de lo fragmentario: Jerusalem, a family portrait

Un cómic que seguramente deberé volver a leer – una verdadera joya (dura, extraña, inquietante): Jerusalem, a family portrait, de Boaz Yakin y Nick Bertozzi.

El cómic va siguiendo la historia de dos ramales de la familia Halaby en Jerusalén, en los años anteriores al establecimiento del estado de Israel: las peleas (legales) de las dos ramas de la familia, la presencia complicada de los ingleses en Palestina, la debilidad de los padres ante hijos que están tomando caminos aparentemente contradictorios (un hijo está en el Partido Comunista Palestino – que consta de árabes y judíos que por igual repudian la identificación religiosa/étnica y quieren luchar por el establecimiento de un estado obrero, contra la burguesía y contra la religión; su hermano está en un movimiento judío contrario principalmente a los británicos en ese momento – otro hermano menor anda por la calle; el colegio termina colapsando ante los embates de la guerra – la madre de esa familia es una figura extraña, dura, difícil de entender en su causticidad durante buena parte del cómic).

El inicio es magistral: en Ratisbonne, el colegio francés, el cura escucha a uno de los jóvenes (le dice “Monsieur Halaby”) pedir un lápiz en hebreo a su compañero. Le pregunta qué se habla en horas de clase (la respuesta es inglés y francés) y luego le pregunta qué habla la gente civilizada fuera de clase (la respuesta esperada por el cura es también inglés y francés – el alumno le contesta hebreo y árabe causando conmoción entre sus compañeros y rabia del cura). Es un perfecto abrebocas de la situación de toma de conciencia de personas muy jóvenes – confusos todos, pero a la vez muy lanzados – en el momento de ir dejando atrás el momento de colonialismo europeo.

Luego el libro empieza a dar mil vericuetos – que desembocan en momentos crudísimos (la masacre a los pobladores árabes de Deir Yassin por parte de un grupo pequeño judío es contada directa y llanamente – al igual que la masacre de comerciantes judíos en Jerusalén por parte de árabes bajo la tutela inglesa).

Pero sobre todo, lo fragmentario. Es un cómic difícil de seguir, difícil de leer – fragmentado (el tono continuo inicial se va partiendo), muy anclado en la percepción de la guerra y de la cotidianidad, de la vivencia de momentos aparentemente irreconciliables, de realidades superpuestas que lo van dejando a uno cada vez más perplejo y confundido, en lugar de irse aclarando. Como las guerras – sin tapujos, sin sentimentalismo, mostrando los sueños y los actos aparentemente opuestos a los sueños, las constantes contradicciones de adolescentes creciendo en una ciudad que va cambiando. Terroristas judíos, soñadores de la independencia, personajes religiosos, personajes laicos, comunistas árabes y judíos primero aliados contra los ingleses y luego enfrentados, luchadores heroicos a la vez manchados, ejércitos armados reuniendo personajes recién bajados del barco de refugiados de los campos – ejércitos que hablan en polaco puesto que aún ni siquiera saben hebreo, árabes que se defienden, árabes que huyen, convoys de comida de Tel Aviv a Jerusalén, emboscados en las montañas de Judea, indolencia de los telavivitas frente a los jerosolimitanos, rabia de los sabras ante la actitud percibida por ellos como pasiva de los judíos de Europa en la guerra, y miles de historias que empiezan de una manera y terminan en la realidad de manera más sobria, menos heroica, más partida.

Lectura inquietante, piso cambiante, inseguridad constante, intentos fallidos (o logrados  –  pero terribles como la bomba del YMCA de Jerusalén), fragmentación.

El inicio (clic agranda imagen):

 

Álvaro Mutis, autor de cómics.

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Álvaro Mutis fue principalmente el mejor autor de cómics que ha tenido Colombia. Y acaso también el mundo hispano-hablante.

A propósito de su muerte a los 90 años en Ciudad de México hace dos días han surgido muchísimos testimonios, escritos, recuerdos, ensayos. Textos nuevos y viejos de Monsiváis, García Márquez, Juan Gabriel Vásquez, Piedad Bonnett, etc. donde hablan de su poesía, de sus amistades, de su paso por Lecumberri, de sus andanzas por la Esso, de su formación entre Bruselas, Bogotá y Coello, de sus relatos. Parece casi imposible agregar algo más a todo eso: ¿qué más decir, qué más señalar, sobre alguien que recibió el Premio Cervantes de literatura, tiene obituarios ayer y hoy en diarios de Colombia, México, España, Argentina, Francia? ¿Sobre un escritor declaradamente monarquista, que aún así genera fanatismo entre mis amigos ultracomunistas de México, y entre familiares míos de 15, 25, 40, 45, 60, 75 años? ¿Qué tiene realmente a su haber alguien que genera todas esas columnas, trozos de poesía citados, expresiones de pesar hondo al Gaviero, despedida de un continente entero, como si a lo largo de sus escritos hubiera logrado un bel morir, ese sueño inefable e imposible de capturar?

Para mí seguía siendo un misterio, hasta hoy.

Me había alejado de su escritura desde hace 20 años, cuando devoré sus libros entre Chicago y Madison, una vez que me enviaron un par de sus novelas de Colombia, y luego pedí que me enviaran más y más. No podía parar de leerlo, estando en medio del sopor de un verano de Madison – el verano de los exámenes de calificación en topología algebraica, de las idas locas a Chicago (a recoger y dejar familiares y amigos, pero también a sumergirnos con María Clara en la arquitectura del siglo 20, en el arte de finales del 19 y principios del 20, en comida buena, en barrios y barrios y música por montones). En medio de esos días los libros de Mutis me llegaron como un fogonazo de mundo.

El misterio se empezó a desenredar esta mañana, en la ducha. A raíz de tantos obituarios, tantos textos, decidí retomar la lectura de Abdul Bashur, soñador de navíos – que había quedado a medio empezar desde 1993 – cuando por alguna razón (¿desencanto? ¿deber hacer otras cosas? ya no recuerdo) abandoné a Mutis tan abruptamente como el clavado inicial en su lectura.

Lo vi todo: Mutis no era realmente el poeta que todos dicen, el amigo que todos recuerdan, el vividor de las historias míticas, el narrador de dimensión latinoamericana que todos lamentan. No, Mutis era un autor de cómics – un grandísimo autor de cómics, el más grande que ha dado esta tierra (donde casi no ha habido autores de cómic – hasta ahora empiezan a verdear los primeros retoños tímidos de ese arte aquí).

De las dimensiones de Hergé o Hugo Pratt, de Tardi o Peeters – de Will Eisner. Con las ciudades imaginarias de Schuiten, con la aventura absolutamente libre e inverosímil de Tintín, con la tristeza salada de Corto Maltese, con los esquemas retorcidos de los personajes de Tardi, con París, Helsinki, Coello, el Pacífico colombiano, Nueva Orleans, Marsella, Port Said, la infinitamente triste y sucia estación de tren de Rennes, el Báltico congelado en Helsinki, la modorra y el asco en un hotel de quinta en un pueblo colombiano – ahí visibles, perfecta y nítidamente dibujado todo, como en una viñeta de Hergé, pero con palabras.

Nunca había entendido por qué abandoné a Mutis después de haberme lanzado tan feliz en su escritura. Y era por eso: si uno va a buscar drama literario ahí, no lo encontrará. Pero encontrará algo muy distinto: el juego, la lucidez, la aventura, la libertad, el cansancio, la grima, la luz, la humedad, la amistad, el dolor, la puñalada, la danza del vientre, el erotismo, el abandono, la esbeltez, la gordura, la irresponsabilidad, la felicidad.

Mutis literalmente (literalmente) dibujaba todo eso. Ojalá nuestros dibujantes de cómic, que se inician en largos caminos aún sin recorrer, se inspiren.

Rutu Modan: The Property

ThePropertyRutu Modan again. With her graphic novel The Property. I found it in Strand, just amid thousands of other graphic novels, waiting.

Modan has written Exit Wounds (about the aftermath of a suicide attack in Tel Aviv, and the interwoven stories – reminiscent of Amores Perros perhaps, but in Israeli-Palestinian key) and Jamilti – a set of short stories of life in Israel. Together, Exit Wounds and Jamilti had already convinced me that she is one of the best graphic novel writers/drafts(wo)men alive – the stories are interwoven with the graphics in such exquisite and precise ways, the stories themselves saying so much about life (in Israel, yes, but really life itself). I was completely sure when I picked The Property from a table in the Strand that this would be a great read.

It was, indeed. In a way even better than the two previous books. The story unfolds in Poland, in Warsaw, between Regina Segal, an elderly Israeli woman and her granddaughter Mica. Both fly from Tel Aviv, the initial and original “mission in Warsaw” being to recover property – an apartment the family used to own in Warsaw before the war.

So the story starts, but very soon a much more complex web of connections with former Warsaw, the former story of Regina (with Roman Górski, a Polish boy back then) and various other situations arise. You need to read the story to unfold it.

Along the way, places of Warsaw (I city I do not know physically, but has already crossed my paths in conversation many times) appear, as in a dream: Grzybowska Street, the day of Zaduszki (so similar to Día de los Muertos in Mexico, so strange to imagine in Poland!), Warsaw’s Fotoplastikon, where you can apparently now see lost images of Saski Park and many other photographs of the city that disappeared, and where apparently before the war you could see images of… Sweden.

This other page has various nice images of the story. I particularly liked the images of 1939 on the Vistula River, with young Roman and Regina. Or those happening in Powązki, the cemetery, on the night of Zaduszki (the cover of the book above is that).

Thank you, Rutu Modan, for having written (and drafted) such a nice book!

quiero ver la película de Sfar

“Para mí es natural poner muñecos en todos sitios, porque me gustan los muñecos. Fue muy difícil para el público francés. La película fue un gran éxito en Francia, pero hay un montón de gente que dice, “Oh, es maravilloso Serge Gainsbourg, pero, ¿por qué hay un muñeco?” Sin embargo, cuando me encuentro en Alemania, en España, en Inglaterra, a la gente le gusta mucho más la fantasía. Y fue un placer trabajar con el equipo de Guillermo del Toro, con todos los de Barcelona, David Martí y Montse Ribé, porque les gusta la fantasía, y no fue difícil, fue un placer. Yo hago un dibujo, ellos me mandan una escultura, hago otro dibujo, hay un discusión, después viene Doug Jones de los Estados Unidos, nos ponemos la ropa… ¡solo placer! No es solo una primera película, yo pensaba que podía ser también una última película (risas). Quería poner todo lo que me gusta. ¡Vamos a morir, hay que poner todo en esta película! Es como cuando follas por primera vez, (enumerando con los dedos) “¡Voy a hacer esto, esto, esto!” (Risas)”

(de la entrevista a Joann Sfar, en EntreComics, sobre su película sobre Serge Gainsbourg)