19 de junio de 2022

Pensé llamar este post Vasos comunicantes, pensando en la percepción más perenne que he tenido de mi lectura de fondo de estas últimas semanas, el volumen Sodome et Gomorrhe de À la recherche du temps perdu, en la impresión que más profundamente me ha quedado de ese libro. Un tratado impresionante de vasos comunicantes entre distintas capas de una superficie muy compleja, una representación literaria espléndida de alguna variante de modelo en forma de superficie de Riemann, amarrado en un topos/haz/modelo de Kripke à la Zalamea.

Pero luego cambié de opinión, y decidí atar todo con el relato acaso menos amplio, acaso más puntual, de cómo viví yo mismo ese 19 de junio pasado, ese día tan extraño y bello y brutal y maravilloso para tanta gente en Colombia. De cómo sumergirme en trozos de Proust me sirvió para sobrellevar la angustia y la (ahora sabemos, errónea) anticipación de resultados desastrosos de esa elección tan singular.


3:00 pm. Al ver que faltaba solo una hora para el cierre de las urnas, y tal vez dos o tres para el anuncio del desastre, aquella parte de mí que prefiere imaginar horrores para luego descansar, y evitar esperar glorias y tener decepciones, se activó. No lograba concentrarme en nada, no quería estar pegado a los resultados.

Me fui a tomar fotos del jardín, y a leer a Proust.

Nous nous hâtâmes pour gagner un wagon vide où je pusse embrasser Albertine tout le long du trajet. N’ayant rien trouvé nous montâmes dans un compartiment où était déjà installée une dame à figure énorme, laide et vieille, à l’expression masculine, très endimanchée, et qui lisait La Revue des Deux-Mondes. Malgré sa vulgarité…

p. 251 – Sodome et Gomorrhe, II, ii, À la Recherche du Temps Perdu

Tal vez (!) aún más que los libros de la Recherche que había leído antes, en Sodome et Gomorrhe parece Proust refinar su arte de los vasos comunicantes, sus conexiones subterráneas, implícitas, su manera de contar en varias capas a la vez. El héroe (tal vez Proust) aquí va en tren con Albertine. La quiere besar; sospecha que ella está enamorada de varias otras mujeres (el tema de Gomorra), se encuentran con esa vieja fea en el compartimiento. Se la volverá el héroe a encontrar más tarde, durante un viaje en tren a un palacete (aristocrático, pero alquilado por burgueses de París a gente que desprecian por ser nobleza local; a la vez despreciados ellos por ser simples burgueses con dinero); la vieja fea es una dama de la nobleza rusa invitada por los burgueses para dar lustre a su reunión. Desprecios mutuos entre esas dos clases sociales se acumulan.

Après cette acerbe riposte adressée à M. de Cambremer, elle lui offrit le bras pour aller à table. Il hésita un instant, se disant : « Je ne peux tout de même pas passer avant M. de Charlus. » Mais pensant que celui-ci était un vieil ami de la maison du moment qu’il n’avait pas la place d’honneur, il se décida à prendre le bras qui lui était offert et dit à Mme Verdurin combien il était fier d’être admis dans le cénacle (c’est ainsi qu’il appela le petit noyau, non sans rire un peu de la satisfaction de connaître ce terme). Cottard, qui était assis à côté de M. de Charlus, le regardait sous son lorgnon pour faire connaissance et rompre la glace, avec des clignements beaucoup plus insistants qu’ils n’eussent été jadis, et non coupés de timidités. Et ses regards engageants, accrus par leur sourire, n’étaient plus contenus par le verre du lorgnon et le débordaient de tous côtés. Le baron, qui voyait facilement partout des pareils à lui, ne douta pas que Cottard en fût un et ne lui fît de l’œil. Aussitôt il témoigna au professeur la dureté des invertis, aussi méprisants pour ceux à qui ils plaisent qu’ardemment empressés auprès de ceux qui leur plaisent. Sans doute, bien que chacun parle mensongèrement de la douceur, toujours refusée par le destin, d’être aimé, c’est une loi générale et dont l’empire est bien loin de s’étendre sur les seuls Charlus, que l’être que nous n’aimons pas et qui nous aime nous paraisse insupportable.

p. 310 – Sodome et Gomorrhe, II, ii, À la Recherche du Temps Perdu

En este pasaje los personajes son el noble M. de Cambremer, dueño del castillete pero en ese momento invitado por los inquilinos burgueses Verdurin. Tuvieron que alquilar el palacete por… falta de dinero, que parece sobrar a los Verdurin. Los burgueses ven al noble como alguien anticuado, sin gusto. Los nobles a su vez ven a los burgueses como unos ricachones sin estilo. Llega el barón de Charlus (invitado en gran parte por su título por los burgueses que dicen despreciar los títulos); trae consigo a un joven violinista que está haciendo su servicio militar (Morel) que está intentando conquistar (el tema de Sodoma). A Mme Verdurin le parece fantástico que entre un violinista en el «círculo», pues salió antes otro músico, un pianista. Cottard es un médico sumamente arribista, probablemente de origen popular, que cambia por completo siempre que sabe que hay alguien de la nobleza cerca a él; se deshace en carantoñas hacia cualquier persona con títulos. Su tic de nerviosismo es abrir y cerrar los ojos a través de su monóculo; al ver que el barón de Charlus está al lado de él, se desborda en esos gestos. Charlus interpreta mal; cree que el doctor Cottard le está coqueteando; lo trata con desprecio (pues él está en plan de conquista al joven Morel, no le interesa el viejo doctor). El viejo doctor no sospecha ni remotamente la interpretación de Charlus.

Varias capas sociales, varias expresiones tanto de la burguesía como de la nobleza, con sus mutuos desprecios y equívocas carantoñas, con sus cambios de tono al hablar con quienes consideran superiores socialmente pero inferiores culturalmente. La reunión social donde los (burgueses) Verdurin (es decir, donde los (nobles) de Cambremer) dura toda una tarde, dura casi doscientas páginas del libro. Toda clase de insinuaciones sexuales veladas entre distintas personas, con distintos sexos, ocurre bajo la superficie. Pero estas no están jamás aisladas, jamás son crasas. Están entrelazadas con una verdadera sinfonía de frases repetidas, de alusiones, de ubicaciones y re-ubicaciones de clase social, de expectativas en el tiempo (¿cómo hacer que vuelvan los que quiero que vuelvan la otra semana? ¿cómo lograr competir con otro gran salón parisino, sin parecer nunca que lo estoy haciendo?)


4:00 pm. Sentía casi asfixia; seguía fuera, completamente desconectado de computador y teléfono, mirando las flores y los pájaros, el gato y los árboles, perdido en las pulsiones y fluxiones y expectativas a medias engañadas de los personajes de Proust. Sentía miedo por el país.

Las rosas ya envejecidas, ajadas, oxidadas por debajo, con pétalos desgranados, con marcas de los insectos que han pasado por ahí, ejercen cierta fascinación. Uno puede adivinar aún su belleza prístina pasada. Los colores evocan maquillajes de vieja señora, sus estrías evocan manchas rosadas en el cuerpo, hermosos culos viejos, piernas hendidas, senos escurridos; ese esplendor de vejez barroca que siempre permite evocar la frescura increíble del pasado.


… il faut avoir vu le redressement de Cottard (que ses nouveaux malades prenaient pour une barre de fer), et savoir de quels dépits amoureux, de quels échecs de snobisme étaient faits l’apparente hauteur, l’antisnobisme universellement admis de la princesse Sherbatoff, pour comprendre que dans l’humanité la règle —qui comporte des exceptions naturellement— est que les durs sont des faibles dont on n’a pas voulu, et que les forts, se souciant peu qu’on veuille ou non d’eux, ont seuls cette douceur, que le vulgaire prend pour de la faiblesse.

p. 434 – Sodome et Gomorrhe, II, ii, À la Recherche du Temps Perdu

El antiesnobismo surgido de los fracasos de esnobismo, los duros surgidos de la debilidad, la fuerza surgida de la fragilidad.

Hacia las 5:00 pm, cuando estaba yo escondido entre esas fotos y esos textos y el desespero, llegó MC a anunciarme que Gustavo Petro y Francia Márquez habían ganado las elecciones. Yo intenté no manifestar tanta alegría; intenté aguar mi propia felicidad. Casi inmediatamente, me llamó mi hermana. No cabíamos de la felicidad, de lágrimas, de pensar en las posibilidades. El país entero (bueno, una buena parte de este) estalló en un júbilo de esperanza arrollador. El resto ha sido contado. Ojalá no quedemos defraudados. Probablemente sucederá eso. Pero el momento, el desenlace del 19 de junio de 2022, valió la pena vivirlo.

Final de viaje

Cuando fuimos al Guaviare uno de los planes que queríamos hacer era ver el atardecer desde el río, desde el gran Yawari, el Guaviare. Muchas personas habían mencionado ese atardecer majestuoso, y así se adivinó cuando fuimos a cenar el primer día (pero no lo vimos, pues entre la novedad del lugar, el hambre del día, dejamos pasar esa oportunidad). Los días siguientes tampoco pudimos verlo: un día habíamos reservado para ir y preciso cayó uno de esos aguaceros de selva impresionantes. No había manera de ir, no había nada para ver. Otro día nos cogió la hora del atardecer volviendo de la Serranía La Lindosa, y vimos algo de atardecer en la selva y llano desde el campero que nos llevó, pero no desde el río. Y otro día algo pasó que nos impidió verlo.

Parecía que el plan de atardecer sobre el Guaviare iba a quedar entre el anaquel de cosas para hacer en un próximo viaje, pero el último día, el cierre del viaje, la última noche, la oportunidad de ver ese atardecer salió… y estuvo maravilloso.

Ese fue el fin de unas vacaciones muy cortas, muy pocos días en ese lugar tan impresionante. Ahora recordé tantos finales de vacaciones, finales de verano, durante la infancia. Ese atardecer me evocó algo de esa sensación.

Gente que camina – Bíita Kawéni i chajyʉ’ bejnit

La novela Bíita Kawéni i chajyʉ’ bejnit (Gente que camina) de Mariela Zuluaga es una de las obras más singulares y sorprendentes que he leído recientemente. La historia en principio es muy sencilla: Jeenbúdá’ (un joven nukak) atraviesa todo el departamento del Guaviare a pie, a través de la selva amazónica de esa región, en busca del rastro de sus familiares. Pero esa historia que en principio parecería muy directa en realidad se desenvuelve en varios planos superpuestos, como hojas de una superficie constantemente ramificada, en mil residuos y traslapes entre épocas antiguas y el presente de Jeenbúdá’ en su huida/búsqueda por la selva, entre el mundo de sus ancestros y de su formación inicial y el mundo de la Colombia contemporánea, entre los saberes acumulados y transmitidos y la consciencia de lo externo, de la colonización que continúa, y el conocimiento íntimo de esta.

Una novela de caminata a través de la selva evoca de inmediato la travesía de Arturo Cova en La Vorágine de hace ya casi un siglo, pero hasta ahí llegan las similitudes. Jeenbúdá’ no está entrando en lo desconocido como Cova: está, por el contrario, regresando a su mundo conocido después de una salida al mundo externo (no se sabe cuánto tiempo estuvo fuera, pero se sabe que fue en San José del Guaviare que conoció a una mujer rubia, una ka’wáde, como le dicen en idioma nukak a los «blancos» de fuera, a los colonos—se sabe además que estuvo un tiempo viviendo en Villavicencio y que incluso viajó una vez a la remota Bogotá). El regreso se inicia por alguna crisis de Jeenbúdá’ que lo hizo volver primero al resguardo de su familia en San José del Guaviare. Al llegar ahí, en el inicio de la novela, encuentra la casa quemada, rodeada de gente oficial, posiblemente militares, y escapa inmediatamente al ver que va a ser inyectado por unos enfermeros.

Al escapar del lugar quemado, Jeenbúdá’ sabe que debe buscar a sus familiares y se lanza a través de la selva, a través de un departamento tan grande como el Guaviare, hacia el sur-oriente. Poco a poco se va despojando de sus ropas de Villavicencio, de ka’wáde, y va re-aprendiendo los mil y mil detalles de la sabiduría aprendida en la infancia y heredada de sus ancestros.

La selva, efectivamente, es su gran casa, y Jeenbúdá’ como casi último miembro de una etnia nómada, una de las últimas del mundo, poco a poco recupera su saber. La novelista, Mariela Zuluaga, brilla al contar con lujo de detalles la manera como Jeenbúdá’ arma con bejucos su bolsa, se va desprendiendo y limpiando de su comida anterior y re-aprende a cazar micos churucos y a pescar, a preparar el curare y rescatar una cerbatana, a fabricar los dardos con palmas, a observar desde lo alto de los árboles la selva para orientarse, a pintarse el cuerpo para defenderse del acecho de los insectos, a ahumar su comida para conservarla.

Es realmente impresionante cómo a través de tantos detalles del modo de vida de los nukak la novelista logra de manera conmovedoramente convincente armar uno de los mundos de Jeenbúdá’, el mundo del nukak andante, el hombre que camina solo por la selva y no solo sobrevive sino vive plenamente y a sus anchas en ese mundo.

Pero tal vez una corrección es importante en este punto: en realidad, Jeenbúdá’ no se percibe a sí mismo como un hombre solo; claramente va acompañado de los espíritus de sus ancestros desde el mundo de arriba. Sus ancestros que en sueños le revelan o develan o recuerdan aspectos importantes de su caminar, cosas específicas que debe hacer o cuidar. Constantemente esa otra hoja de los recuerdos/sabiduría ancestral está con él. La escritora teje de manera magistral esas dos láminas de la historia de Jeenbúdá’ . Su padre muerto (por las balas, los dardos que queman) hace un tiempo al igual que su tío, su madre sabia (pero destrozada y envejecida en su recuerdo por el cambio a la dieta ka’wáde), sus abuelos que nunca se han ido del todo – todo eso hace creíble y veraz esa travesía por el Guaviare hacia el suroriente.

Una hoja (dolorosa de leer para quienes somos claramente parte del mundo que lleva la colonización brutal, así nosotros mismos no hagamos parte de ella) más: todo lo que Jeenbúdá’ aprendió en Villavicencio y San José del Guaviare, con su novia rubia de tacones altos y perfumes comprados en tiendas. Tiene celular y encendedor; conserva el celular dentro de la selva a pesar de la inutilidad absoluta de ese objeto, y conserva el encendedor por sentido de lo práctico hasta que este deja de funcionar. Tiene pantaloneta y camiseta, de las que se despoja gradualmente. Sus familiares a veces han hecho el oficio de raspar coca para los ka’wáde de la región, y conocen el mundo de los hombres blancos con trajes verdes como la selva, que se lanzan dardos que queman. Esa hoja que me parece dificilísima de tejer en el relato, pero es fundamental y da a Jeenbúdá’ una dimensión adicional muy importante. En un momento, el frío que siente por la fiebre le hace recordar su ida única a Bogotá, mucho más allá de los ríos, el lugar del frío.

Otra hoja, más difícil de atrapar, subyacente, consiste en cierto inframundo nukak que está al acecho y a veces genera desastres. De alguna manera se percibe la presencia de esa especie de infierno en el relato, y ayuda a explicar los miedos y las reacciones. Jeenbúdá’ salta como tigrillo de la selva ante ciertas amenazas, con un brinco que aprendió a dar en su infancia y formación.

Los ríos, la formación de cazadores y de escaladores de árboles de miembros fuertes, la descripción de la conquista de hombres a mujeres en el grupo humano, la visión de Bogotá y el mundo externo casi coherente con cierto punto de vista, es parte de una especie de paisaje de fondo permanente.

En la tercera parte de la novela aparece un plano de San José del Guaviare, ese poblado pequeño al borde de la selva donde estuvimos hace un mes, con su Avenida del Colono, sus bares y plaza con la Tarima de la Palabra… y el Río Guaviare siempre presente. De alguna manera el plano hace parte integral del relato. No solo hay momentos importantes de la vida de Jeenbúdá’ ahí en ese poblado, sino que de alguna manera simbólica es en la novela (y en la realidad) el enlace entre los dos mundos, el lugar de los colonos, sí, pero en cierto sentido (y ojalá por mucho tiempo) el último lugar de los colonos. El inicio de ese otro mundo.

San José del Guaviare (antes llamado Viso-mutop). El final de un mundo, el inicio de otro mundo.

Siento que me quedo corto ante el esplendor de la novela, de Gente que camina / Bíita Kawéni i chajyʉ’ bejnit, de Mariela Zuluaga. Es sencillamente una de las novelas más originales y singulares y poéticas que he tenido el placer de leer en mucho, mucho tiempo.

Caballero: erotismo, muerte, pasión.

He aquí una serie de trinos de estos días:


Hacia 1990, hubo una exposición de esas con rifa de dibujos o litografías de varios artistas. No conozco el contexto exacto. El hecho es que después de vueltas de la vida terminó una litografía de Caballero en mi estudio de Chía (temporalmente). No conozco el título.

Se puede leer como una gigantesca orgía. Pero el dibujo básico, la composición, sugieren además ríos, vórtices, montañas. La dinámica es impresionante.

Vista como «paisaje abstracto» surgido de los cuerpos entrelazados, la litografía de Caballero evoca de manera obvia montañas de por aquí, nudos y ríos y temblores.

También evoca obviamente la larguísima historia de iconografía religiosa: pasión de Cristo en la cruz, San Sebastián, muchos otros mártires. Margarita Kurka-Malagón tiene estudios buenísimos del tema.

Los detalles (la mayoría de estos posts) son increíbles. La composición global es extraña y fuerte. La gente casi no comenta nada cuando la ve (a menos que sean, como Margarita, grandes conocedores de la obra de Caballero y sus muchas lecturas posibles).

Hace unas pocas semanas, decidí fotografiar los detalles de la litografía. Principalmente para entender mejor esa obra que veo todos los días cuando estoy en Chía. Fotografiar detalles, ampliarlos, me ayuda a ver cosas que no son tan fáciles de detectar al ver el conjunto.

Por otro lado, empecé a ver el cuadro un poco más como paisaje abstracto, formado por los cuerpos. He estado dando muchas vueltas por zonas de Cundinamarca en estos últimos meses, y poniéndole mucha atención a los pliegues de montañas, a lo escondido ante nuestros ojos.

El cuadro se lo había ganado en esa rifa mi suegro, hace ya mucho tiempo. Estaba colgado en un muro muy alto, no se alcanzaban a ver los detalles bien. A él y su esposa les encantaba ese cuadro. Otros familiares podían quedar un poco perplejos (un tío se permitía hacer chistes medio flojos pero no particularmente ofensivos, refiriéndose sobre todo a lo confuso de la composición. Preguntaba «¿pero cuál se está gozando a cuál?» Luego, por varios trasteos, muertes, etc. el cuadro quedó medio en bodega.

Hace unos meses organicé mi «estudio de pandemia» aquí en Chía. Una biblioteca, la vista a los cerros, una buena mesa, un vitral que hizo María Clara para su padre y… el Caballero.

El cuadro al quedar a altura de ojos cobró nueva vida. María Clara, mi esposa, me ayudó a verlo como un gran paisaje. Y poco a poco, el cuadro empezó a revelar sus propios detalles íntimos, como sucede con los paisajes de montaña del altiplano. Miles de pliegues que uno nunca había visto. Sucede con los cerros bogotanos. Sucede con los montes de Fonquetá, y con toda Cundinamarca.

El cuadro de Caballero empezó a coger ritmo ante mis ojos, a vibrar como nunca antes.

Entonces decidí fotografiarlo para entender mejor los trazos, las oscuridades, las luces, las tensiones.

Más allá de esos cuerpos evidentemente en gran éxtasis, hay tensión y posiblemente dolor. Tal vez incluso miedo a la muerte, y necesidad de atrapar el instante. No se ven las cabezas; estas están como atrapadas en alguna otra realidad.

Cuando murió Antonio Caballero, recordé esas fotos que había tomado de la obra de su hermano Luis.


Ofrendas, libaciones y respuestas

Cuando un acto lo deja a uno perplejo, cuando una situación escapa a interpretaciones usuales, suele ser útil ir a la etimología. Más aún que el diccionario, la etimología suele revelar conexiones inesperadas y traslapes/traslaciones de significado mucho más ricas que los significados que están a la vista en nuestra miopía usual.

Eso pasó cuando fuimos al espacio Fragmentos recién inaugurado, hace casi tres años. De alguna manera había algo que no lograba yo capturar muy plenamente. La etimología de la palabra fragmento me ayudó a mí a entender de otra manera el significado brutal de ese espacio.

En estos días ha ocurrido (de nuevo) un fenómeno que se ha vuelto recurrente en nuestra época de redes sociales que capturan de manera inmediata, al vuelo, lo que va ocurriendo, y amplifican trozos del tiempo de maneras que a veces pueden asustar mucho a quienes fueron los gestores iniciales de dichos trozos amplificados. (En algunas mentes tal vez ingenuas esa amplificación descontrolada de frases o caras fotografiadas o momentos filmados marca el apogeo de la decadencia cultural; habría que preguntarse qué genera en ellos [sí, casi casi siempre son ellos y no ellas, casi casi siempre son señores blancos con heredada posición social, casi casi siempre son personas que desde cuna se acostumbraron a controlar a otras personas, a los «medios», y hoy entonan ese ronco y destemplado canto de cisne que no invita a ninguna compasión con ellos] ese miedo.)

El fenómeno que ha ocurrido tiene que ver con respuestas dadas al vuelo por políticos, con responsabilidad o falta de esta, y con su amplificación.

Dos ejemplos aquí, uno de hace ya tres años, durante la campaña presidencial pasada, el otro de ayer, al inicio del proceso electoral de 2022 en Colombia.

  • El 8 de junio de 2018, el entonces candidato Sergio Fajardo escribió un trino en el que anunciaba irse a «ver ballenas». Esto sucedió entre la primera y segunda vueltas de la campaña. Fajardo resultó tercero en la primera vuelta, y tomó la decisión de no apoyar explícitamente a ninguno de los dos candidatos que disputaron la segunda vuelta. Pero el tema de fondo que quiero señalar aquí no es esa decisión. Es la frase ir a ver ballenas. Por alguna razón, esa frase quedó fija en el imaginario colombiano, y desde hace más de tres años es recordada por muchas personas, desde opositores políticos de Fajardo hasta gente que sin saber muy bien el origen usa irse a ver ballenas como una respuesta que encapsula el abandonar un proceso en el medio. Un soltar la responsabilidad – un capitán que abandona el barco.
  • El 30 de agosto de 2021, ayer, el candidato actual Alejandro Gaviria alegó estar con sueño y cansado como justificación de una sorprendente entrevista que dio a los medios en la mañana del mismo día. De nuevo, interesan poco aquí los pormenores de esa entrevista (un apoyo a un economista de ética dudosa y políticamente muy problemático). Me interesa la cuasi-ingenuidad de la respuesta de Gaviria. Estar con sueño y cansado es algo que nos sucede a todos los seres humanos, por lo menos una vez al día. Aceptarlo llanamente muchas veces es la mejor explicación posible para no hacer algo que otros quieren que uno haga, o sencillamente justificar alguna respuesta. Pero a veces no: jamás aceptaríamos de un piloto que nos justifique un error de aviación (si llega a sobrevivir) con un estaba con sueño y cansado. No lo aceptamos ni siquiera de un conductor de auto. Algo tan humano y tan común puede ser inaceptable en muchísimos casos. En un político como Gaviria está al borde de lo inaceptable.

Ambas son respuestas plausibles. Otra de esas respuestas (busque en google, dada por Fajardo durante su campaña de 2018) es, de nuevo, algo que muchos hemos dicho mil veces y seguramente diremos muchas más. Para nadie es un secreto que la mayoría de datos están ahí, en la red (a veces un poco más lejos que donde llega google, pero eso es otro tema), y que lanzar preguntas o tener que responder a cuestiones fácticas no es algo que nos guste particularmente a quienes trabajamos primordialmente con el intelecto.

Saber algo muchas veces es tener una idea, una imagen, pero no necesariamente los detalles, aunque sí saber reconstruirlos. Muchos teoremas que conozco bien, incluso teoremas que yo mismo he demostrado, a veces tienen detalles que no recuerdo y que me toca ir a verificar en el artículo o en mis notas o (incluso a veces) en google. Y si un estudiante o colega me pregunta cómo se demuestra tal cosa, dependiendo de lo que sea, mi respuesta puede variar entre dar una idea general, o decir «busquemos en el ArXiV», o decir «espere le pregunto a Misha o a Tapani», pues sé que hay un detalle clave que ellos saben y no está en los artículos, o (si el teorema es más remoto) decir «ni idea; pregúntele a Fulana que sí sabe». Incluso sucede con frecuencia que después de dada mi respuesta, unos días después me asalte una duda y escriba yo un mensaje a quien preguntó «mejor ensaye tal camino que le permite evitar tal trozo engorroso de la otra idea».

Al responder nos tomamos los académicos el tiempo de pensar, y muchas veces preferimos la respuesta honesta incompleta a una «respuesta» rápida pero deshonesta y supuestamente completa. Aprendemos a desconfiar instintivamente de respuestas demasiado inmediatas – esas las dejamos para otra gente, para quienes gustan de programas tipo Quién quiere ser millonario. Desde nuestra más temprana formación nos han inculcado nuestros mejores maestros el valor enorme de la duda y el cuestionamiento, y nos encargamos de re-instilar esa duda en nuestros mejores estudiantes.

Pero la respuesta que da un político (o la de un piloto, o incluso la nuestra al manejar un carro o salir a la calle en un lugar atestado de gente) es otra cosa. Me preguntaba yo qué pasa con respuestas como las de los ejemplos de Fajardo y Gaviria, por qué generan tanta inconformidad y desazón, por qué terminan siendo replicadas, aumentadas, avvilite e calpestate, por tantos trinos y voces. Por qué la respuesta perfectamente legítima en clase de teoría de modelos se puede volver absolutamente absurda durante una entrevista o en un debate electoral – así como la rapidez necesaria al pegar un timonazo respuesta a alguien que se atraviesa mientras uno maneja un carro puede ser totalmente ridícula en una discusión académica seria.


Respuesta / responder viene de re- y spondere. El verbo spondere / spondeo en latín significa «comprometerse con algo», garantizar, hacer votos. De ahí provienen palabras como esponsales y esposo/esposa, y es clara la conexión con responsabilidad. El origen proto-indoeuropeo parece ser spondéyeti (hacer un ritual), de donde viene el griego antiguo σπένδω (hacer libaciones). La palabra inglesa sponsor proviene de ahí también: el patrocinador o garante de algún proceso.

Tal vez lo más bello de esa rama indoeuropea es su inicio en las libaciones y ofrendas. Uno no se puede dar el lujo de hacer mal las ofrendas a los dioses. Capítulos enteros de la historia de la humanidad han sido interpretados a lo largo de muchos milenios precisamente en términos de libaciones mal ofrecidas, de spondéyeti mal recibido.

En el mundo actual todo eso se juega de nuevo. El público que retuitea ad infinitum una «respuesta» mal dada, una percepción de no estar al frente del juego de la manera correcta (como el piloto que no está pendiente en el momento crucial) está jugando exactamente el mismo papel que el dios que decide recibir la oferta de Abel a expensas de la de Caín, o del dios griego ofendido por falta de responsabilidad percibida.

Al igual que el dios que no recibe ofrendas agrícolas (de Caín) y prefiere el jugoso y grasoso asado (de Abel), el público es muy injusto. Pero esa injusticia no quita a esos políticos (por muy académicos que hayan sido; el caso de Sergio Fajardo es el de alguien que hizo matemáticas a muy alto nivel) la obligación de responder dentro del juego en que se supone que están.

Libaciones al dios Baco

shifting/blurring (Janus)

I made a personal (photographic) record of life in 2020, before March and after March. The “video” really consists of impressions, photos taken here and there, between January 1st and early December 2020. It does not offer a wide perspective, nor a reflection on the pandemic, nor anything of that sort. It rather explores the two-faceted aspects of this strange year, and (perhaps) the passage of time.

Here:

sobre el 9.9 bogotano

Hoy en clase de 9 am me quedó difícil empezar sin referirme de alguna manera a los eventos brutales y trágicos de anoche en Bogotá. En ese momento aún no había parte oficial, pero ya sabemos que fueron diez las personas asesinadas por balas de la policía, y más de cien los heridos.

Por balas.

De la policía.

No hay justificación de algo así, no hay nada que excuse a esos policías.

En clase algunos estudiantes plantearon la importancia de posiciones en contra de la violencia. Y estoy de acuerdo con ellos en la idea de no-violencia; sin embargo, es imposible ante lo de ayer callar. Es imposible aceptar que personas en quienes la sociedad ha confiado armas para que nos protejan terminen atacándonos. Y sobre todo, es imposible equiparar. La situación es totalmente asimétrica entre la policía y la ciudadanía. El minuto de silencio por las víctimas, en clase, fue un gesto muy pequeño, tal vez, pero era lo absoluto mínimo que se podía hacer por respeto hacia ellos (y finalmente, hacia nosotros mismos).


Mi amigo en twitter Juan Rafael Martínez Galarza, astrónomo en Harvard, escribió un post (público) en su página de facebook. Me parece muy apropiado para ir apuntalando conceptualmente nuestro entendimiento de lo que está ocurriendo. He aquí el post de Juan Rafael:

Desde el punto de vista moral hay una gran diferencia entre quien actúa con violencia movido por la indignación de haber sido despojado y maltratado, y quien actúa con violencia en flagrante abuso de poder. Que los dos merezcan sanción no significa que sean equiparables. Por eso creo que esos llamados ecuánimes a rechazar toda violencia son injustos, violentos ellos mismos, ciegos, carentes de solidaridad, interesados. Estamos en una situación en que un cuerpo armado del estado ha asesinado ciudadanos. No podemos caer en el facilismo de imponer a quienes reaccionan a esa violencia oficial (gente que por lo general la ha soportado antes) el mismo grado de culpa. Deseo justicia, deseo también el cese de la violencia. Pero eso empieza por aceptar que hay un desbalance entre quienes hacen uso de la fuerza oficial y quienes usan la violencia para resistirla. Aceptar ese desbalance no es proponer impunidad para los últimos, sino justicia. Para muchos eso parece ser fácil de entender cuando se trata de solidarizarse con víctimas de violencia racial en USA pero dificilísimo cuando se trata de solidarizarse con víctimas de una violencia social igual de longeva y de profunda, como la que hay en Colombia. A propósito: el vínculo ideológico entre los policías rasos en EEUU con esos valores racistas que defienden (y que los han protegido) es mucho más profundo que el que une a los policías rasos de Colombia con unas estructuras de poder que también a ellos les han fallado. Pilas.

A las fuerzas del extremo centro preocupadas por cómo esto puede impulsar a Petro les doy un consejo: ¿quieren eso votos? Pónganse del lado e la ciudadanía. Dejen de equiparar los crímenes de estado con la reacción legítima de una población ya bastante golpeada por la miseria y la injusticia. A la gente, más allá de su pasado guerrillero y del sofisma del castrochavismo, le atrae la idea de que Petro esté de su lado. Hay maneras de ponerse del lado de la ciudadanía sin caer en prácticas populistas. Háganlo, y gánense los votos, incluido el mío, en lugar de lamentar daños materiales ante la sangre derramada. Pero si estar en el centro significa no tomar partido en una situación tan clara de injusticia social, entonces al menos acepten su responsabilidad en el ascenso de personajes populistas y no pretendan que Petro es popular por arte de magia. Por mi parte, si en 2022 de nuevo tengo que escoger entre Petro, a quien las riendas del establecimiento tendrán de todas maneras bastante limitado, y esta cofradía ruin de sátrapas insensibles que es el uribismo, pues mi decisión está clarísima desde ya, como lo estuvo en 2018. Ojalá no sea el caso.

Juan Rafael Martínez Galarza, en facebook.

Ver esta lista (incompleta) es algo muy fuerte:

  • Javier Ordóñez, 44 años. Asesinado en Villa Luz por la policía el 8.9.20.
  • Julieth Ramírez, 18 años. Asesinada en Suba por la policía el 9.9.20.
  • Jaider Fonseca, 17 años. Asesinado en Verbenal por la policía el 9.9.20.
  • Germán Smith Puentes, 25 años. Asesinado en Suba por la policía el 9.9.20.
  • Julian Mauricio González, 27 años. Asesinado en Kennedy por la policía el 9.9.20.
  • Andrés Rodríguez. Asesinado por la policía el 9.9.20.
  • Angie Paola Vaquero, 19 años. Asesinada por la policía el 9.9.20.
  • Cristian Hurtado Menecé, 27 años. Asesinado por la policía en Soacha el 9.9.20.

tres días en ese otro mundo / crónica en reverso

No es fácil hacer crónica de este momento. Lo que he visto hasta ahora corre como hojas llevadas por el viento: ya el ensayo de Arundhati, que hace menos de un mes era de lo mejor para describir la época, es obsoleto y avejentado. Y eso sin hablar de los mil veces más obsoletos y avejentados “ensayos” de Zizek, Han y demás señores comentaristas de la época (no quiero [ab]usar de la palabra llamándolos filósofos).

Examino días anteriores. Solo tres días anteriores. Y lo que veo sirve (al menos para mí) como una especie de crónica en reverso – mal cronicada, obviamente, sin ningún intento de control temporal. (Sí, parece que no logro hacer nada por ahora con el maravilloso curso de Sinar… ese curso de crónica en la segunda semana de marzo, en un pasado que parece casi tan remoto como la infancia mía…)


Va entonces ese autoexamen / (pseudo-)crónica en reverso.

Cada vez gente más cercana… un amigo y profesor de Jouko, en Noruega.
Esto obviamente no es posición oficial en muchas universidades. Pero se está discutiendo seriamente.
De un curso que me trae felicidad.
Y de lo más bello que uno puede ver: cine de Pasolini.
Simple y obvio. Pero hay que decirlo. Los políticos no entienden este hecho simple.
Claro, la digitación es difícil. Pero la transcripción de Kempff es buena y se deja. Las voces internas son – me decía alguien – como la voz del corazón de uno mismo. He sentido que me congelo por dentro, de verdad.
Ole sí, qué mamones. Por mí que los estudiantes estén en su bañera (si es que tienen) o felices en su cobija con un buen café. Si les pregunto y contestan algo razonable tengo más que suficiente. ¿Por qué será que hay gente tan insensible?
Bueno, esto se aplica a tantas cosas… Es una de las razones que me han llevado a donde estoy – para mi propia incomodidad y felicidad.
Fernando Zalamea ha sido un amigo, casi un hermano mayor, en estas circunstancias. Ir a sus clases de los miércoles ha sido increíble, y participar de las tertulias con él y con Alex Cruz. Es ejemplo de cómo ir guiando a la nueva generación, exigiendo mucho y a la vez siendo brutalmente generoso. Al leer su mensaje a los alumnos, veo que Fernando entiende seriamente la gravedad impresionante de este momento, nuestra a la vez ínfima capacidad de acción real e infinita responsabilidad.
(Alguien así requiere una universidad muy libre y muy seria.)
Otro. No llevo bien la cuenta. Pero es duro ver esto.
Purcell, Dido and Aeneas. Esta versión es maravillosa. – Tengo un recuerdo muy bello del concierto de Alfonso Correa con esa orquesta de estudiantes de la Universidad de los Andes – que tocaban violín con vibratos decimonónicos muy chistosos. Parece que Alfonso les estuvo tratando de explicar cómo era la cosa en tiempos de Purcell…
Sí: L¹_\kappa.
Una charla preciosa – otro de esos momentos nuevos increíbles.
Obviamente insuficiente. Pero por fin se están espabilando las empresas de este país.
Este tuvo muchos retrinos, muchísimos likes. Creo que todo el mundo, en medio de esta pandemia, cree alguna variante de esta frase.
Toca hacerle algo de propaganda a la versión virtual de nuestras tertulias…
Yo no debería quejarme por la propaganda gratis que le hacen al senador (y precandidato) Petro. Menos ahora que está en situación difícil. Aunque miles de veces me ha parecido una persona afectada por un gran ego, también me parece que en la campaña de 2018 era el único candidato que parecía entender que ya no estamos en el siglo XX, el único que trajo problemas serios del país y del mundo. Que tenga ego inflado es mamón. Pero de verdad, no hay mucho más. Ojalá llegue algún día a la presidencia, o llegue alguien por lo menos tan bueno.
ah… el sabor dulzón de los tomates cocinados en pancetta…
cada cierto tiempo, esos números – y las imágenes horrendas

No sé cómo veré más adelante esta época. Alguien preguntaba si era una época feliz, y pues a quienes dijeron que sí les cayeron (pues claro: no es una “época feliz”; es una época muy difícil y triste en muchos sentidos). Pero que tiene momentos felices, pues claro que los tiene. De hecho, este minimalismo de no viajes, no salgas, no corras, no montes en bicicleta nos ha obligado a todos a buscar el momento simpático por donde esté. ¡Pero cómo me hace falta la bicicleta, sí!

sobre un párrafo de NGD

Juan Fernando Mejía me ha enviado una página (maravillosamente subrayada, visualmente muy llamativa) de las Notas de Nicolás Gómez Dávila. En esa página hay un párrafo muy cargado de lecturas posibles, muy preñado de significados (aludidos, insinuados):

La página 343 de las Notas en la edición de Villegas es interesante por muchas razones, más allá de ese párrafo central sobre las matemáticas. Quedo sobre todo con muchos interrogantes, muchas dudas que planteo primero que todo a Juan Fernando – y naturalmente a quien quiera que se interese por los temas mencionados en ese texto.

Empiezo por los párrafos anteriores, los más subrayados por Juan Fernando.

Ninguna época es más rica que la nuestra en enseñanzas religiosas.

No tengo mucho qué agregar. Es imposible no estar de acuerdo, casi a priori, con Gómez Dávila en este punto. Uno de los temas más centrales de la cultura global del siglo XXI, como bien lo ha señalado otro filósofo de apellido Mejía, el ahora rabino Juan Mejía, es precisamente la cuasi-omnipresencia de variantes de la religión en el mundo actual, la definición de nuestras guerras culturales justamente en términos que funden lo religioso con lo “cultural” de maneras que tal vez logró vislumbrar con lucidez Gómez Dávila.

Negar en 1920 o en 1950 la preeminencia de lo religioso podía ser cómico a los ojos de alguien como Gómez Dávila, pero mentes también lúcidas de esa época lo hacían y lo justificaban en una finalidad (¿hegeliana? ¿marxista? ¿sencillamente kantiana?) de la historia y una racionalización de esta. Las excepciones (muy ilustres – Lévinas, Gómez Dávila aquí, y tal vez de manera muy extrema Simone Weil, Leibowitz) provenían o de pensadores que veían el racionalismo brutal (excesiva confianza en la razón, nos dice NGD precisamente en el tercer renglón de esta página 343 de sus Notas) presente en el catolicismo – en cierto catolicismo intelectual, o de pensadores que sabían la importancia arrasadora de lo místico (Simone Weil es uno de los casos más extremos). Negar en la primera mitad del siglo XX esa preponderancia era en todo caso la respuesta más común, más natural tal vez.

Negar en 2019 la preponderancia de lo religioso es casi imposible. Buscar sostener (como tantas veces lo intento) posiciones genuinamente a-teas o agnósticas o sencillamente ignorar a secas la cuestión religiosa, en 2019, es difícil. La realidad política, social, cultural del momento obliga a cualquiera que se preocupe por lo que está pasando en el mundo a no ignorar la cuestión. (En mi caso particular, he intentado mantener una posición distante de toda religión organizada, y cercana tal vez a la idea spinoziana de «Dios»; sin embargo, muchos atisbos de luz que he logrado han tenido lugar en conversación con rabinos (entre ellos Juan Mejía y sus parashot ha-shavua, sus «homilías» semanales).)

Y luego, el párrafo sobre las matemáticas en esa página, aparentemente invocadas fuera de contexto justo después de los párrafos iniciales sobre las enseñanzas religiosas:

Es radical NGD aquí: «nada es más exclusivamente propio al espíritu que el raciocinio matemático».

La primera pregunta que me hago al ver una frase así es: ¿a qué tipo de matemática se podría haber estado refiriendo Gómez Dávila? ¿qué tipo de matemática había tenido la fortuna de aprender formalmente? ¿qué tipo de matemática habría aprendido más como tema de su curiosidad cultural? ¿habrá alguna vez ensayado su pluma, su tablero, en una demostración propia de algún teorema, en la formulación de alguna teoría, o sencillamente en el trazar la equivalencia entre dos nociones?

Pero esas son preguntas iniciales, tal vez necias, de quien vive sumergido en un hacer, en un pensar, en un transmitir, en un aprender (frustrantes, como siempre lo es la matemática y como aprendemos a apreciar).

Más allá de la frase (que naturalmente resuena de manera muy fuerte con inquietudes propias), me preocupa que no sea obvio para casi todo el mundo, y sobre todo que no sea obvio para algunos matemáticos esa conexión entre el raciocinio matemático y «el espíritu» que con claridad meridiana expresa Gómez Dávila.

Precisamente hoy veía un video (muy interesante, por otras razones) de un matemático londinense que intenta promocionar una manera de hacer matemática verificada por computador, usando un lenguaje llamado Lean que le permitió formalizar recientemente uno de los logros más impresionantes de la matemática contemporánea, de la matemática de esta última década: los «espacios perfectoides». Ocho meses de trabajo arduo, 10.000 líneas de código, el trabajo de dos matemáticos profesionales y un postdoc para lograr… expresar una definición de espacio perfectoide en Lean. Más allá del tour de force obvio, está la pregunta de verificabilidad de la matemática y del temor de imperfección de muchos. Lo más aterrador del cuento es el final del video. Cuando el público le pregunta duro (y lo medio acorrala), el autor de ese código-definición de ocho meses y 10.000 renglones suelta su frase clave: I am a formalist. I don’t care about beauty, I care about correctness only.

El lugar del «espíritu» que reivindicaba NGD intenta ser brutalmente desplazado por ese matemático contemporáneo, y hace un llamado a las generaciones futuras a seguir ese «camino muy natural» abierto por su código.

Otro canto nos viene de Simone Weil. Si hay alguien que de alguna manera hizo concreto lo que NGD lacónicamente expresa en su frase, si hay alguien que en pleno auge y furor de materialismos adoptó una postura muy radicalmente mística y puso a la matemática en pleno y absoluto centro de su búsqueda del lugar del espíritu, esa fue Simone Weil, la hermana del impresionante matemático André Weil.

Es imposible no escuchar ecos de Simone Weil en las frases (tal vez demasiado cortas) de Gómez Dávila. Es imposible no evocar sus propias evocaciones (o no entonar sus propias entonaciones) de su paso y lidia y lucha con la matemática en sus años formativos, de la sed y frustración y dureza y sabor de piedra que le dejó la matemática en su camino al misticismo, a uno de los máximos misticismos del siglo XX.


Addenda: Mañana viernes a las 16:30 en la Cinemateca Distrital daremos con Ana Ruiz un «performance» (no encuentro mejor palabra) llamado Posponer la Emergencia, dentro de la Cátedra Performativa Geometrías ardientes asociada al 45 Salón Nacional de Artistas. Será (dice la descripción) un Performance-Diálogo entre lenguajes matemáticos y musicales. De alguna manera creo que algunos de los temas que (brevemente) dialogaremos (entre una violinista y un matemático) están entrelazados con los temas que evoca el pasaje de Nicolás Gómez Dávila.


Gracias, mil gracias, a Juan Fernando Mejía, por enlazar esa página. Sigo pensando en los múltiples significados (posibles) de esas frases.

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This had indeed the look of a universal tree, or so my friend told me (and convinced me). A couple of small lime trees (or was it orange trees?) in El Ocaso (that marvel of a place of dreams), on the Western slopes of the Eastern Colombian Andes.

My friend, the friend whose eye made me see the universality of those lime trees, is a painter, born in 1930 in Chicago, of a Czech family (father born with the century in Vienna, escaped the Austro-Hungarian empire’s and the impending draft of Czechs in Vienna, only to fight at the end of WWI back in Europe, in France – and then go back to America and have two sons – one who fought in the Pacific in WWII, the other one, my friend, in Korea). Don Kurka, the younger of those two brothers, a youthful person at age 88, has a marvelous eye for many things here in Colombia.

I took 111 photographs and sent them to Don. Only 16 survived his sharp eye. I added two that I could not really throw away…

Coda. We have been watching the Israeli series When Heroes Fly… we were extremely happy with Shtisel; this one is perhaps more standard, less unique, but there are two aspects that make it really nice for us to watch: it is made both in Israel and in… Bogotá. Many locations in Bogotá are actually very close to where we used to live (in La Macarena), where we now live (in Chapinero) and of course there is a lot of La Candelaria. There are Israeli and Colombian actors. BUT the crown, the reason I mention it here is that starting in Episode 4, the “Israeli heroes” travel to “The Jungle near Bogotá”. Well, that jungle near Bogotá, or whatever they call it, is… El Ocaso, La Esperanza. So, all these images of the universal tree – the series has shown a lot of that also.

Caminar sobre Fragmentos

El verbo original es frangere, romper, partir. La obra de Doris Salcedo se llama fragmentos, una de las palabras derivadas de frangere. Partir, quebrar. Otros derivados en nuestra lengua de frangere incluyen palabras como infringir (quebrar un contrato, una ley), naufragio (el quebrarse la nao), frágil, fractal, fracción. Derivados menos obvios como sufragio o refrán. Primos lejanos (pues la raíz original original indoeuropea es bhreg, de donde vienen los brekan, break de la rama germánica o el fregi, pasado de frangere en latín).

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El espacio hace ahora parte del Museo Nacional, y durante 52 años será lugar para intervenciones/obras que tengan que ver con el conflicto con las FARC, con esos 52 años. El suelo del espacio son los fragmentos de las antiguas armas de las FARC, y en las paredes (por ahora vacías) habrá proyecciones de video, cuadros, etc.; dos veces al año será cambiada la instalación. La próxima, dentro de seis meses, estará a cargo de Clemencia Echeverri y de Felipe Arturo.

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La obra de Salcedo es muy fuertemente catártica. Uno no sabe exactamente qué esperar. Pero al caminar sobre los fragmentos (cuadrados puestos pero no soldados) y sentir que se mueven levemente esos cuadrados, que siguen siendo fragmentos ligeramente sueltos, queda la sensación muy poderosa de poder caminar sobre las armas. Poder sobreponerse, en sentido físico y muy literal. Sobre/Ponerse.

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Los cuadrados siguen moldes que fueron martillados por mujeres víctimas de violaciones durante el conflicto. Martillar también debió ser una catarsis muy fuerte para las mujeres. Quedan huellas, heridas, cicatrices, en esas placas (hay 30 moldes distintos, 1800 placas en total). A medida que uno va absorbiendo el lugar, caminando, empieza a descubrir más y más relieves sutiles, más y más heridas. Por momentos la superficie de las placas evoca planchas geográficas del relieve colombiano (aunque aplanado). Eso es: armas del relieve colombiano, afortunadamente aplanadas pero con los contornos de las heridas que martillaron las mujeres.

Hablé con dos policías que se estaban tomando fotos el uno al otro en ese espacio. Les pregunté qué sentían, qué pensaban del lugar. Me dijeron que les impactaba muchísimo. Que ellos habían hecho parte de los diálogos desde el principio, que la cosa había sido muy difícil. Pero que toca apoyar este proceso, como sea. No les tomé fotos.

La experiencia de caminar y volver a caminar sobre esas placas es a la vez opresora y muy liberadora. No me queda fácil expresar por qué. Era feliz yo al caminar y saber que las armas que mataron o amenazaron o amedrentaron a tanta gente estaban ahí, literalmente bajo mis pies. Que podía si quería pisotearlas con rabia. Que podía calmarme caminando ahí. A la vez es liberador y opresor ver las heridas tan sutilmente marcadas.

Al principio vi mucho menos el relieve. En un momento dado se me tornó más y más fuerte el relieve sutil, más y más vertiginoso.

Fragmentos – fragilidad – infracción – refrán – sufragio – naufragio – brekan – break. Todas esas palabras tienen significados ahí también, si uno quiere verlo así. Todas son fragmentos de la misma palabra original.

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Vasos comunicantes: ROMA.

Click here for a version in English of this review.

Sergio Pitol al describir lo esencial de la novela rusa del siglo XIX usó la palabra polifonía. Aunque mucho se ha escrito acerca de las novelas de Tolstói, de Dostoyevski, de Gógol, el uso del concepto polifonía por Pitol me sorprendió, al pensar en lo específico de las novelas rusas. Pitol pasa entonces a describir las multiplísimas voces que se escuchan en esas novelas. Voces de la acción principal, claro, pero también una cantidad de voces al fondo, comentando, contradiciendo, repasando el momento histórico, hablando del siguiente baile en la corte. Voces. Superpuestas. Pitol lo achaca a la estructura de esos palacios o apartamentos, habitados por muchos familiares y siervos, con divisiones delgadas entre cuartos; apartamentos donde las peleas y eructos del vecino se escuchaban siempre, donde siempre se escuchaban los gemidos de placer cuando hacían el amor en los cuartos de al lado o las escenas conyugales, los nacimientos y las llantos por muertes, la vida entera.

Tal vez la primera impresión al ver ROMA, la de Cuarón, es análoga. Ha sido descrita por Magola Delgado como muchas películas en una. No solamente muchas historias superpuestas, sino realmente muchas películas puestas juntas en una sola, como si la transparencia increíble del blanco y negro, la ausencia de opacidad lograda mediante la ausencia de color lograra la primera magia: comunicar las “superficies” de las muchas películas en una sola, mediante vasos comunicantes / pasajes / singularidades / transparencias.

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El rol de las ventanas en la película hasta ahora no lo he visto en comentario escrito. María Clara, que siempre es sensible a esos temas, me lo hizo notar desde la primera vez que la vimos. Las ventanas, la mirada a través de las ventanas, es casi un personaje de la película. También las múltiples simetrías formales (como las manijas en la foto, o la presencia del avión reflejado al inicio y visto directamente al cierre de la película).

Constantemente estamos pasando de un paraje de la memoria a otro, como en una realidad medio soñada, medio irreal pero vuelta mucho más real por esa posibilidad de vasos comunicantes entre distintos tiempos. La metáfora del güerito, el niño menor, constantemente hablando de vida adulta en pasado, es la metáfora de la película ahí también.

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Hay muchos momentos de “cápsula del tiempo” en la película – un poco como en la otra película del espacio que van en familia a ver. En un carro van, con el chofer de la familia, atravesando una manifestación de estudiantes, histórica, antes de tornarse violenta ésta. El carro anda despacio, y la transparencia de nuevo se abre para evocar las durísimas manifestaciones de los años 70 en América Latina (en la de Corpus Christi en 1971 en México mataron a más de 100 manifestantes), pasan al lado de policías preparados para pegar duro, y luego llegan a una tienda de muebles a… comprar una cuna.

La cotidianidad, la familiaridad de esa tienda (que podría ser en la Calle 26 de Bogotá de los años 70) y la calle afuera al tiempo me trajeron memorias muy fuertes de mi propia infancia (yo tenía dos/tres años en la época de esos eventos) en un lugar cercano a la Universidad Nacional en Bogotá. Desde el apartamento, tercer piso, se podía ver a la policía de Colombia persiguiendo a los estudiantes en desbandada por una carrera paralela a la 30. Más de una vez algunos estudiantes se refugiaron en casa de mis padres.

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En la película la situación llega a ser más trágica – afortunadamente en lo que tuve que presenciar en esos años no llegué a ver disparos, pero sí vi policías armados golpeando a los estudiantes, claro que sí – y supe del miedo de mi madre al saber que a Química (donde estábamos) se podían entrar en cualquier momento los policías.

Sí – polifonía era para Pitol la palabra para la novela rusa. Aquí sería algo así como poliiconia, como muchas imágenes al tiempo, superpuestas pero no de manera física sino comunicadas mediante transparencias, como un haz de espigas desplegándose.

Una de esas muchas películas, una muy importante, es la de Cleo. La historia de Cleo, la primera película que la gente ve en ROMA (y que a algunas señoras emperifolladas torpes de entendimiento en el cine bogotano causó rabia – salieron diciendo “qué horror una película en honor a la empleada de la casa”), la que molesta a algunos por “condescendiente” y fascina a otros. A mí la historia me pareció contada de manera directa y llana, y espléndidamente actuada. Los reseñistas gringos se ponen bravos porque Cleo “no habla” (lo cual no es cierto; habla mucho, pero con su amiga Adela en mixteco) y no está “empoderada” (pero habría sido falso el recuerdo si hubieran puesto a Cleo como una mujer del siglo XXI).

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Las miradas de Cleo son otro de los vasos comunicantes de la película. El temor ante el futuro, la comunicación con los niños, la mirada de entendimiento tácito con la otra mujer, la madre de la familia, los silencios y los gestos. Todo eso hace parte orgánica del recuerdo de quienes nacimos en América Latina en los años anteriores a 1970, dolorosamente. La película lo pone ante nosotros sin emitir palabras.

Hay escenas misteriosas en la película. Una de esas es, durante un incendio en una finca en Año Nuevo, el gringo disfrazado de monstruo cantando borracho una balada en inglés. Presiento alguna referencia a algo ahí; la borrachera de Nerón mientras Roma se quema, alguna metáfora a Estados Unidos. Misterio (para mí). Otra es en Ciudad Neza (Netzahualcóyotl, la Ciudad Bolívar de Ciudad de México, parte del cinturón de miseria común a todas las grandes urbes de América Latina). Al llegar, lanzan a un hombre como un cohete en un espectáculo de circo de barrio…

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en una imagen poderosísima y cargada de algún significado metafórico. Es la época de las películas de viajes al espacio, de los Apollos visitando la luna, los hombres gringos o rusos perdidos en el espacio. En ese barrio de calles de barro esa imagen del hombre disparado parece algún homenaje al Fellini de Amarcord o de La Strada, traspuesto a Neza y visto (de nuevo) desde la lejanía del recuerdo reconstruido, desde el vaso comunicante, la singularidad de cierta incoherencia.

Mientras tanto, Cleo está buscando a su novio Fermín desaparecido—desaparecido al contarle Cleo que será padre. Fermín el practicante de artes marciales de Ciudad Neza, que salió huyendo de un cine cuando Cleo le contó que “tenían encargo”, que estaban esperando a un hijo.

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Desaparece Fermín (que solo conocíamos por su escena memorable meses antes—desnudo haciendo movimientos de kendo con una vara arrancada de una cortina en un hotel y contando a Cleo su historia: muerta su madre, lo llevan a vivir a Neza y lo salvan las artes marciales de la delincuencia…

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… mientras de nuevo las ventanas del hotel y el espejo nos dan ese doble reflejo del mundo (la fotografía es impresionante ahí – no es solamente la corporeidad de Fermín, el encarnar su ser de manera tan directa, sino el reflejo de todo un universo ahí en esas ventanas)).

Fermín (que todo el mundo parece odiar, pues encarna el machismo más básico – muy agresivo con Cleo cuando esta le cuenta en Neza que están embarazados) en realidad es una víctima doble. Crece en un lugar desgraciado de América Latina y realmente encuentra en la práctica de las artes marciales, como tantos jóvenes del mundo, una salvación… para ser luego usado por el mismo gobierno mexicano como fuerza de choque contra los estudiantes. Fermín encarna la historia de tantos paramilitares de América Latina, de tantos guerrilleros o militares que encuentran un respeto a sí mismos en la práctica de artes marciales – pero terminan siendo convertidos en máquinas de muerte por el mismo sistema que generó (genera) las Ciudades Neza de América Latina.

La muerte aparece en varios momentos, con fotografía muy anclada en la gran tradición de México, en Juan Rulfo y Tina Modotti. En uno de los momentos centrales de esa película que no tiene momento central único (pues son muchísimas películas comunicadas) aparece esta escena casi aislada del resto, casi sin comunicación con nada…

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… casi sin comunicación con nada pero a la vez con todo. La abuela, Cleo y el chofer salen de la tienda, no ven este primer plano pues están viviendo su propia otra película en paralelo… y México en 1971 está viviendo desangres como este.

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Una historia muy personal (y que no sucedía en todas las familias) es la solidaridad entre dos mujeres, las dos mujeres principales, la señora Sofía y Cleo – ambas abandonadas, aunque de maneras distintas, por sus hombres. Pese a las diferencias de clase inmensas entre las dos, hay un vínculo de cierta empatía entre ambas.

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En muchas familias latinoamericanas la reacción inmediata en esa época habría sido expulsar a Cleo apenas esta cuenta que está embarazada. De hecho, es lo primero que pregunta Cleo—¿no me va a correr? Hay cierta sutileza en la respuesta y un entendimiento de la situación de Cleo; tal vez causada por el saber que su esposo la había abandonado.

Era tan común tanto la primera como la segunda historia—esposos que se “iban a Quebec” a congresos para nunca volver (en mi familia no inmediata sucedió algo similar, y los hijos quedaron con traumas fuertes), empleadas que quedaban preñadas por sus respectivos “Fermines”, que aquí la parte de memoria es realmente directa y tal vez menos mediada por las ventanas y reflejos.

Fernando Zalamea ha escrito inmensas páginas sobre otro tipo de vasos comunicantes en el cine, en Tarkovsky — y en la matemática, en Riemann o en Grothendieck. La película es manifold, es multiplicidad/variedad repleta de pliegues, memorias de otras películas (¿cómo no pensar en Buñuel al ver a los ricos de la finca disparando al vacío, siendo el vacío?…

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… ¿cómo no recordar escenas similares vividas en fincas donde primos ricos en épocas de infancia?), repleta de ramificaciones, de singularidades que intercomunican distintas películas independientes – pero que Cuarón logra mediante sus ventanas, reflejos y ojos—la mirada de Cleo sobre todo, y repleta de escaleras espléndidas (las de la casa y sobre todo las de la hacienda, que conectan el mundo “de arriba”, de los ricos y sus pistolas y su whisky y sus cigarrillos y sus criadas, con el “de abajo”, el del pulque y las historias de los ejidos y la música popular).

Pero sobre todo, ¿cómo no soñar con esta imagen? (Tal vez la más emblemática: ¿las cabezas conectadas, el niño que recuerda y la mujer que quiere estar muerta, los techos de Roma y la ropa como un haz de transparencias – lavada de las miserias humanas que se adivinan, las secreciones, sudores y humores de nuestra condición humana en manchas en calzoncillos y medias y brasieres – y la luz difusa infinita?)

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Medellín en el León de Greiff

El miércoles pasado, dentro del contexto de la celebración del cumpleaños 151 de la Universidad Nacional de Colombia, tres medellinenses brillantísimos estuvieron en el Auditorio León de Greiff y compartieron con el público algo de su arte.

Tuvimos el placer de escuchar en tres horas de maravilla a Jesús Abad Colorado, Teresita Gómez y José Luis Correa. En una de las obras los acompañó la clarinetista francesa Iris Zerdoud.

Jesús Abad Colorado trazó un arco narrativo muy poderoso, que incluía desde su propio origen (su abuelo degollado por ser liberal en 1960, su abuela que muere de tristeza poco tiempo después) ligado a la Universidad Nacional (su padre llega a Medellín y la Universidad lo contrata como obrero; Abad Colorado se reclama hijo de la Universidad Nacional y tiene toda la razón, pues el salario de su padre en su infancia, su recuerdo de primeras lecturas en los muros con reclamaciones estudiantiles en la Sede Medellín) para pasar a hacer preguntas durísimas a través de su fotografía.

¿Qué hacer con un país que no entiende cómo construir la paz?

Su conferencia estuvo centrada en los campesinos de muchas regiones de Colombia, los que realmente han sufrido la guerra, la gente de Bojayá o los padres de soldados asesinados – la guerra que finalmente es fratricida (soldados de los tres ejércitos prácticamente hermanos, todos hijos de la misma clase social). En un momento dado puso esta foto de un tablero de una escuela rural que había sido bombardeada (y justo antes aparecían las botas de los soldados muertos en ese ataque).

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Historia de Caín y Abel. Foto: Jesús Abad Colorado

La charla termina con una historia de una mujer desmovilizada de la guerrilla FARC que Abad fotografió, en parte por azar, antes de su entrada a la guerrilla, durante su estadía allá y después de su desmovilización. Es una historia de esperanza y zozobra.

Muchas fotos me impactaron. Esta con los desmovilizados de las FARC yendo en balsas por uno de esos ríos increíbles de Colombia hacia uno de los puntos de concentración durante el proceso de paz me impactó muchísimo:

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El testigo – Jesús Abad Colorado

No sé si fue la composición de esa foto, proyectada inmensa en el León de Greiff, o qué, lo que tanto me impresionó. No sé si fue la incertudimbre de las caras. O los dos perros – el de atrás que parece querer devolverse.


Después de esas fotos, de esa hora intensísima de ver la cara del país, de ese homenaje tan fuerte a la Universidad por parte de Jesús Abad, fueron Teresita Gómez, José Luis Correa e Iris Zerdoud en un programa hermosísimo de Brahms. La Sonata para Clarinete op. 120 en fa menor sonó impresionante ahí en el León de Greiff… y también la versión para cuatro manos de las Danzas Húngaras.

Por razones relacionadas con armar el video de un día en Budapest hace mes y medio me dediqué a escuchar mucha música húngara de fondo (Ligeti, Bartók, Liszt, obviamente pero también las Danzas Húngaras de Brahms, que son la visión de un compositor alemán)… Encontré versiones impresionantes de estas (para orquesta, orquesta y clarinete, piano, piano a cuatro manos, violín, etc.). La interpretación que dieron los pianistas de Medellín Teresita Gómez y su antiguo alumno José Luis Correa me emocionó fuertemente, en parte por haber estado escuchando tantas versiones (tal vez, tal vez, la más rara e interesante es la de Cziffra) y por ver en vivo el panache impresionante con que lograron vadear esas danzas los dos pianistas de Medellín.

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Teresita Gómez, José Luis Correa, Iris Zerdoud (foto en anuncio del Auditorio)

Un tontarrón peligroso.

La sabiduría popular está repleta de variantes de lo anterior: “sálvame de aguas mansas, que de las bravas yo me sabré salvar…”, cosas por el estilo.

Durante esta visita del presidente electo Iván Duque a España ocurrieron dos cosas que han generado mucha risa y muchos memes: su saludo al rey Felipe VI y su visita al estadio. En ambas logró brillar por su mediocridad y por su estupidez. Además de lo dudoso de ir a saludar a un rey de un país en su primera visita semi-oficial a Europa, el electo – con un lenguaje corporal supremamente inseguro, de niño que está haciendo sus primeras gracias en el tablero – salió con frases absolutamente tontas; de esas frases que terminan siendo de antología triste para los países. Persiguiendo al rey por el recinto, el pequeño Iván Duque no atinó a decirle nada menos que “le manda saludes el presidente …”. ¿El presidente qué? debió pensar el rey. ¿El famoso ex-presidente asesino? Luego remató Duque mencionando al otro payaso Pastrana y diciendo que el ex-presidente asesino “lo quiere mucho”. El rey no es que sea muy brillante tampoco pero Duque logró verse completamente tonto al lado de él.

Luego en el estadio de Madrid salió exclamando con tono de alumno bobo de colegio: “¡qué maravilla de estadio!”. En serio… ¿nadie le sugirió nada distinto de eso? Y luego (después de hacer una gracia de perrito de circo con un balón) le pregunta a un famoso exjugador español “¿cuántas cabezas se hace?”. El exjugador le dio una respuesta memorable y muy justa (pero muy bochornoso saber que quien nos representará durante cuatro años a nivel internacional la merece): “yo usaba la cabeza para pensar, no para darme golpes”.

Hasta ahí, la farsa. Y eso que ni siquiera ha empezado.

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“… y le manda saludes el presidente …”  — “Hostias, ¿de dónde ha salido este cateto?”


 

La vez pasada que tuvimos un presidente así de tonto, así de triste, la cosa fue espantosa. De Turbay (1978-1982) se hacían chistes por su torpeza (aparente tal vez, como a lo mejor puede resultar la de Duque), chistes que perduraron no solamente a lo largo de su presidencia sino muchos años después. Que las habicuelas, que la enciclopedia, que con los dientes para arriba, que lo verde para arriba, que no es gudbay sino Turbay, que (no sigo – quienes vivieron esa época los recuerdan). Detrás de esos anteojos de ciego que no quiere ver lo que pasa en el país estaban sus respuestas como “en Colombia el único preso político soy yo” (cinismo o estupidez o algo muy raro). Y claro, los horrores del Cantón Norte, las torturas, los desaparecidos, el Estatuto de Seguridad. La gente sacaba chiste del presidente, pero la situación de chistoso no tenía nada. Fue una de las presidencias más sombrías y más brutales que recuerdo – en una Colombia que ha tenido mucho con qué competir. Fue el gobierno durante el cual el narco se consolidó en Colombia por primera vez de manera brutal y descarada. El gobierno de generales con fachada presidencial.

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“… y en Colombia, el único preso político soy yo…”


La vez anterior no me tocó a mí, pero en la memoria de la generación anterior sí quedó muy grabada. Fue la presidencia (entre 1962 y 1966) de Guillermo León Valencia, otro cretino de esos que la embarraban en público y hacían reír a la gente, mientras ocurrían cosas terribles. Ese presidente se hizo famoso por haber gritado en medio de la cena oficial en honor a De Gaulle cuando vino a Colombia… “¡viva España!”. No quiero ni imaginar la cara de incredulidad que debió hacer De Gaulle ante el grito del presidente borracho en su palacio. Aparentemente era un borrachín idiota, famoso por desplantes de tío bobo pero pesado en las fiestas. De nuevo, mientras esa farsa triste sucedía, pasaron cosas gravísimas en Colombia. Nada menos que el bom78/////////////////////////////////////////////*bardeo a Marquetalia en 1964 [la escritura de la palabra con todos esos símbolos /// extra es cortesía de Abdul que justo pasó por encima del teclado cuando estaba escribiendo eso; decidí que cuadra mejor así], que selló la consolidación de las Farc y trajo la historia que demasiado bien conocemos y hemos sufrido en Colombia varias generaciones. Varios analistas han expresado que si Colombia hubiera tenido otra respuesta menos agresiva, las Farc nunca habrían llegado a las dimensiones gigantes que tuvieron. Valencia ponía la fachada de idiota y mientras tanto el país entraba en una fase de guerra que ha durado muchas décadas y de la cual se suponía que estábamos tratando de salir. Valencia el borrachín con fama de bruto, el abuelo de Paloma Valencia Laserna – una de las lumbreras actuales del conservatismo colombiano.

valencia
“… Putain, quel con ce mec, comment il s’appelle encore?”


Esos presidentes payasos (o títeres, o borrachines, o simplemente azorados, clueless tal vez expresa bien la situación) han sido muy peligrosos. En Estados Unidos George W. Bush era así también. Claro, también nos burlamos planetariamente de él por su estupidez, por su leer libros patas arriba, por su aparente ineptitud. Y durante su gobierno una caterva de patanes se subió e ideó una invasión a otro país – y terminaron generando ese caos espantoso de todos los países de esa región que sigue produciendo problemas con solución cada vez más remota.


Peña Nieto, George W Bush, Duque, Turbay, Valencia. Tontarrones o fachada de tontarrones, hazmerreíres de la gente. Y peligrosos todos. Hay que estar alerta. Aguas mansas que pueden hacer bajar la guardia a la gente…

 

pseudointelectuales

Ayer mientras iba en un bus leí un trino indignado de un matemático joven. Uno de esos trinos que aluden a temas que tienen que ver con muchos años de mi propia formación, con tiempo vivido.

Santa El joven matemático (@I_Santa_ en twitter) manifestaba estar aterrado con que alguien en esta contienda política hubiera tenido el atrevimiento increíble de describir a Sergio Fajardo como un “pseudointelectual” (escribió “seudointeligente” pero para el tema da exactamente lo mismo).

A mí me pareció tan absurda la frase que decidí indagar un poco más – y resultó que la frase era de la famosa dama de apellido Cabal, en entrevista con otra dama famosa de apellido Dávila – en un programa radial de la famosísima emisora “la W”.

Famosas las tres, las señoras Cabal y Dávila y la emisora por… ¿qué exactamente? ¿Por lo picante de sus chismes? ¿Por la profundidad de sus análisis? ¿Por su capacidad de no reducir temas complejos a frases de efecto? ¿Por su sutileza a la hora de escoger títulos para sus programas? (En este caso el programa se llama algo así como “Premios Mamertos” o algo similar.)

Mi primera reacción: esas tres (en cualquier orden, la W, la Dávila, la Cabal – ¿cuál de las tres es la esposa del señor de Fedegán? ¿cuál la emisora? ¿cuál la “sesuda analista”? creo que ni siquiera es claro cuál es cuál) – esas tres son una cosa ahí amorfa – una entelequia que si no fuera porque la frase trajo a mi memoria un tema sobre el que he escrito por lo menos dos veces antes ni siquiera merecería más de un segundo de la vida de una persona.

Mi primera reacción fue simplemente observar que el trabajo de Fajardo y Keisler en teoría de modelos de probabilidades adaptadas y fajardokeisler procesos estocásticos es referencia a nivel mundial. Que atreverse a ir por la vida como cualquier hijo de vecino diciendo que el autor de ese libro es un “pseudointelectual” implica una de dos cosas: o es alguien que sabe mucho más que Keisler y Fajardo sobre el tema, es alguien que legítimamente puede lanzarse a hacer críticas (¿por qué no?)… o es alguien no solamente absolutamente ignorante sino además completamente ciego ante su propia ignorancia. Nada más qué decir… pero conviene de vez en cuando recordar que cuando se habla sobre gente como Fajardo la cosa es a otro precio. (Esté uno de acuerdo o no con sus ideas o con su estilo.)

Como las señoras W (¿o Dávila?) no pueden decir sino “Fajardo es mamerto” (como si ser mamerto fuera algo ordinario o feo o inmoral) y para subrayar su argumento dicen que es “pseudointelectual” pero luego no pueden explicar por qué,  terminan refiriéndose a la pinta de Fajardo, y a la opinión de una ex-reina (alguien tenía que completar el cuarteto amorfo) sobre ésta. No pueden ir más allá.

Luego recordé estas líneas, escritas en 2003 (¡increíble como pasa el tiempo) en mi blog de esa época – y decidí retomar el tema a la luz de lo que pasa hoy (pues para las generaciones más jóvenes como la de @I_Santa_ 2003 es algo muy remoto e incluso 2009 – el texto más abajo – corresponde a una época muy distinta):

Podrán decir muchas cosas, pero es un hecho muy fuerte el que uno de los dos autores de Model Theory of Stochastic Processes sea el alcalde electo de Medellín. Me llena de alegría que no solo un matemático, sino alguien formado en teoría de modelos (en mi misma alma mater de doctorado 🙂) esté ahí. Me llena de alegría agridulce, pues la carrera política de Sergio significa un matemático activo menos – pero puede (ojalá) significar un alcalde mucho más interesante para Medellín.

También en Fajardo: teoría de modelos y política (2009) escribí algunas notas sobre esta frase de Fajardo:

Somos un movimiento cívico independiente que tiene tres componentes: un conjunto básico de principios, una propuesta para la sociedad y una forma de hacer la política.

Fue en la aciaga época de la hegemonía uribista, cuando el país nada que lograba quitarse de encima a esa pesadilla dual que eran Uribe y las Farc de entonces (las Farc ahora son la Farc y parecen seriamente haber cambiado, Uribe simplemente ha ido empeorando) – y la propuesta de Sergio se perfilaba como algo aún muy remoto, pero me permitía soñar:

“Yo sigo pendiente de ver qué sigue proponiendo Sergio, qué sigue haciendo. Mi voto aún no está decidido, pues falta mucho. Me gusta por razones estéticas el que piense aún inspirado por la matemática.

Si algo enseña la matemática es cierta humildad ante los verdaderos problemas. No hay matemático serio que no haya sido completamente doblegado por un problema insoluble (o muy duro). La inmensa mayoría de los finales de día, para un matemático de verdad, tienen una lista larga de “por hacer” y pocos logros… Eso mantiene viva la disciplina y con mente juvenil al matemático. Cualquier asomo de creer que uno sabe puede ser tumbado al día siguiente por algún jovencito con mayor lucidez.

Para mí eso es muy sano – es duro, pero es sano. Si un político llega a resolver problemas (digamos, los tres problemas que menciona Sergio) con actitud de matemático, puede que al final no nos trate de vender espejismos como tantos han hecho, como tantos están haciendo.

Muchos colombianos estamos pendientes, Sergio.”

Hoy en 2018 muchas cosas han cambiado, me parece que para bien en general (pero con riesgos muy altos y, como vemos en programas radiales como el mencionado, con mucha estupidez en el aire). Fajardo hace rato es un político muy sólido que puede perfectamente llegar a ser presidente de la república de Colombia pronto. Su visión de matemático no creo que haya cambiado – alguien tan matemático como él (en otra etapa) no abandona esa visión; simplemente la habrá enriquecido enormemente con sus experiencias de estas últimas dos décadas.

Pero conviene recordar (para aquellos que no tuvieron la fortuna – difícil – de ser sus estudiantes en sus cursos o la fortuna aún mayor de hablar con él antes de su transición a la política) lo siguiente:

  • Fajardo es un excelente profesor. De hecho, puedo decir ahora con propiedad que es uno de los mejores que he tenido (en dos universidades en Colombia, en mi alma mater de doctorado en Estados Unidos – la misma de Fajardo – y en cursos tomados después durante un tiempo ya no tan corto de investigación). Si me preguntaran elaborar el tema, diría: Fajardo es uno de los profesores que (cuando les gusta el tema) pueden iluminar con mayor claridad un tema. Cuando estaba inspirado, Fajardo era prácticamente insuperable. Recuerdo aún con emoción su explicación del teorema de Vaught según el cual una teoría contable no puede tener exactamente dos modelos no isomorfos contables. Si tiene dos modelos no isomorfos, tiene que tener un tercero. Fajardo era también un profesor con temas muy definidos (“no me gusta el álgebra, me gusta el análisis”, nos decía – y si la demostración era muy algebraica hacía mala cara). Eso puede ser cuestionable, pero no le quita lo de excelente profesor. Además lo de ser excelente profesor es algo que seguramente todavía le funciona – pero en sus temas actuales (por eso lo escribo en presente),
  • Fajardo es un matemático. Con teoremas demostrados, con tesis doctoral, con su libro con Keisler, con sus artículos – y seguramente con lo más importante: la pasión brutal intacta (me encantaría volver a hablar con él algún día de matemática). Eso lo pone en un plano supremamente interesante con respecto a las “intelectualidades”. No es que implique (o no) el ser intelectual – pero es claro para mí que su paso a la política desde la matemática es una jugada de carácter intelectual (combinada con otras cosas).

Nota final: lo anterior es expresión de mi máximo respeto por la persona, por el matemático y por el candidato Sergio Fajardo. En realidad la frase idiota de la W (o de la Dávila o de la… ya olvidé el apellido) es irrelevante ante la construcción de un país, la propuesta política impresionante de Fajardo. Adicionalmente, mi defensa de Sergio Fajardo como persona y como matemático no es una declaración de adhesión a sus ideas políticas. Mantengo mi independencia – y en 2018 prefiero opciones más a la izquierda. Políticamente en 2018 Fajardo representa cierto continuismo con estilo sofisticado. No se trata del continuismo burdo (y deshonesto) de Peñalosa, tampoco se trata del continuismo eterno de Vargas Lleras. Es otro tipo de continuismo – tal vez más cercano al estilo del actual ministro de salud (Alejandro Gaviria) – de personas con buena formación, con referencias sofisticadas (literatura, algo de filosofía, mucha matemática en el caso de Fajardo) pero incapaces de imaginar mover las estructuras anquilosadas y muy temerosos (¿tibios?) frente a los retos mayores que tiene nuestro país en este momento. Gaviria da peleas bonitas (por reducir precios de drogas, por campañas de vacunación para prevenir el cáncer cervical o de promoción de uso de condón para prevenir enfermedades venéreas y sida – campañas que le han traído enemigos y en las cuales lo apoyo fuertemente) pero nunca se mete con problemas estructurales del sistema de salud. Fajardo proyecta una imagen similar: muchas campañas bonitas (contra la corrupción, por la educación, etc.) pero mucho continuismo estructural.

Sin embargo, a pesar de no necesariamente estar de acuerdo con muchas de sus ideas me parece crucial responder al trino de (muy justificada) indignación de @I_Santa_ … y volver a contar por qué Sergio Fajardo (pese a mis críticas – que seguramente seguirán si gana la presidencia) es alguien muy, pero muy, por encima de lo que algunas personas muy ciegas quieren decir allá en la radio colombiana.

veinte años / la náusea de 1988

En El Espectador del viernes pasado hay una entrevista a Juan Gabriel Vásquez. Habla sobre lo que uno espera que hable él (literatura, novela) y dice algunas cosas interesantes. Me llamó la atención el siguiente pasaje.

En el epílogo de Viajes con un mapa en blanco, recuerdo una frase que se le atribuye a Napoleón Bonaparte: “Para entender a un hombre hay que entender el mundo de sus 20 años”. El mundo de mis 20 años era el mundo de las bombas del cartel de Medellín, el mundo aterrorizado por Pablo Escobar, el mundo que era mi país, tan convulso y confundido; en esa época, el refugio que encontré en la lectura de novelas fue absolutamente importante, porque se convirtieron en un lugar en el que lograba una manera de estar en el mundo que el mundo mismo no me daba.

Juan Gabriel Vásquez en entrevista dada a El Espectador

No había visto la frase atribuida a Napoleón, pero se non è vero è ben trovato, creo. Y pienso en dos cosas: los 20 años de personas que me han marcado y nuestros propios 20 años, que coinciden casi perfectamente con los de Juan Gabriel Vásquez.

De lo primero: mi padre, nacido a mediados de los años cuarenta, vivió sus veinte años en plena explosión de los 60, con el revuelto que de alguna manera marcaría a todos esos baby-boomers – apertura del mundo, revoluciones de varios estilos, cierto idealismo, pero todo enmarcado por Vietnam y el fracaso de Estados Unidos allá; el éxito rotundo de Estados Unidos en otros campos como cultura pop o dinamismo científico de sus universidades. La de mi padre es una generación que se define de manera muy extrema con respecto a Estados Unidos, sin la admiración de la generación anterior, pero a la vez mucho más sumergido en un mundo muy influido culturalmente por ese país. Todo lo que siguió a partir de ahí en su caso – el caos de los años setenta, Bélgica a finales de esa década, toda la construcción de la nueva facultad de ciencias en los ochenta y la entrada al gobierno de Bogotá en los noventa en ese grupo extraño guiado (o no) por Mockus – todo de alguna manera hay que leerlo en clave de 1965, con los Rolling Stones y la Revolución Cultural de fondo, con el napalm y el movimiento Black Panthers, con Mayo del 68 y Tlatelolco de fondo. Esos son el telón de fondo de esa generación. (La generación de los Clinton también, del abandono brutal de su propio idealismo, de tanta basura que creció en medio de tantos ideales.)

La generación de Jeangros (la misma de García Márquez o Salmona) por alguna razón la siento muy cercana a mí; muchos aspectos de esa gente me llaman poderosamente la attención. Nacidos a mediados de la década de 1920, viven sus veinte años durante la Segunda Guerra Mundial, o justo después. Es una generación de armar todo a partir de casi nada, una generación modernista en un sentido muy primario y fundamental. Les tocó leer a Celan en la posguerra, entender con Adorno el final del esteticismo anterior, ver los juicios de Núremberg siendo aún muy jóvenes, ver las imágenes de los campos de concentración y luego el surgimiento de Israel como nación frágil y tenue – la generación para la cual Eretz Israel era realmente David ante Goliat. Y en Colombia, la generación del Bogotazo, que parece haber marcado de manera brutal a García Márquez. Les tocó armar mundo casi a partir de nada – inventar maneras de enseñar muy radicales para su época, maneras de escribir y construir que partían de puros bloques primarios. En el mundo de muchos de ellos había poca cabida para eclecticismos. De alguna manera, de las generaciones que he podido conocer, es la que mayor fascinación ejerce sobre mí.


La nuestra es la que describe Juan Gabriel Vásquez: a los veinte años es la caída del Muro (alguno de mis estudiantes tal vez hoy diría ¿cuál muro? de lo contundente que fue su caída pero para los de mi generación el Muro era el Muro y no había otro ni había que explicarlo), el bombardeo de Bogotá por parte de Pablo Escobar, el asesinato de múltiples candidatos presidenciales y de miles de personas de la Unión Patriótica. En Colombia la nuestra es la generación que iba con sus padres al zoológico de Pablo Escobar a ver elefantes e hipopótamos; que vio a Lara Bonilla en la 127 asesinado por esos mismos, y luego las piscinas enchapadas en oro en los noticieros.

(Tal vez por eso me produce tanto hastío esa noticia de narcos y ex-sicarios (ojalá sea verdad lo de “ex-“) haciendo fiestas con otros narcos y sicarios buscados por Interpol; me produce una náusea intolerable ver que siguen en el Oriente antioqueño haciendo parrandas como si estuviéramos en 1988 y no hubiéramos aprendido nada. No quiero ver series tipo Narcos ambientadas en esa época que viví, que disfruté mucho pero también siento que sobreviví. Me produce náusea recordar el bombardeo del Das, la bomba gigantesca desactivada en la Séptima con 85, las clases de alemán en el Goethe donde de repente temblaba toda la casa de la 39 con Séptima por culpa de la onda expansiva de alguna bomba a más de 4 kilómetros de ahí, la gente tratando de llamar a ver qué había pasado. Y los compañeros de curso hijos de comerciantes que pasaban en menos de diez años de Renault 6 a Mirafiori y luego a varios carros de lujo – todo eso me produce asco en el recuerdo.)

la balsa de piedra

Hace un par de décadas leí A jangada de pedra, la novela de Saramago que habla de un desprendimiento mágico de España y Portugal del resto de Europa. Amanece un día y resulta que en la frontera con Francia se abrió un tajo delgado pero a medida que pasa el tiempo el tajo se abre, quedan desconectados Portbou y Cerbère, Saint-Jean Pied de Port y el inicio del camino. Luego la península empieza a irse más rápido como una balsa a la que le hubieran soltado las amarras e inicia su deriva hacia el oeste, hacia las Azores tal vez o hacia las Antillas – nadie sabe. Muy rápidamente se reconfiguran cosas: Europa dice que “en realidad siempre se supo que España no es que fuera muy europea, y la naturaleza terminó confirmándolo”, entre España y Portugal empiezan a suceder cosas que de alguna manera el estar atadas a Europa por los Pirineos fueron siempre pospuestas, y la novela continúa a partir de ahí.

Hoy pensaba un poco en eso – pensaba en mil cosas más al ver las noticias de la brutalidad de la policía de España en Cataluña – pero sobre todo pensaba cómo España en realidad no cambia en su rigidez, en su quietud, en su legalismo.

Un reino armado hace poco más de cinco siglos por una familia de locos que expulsó a sus judíos (y con ellos a buena parte de su intelectualidad de entonces, y a sus médicos y a sus financieros), que se encegueció con su victoria contra los “moros” (y aunque mucho de lo más valioso de España es su herencia árabe – que agradecemos diariamente los herederos de los herederos de… – sigue de alguna manera sin asumirse de manera real como hija parcial del mundo árabe) y luego se lanzó a la codicia y el saqueo en esta parte del mundo, y al fundamentalismo religioso para salpimentar todo… un reino donde decidieron básicamente detener el progreso del mundo, negar la revolución capitalista, enceguecerse con hidalguías y abolengos, y negar el paso del tiempo.

Hoy tuvo lugar el corte de amarras que vio Saramago, pero no por la frontera francesa sino por la frontera entre Cataluña y España.

De alguna manera los actos de España en Cataluña hoy fueron una manera de decir “no queremos entender, no queremos hablar, no nos interesan ustedes de verdad”. Fueron la España del desprecio a Cataluña, la del señorito castellano que se cree que puede entrar a patadas donde sus vasallos sin que haya consecuencias, tal vez porque hasta ahora (casi) nunca las ha habido.

Que fue una jugada maestra de la derecha catalana, dicen algunos. Que es cosa del infantilismo catalán, dicen otros. Que esto, que lo otro – seguramente hay algo de cierto en todos esos análisis. Pero el hecho crudo y duro es que quedó muy legitimado el clamor de independencia de Cataluña, y España quedó como el bobo (feroz) del juego – recordando otros momentos del bobo feroz que expulsa a sus judíos (una comunidad de vivacidad intelectual impresionante en la Edad Media), que se enorgullece de ganar a los árabes (para después armar país sobre los despojos), que va luego a saquear América hasta que sus propios vástagos terminan expulsándolos.

Hace 217 años en Santafé de Bogotá ocurrió lo siguiente: había fermento independentista entre algunos criollos (hijos o nietos de españoles que en la ceguera peninsular eran tratados como de segunda o tercera), unos cuantos leían lo que venía de Francia (ilegalmente, obviamente – en España muchas cosas han sido ilegales, incluyendo el referendo de hoy), unos cuantos de ellos habían estudiado matemática (o astronomía o botánica) con el profesor Mutis y traían ya la semilla de la independencia. La mayoría eran jóvenes acomodados que normalmente habrían hecho lo de todos los jóvenes acomodados – dedicarse a aprender algún oficio, obtener algún cargo, dedicarse a robar aquí o allá algunos, otros a construir con cierta honestidad. Pero no hicieron eso. Se lanzaron a su propia campaña de independencia y después de unos cuantos años la lograron.

Era una cosa de la clase de criollos locales, obviamente. Usaron de manera mercenaria y aprovechada a los indios y negros locales, a los mestizos y a los mulatos. Algunos de ellos fueron brutales. Otros fueron sobre todo sagaces.

Pero hoy veo claro que la ceguera de la respuesta española en 1810 y años siguientes, la brutalidad con que llegaron a apabullar en América el independentismo, terminó legitimando ante ojos de muchos la campaña. Lo que era una idea de corrillos de pequeños intelectuales granadinos  –  y hubiera podido quedarse como una idea un poco extraña de gente que leía en francés, que estudiaba mecánica planetaria así fuera ilegal, que hablaba con Humboldt pero tal vez no con los llaneros ni los labriegos del altiplano – se convirtió en un clamor muy global y muy justificado.

El primer rey de España que vino a América en visita oficial fue Don Juan Carlos… en 1976. Leía ayer que los políticos madrileños nunca fueron a hacer campaña en Cataluña en los años anteriores a este 2017.

(Contraste fuerte con la corte portuguesa que se estableció en Rio de Janeiro y al menos se dignaba ir a ver cómo era su colonia Brasil.)

Y no, no hay vuelta atrás para nosotros. Salvo unos pocos políticos ultraconservadores que sueñan con esa España de horror, nadie en América quiere volver a ser parte de España. Puede que hayamos tenido mil tribulaciones, mil dificultades, pero la independencia de España es algo muy importante ganado – aunque pocas veces como hoy se vea tan claro esto.


La balsa de piedra parece que ya zarpó. La Policía Nacional de España se encargó de cortar las amarras con Cataluña y con cierta Europa. Lo que vimos hoy fue un renunciar por parte de España a algo. Parecía que esos policías estuvieran representando un teatro en que más que salirse Cataluña de España lo que está pasando es que España se estaba saliendo de algo que (aún) podríamos llamar “Europa”.


Ahora es difícil saber dónde va a parar España. Si encallará en el Mar de los Sargazos de su modorra, si recogerá ágilmente su rumbo y se volverá a unir — difícilmente — con Europa (vía Cataluña).

Catalunya … avui comença un nou viatjar, ja una mica independent. Espanya va decidir trencar les amarres i salpar com si fos una bassa. És un moment molt difícil i perillós, i probablement hi haurà moltes dificultats. Però crec que cal seguir endavant.

Ruralidades

Con Marcos, un señor maravilloso que trabajaba la tierra en Chía (murió hace tal vez veinte años) a veces hablábamos. Tenía la cara absolutamente cuarteada por la intemperie, como papel doblado – ojos rasgados del altiplano cundiboyacense. Podría haber sido alguna escultura de papel japonesa, plegada y replegada como origami hasta dar con su expresión de cara.

Una vez en 1991 fui a tomar un curso de Teoría Descriptiva de Conjuntos en Mérida, en los Andes venezolanos. Fuimos con María Clara – nuestra primera salida juntos fuera de Colombia. Al contarle a Marcos que nos íbamos lejos, a otro país – Venezuela – por unas tres semanas, no dijo nada. Luego resolvió que nos habíamos ido “a Europa” (le dijo a alguien). Para él, que probablemente nunca en toda su vida salió de Cundinamarca o tal vez Boyacá, la noción de “Mérida, Venezuela” era remota, como la noción de “Europa”. (Aunque los valles arriba de Mérida se parezcan tanto a Boyacá y Cundinamarca… pero eso no lo sabía Marcos, ni importaba que lo supiera. Mérida era esencialmente “Europa” pues era lejana, y remota, otro país.)


Recordé a Marcos porque en Europa nos volvió a pasar lo mismo hace unos pocos días. Casi igual.

Estábamos en Huesca, una capital provincial en Aragón, España. Fuimos en parte por la presencia del CDAN allá – un museo de arte contemporáneo muy interesante – y Centro de Investigación en Arte y Naturaleza. Con edificio impresionante de Moneo, con materiales de investigación aparentemente excelentes.

Fuera de eso, una ciudad chiquitica – como Zipaquirá tal vez.

Pero no nos quedamos en Huesca: decidimos quedarnos en una casa que conseguimos en las afueras, como a media hora de la “ciudad”. La idea era explorar un poco la región desde ahí. Pero terminamos hablando con los pocos campesinos que aún quedan (en ese país que parece haber sido atrapado por una crisis económica aterradora).

En un lugar de carretera en el que paramos, que parecía un parador de lechona por allá en el Tolima – solo que ofrecían asados de esa región – los campesinos, labriegos almorzaban, todos sudados, con camisa de trabajo, con su español de Aragón brutalmente áspero.

Me preguntaron de donde era, y dije inicialmente “de lejos”. Me dijeron “¿de Huesca?”. Yo dije “no, un poco más lejos – de Colombia”. “Ah…”. No hay mucho qué decir. Creo que para la gente de esos pueblos de Aragón, como para Marcos en Chía, la noción de “Huesca” evoca “gran ciudad”, gente que se viste “como nosotros”, gente que aparece en los paradores de carretera y no conoce los usos locales. Que sea Huesca o más allá (incluida Colombia) les dará lo mismo: estamos en la clase de equivalencia de los “urbanos”. Me pasó dos veces, en dos regiones rurales distintas. Al ver que claramente no éramos de ahí les llamaba la atención tal vez el hablar raro, y lo ubicaban (correctamente) en alguna ciudad. Huesca está bien.

Libros a 1440 msnm en el trópico

Esto les ocurre:

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La carátula prometía (a pesar de los tres huecos):

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Pero aparecen estos seres (casi un comentario de la naturaleza/los gorgojos sobre el contenido de esa página):

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Y estos otros (¿tejido intertextual armado por un gorgojo?):

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No se pueden dejar esos libros ahí. Este lo tomé de un estante – probablemente llevaba veinte o treinta años sin ser leído ni mirado por nadie. En el semi-trópico (tierra templada, Cundinamarca) toca leer rápido. Nuestro futuro se ve ahí.

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hablar con los estudiantes

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Auditorio León de Greiff, 6 pm. Foto: Andrés Villaveces

Alejandro Martín una vez nos dio una lección de entereza y seriedad académica a un grupo de profesores del Departamento de Matemáticas. El contexto era el siguiente: una Cátedra Mutis (esos eventos académicos espléndidos que ocurren en el León de Greiff, en este caso la Cátedra fue organizada por el Departamento de Matemáticas y varios profesores nos turnamos para hablar ante el León de Greiff en pleno (unos mil o mil quinientos estudiantes) en sesiones de tres horas a la semana, sobre temas diversos de “Matemática y el resto de cosas”). Hubo algunas charlas sumamente interesantes, donde se explicaba a estudiantes de todo el campus, muchos de ellos primíparos, qué matemática puede haber en movilidad, en salud, en muchos otros temas – con invitados de Transmilenio, de institutos de salud, etc. que desarrollan proyectos con profesores del departamento. Yo hablé sobre Música y Matemática (explicando, ayudado por gente del Conservatorio en un piano de cola y un piano electrónico, usando el software de Dmitri Tymoczko, y algo de teoría de grupos básica y nociones super-elementales de homotopía, cómo ahora se puede usar una rama de la matemática [Topología Algebraica] para entender conexidades, caminos y clasificar armónicamente muchas obras de muchos períodos musicales – como ciertos caminos ocurren en Chopin y en Hendrix pero no en Brahms…).

Alejandro debía dar la charla suya un par de semanas después. Había mucha tensión esa tarde: la MANE decidió ocupar el León de Greiff justo a la hora de la charla de Alejandro. El departamento en pleno estaba ahí, con miedo. Empezamos – hice la presentación. Movimiento de estudiantes – surgió alguien gritando cosas – muchos otros le chiflaban y le decían “déjenos empezar la clase”. Alejandro empezó. En ese mismo instante entró el grupo que más vocalmente quería cerrar el auditorio, tomárselo para exponer ellos sus propias ideas. La entonces directora del departamento de matemáticas nos llamó a Alejandro y a mí – nos dijo “caminen, vámonos, esto está feo”. Otros profesores que estaban ahí la secundaban – con buenas intenciones (seguridad) querían cerrar la sesión. Yo dudé – le pregunté a Alejandro qué hacíamos.

Alejandro no soltó el micrófono. Le gritaron algunos “somos mayoría”. Alejandro les dijo “sí, es verdad, pero este país escogió a un presidente que no queremos (era 2009) muchos de nosotros, por mayoría – hay que tener cuidado con ese argumento”. No sé bien cómo ni a qué horas, Alejandro logró convencer a los estudiantes que querían el micrófono para ellos que lo turnaríamos. Dos minutos “nosotros” (o sea, él y yo, puesto que los demás profesores desafortunadamente desaparecieron) y dos minutos “ellos”. El “ellos” obviamente era muy indefinido, puesto que la mayoría eran realmente estudiantes que querían escuchar la clase – la verdadera mayoría silenciosa. La “mayoría autoproclamada” muy vocal aceptó turnar el micrófono. Duramos unos 30 o 40 minutos hablando turnando micrófono Alejandro-estudiante-yo-estudiante-Alejandro-estudiante… cuando en un momento dado el estudiante se pasó de dos minutos le dijimos y muchos apoyaron – también a mí me reclamaron que no me pasara de mis dos minutos.

En realidad no recuerdo los detalles de lo dicho (algo les dije sobre la importancia de no privatizar un espacio público – no hacerlo rehén de intereses de un grupo específico). Y no creo que sean lo más importante. Lo que sí recuerdo son pocas cosas, pero que me quedaron muy grabadas:

  • Uno no sale corriendo, así haya mayoría en contra. Si uno es profesor debe mantener cierta entereza, aún si algunos le avisan que “es peligroso”. Puede que a veces lo sea, pero la inmensa mayoría de las veces no lo es. Si son estudiantes, no es “peligroso” – si son infiltrados claro que sí lo es. Agradezco infinitamente a Alejandro el haberse quedado ahí – yo habría salido (ahora tal vez no – me impresionó lo que puede hacer cierta calma y entereza).
  • Muchos estudiantes parecían de hecho muy contentos con que nos hubiéramos quedado ahí. Otros eran más crudos, más “groseros” – pero en realidad no mucho, nada que uno no haya oído en otros lados. De hecho, ellos ejercieron mucho auto-control también.
  • El ejercicio tiene su tiempo. No es salir corriendo pero tampoco es eternizarse ahí. A nivel simbólico es fuerte quedarse pero la fuerza del acto se diluye si uno se queda mucho tiempo.

Después de ese día, otros estudiantes escribieron, que querían en todo caso escuchar la clase de Alejandro, que cuándo la reprogramaban – el departamento dijo que sentían pena con él por no haber podido dar su clase, pero que él no tenía ninguna obligación de volverla a dar. Sin embargo, Alejandro sí quería dar su clase otro día. Pero finalmente organizaron la clase unas semanas después, con asistencia reducida – yo estaba fuera del país ese día y por lo tanto me la perdí.

Recordaba eso hoy por la visita de Santos ayer a la Universidad, al mismo recinto. Una estudiante, Sara Abril, le contestó duro. En los foros hay mucha gente muy indignada -que qué pena haber “faltado el respeto” al presidente, que cómo habla de mal Sara Abril, etc.

Mi posición al respecto:

  • Primero que todo, celebro que el presidente haya estado en el Aula Máxima de la Universidad Nacional. Es el recinto académico por excelencia de este país – ningún lugar como el León de Greiff simboliza para Colombia el pensamiento académico del país. Habrá muchos recintos con charlas, disquisiciones mucho más sofisticadas pero el León de Greiff es un topos máximo, un lugar de importancia crucial para el país – así muchas veces lo olvidemos. El presidente parece tener muy claro eso. Hace mucho tiempo no se daba esa presencia presidencial.
  • El diálogo entre el país y su universidad es crucial, y se da de mil maneras distintas, a través de representantes, de proyectos, de veinte mil cosas. Pero hay una expresión inglesa que cabe bien aquí: press the flesh. Apretar la carne. Saludar a alguien mirando a los ojos y dando la mano siempre es distinto de hacer un clic en una máquina. La presencia presidencial (y no de delegados o máquinas que igual siempre llegan) en el recinto hace que arranque un ejercicio difícil para los estudiantes y para el gobierno: hablar mirando a la cara.
  • Sara Abril habla duro. Para mí tanto ella como el gobierno están buscando un lenguaje, buscando una manera de hablar después de décadas de no hacerlo. Sí, suena destemplado todo. Lo grave sería que sonara todo igual de destemplado en el siguiente encuentro. Lo grave sería que no hubiera siguiente encuentro.
  • Si el presidente Santos es avieso, logrará ver que logró cosas inmensas ayer, con su presencia, con su retórica (mala pero al menos directa). Y que para el país es bueno (es vital) que esté mejor la Universidad suya, la de Colombia. En este momento confío en el presidente en ese sentido (puedo estar equivocado, como con cualquier político).
  • Si los estudiantes (¿Sara Abril?) son aviesos y despiertos, se darán cuenta de la oportunidad inmensa que se abrió ayer. Fácil no será que continúe el diálogo, pero cuando se abre es un crimen dejarlo ir. Yo confío en los estudiantes en este momento. Aquí sí no creo equivocarme: la Nacional tiene entre sus estudiantes lo mejor que da este país. De ahí saldrá algo, ojalá muy bueno.
  • Los profesores podemos ponernos bravos, indignarnos, recriminar a Sara Abril o a otros estudiantes. Seguro está bien que algunos lo hagan – como mi colega Fabián Sanabria, que en su tuiter denuncia el bajo nivel del léxico de Sara Abril. Pero lo que no podemos hacer – como nos mostró ese día en el mismo recinto Alejandro Martín – es salir corriendo. Hay que estar ahí en este momento.

sorpresa – Die Schöpfung

AbrazoSerpiente
Imagen de la película El abrazo de la serpiente (Ciro Guerra) – foto: Liliana Merizalde

La película me cogió un poco por sorpresa y me emocionó mucho más de lo que esperaba. No solamente por sus imágenes impresionantes (el cuidado fotográfico del cine de Ciro Guerra es espléndido – con su control de la saturación, los reflejos, el agua, las caras) sino por la historia.

Da para muchas reflexiones. Una de sus películas anteriores, Los viajes del viento, también generó toda clase de polémica. En esta hay un poco de todo: caucheros, ecos del conflicto colombo-peruano, ecos de la Vorágine, dos historias de etnógrafos entrelazadas, una visión un poco romántica de la ayahuasca (llamada en la película con otro nombre, tal vez de manera simbólica) – pero sobre todo un personaje central con presencia escénica muy fuerte, Karamakate – un guerrero/shamán, aparentemente el último sobreviviente de su tribu.

Ecos de esas historias complejas – pero trazadas de manera muy simbólica por Ciro Guerra (como señalaba María Clara en nuestra caminata de vuelta del cine) – en mi mente:

  • el agua – mansa y a veces bravísima
  • los reflejos en la barca – solo por eso ya valdría la pena ver la película
  • la actuación del personaje principal (Karamakate)
  • la visión preciosista de las texturas de hojas – algo para lo cual el blanco y negro es medio perfecto
  • la música … sí, en un momento dado (¿spoiler?) la música juega un papel sumamente contundente en la película – en particular Die Schöpfung de Haydn, ese oratorio de la creación del mundo, una de las obras más impresionantes de toda la música de todas las épocas y de todas las culturas

Esta versión del oratorio (Eugen Jochum, Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, 1951 -con Walther Ludwig, Irmgard Seefried y Hans Hotter) es antigua y buena: