sanjuán escribe de manera descarnada – Javier Moreno escribe con un estilo muy controlado y depurado pero los posts cortos son acaso lo mejor posible (no es tuiter, no es el blog viejo, son pensamientos concentrados a veces muy extraños si se leen de manera aislada) – otros blogs también me llegan pero le pongo atención a esos dos en particular
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trucha ahumada ayer (y hoy, de sobras) – pocas veces he hecho pescado ahumado, con trucha funciona de manera sorprendente – hoy no teníamos mucho tiempo para preparar almuerzo y fuimos a Tomodachi; el plato de anguila con arroz estaba enano y costaba trenta y un mil pesos – mi trucha ahumada costó mucho menos y (modestia aparte) quedó mucho más sabrosa que lo de ese restaurante
además, dio para almuerzo de martes y comida de miércoles – hoy estaba tal vez aún más rica que ayer
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un poco nervioso con tanta cosa en NY en estos días que vienen: charlas en seminario de lógica y para otro seminario, la presentación del video, luego la exposición en Fleischmanns (un pueblo en los Catskills), luego visita a Artem en UCLA y charla allá también
En Grecia antigua la idea de “espacio” era local y no global. Múltiples topoi conformaban sus nociones de espacialidad, topoi que a veces se entrelazaban o superponían, pero que no requerían estar sumergidos en un topos único global.
En matemática la historia de la noción de espacio, de espacios, ha tenido literalmente infinidad de variaciones, y ha aprendido a lidiar con la interacción entre lo local y lo global de maneras sutilísimas. Áreas enteras de la matemática se pueden ver como una variación sobre la reflexión y construcción de nociones de espacialidad (obviamente topología y geometría, pero de maneras muy curiosas también la teoría de conjuntos y la teoría de categorías son “geometrías extremas” – y mediando están los haces, los espacios recubridores, la teoría de Galois generalizada – la teoría de modelos en clases elementales abstractas es una super-teoría de Galois). Áreas enteras del arte ofrecen desafíos inmensos a la noción de espacialidad, desde las perspectivas invertidas de íconos rusos, pasando por el desarrollo de la perspectiva en el primer renacimiento, y siguiendo a la ruptura del borde del cuadro, a la escultura abstracta, al performance.
Todo eso es obvio pero parcialmente: no es fácil el diálogo entre artistas y matemáticos. Parecemos muchas veces compartir ideas, problemáticas generales, maneras de hacer – a veces son diametralmente opuestas también, pero eso debería hacer parte de la conversación.
En años anteriores al proyecto tuvimos conversaciones informales entre los cuatro “topoístas”, entre las dos artistas y los dos matemáticos. Roman escribió un texto dirigido a los artistas sobre la noción matemática de “estructura” (otra noción común a ambos lugares), que no caló en esa versión inicial. De varias imposibilidades de comunicación iniciales surgió el proyecto.
En 2013 de alguna manera logramos un primer modus operandi que empezó a mover la comunicación de otra manera: solo fotografía, solo en torno a topoi, inicialmente poca “reflexión” explícita (pero detrás está el estudio de Todes, de Merleau-Ponty, de Husserl). En términos peirceanos-zalameanos, el proyecto tuvo una etapa de voluntaria primeridad pura, etapa que duró hasta la fecha. La reflexión en esa etapa, sentimos, habría ahogado el proyecto (hay una cantidad de reflexión implícita, obviamente – pero el proyecto mismo debía mantenerse como una acción pura para poder crecer y respirar independientemente). Todo eso lo digo desde 2016 – mientras sucedió sucedió y ya.
Cuando los topoi empezaron a generar respuestas fotográficas, hubo momentos de verdadero éxtasis y felicidad creativa pura. Recibí de Wanda Siedlecka respuestas a mis “sheaf topoi” que capturaban de manera casi milagrosa “lo mismo” (o algo muy análogo a lo) que en otros seminarios con los geómetras estábamos haciendo (representaciones de Galois, categoricidad, etc.). A Wanda no le envié jamás la definición de haces, simplemente fotos que me parecían capturar algún sustrato, algún elemento vibrante. La respuesta de una artista no matemática me emocionó muchísimo. Muchos otros topoi fueron surgiendo (la memoria, el “in-between”, los topoi numéricos, los estándar y no estándar, los de verticalidad… muchos otros). Algunos han tenido respuesta más fuerte entre nosotros, otros se han marchitado en sus inicios.
En un momento dado María Clara nos pidió dos cosas: que fuéramos ahora sí más explícitos con la matemática Roman y yo, y que empezáramos a hacer topoi “dinámicos”, en formato de video. El segundo pedido lo cumplimos (el sábado próximo habrá la proyección oficial de un video hecho por los cuatro topoístas, en un estudio en Manhattan).
El primer pedido de María Clara lo hemos cumplido mucho menos. Al ver las fotografías en los topoi de Roman yo veo alusiones claras y muy precisas a modelos no estándar de la aritmética, a gaps y cuts, a forcing modelo-teórico o simplemente a la parte estándar. Pero aún falta mucho.
El proyecto continúa. Fernando Zalamea, y de alguna manera María Clara también, nos invitan a pensar las categorías surgidas de maneras más reflexivas. Nos invita a entrar en una etapa de segundidad/terceridad del proyecto. El hecho de lanzarlo al público es un inicio de respuesta – necesariamente la etapa inicial del proyecto empieza a cambiar.
Alejandro Martín (quien ha acompañado el proyecto desde hace dos años con sus reflexiones críticas, su manera de visualizar las cosas con lucidez) nos pide más adelante “diagramar”. Eso, viniendo de él, quiere decir muchas cosas.
Me conmovió la historia del hijo mestizo de Glass en la película El Renacido (Revenant). Di Caprio es Glass, y tiene un hijo mestizo, moreno, con quien habla en un idioma indígena (no recuerdo el nombre). Como es tan poco común ver mestizaje en Norteamérica y tan común aquí en Suramérica (al menos en los altiplanos andinos), logré sentir simpatía/empatía con el hijo mestizo (vilipendiado por el texano). Hace falta ese tipo de mezcla racial en Norteamérica.
Haciendo muchas pruebas de impresión para Project Topoi. Habrá en la proyección en Nueva York también bastante material impreso. Estamos emocionadísimos con eso.
Me parece extraño siempre que terminan de hacer un edificio nuevo, se pasa la gente y durante un tiempo no tienen cortinas. Yo mismo cierro poco las cortinas de mi estudio. Termina uno viendo mucha vida de la gente, aún sin buscarlo explícitamente. Levanta uno la vista de la pantalla y ahí está el vecino del frente levantándose de la cama o la vecina en la cocina del mismo apartamento preparando algo – aparentemente. Uno no mira mucho, pero algo mira. Ellos me verán en el estudio escribiendo algo, o leyendo, o por la mañana preparando jugo. Nunca de manera muy explícita. Quién sabe cuánto más duren sin cortinas.
Varios días seguidos escuché las Siete Palabras de Haydn, en versión cuarteto y en versión para piano. Mucha gente muy distinta le ha puesto atención a esa obra extraña. Es una singularidad pura.
Leo con fruición algunos blogs. El de Javier, obviamente, con su estilo depurado y aparentemente minimal. En realidad es un proyecto maximal e inmenso. El de Arturo, que escribe cada vez mejor, y me deja sin aliento. Su relación con la matemática – de cuando no quiere uno sino pensar en matemática y mandar al diablo el resto – me es conocida. La matemática la percibo a veces casi como una adicción (no soy adicto, afortunadamente [creo], a sustancias, salvo tal vez al café – pero sí he sido adicto al sauna en Finlandia, al baño en agua fría en quebradas y ríos, a correr intervalos, a ciertas series). Con la matemática la sensación a veces es parecida. Uno no quiere dejar de pensar en ciertos temas. Me ha pasado mucho también recientemente.
Quiero sacar al piano alguna pieza de Haydn. Suficientemente fácil para que la pueda tocar yo, pero quiero que tenga algo interesante, como esas que tanto me gustan y llegan.
El episodio 7 de temporada 4 de HoC me gustó mucho. El resto no tanto. Es gris ese mundo.
En realidad he leído poco en esta época. He leído eso sí bastante matemática y me he dedicado a escribir.
Organizar cosas es importante pero es costoso emocionalmente.
Hace diez años no voy a California. Será interesante volver (visitaré UCLA durante unos días). Le tengo un poco de miedo a Los Ángeles. Pero varios me dicen que es una ciudad interesantísima. En cambio ir a Nueva York se siente familiar, cercano, cozy.
Lo que sí es cierto es que UCLA es como un sueño de lugar por el tipo de matemática que se hace. Ya veremos qué tal.
Como la semana pasada estuvimos trabajando duro en varias cosas (charlas para CUNY y UCLA en mi caso, pero también finalización de la página web de nuestro proyecto Topoi con María Clara y Roman y Wanda, fuera de cosas de aquí), este fin de semana parecíamos seres sin energía. El viernes preparé un arròs negre para unos amigos – acompañado por alioli. Quedó todo oliendo mucho a ajo, azafrán, aceituna, calamar y pimientos. Tanto que amanecí completamente deshidratado el sábado, sin energía para caminar.
Por primera vez en mucho tiempo no salí en todo el día. No salimos ni siquiera a caminar. Últimamente si no vamos a La Vieja hacemos la vuelta corta de Las Delicias, o en su defecto caminamos por el barrio hasta la 72 o 74 o hacia el sur hasta la 53, en caminatas cortas pero a veces con intervalos. Ayer, nada. Fue día de leer cosas, terminar de arreglar detalles del Proyecto Topoi, enviar abstracts y armar charlas en esas universidades, ver un par de capítulos de House of Cards (adictiva para mí – María Clara no aguantó ni 15 minutos del episodio 1 de la temporada 1 – dice que con ver eso ya sabe uno qué va a pasar en todo el resto de la serie… y creo que tiene razón).
También tomé una buena serie de fotos nocturnas estilo Rear Window. Chapinero es lugar ideal para ese tipo de fotos.
Hoy sí teníamos ánimo y fuimos a desayunar a Kayser – los huevos estrellados que preparan ahí son buenos. ¡Y saben hacer croissants de verdad!
El día (y en realidad el finde) arrancó con Kertész. En la Luis Ángel Arango hay exposición de su obra, y realmente es estimulante ver buena fotografía, de verdad buena. Si tiene tiempo y está en Bogotá, dese ese placer de ver esa exposición.
Me sorprendió mucho lo juguetón que es. Lo había visto en exposiciones más pequeñas, junto con muchos otros fotógrafos, pero no había visto una exposición grande de su obra. La etapa temprana, en Hungría, en los barrios periféricos de Budapest, en pueblos y en el campo, con su hermano haciendo piruetas para las fotos, con su esposa en los cafés, con la gente – los violinistas callejeros por ejemplo, es algo que me queda a mí en la cabeza – una energía de vivir, una despreocupación. Se supone que le tocó ir a la guerra en 1914, a sus veinte años, pero a diferencia de muchos de sus contemporáneos, Kertész no parece registrar lo más trágico o dramático de esos eventos – lo que se desprende de su fotografía de esa época es una mirada robusta, feliz y a la vez irónica del ser humano. Me lo imagino haciendo caminatas con energía, bañándose con su hermano o sus amigos en los ríos en verano, nadando y corriendo. Me lo imagino también observando el batallón, su miseria, su locura. Pero sin dejarse apabullar del todo – a pesar de haber sido herido en el frente.
El resto de su vida fue lo que le tocaba a sus contemporáneos – hijo de familia judía de clase media, le tocó emigrar primero a Francia buscando algo de fortuna y luego a Nueva York. Sus fotos nunca parecen perder la vitalidad inicial, aunque obviamente su estilo cambiaría fuertemente. No conocía sus trabajos más tardíos, sus fotos a color, su obra hecha en Estados Unidos (fuera de las emblemáticas series en Washington Park o en el Bowery de Nueva York).
Lo que más me impresionó hoy, fuera de lo experimental y vital que se siente Kertész, es su ojo para componer las fotos. Tenía un ojo impresionante para cortar las fotos, para componer sus temas, para incluir algún detalle, una huella, una flecha del pavimento, algo, que hace que esas fotos literalmente vibren. Por ejemplo, esta abajo del cuarteto de cuerdas.
Fotografiar músicos es dificilísimo – supongo que fotografiar deportistas y transmitir lo que pasa, el esfuerzo, la tensión, el estiramiento, debe ser similarmente difícil (no lo he hecho – pero Kertész en un momento dado fotografía nadadores en las piscinas de Budapest y realmente se ve que le interesaba trasmitir la respiración, la apnea, la tensión de las piernas). Fotografiar músicos debe hacer que suene un poco de lo que estaba oyendo el fotógrafo. A mí esta foto de un cuarteto de cuerdas me llega con sonido. No sé exactamente qué sonido, pero ahí está. El primer violín interrumpiendo la línea del violonchelo, la viola haciendo un ritmo más folclórico al tiempo, algo así. No una melodía concreta, sino algo de lo que pasa cuando uno oye un cuarteto.
Jamás se me habría ocurrido cortar la foto así. Al dejar las caras, como lo haría cualquiera, esta habría sido otra entre miles de fotos de cuartetos que uno ve. Esta no. Solo están los cuatro instrumentos (incompletos), el atril con la partitura ahí en el centro, las manos, trozos de arcos y las piernas. El atuendo de los músicos. Creo que lo que hace que suene de manera tan intensa esta foto tiene que ver con el corte. Así pasa con muchas fotos de Kertész. Me conmovió muchísimo ver esa exposición hoy.
Cuarteto de cuerdas – foto de André Kertész, 1930
María Clara quería que también fuéramos a ver la exposición de Nicolás París, pero esa estaba cerrada hoy. La obra de París me ha parecido interesante – vi algo de él en el MUAC hace unos años, y me llamó la atención. Alejandro Martín me lo ha recomendado varias veces.
Vimos de Roman Polanski la película Carnage. Buenas buenas actuaciones, de Jody Foster, de Kate Winslet. Casi teatro puro. Una delicia ver algo así un día de aguacero fuerte. Sobre todo después de lo genéricas que están las series últimamente.
Hoy de mañana salí a correr intervalos en la Quebrada Las Delicias (la parte baja – teníamos que iniciar el día y no había tiempo para caminata larga). Es parte de una rutina que he ido estableciendo, esos intervalos de vez en cuando (correr a lo máximo que pueda uno dar, durante 45 segundos, luego caminar 45 segundos, luego de nuevo correr al máximo 45 segundos, etc. – claro, con entrenamiento esos 45 segundos pueden ser 50 o 60… pero es mucho más duro así).
Al bajar me alisté y leí en las noticias que “todas las avenidas estaban trancadas llegando al centro” por manifestaciones múltiples.
Preciso tenía reunión hoy con Pierre Simon en la Universidad de Los Andes a media mañana para hablar de NIP y la Conjetura de Pares Genéricos (un bello misterio semi-entendido en algunos casos – Pierre es un experto en descomposición de tipos y yo quería preguntar ciertos aspectos de la prueba) ahora que termina su visita.
Aunque no suelo ir al centro en bici, esta vez me dio tanta jartera meterme en el tráfico en un taxi que decidí ir en la bici. Tuve una buena sorpresa: la ciclorruta de la 13 ahora conecta al frente de Museo Nacional con la Carrera Séptima (peatonal/ciclorruta) y puede uno luego subir por la 23 hasta la zona de la Universidad de Los Andes. Una cosa buena de la alcaldía anterior esa conexión, ahora completada por esta alcaldía con páneles de plástico para algo de continuidad. Parquear ahí cerca la bici es medio aburrido si uno no tiene convenio con algún parqueadero.
El regreso fue marcado por el primer aguacero fuerte bogotano que veo en muchos meses: me lavé bajo lluvia torrencial desde la Calle 37 hasta la Calle 64. Con piso mojado me tocó ir despacio sobre todo en zonas de ladrillo. Estrené la ciclorruta nueva de la Calle 45 (estuvo lista hace unos pocos meses pero no la había usado) y luego seguí por Carrera 5 y 6 en zigzag hasta aquí. Tenía mucha hambre y ganas de llegar a cambiarme de ropa y almorzar: subí las cuestas de Chapinero Alto a toda.
Había un grupo de turistas europeos en un bicipaseo (“bike tour”) por la ciclorruta de la 13. Se debieron lavar también.
El ejercicio inusual para mí (los intervalos matutinos, más bici al centro y de vuelta), más el aguacero me dejaron medio agotado. Fue una tarde de Haydn mezclado con topoi mezclado con imaginación ensoñada. Uno de esos días que uno siente pasar ahí al lado.
Hubiera querido captar la lluvia (pero en bici y sin cámara ni modo). La sensación de alivio, la sensación de bogotanidad profunda. La atmósfera de ensoñación y nerviosismo mezclados.
La delicia de sentir que uno está, profundamente, en un páramo.
Parte de nuestro apoyo para el proyecto Topoi (María Clara Cortés, Roman Kossak, Wanda Siedlecka, AV – la página estará lista pronto y habrá una inauguración y presentación de un video hecho por los cuatro autores el próximo mes en Nueva York – una presentación primaria e inicial está en el PechaKucha de hace un par de años; pero el proyecto ha evolucionado bastante desde entonces) ha estado en la obra de Samuel Todes, un filósofo estadounidense que hace una síntesis curiosa entre Heidegger y Merleau-Ponty (descripción de la unión de la naturaleza física independiente y la experiencia en nuestras acciones corporales).
Parte del proyecto ha intentado ser una conversación entre dos matemáticos (Roman Kossak y yo) y dos artistas (Wanda Siedlecka y María Clara Cortés). Dos en Nueva York (y Fleischmanns en los Catskills) y dos en Bogotá (y Chía). Dos europeos (Roman y Wanda), dos latinoamericanos (MC y yo). El inicio del proyecto fue una frustración de comunicación, una percepción de muchos temas comunes y pocos caminos de comunicación. Y un tema: el espacio, la espacialidad, el topos – tomado de manera filosófica, pero matemática en manos de Kossak y mías, y artística en manos de María Clara y Wanda.
En matemática, como en arte, la espacialidad está íntimamente anclada en nuestro cuerpo, en nuestro estar en el mundo de manera corpórea. Las fotos y videos del proyecto intentan explorar ese tema.
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A continuación algunas frases de Body and World de S. Todes, ed. MIT 2001 – frases que con buen análisis fenomenológico (seminario en CUNY con filósofos profesionales que han ayudado a Roman y a Wanda en la lectura de Husserl, Merleau-Ponty, Todes, Heidegger – uno de ellos, Yuval Adler, es a la vez filósofo y cineasta – coautor de Bethlehem junto con Ali Waked) nos han ayudado a acotar el proyecto Topoi:
The vertical field: In practical sense experience, the vertical field appears to be the field of the common world in which we find ourselves thrown together with objects. And the horizontal field, by way of contrast, appears to be the field of our experience in this world. (…) Objects appear to be encounterable and determinable only in virtue of our appearing to be thrown together with them, stuck with them for better or worse, in the vertical field of a common world. (…) This vertical field is applied not to us, as active percipients, but through us. Our initial problem is to balance ourselves upright in this field of influence. Our problem is neither to conform (accede) to this influence, nor to offer resistance to it – neither of which makes perceptual sense. (p. 122 and ff.)
The “unity of the world” is the evidence demonstrating the common-sense convictions that there is one and only one actual world, and everything we can think of is in terms of this world’s possibilities. The problem is to find the evidence. Now we have seen that the world is the field of all our fields of activity. It is correlative with the felt unity of our active body in it. Our sense of being an individual self-moved mover in the world is then our evidence that there is but one world. Our sense that all our experience presents or represents some way of meeting our needs is correlative with our sense that everything we can think of, everything perceivable and imaginable, refers to some possibility of this world in which we have the needs we seek to meet. … (p. 262)
The extent to which the world can be filled: The field of our experience represents (itálicas mías) our capacity for experience. Our field of practical perceptual experience is always given as more capacious than its actual contents. This is because the actual content of this field is given as determinable by our free activity in respect to it. And if the world were filled with content, we would be cramped by it and lose our capacity to maneuver freely in the world. Hence such “content” could not appear to be determinable; nor could it therefore appear to be the content of the world. Thus our perceptual experience can never exhaust our capacity for perceptual experience. (…) Our capacity for perceptual experience can never be more than momentarily filled, just as the perceptual world can never be more than locally filled with content, viz., with perceptual objects. Our question (…) is whether it is possible for our experiential capacity and its world to be more completely filled in imagination than in perception.
Esos son tres fragmentos que considero importantes, aunque no sean los que realmente han jalonado nuestro proyecto.
El proyecto, a dos años y medio de haber sido iniciado, ha producido muchas conversaciones puramente fotográficas. Uno de los cuatro “lanza” unas fotos – usualmente 4 o 5, y posiblemente una palabra (In-between Topos, Memory Topos, Blur Topos, …) y los demás, si quieren las contestan… con otras fotos. Algunos de esos “topoi” han resultado muy generadores de respuestas, otros no. En total hay ya unas dos mil fotos, algunas más “fotográficas”, otras simple documento, y aproximadamente un centenar de topoi.
En un momento dado, el video como medio se volvió importante – algunos topoi son claramente dinámicos. Pero es algo nuevo. La première mundial de nuestro video será el mes entrante en Manhattan. Luego habrá conversatorios, exposición, en The Painters’ Gallery, en Fleischmanns, NY.
En Bogotá, fuera de ese PechaKucha inicial, no hemos hecho aún presentación del proyecto.
Aunque la mayoría del proyecto ha sido entre los cuatro (MCC, RK, WS, AV), poco a poco hemos empezado a tener algo de retroalimentación (el curador Alejandro Martín ha sido un acompañante crítico de varias fases del proyecto; en Nueva York personajes como el filósofo Robert Tragesser, la fotógrafa Elaine Mayes, y varios arquitectos y fenomenólogos más, han expresado interés en el tema y su desarrollo). Creo que será muy interesante, después de esa inauguración en Nueva York, presentar alguna versión del proyecto en Bogotá también. Seguramente obtendremos otro tipo de retroalimentación – algo crucial para un proyecto en el cual el lugar (los dos o los cuatro lugares básicos) juega un papel tan fundamental.
Si usted es matemático se preguntará: ¿Y cómo entra la matemática ahí? ¿Qué papel juega? ¿Cuáles topoi matemáticos son expresables mediante fotografía?
No hay respuesta fácil. Hay dos matemáticos ahí: Kossak y yo. Ambos hemos estado muy involucrados en investigación matemática – Kossak es un gran experto en modelos de la aritmética y un gran lógico. Yo mismo trabajo en teoría de modelos, con cercanía a la geometría y a las clases elementales abstractas y haces. Muchos de los topoi lanzados por Kossak o por mí tienen claro anclaje, claras alusiones a nuestros “mundos” matemáticos (conjuntísticos, aritméticos, lógicos) – pero siempre son alusiones veladas, ¡nunca demasiado explícitas! Lo interesante es ver qué reacción suscitan en las dos artistas inicialmente y luego en gente que ve los conjuntos de fotos (o los videos). Un poco como echar a rodar una bola en un juego, con direccionalidad inicial pero con libertad de respuestas.
En un momento dado lancé un topos de haces, con fotos que de alguna manera “representaban” para mí un tema que me es muy cercano desde hace mucho tiempo. Las fotos eran tomadas en museos, en la naturaleza, en la ciudad – pueden aparecer personas, carros, etc. De una manera maravillosa, Wanda (que trabaja en arte: video-arte, edición, instalaciones, pero ciertamente no en matemática) lanzó respuestas/preguntas y se fue conformando un topos puramente fotográfico de lo global-local, del problema de pegamento y coherencia – sin lanzar explicaciones verbales, a punta de pura fotografía. No sé cómo lograba Wanda contestar con sus fotos algo que capturaba de manera tan precisa ese fenómeno matemático.
Otros topoi son más difíciles – hay también callejones sin salida. Y hay uno, el de la modularidad, que ha seguido siempre pendiente y semi-abierto.
El domingo pasado subimos bien de mañana con María Clara al borde nor-occidental de la Reserva Forestal Thomas van der Hammen. Técnicamente, caminamos por la cadena de montañas entre Chía y Cota – la reserva estaba un poco más al sur de donde llegamos.
La intención no era ir a la reserva propiamente dicha: era simplemente caminar por una zona a la que no habíamos ido. Pero en un momento dado notamos que estábamos realmente muy cerca del borde nor-occidental.
He aquí un poco de lo que pudimos ver (lejos, lejos, de ser esto los “potreros” que algunos zoquetes han querido ver ahí – en algunas fotos, hacia abajo se adivina la franja de la reserva):
Hoy fuimos al plantón por los cerros (al frente de la CAR, en el Parque Nacional). María Clara pasó breve media hora por ahí, pues tenía clase a las 10 en la Universidad. Yo me quedé un rato un poco más largo.
El plantón fue convocado por Amigos de la Montaña y buscaba expresar nuestro compromiso por la defensa y el cuidado de los Cerros Orientales de Bogotá. Era una manifestación de intención y a la vez de preocupación por acciones que no se han llevado a cabo (y por ley deberían haberse hecho) en algunas construcciones en los cerros. La sequía (¿el fin?) de la Quebrada Rosales es solamente una de las consecuencias de no haber acatado el fallo del Consejo de Estado que en principio obligaría a las autoridades a detener una obra ilegal, que además capturó el agua para un estanque privado artificial. Ese hecho visible tal vez desbordó un vaso, pero hay muchos otros problemas con los cerros – y la intención era reunir mucha gente distinta (Mesa de Cerros, otras comunidades) en torno a una problemática común.
Pasó algo de lo que tenía que pasar al hacer eventos en público, anunciados: algunos partidos políticos aparecieron con sus pancartas y quisieron monopolizar un poco la acción. Hubo algo de rechifla a algún oportunista de algún partido que quería dejar su nombre – se le recibieron pancartas, pero borrando el nombre de su partido. Un concejal de Bogotá muy polémico (me enteré después) también apareció ahí, dando declaraciones a los medios. Sin embargo, mi impresión personal es que la verdadera energía de ese grupo (no enorme pero tampoco pequeño) venía de otro lado, y la gente le ponía poca atención a los políticos (algunos generan más simpatía, como Angélica Lozano – ella no llegó a poner su nombre en ninguna parte, pero sí saludó a mucha gente y sonrió mucho – me parece que trajo una energía interesante).
Seis representantes de la comunidad entraron a hablar con el director de la CAR (que yo conozca, Andrés Plazas y Jorge Álvarez, de Amigos de la Montaña, María Mercedes Maldonado, especialista en urbanismo, de vuelta a la Universidad Nacional después de su paso por la alcaldía – una conocedora muy seria de temas de cerros y la reserva Thomas van der Hammen, y otros tres que no había visto). Entiendo que lograron que el director de la CAR se comprometiera con “la defensa de los cerros”, desde donde puede. No sé qué tanto impacto pueda tener, pero algo es algo.
Lo más fuerte, tal vez, es la visualización. No era una manifestación enorme, pero estoy seguro de que algunos transeúntes y conductores de la Séptima la vieron – ojalá la manifestación se amplíe.
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