I made a personal (photographic) record of life in 2020, before March and after March. The “video” really consists of impressions, photos taken here and there, between January 1st and early December 2020. It does not offer a wide perspective, nor a reflection on the pandemic, nor anything of that sort. It rather explores the two-faceted aspects of this strange year, and (perhaps) the passage of time.
A la entrada del Museo de Arte Contemporáneo de Santiago está una escultura muy peculiar, del escultor Tótila Albert, llamada La Tierra. Hecha en 1957, tiene algo de danza, algo de influencia de los expresionistas, y mucho simbolismo. Decidí tomar fotos de detalles, sobre todo, intentando capturar lo poderoso de esa obra. Al verla de lejos evoca una gran araña. De cerca las figuras de un hombre y una mujer son claras, y evocan danza pura, erotismo hermosísimo.
Pero lo más conmovedor me pareció, al indagar un poco con la cámara, la tensión entre las manos, los pies y las cabezas.
Los pies casi tocándose son tal vez el momento máximo de esa obra hermosísima.
El artista santiaguino Cristián Salineros está exponiendo en NC-Arte en Bogotá. Su obra se llama Órdenes sistémicos y de alguna manera termina siendo una reflexión muy poderosa, muy violenta (casi) sobre lo interno y lo externo, el estar encerrado y el estar libre; el creer que uno está libre cuando está encerrado (o tal vez al revés).
Es un entramado peculiar de jaulas de pájaros enormes, conectadas entre sí por vasos comunicantes en el mismo tejido metálico de jaula. Uno debe agacharse para poder entrar a sentirse encerrado entre varias de esas jaulas, para poder experimentar la angustia de saber que uno está en alguna jaula, alguna zona y que de pronto rompiendo algo (así sea el andar recto) se puede pasar a otro lado; o acaso por entre los múltiples vasos comunicantes de la exposición pueda lograrlo.
No hay pájaros. ¿Por qué? No es claro. Deberían estar. En las fotos expuestas en el segundo piso el artista registra las cagarrutas de los pájaros, el especie de Jackson Pollock que van dejando en el suelo al expulsar su mierda en muchos grises muchos pájaros, y resulta ser una de las partes menos angustiantes de la obra.
Pero si a Cristián Salineros le interesa tanto lo residual – como consta en esas maravillosas fotos de mierda de pájaro superpuesta, esos Jackson Pollock preciosos, o en los huevos que hierven y se revientan y sueltan albúmina … ¿por qué dejó las jaulas tan limpias, tan perfectas, tan nítidas? ¿No deberían estar las jaulas también con el registro/residuo de los pájaros que -angustiadísimos como cualquier ser en jaula- vayan cagando al volar y dejando plumas y trozos de paja y acaso sangre?
La exposición es preciosa. Al principio parece demasiado simétrica; luego uno se pierde y termina evocando las jaulas mortales de Auschwitz; la misma simetría, la misma imposibilidad de salir, los mismos vasos comunicantes de engaño.
Resulta interesante luego enterarse del país de origen de Salineros. En Santiago de Chile tuvo lugar uno de los horrores de jaulas más brutales, ese fatídico 11 de septiembre de 1973. Todo esto está ahí, para ser visto.
La intensidad de los viajes, de ciertos viajes, en mi caso casi siempre va acompañada de un especie de “soundtrack mental”. Los largos períodos pasados caminando, en la naturaleza, en el silencio (relativo) de los montes, o entre el oleaje o entre los grafitis hermosísimos de las ciudades despertando – todo eso requiere (y genera) en mi caso una música de fondo, una música muy distinta de la que suelo escuchar cuando estoy inmerso en el trabajo matemático o en las clases o en la correspondencia “usuales” en Bogotá. Si durante el semestre puedo tener una obsesión con alguna partita barroca o alguna sonata para piano del romanticismo o alguna música del siglo XX o incluso XXI, al viajar de alguna manera se reconfigura por completo todo.
Caminar en invierno por los lagos congelados de Finlandia para mí requirió una mezcla entre músicas de Carelia, de Ostrobotnia – y trozos largos de la Tercera de Sibelius repasados en la mente, o sencillamente su Concierto para Violín. Este último es para mí el soundtrack del Báltico, de un paseo hecho en 2004 a una isla/sauna a cuatro horas de velero de Helsinki en verano.
En este viaje a Chile obviamente los grupos impresionantes que ha dado ese país – mezclados con esos compositores de canción increíbles (Violeta Parra, Víctor Jara) estuvieron todo el tiempo ahí, de música de fondo. El grupo Inti Illimani ocupó mucho espacio mental: ellos cantan muchas músicas de Chile y también muchas músicas de otros lados – de Bolivia y Argentina, huaynos peruanos.
Por alguna razón peculiar enlacé con otro viaje, anterior, expresado en la canción Samba Landó de ese grupo – una canción que en realidad está anclada en la música afroperuana, una canción de la resistencia negra a la esclavitud.
La letra de esa canción es una invitación a liberarse, claro, pero sobre todo a tener cuidado con los nuevos negreros de la advertencia que hacen, tener cuidado con los nuevos esclavizadores que siempre acechan.
La fuerza instrumental y rítmica (cajón peruano, a veces con charango, siempre con guitarra y bajo) de la música afroperuana es algo difícil de capturar en frases. Simplemente hay que oírla – escuchar Toro Mata mil veces, escuchar A mí no me cumbén. Esta Samba Landó es sencillamente brutal.
Enlazo tres versiones: una de estudio de Inti Illimani, impresionante. Otra, en cover por Nano Stern y Manuel García (solo con guitarra y voz). Y por último una por MARKAMA y Rubén Rada, creo de un concierto en Buenos Aires, con imágenes impresionantes de grabados y documentos de venta de esclavos en Lima durante el siglo XVIII.
Si uno las escucha, las canta, se pueden volver parte de un soundtrack mental muy poderoso. (En realidad el soundtrack mental mío en Chile tuvo mucho, mucho más – decenas de canciones, huaynos, poemas de Violeta Parra, el increíble GalambitoTemucano, y mucho de Víctor Jara. Pero reduzco de momento al increíble Samba Landó.)
2nd January 2020. As the city wakes up, I walk the streets. Loneliness… except at some point a cat joins me and follows for some three or four blocks. We converse. Then something attracts his attention and disappears. A moment later a male stray dog arrives. I am fearful, as he comes very close to me. But the dog is friendly. He follows me for some two or three kilometers – or rather than following me, he walks with me. We converse. Other dogs bark at him; I tell them I am walking with him (noname).
A slideshow.
The city is Valdivia, destroyed in 1960 by the most powerful earthquake ever recorded since they are recorded: 9.5 on Richter’s scale. Followed by a tsunami that created enormous bodies of water around the city. A city of dreams, of mist (not in summer, but somehow there are there), of the south. Of immigrants arrived from Germany around 1850.
La parte final de nuestras semanas en Chile fue en Santiago. Solo un par de días, que resultaron maravillosos por muchas razones (entre estas la exposición del MAC, Museo de Arte Contemporáneo, un edificio espléndido y museo manejado por la Facultad de Artes de la Universidad de Chile: nos hizo sentir agudamente la ausencia de un verdadero museo universitario [irreverente, transgresor, que haga pensar] aquí en Bogotá – las exposiciones del Museo de la Universidad Nacional se han vuelto cosas medio placenteras y se sienten brutalmente convencionales – ya llegará nuestro momento de (volver a) tener un museo universitario real)…
Si las paredes de Concepción, de Valdivia y de Puerto Montt (e incluso, tímidamente, de las turísticas y adineradas Pucón y Puerto Varas) hablaban vehementemente, las de Santiago fueron realmente superlativas.
Es difícil resumir la sensación de ver toda la capital, todas las ciudades de un país, casi completamente pintadas, con las fachadas de bancos, centros comerciales, supermercados, etc. tapadas por completo, todo pintado. Y leer tantos mensajes variados, admirar tanta gráfica (en Santiago sobre todo, la calidad de la gráfica es impresionante). Ver un país no meramente despertando sino literalmente sacudiéndose de encima el legado venido de una salida del horror pinochetista sin catarsis real, con transición muy suave a la (que algunos llaman) democracia (nombre que muchos cuestionan para estos últimos 30 años).
Lo que se ve en Chile tiene algo grandioso y a la vez preocupante. Grandiosa la sacudida de fantasmas enquistados, preocupante la incertidumbre ante el futuro.
La gráfica nos dejó admirados. Logra que bajo las capas y capas de mensajes uno pueda ver (cosa muy difícil en principio) y nos hace pensar en el impacto que tuvieron en grupos como Taller 4 Rojo en Colombia en los años 70.
Va una selección de pintadas en Santiago. Trato de mostrar en esta selección cierta variedad temática. Todas fueron tomadas en la zona entre la Alameda, Lastarria, el Parque Forestal, el Museo de Bellas Artes y Plaza Italia.
Puerto Montt. Siempre me sonó sumamente exótica esa combinación de palabras, desde que la escuché por primera vez. Creo que fue cuando era estudiante de pregrado, hacia 1988 o 1989 (a estas alturas teclear fechas que empiezan por 19.. se está volviendo menos y menos común, y los dedos pueden fácilmente equivocarse y teclear 18..). Una prima de María Clara había hecho un recorrido mochilero por muchos países de Suramérica y mencionaba la llegada a Puerto Montt, y los fiordos del sur, y …
La sentía remota, azul y nevada, entre el Pacífico y los volcanes y la nieve y las casitas de colores. La imaginaba también un poco glamurosa, tal vez por leer que tantos cruceros hacia la zona magallánica, hacia Tierra del Fuego, hacia Puerto Natales y Punta Arenas, suelen zarpar de Puerto Montt. Sí: tenía la imagen de Puerto Montt como la Puerta del Gran Sur.
También había oído hablar mil veces del cruce de Puerto Montt a Bariloche por los lagos – no entendía muy bien cómo era posible eso pero sabía que cierta gente lo hacía. Todo eso no hacía más que aumentar esa aura de puerta al mundo, a la Patagonia, a la Argentina, al Sur, al Pacífico, a los Andes escarpados y nevados.
El sábado pasado llegamos por fin a Puerto Montt. Y sí es el Gran Sur, pero en un sentido mucho más hondo, mucho menos caricaturesco que en esa imagen mental de folleto de agencia de viajes que me había armado yo. Es todo lo anterior, claro (excepto el glamour – ese está en Puerto Varas y de otra manera en Frutillar – los chilenos parecen ser expertos en armar pares de ciudades una muy popular y otra muy glamurosa justo al lado – Valparaíso y Viña del Mar son el ejemplo más extremo de eso, pero lo mismo se ve en la zona – Puerto Montt es la popular, Puerto Varas la glamurosa…).
Puerto Montt es agradablemente áspera y dura, un puerto en todo el sentido de la palabra. Y todas esas conexiones que percibía yo, claro, están.
Pero además de todo eso es un lugar del Gran Sur político – además del Gran Sur geográfico. Puerto Montt en las pocas horas que la vimos nos recibió con aire de resistencia, mezclado con la traza de dolorosísimos momentos vividos ahí. El terremoto del 60, mezclado con los asesinatos – la masacre de Puerto Montt en el 69, que canta Víctor Jara.
No conocía (tampoco) esa canción tan impresionante. Paola Vargas la mencionó en un post en fb – ¡mil gracias por haber abierto mis ojos a esa canción tan increíble!
Al llegar a Puerto Montt, al divisar el mar ahí abajo, María Clara sugirió que nos bajáramos del colectivo y camináramos hasta el puerto por la avenida bajando, para degustar la llegada, para oler el mar y el aroma pútrido del puerto y detenerse ante el letrero que señala el Sur, la Carretera Austral.
Luego seguimos bajando. Ya en la Costanera, una tienda de música nos llamó la atención, por su nombre en parte (BorDeMar), pero también por la casa. Entramos a ver. No había nada que se viera muy interesante. Pero pasó algo muy curioso. Pregunté a la señora que atiende si tenía música de Víctor Jara. Me contestó “no, no…”. Al preguntar donde podría conseguir me dijo “no, si nadie oye esa música… o a lo mejor en Santiago…”.
La vuelta por los barrios de la isla de Tenglo, el encuentro con gente increíble, el canal, el ascenso a una montaña de la altura de la Valvanera, con casitas tan similares a las de la Comunidad Indígena en Fonquetá, y con una cima tan similar a la del descampado al frente de la Valvanera; una Cruz horrenda plantada para la visita de Juan Pablo II (el papa más opuesto a las luchas de Puerto Montt que uno podría imaginar), el premio de la vista de la Cordillera tras el mar… Fue un verdadero alud de sorpresas. También la conversación con los barqueros, con un par de personas encontradas por ahí, tan similares a gente de veredas cercanas a Zipaquirá o Fonquetá. Y luego Doña Silvia en un restaurante en la zona de Angelmó, un parador básico con la sopa de mar más impresionante que recuerdo…
La canción de Víctor Jara está más vigente que nunca, en Chile y en Colombia. El coro dice
“¡Ay! qué ser más infeliz El que mandó disparar Sabiendo como evitar Una matanza tan vil
Puerto Montt oh Puerto Montt … Puerto Montt oh Puerto Montt”
(y ese refrán final se le queda a uno en la mente, y tiñe el recuerdo del día pasado allá)
Y nos topamos con la Avenida Salvador Allende. No está tachado, ni más faltaba (como sí lo están muchos otros nombres). Pero alguien recordó pegar un papelito que dice trabajadores de la patria uníos – no tienen nada qué perder, evocando tal vez el último discurso del presidente el 11 de septiembre del 73.
Y seguimos andando, y pasamos por el museo histórico (vidrios destrozados, cerrado), y conversamos con niños con cara de venir de los barrios más pobres, que hacen ejercicios en barras demasiado altas para ellos (y casi para mí también) y nos dicen que lo que se ha destruido hasta ahora no es nada, que puede llegar gente muy mala (y no contestamos, pero sabemos que tienen razón). Y atravesamos de nuevo el canal desde Tenglo y nos cuenta el pescador cómo hay que evitar el salmón de los restaurantes pues lo venden ya congelado, que busquemos congrio y merluza o cholgas y piures, que evitemos el ceviche que es de “puro ripio”. Y seguimos andando por Puerto Montt, y ahora escucho los acentos de Víctor Jara al evocar esa ciudad impresionante y ahora mucho más misteriosa para mí.
Aún no es del todo claro para mí qué estaba buscando yo al haber venido a Chile en estas semanas. La razón oficial, inmediata, y muy cierta, es naturalmente que había un congreso importante internacional de mi área de trabajo. Fue una maravilla de congreso, y con esa primera semana ya habría sido razón más que suficiente para venir a este país.
Pero el congreso mismo tenía ya un lado ligeramente distinto de lo usual: debido a la mobilización social en Chile, y sobre todo a causa de la violencia policial y de algunos de los manifestantes (¡claramente, una minoría!), los organizadores estuvieron a punto de cancelar este congreso. La Universidad de Concepción (ese lugar increíble) está con los edificios cerrados desde octubre. El campus mismo está abierto y libre de grafitis (la ciudad tiene tanto grafiti que es un alivio ver ese campus universitario a la vez completamente abierto al público en sus prados y jardines – un parque gigante para la ciudad) pero con los edificios cerrados era imposible hacer el congreso ahí. Los organizadores terminaron cambiando el lugar a un hotel; el congreso funcionó muy bien en términos matemáticos.
Pero había algo tal vez más básico (¿más vital?) en mi felicidad con este viaje, en ese momento de recibir a María Clara un domingo a medianoche en el aeropuerto de Concepción al finalizar el congreso, para iniciar un viaje por el “sur cercano” de Chile.
Y poco a poco empezamos a entender que esta zona, estas tres o cuatro regiones (el Biobío, la Araucanía, la Región de los Ríos y la Región de los Lagos – entre Concepción y Puerto Montt, pasando por Pucón, Valdivia y Puerto Varas) tienen un especie de versión ultraconcentrada de lo que más nos ha gustado encontrar en tiempos recientes:
montaña – volcanes – caminatas – reservas naturales – mar – comida de mar – cordero asado – caminatas de nuevo – meterse en lagos – meterse al mar [helado] – carreteras con vistas a costa recortada – océano y olas bravas – árboles [alerces, araucarias, melis, arrayanes, lumas, avellanos, ulmos] – formas – subidas y bajadas – playas – rocas – lenguas indígenas – pájaros [cóndores, aguiluchos, águilas, chucaos, halcones] – montañas – santuarios naturales – ríos gigantes – estuarios – madera – montañas – volcanes – árboles
Pero aún todo eso no agota la intensidad de estos días.
Pensaba en que vinimos también a cerrar 2019, ese año extraño que esencialmente se abrió con el viaje de José Luis Villaveces, mi padre, a su propio destino, a su regreso al universo.
En enero de 2019 murió él mientras nosotros estábamos en otro periplo largo, muy distinto de este, el viaje nuestro a Nápoles y Viena que significó despedirlo. Hace casi un año ya. Un tiempo difícil de capturar: siempre me parece que se fue hace mucho menos tiempo, que acaba de morir casi. Trato de decirle que siga tranquilo su camino; empecé a decirle eso mentalmente desde hace un tiempo largo ya. Y a la vez cierta sensación de irrealidad. Como si no lograra yo entender del todo qué ha pasado.
Y es ahí donde este viaje extraño a Chile (a ver un país despertando, un país que debe liberarse de su constitución hecha en dictadura, a ver un país que encuentra una voz – a ratos de maneras agresivas y peligrosas – pero una voz muy suya, un país que parece no temer enfrentarse a ser después de tanta obsesión por tener) cobra un sentido distinto. De alguna manera siento que he venido a encontrar una voz también. Y a volar un poco, como esos miles y miles de aves gigantes que hemos visto en estos días, entre volcanes y el Pacífico… y a seguir en ese diálogo sostenido con mi padre pero dejando ojalá que se disuelva mejor en el universo, a dejar ir. Es doloroso soltar, pero hay que hacerlo.
Aquí la tierra (me decía mi prima vulcanóloga que pasó meses en esta misma región de Chile, entre volcanes, también buscando algo importante para su propia vida, a su regreso de su doctorado en Nueva Zelanda) está viva.
Y es algo muy violento y bello. Volcanes, claro, obviamente vivos y a veces botando lava.
Pero también saber que en Valdivia, donde amanecimos hoy, en 1960 (yo no estaba en este mundo pero por ejemplo mi padre sí, tenía 15 años) hubo un terremoto de 9.5 grados en la escala de Richter, el terremoto más fuerte jamás registrado. Que duró diez minutos temblando. Que los humedales gigantes que están ahí se formaron a raíz de ese terremoto, en 1960. Que luego en 1985 hubo otro gigante y luego en 2010 en Concepción (el lugar del SLALM) otro, con el tsunami de Talcahuano justo al lado.
Y ver esa naturaleza que parece de Gondwana, esos árboles que parecen anteriores casi a la formación de esta parte del continente.
Tal vez esa escala otra de esta zona del mundo, esa escala de tiempo de los volcanes y de los árboles jurásicos, de los alerces milenarios y los humedales gigantes recientes, esa tierra viva y brotando e hirviendo, de alguna manera ayuda a tener otra perspectiva. Y a la vez el presenciar el despertar de un país latinoamericano. Tal vez para eso necesitaba venir – ¿para completar un ciclo iniciado hace un año en ese invierno duro de Viena? …
un barco pesquero en algún lugar del Pacífico, hace dos o tres días
Estos días post-congreso en Chile han sido esto: volcanes, agua, mucha agua, araucarias, alerces, y muchos otros árboles del Bosque Valdiviano. La cordillera sorprendente (no muy alta comparada con Colombia pero sí muy quebrada a esta altura). Y empanadas increíbles al borde de la carretera, y mote con huesillo (una bebida de durazno y granos de trigo), …
Durante los días de SLALM, de Simposio Latinoamericano de Lógica Matemática, el énfasis fue en matemática, en mucha lógica matemática. En conexiones con álgebra, con mucha teoría de números y en el caso de mi charla y conversaciones con Xavier, en lógica infinitaria y en teoría abstracta de modelos.
Pero de alguna manera el trasfondo del movimiento chileno (me gusta que lo llamen “movimiento” y no “paro”, pues aunque las universidades están sin clases, lo que hay es realmente un movimiento muy profundo, muy inasible e irreducible a explicaciones simplonas) siempre estaba ahí, en las conversaciones, en las dificultades que tuvieron los organizadores con el lugar (Universidad de Concepción cerrada, lugar del evento en un hotel), en la energía de esperanza muy fuerte.
No hay explicación inmediata para lo que estas paredes nos quieren decir, nos dicen, nos gritan. Sí hay la sensación de algo muy hondo, un clamor contenido durante décadas.
Ahí están las imágenes, la mayoría en Concepción (el domingo posterior al congreso salí finalmente a dar una vuelta por el centro y mirar con cuidado). Hay algo en Santiago también, de nuestra vuelta con Carlos Di Prisco por el centro el día de nuestra llegada a Chile. Creo que las imágenes son sumamente elocuentes y no requieren sobre-explicación de ninguna clase.
[Nota: aunque es duro, y a veces feo, ver los muros así, de alguna manera se siente alivio – como que algo que estaba trancado se está destrancando. Lo que está pasando en Chile es de altísima importancia, no solo en Chile, sino en todos los países que se han metido por esa senda del demonio en la que Chile no fue más que el país-experimento.]
Semáforos arrancados de raíz en algunas esquinas de la ciudad
La base de la zona de tribunales
Los almacenes tienen “chapas” (placas de metal) en sus vitrinas
Este requiere contexto
Las entradas a las tiendas son por puertas pequeñas
Las tiendas ponen estos letreros para que la gente en todo caso entre
El pedestal de la estatua (retirada por el movimiento) del conquistador Valdivia
La estatua de Lautaro, héroe de la resistencia mapuche
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