El monumento de Rachel Whitehead es un bloque de concreto sólido, con libros que no podemos leer, de las cuales ni siquiera podemos ver las carátulas pues están al revés. Totalmente hermético, como la dificultad de memorizar eventos tan horrendos. Y nombres. Nombres de lugares como Bergen-Belsen y Auschwitz, Lublin y Majdanek – esa geografía de Europa Central que de solo ver evocada nos puede helar la sangre.
Y nada más, solo el concreto puro, en medio de la Judenplatz en el corazón del centro de Viena, situado como un lugar inaccesible, como un Kodesh haKodashim impenetrable, de un templo que ya no está.
La única excepción es el letrero en hebreo que dice
זכר למעלה מ-65.000 יהודים אוסטריים שנרצחו בשנים 1945-1938 ע”י הפושעים הנציונלסוציאליסטיים ימ”ש
En recuerdo de los más de 65.000 judíos austríacos que fueron asesinados entre 1938 y 1945 por los criminales nacionalsocialistas.
La única parte de todo el monumento que, a pesar de lo terrible que expresa, permite un resquicio de (leve) luz: la palabra inicial זכר (zajar, zikarón: memoria, recuerdo). Lo único que de alguna manera permite levantar la cara es el recuerdo.
El monumento lo vimos el 17 de enero pasado, en un día largo en Viena en que caminamos y caminamos junto al Danubio tratando de hacer algo después de esa noche anterior en que supimos de la muerte de mi padre. Cruzando sin rumbo muy definido la ciudad de retorno, nos topamos con el monumento. Yo no había podido volver a ver esas fotos. Pero un trino de Nicolás Medina (quien en enero estaba terminando su tesis de maestría que le dirigí) donde sale el monumento me interpeló, y tuve que regresar inmediatamente a ese momento, y a ver las fotos. Aquí están:
Started reading Marjorie Perloff’s Edge of Irony (Modernism in the shadow of the Habsburg Empire). Very eye-opening. She herself grew up as a Jewish child in Interwar Vienna, in what were the ashes of the former empire, and then emigrated with her family; they found refuge in the United States. Writing recently on the city that finally regained its former splendor, she stresses in Viennese literary modernism the crucial role of being on the edge: although German was the language in which people as varied as Musil (born in Brno), Canetti (born in Bulgaria, but really formed in Vienna), Celan (born in Bukovina), Kraus, etc. wrote, they all were immersed in many languages, in the peculiarity of being Jewish in a cosmopolitan city at a time where anti-Semitism was growing.
In the Introduction, amid many names one would expect (Wittgenstein, Musil, Canetti, etc.), Perloff includes as an interesting case of study the truly painful to read Gregor von Rezzori who wrote his Memoirs of an Anti-Semite in 1979. The directness of his account of anti-Semitism in Vienna between the wars is both horrific and eye-opening. There seems to be a short story of “himself when young” living with his very anti-Semite grandmother in Vienna as a student, and falling in love with Minka, the Jewish young women in the apartment upstairs. What is scary is the description of the mind of a young anti-Semite with a Jewish girlfriend, and the juxtaposition of (on one hand) thinking “if… the Germans want to conquer Austria, so much the better. The German-speaking peoples would be united again, as they had been in the Holy Roman Empire of Charlemagne”… but at some point he goes with Minka to a beer cellar and “a huge, rather shabby-looking young man roared in our faces, ‘Juden Raus!’ … I felt frightfully sorry for Minka and all our friends, but it was not my fault that they happened to be Jews, and in the event that they got into serious trouble I could use my connections with the SS to help them out again”, so the narrator continues.
What is most chilling in the passage above is the kind of “normalization” of anti-Semitism, of fascism, and to realize it happens daily in the 21st century. Of course, against the backdrop of what we know happened later, the last sentence is brutal.
I saw Perloff’s book first in the bookstore at the Freud Museum in Vienna. It seemed like a perfect gift for my father, except he wasn’t reading by then. I kept the name and decided finally to order it a few weeks ago, to continue the sort of dialogue he was so fond of, the sort of dialogue he started years ago when I was still living at the home of my parents.
the back yard of Freud’s apartment, summer of 2018 (photo: avn)
summer of 1979, in Schönbrunn, Vienna (photo: jlv)
Múnich, solo una noche y una mañana, fue revivir la abrumadora literalidad germánica, que siempre nos parece a MC y a mí tan pesada, tan difícil de lidiar. Una cultura directa, literal (una amiga nos decía que no entendía por qué los latinos insultamos a la madre, que qué tiene que ver la madre con lo que hace la gente, etc.). Ligeramente asfixiante.
Roma cuatro noches – volver a ver miles de sitios anclados en historias familiares remotas algunas cercanas otras. Lo mejor fue (tal vez) descubrir que tanto del plano de la ciudad barroca es el mismo de la ciudad romana (el caso de la Piazza Navona que era un lugar de carreras de caballos es tal vez lo más visible de eso). Y ciertos platos. Y barrios que no conocíamos. Y (en mi caso) salir a correr por el Gianicolo al amanecer.
Nápoles sí que fue el gran descubrimiento para nosotros. Es una ciudad infinita, literalmente. En una semana apenas logramos rasguñar la primera capa, y nos sentimos felizmente sumergidos en otro tiempo, en otros paisajes. La ciudad es hermosísima, tal vez la más hermosa del país más hermoso de Europa. También es sucísima, supremamente disfuncional, repleta de desigualdades que la hacen sentir como una ciudad del Caribe colombiano o del Nordeste brasileño, repleta de grafitis a más no poder – una de esas ciudades que como El Cairo o tal vez Calcutta hacen pensar en Bogotá como si fuera el epítome del orden. Pero en Nápoles uno está a la vez en Roma tardía, en Grecia helenística, en el Mediterráneo barroco y en la ciudad contaminada y terrible del siglo XXI. Esa simultaneidad, y la cantidad de maravillas que se esconden tras las capas y capas de basura, la hacen el lugar más impresionante que he visto recientemente. Una parte de nosotros quedó allá; incluso nos dieron ganas de ir y pasar todo un semestre. Nápoles lo induce a uno a soñar mucho, y salir de ahí se siente como salir de un mar profundo de maravillas, de monstruos y tesoros submarinos.
Viena, a mera hora y media en avión de Nápoles, es como volver a “Europa” (en el sentido que la gente a veces usa), a la Europa del buen transporte público, de todo ordenado y pulcro… y todo a la vez ligeramente asustador. La Europa como nerviosa de que algún día un tren se descarrile y se vaya todo, absolutamente todo, al traste como ya les pasó – la Europa de los taxistas que sólo hablan alemán y ni una palabra de inglés y regañan porque uno les dicen “links bitte” (cruce a la izquierda por favor) y le explican largamente en alemán que ellos no pueden cruzar por ahí a la izquierda, que hay Polizei, que ellos hacen su trabajo und wir wohnen hier und wir wissen… y ni siquiera entienden que uno no les está entendiendo lo que dicen, ni siquiera pueden imaginar que alguien no hable alemán… la Europa que Fassbinder retrata tan precisamente. Europa Europa: museos muy buenos (pero caros), wifi impecable, café mediocre a 3€ (después del excelente café a 1€ de Nápoles), maravillosos tranvías y metros, pero gente potencialmente muy agresiva (aunque muy controlada por ahora). Un concierto interesantísimo, maravilloso, en el Arnold Schönberg Center… pero éramos cinco gatos (bueno, cien pelagatos)… en una ciudad que sí llena salas muy grandes con programas kitsch de valses de Strauss… Alles gut, alles klar, alles interessant…
Una noticia fuerte de enero es la acusación a nuestra colega turca Ayşe Berkman. Su defensa ante la corte que la acusa es un ejemplo MUY fuerte para los lógicos, para los matemáticos y para los académicos en general. Ayer 14 de enero se celebraba el “Día Internacional de la Lógica” (una iniciativa nueva). En Bogotá hubo una sencilla cerveza lógica en un pub de La Macarena. Les envié una carta abierta que enlazo aquí.
Una noticia brutal de enero es el asesinato ayer del alcalde de Gdańsk, Paweł Adamowicz. Era un hombre progresista, comprometido en la Polonia actual con los derechos de la comunidad LGBT y con los migrantes. Fue asesinado por algún fascista de la ultraderecha polaca. Es una señal espantosa de lo que está pasando en Polonia, en buena parte de Europa y en muchos países del mundo. Mencionaban algunos polacos la resonancia con el asesinato de Gabriel Narutowicz en 1922, el primer presidente de la Polonia independiente del siglo XX, a tan solo cinco días de haber asumido el cargo.
Dan ganas de regresar a los paisajes y mosaicos y esculturas de la Antigüedad. Por lo menos a la percepción de otro tiempo, de otro lugar. Tengo muchas fotos, muchas. Vendrán después. Y videos topoísticos. Y…
As the book meanders to and fro – Danube, of course, the novel by Claudio Magris that is at the same time an enormous collection of essays and a kind of travelogue along the River Danube – we get treated to extremely insightful and eye-opening essays.
One of these is called Dove sono i nostri castelli – Where are our castles. The title is (as we learn by reading Magris) also the title of a 1968 essay by the Slovak writer Vladimír Mináč. Magris uses castles at some point to describe (paraphrasing Mináč) questi castelli… sono altrove, in un’altra storia, che non è fatta dagli slovacchi. Those castles are somewhere else, in another story (or history), not made by Slovaks.
Slovakia was until quite recently occupied by Hungarians, until the 20th century. The castles that dot the mountainous landscape were almost all of them Hungarian, or Austrian, mentre le mani delle contadine nel villaggio sottostante hanno ancor oggi il colore della terra, sono rinsecchite e nodose… while the hands of the peasant women in the village right below [the castle] have even today the color of earth, are dry and knotty… The passage has a sentence that opened my eyes: “for centuries, Slovaks were an ignored people, the dark substratum and fabric of their country similar to that hay and dry mud that holds together the drevenice” (the traditional Slovak dwellings).
One may well compare this situation (some thirty years ago) with Slovakia today. Slovakia is not only one of the European countries with highest living standards but it was able to get independence – a smooth process – from the Czechs and become a European Union member. The Slovak language, spoken by just a few million people, is an official language of the EU; Slovakia seems to be well-integrated economically with its neighbors. Of course not free from other problems (the greatest of them all in 2018 being, in all the EU but very sharply in the immediate vicinity of Slovakia – Hungary and Poland being the worst – racism, anti-immigration, rising fascism). But at least the Slovak people have become a successful country.
Apparently the worst time was after 1867, when the Dual (Austrian and Hungarian) Monarchy was instated – Hungarians came in control of Slovakia. They were considered (says Magris) “a mere quasi-folkloric group in the middle of the Hungarian nation – the Slovaks saw their identity and their language negated, their schools forbidden and blocked, their demands crushed in a sometimes bloody way, their social ascent dampened, their representation in Parliament boycotted.”
Most of these phrases seem a description of what Catalonia has had to go through, at the hands of Spain. Except perhaps for the social ascent being dampened, all the rest, the boycott of parliamentary representation, the crushing of the language (during Franco times), the blocking of schools, the identity being ridiculed, their demands being crushed in sometimes bloody ways – all of this has happened (and is partially happening) in Catalonia.
In Slovakia, after the Hungarian domination they still had to contend with a different kind of situation: their neighbors the Czechs. Of course the question of “Slavic fraternity” created a dual situation for the emancipation movement. Magris: “some Czechs indeed -who were at the head of Austroslavism- called for the used of Czech as a written language, also in Slovakia, to confer unity and efficiency to the movement, thus relegating the role of Slovak to a dialectal and domestic role, clearly secondary.”
The story unfolded for Slovakia in an interesting way. The Spring of ’68, and the Soviet Union’s crushing of Czechoslovakia in fact became an opening for Slovakia, for an ironic reason. Although Slovakia participated actively in the movement, in the Spring of ’68, the brutality of the Soviet reaction was geared mainly at Prague, at the Czech part of the country. Magris: Mentre Praga è stata decapitata, la restaurazione totalitaria del ’68 ha certo inferito anche in Slovacchia sulle libertà civili e sui diretti individuali, accentuando tuttavia -per calcolo politico e per fiducia nella tradizione panslava e dunque filorussa del paese- il peso politico dell’elemento locale. Così oggi la Slovacchia si trova contemporaneamente sotto un tallone e in una fase di ascesa storica, di risveglio ed espansione del suo ruolo.
(While Prague was beheaded, the totalitarian restoration of ’68 has certainly also in Slovakia affected civil liberties and individual rights, however emphasizing -by political calculation and belief in the pan-Slavic (and thus philo-Russian) tradition of the country- the political weight of the local element. Therefore today [1985] Slovakia is at the same time under a boot heel and in a phase of historical ascent, of awakening and expansion of its role.)
This perception by Magris was fantastic. Only a decade later, Slovakia would be an independent country, the Slovak language a language of the European Union, on a par with every other language there.
Although Catalonia has shared the fate of Slovakia at times – with some differences, of course – this is a defining moment. Tomorrow 11 September 2018, the National Day of Catalonia, will be (I believe) an important moment of this process. The whole past year has been an extremely difficult process – with their government in jail or exiled, with the Spanish media and central power exerting all their might – military, police, judiciary, parliamentary – against Catalonia.
There is no compelling reason to prevent Catalonia from running a referendum on independence – there has never been (except in Spanish legalistic minds who want to continue a narrative that does not hold water at this point).
Many critics of the independence process have pointed out that the movement is led by a reactionary Catalan bourgeoisie, that they only want to grab their riches without having to share it with the rest of Spain. But even if there are (as always in those processes) opportunists, people in the independence camp certainly are much more varied than that. Many of them are quite progressive-minded, quite respectful of the importance of democratic institutions and of the importance of the European construction. I stand with them.
And yes, there is a Barcelona that has been open to immigrants, along centuries, and that nowadays is more wary of tourists (who in many cases destroy the economy) than of immigrants. I believe that will be a difficult subject for the new republic once it gets established. It will be a test of the strength of Catalonia’s democratic values.
I don’t buy the argument that “Europe will be weakened if Catalonia leaves Spain”. On the contrary: Europe’s role so far has been (ambiguously, admittedly) that of a guarantee of less violence from Spain (many people believe that Spain would have been much more violent towards Catalonia were it not for the restraining influence of the EU). But Catalonia inside Europe may be an extremely interesting player, and Europe should better take the opportunity of strengthening itself as a confederation of states of different sizes.
Y sigo leyendo a Magris – su capítulo Pannonia en esa novela-río Danubio – las notas sobre la Hungría y su política en el siglo XX, su complicada conexión con los Habsburgo, su fuerte ambigüedad durante la época final del régimen soviético
«Il giallo dei girasoli e del granturco si sparge sui campi come se l’estate avesse piantato le sue tende fra queste colline; l’Ungheria – della quale il cancelliere absburgico Hörnigk, sostenitore dell’economia mercantilistica, voleva fare nel Settecento il granaio dell’impero – è anche questo colore caldo e vitale, che continua nell’ocra-arancione dei palazzi e delle case.»
«Ma è un’intenzione precisa che ci conduce, scombinando la linearità del percorso, a Mosonmagyaróvár. Qui, la notte del 2 novembre 1956, …»
«Il Danubio scorre verboso sotto i ponti titanici, come scriveva Ady, invocando la fuga e perfino la morte nella Senna, in quella Parigi che Budapest riflette come una specchiera stile impero. Può darsi che l’Europa sia finita, provincia trascurabile di una storia che si decide altrove, nelle stanze dei bottoni di altri imperi.»
Y finalmente, un pasaje para el que no tengo fotos – por lo menos no de momento – pero que resume de manera perfecta lo que algunos percibimos al pensar en cierto tipo de objetos matemáticos:
«Esiste un futuro del passato, un suo divenire che lo trasforma. Come la realtà, anche l’io che la vive e la guarda si scopre plurale. Attraversando i luoghi segnati in quelle epiche cronache di trent’anni fa, si ha l’impressione di squarciare sottili pareti invisibili, strati di realtà diverse, ancora presenti anche se non afferrabili a occhio nudo, raggi infrarossi o ultravioletti della storia, immagini e attimi che non possono ora impressionare una pellicola ma che ci sono, che esistono al pari degli elettroni inattingibili per l’esperienza sensibile.»
Este párrafo me queda imposible no traducirlo. De nuevo al vuelo, dice Magris: “Existe un futuro del pasado, un devenir suyo que lo transforma. Como la realidad, también el yo que la vive y la mira se descubre plural. Atravesando los lugares marcados en aquellas crónicas épocas de hace treinta años, se tiene la impresión de rasgar sutiles paredes invisibles, estratos de realidades diversas, aún presentes aunque no comprensibles a simple vista, rayos infrarrojos o ultravioletas de la historia, imágenes y momentos que no pueden ahora marcar impronta sobre una película pero están ahí, que existen a la par de los electrones inalcanzables a la experiencia sensible.”
El hace treinta años naturalmente se refiere a los eventos de 1956 en Hungría, a ese horror de invasión soviética que generó la primera grieta profunda en la consciencia del comunismo occidental. Danubio fue escrito en 1986 – apenas siete años después de mi propia experiencia con el Danubio – y en ese sentido nos viene de otra época, de la cortina de hierro, sí, pero también de la cantidad de experimentación que según Magris había en países como Hungría de entonces («un clima di distensione politica interna e di liberale benessere» aunado con «generazione di scrittori ungheresi […] scalpitavano dinanzi ai progressi della società ungherese, che sembravano loro troppo lenti e cauti, e cadevano in un sentimento d’impotenza e vacuità…).
Pero más allá de los años 80 mirando hacia los años 50 (y nosotros en nuestros desbrujulados años 10 mirando tanto los 80 como los 50 a intervalos de treinta años), el párrafo de Magris habla de esa superposición tan importante en nuestra matemática contemporánea, de la posibilidad de coexistencia de tantas realidades – tanto de la realidad como del yo. No solo los años 50 superpuestos a los años 80 (y ahora a los años 10) sino miles de realidades espectrales ahí presentes.
Nada de eso es particularmente húngaro, pero es cierto que lugares como ese corredor tan cambiante (y persistente y discutido) entre Viena y Budapest, y la ciudad misma de Budapest, ciudad-escenario por excelencia (ciudad-haz por excelencia, imagino que podría decir Fernando), ciudad de las superposiciones y los tránsitos, ciudad doble Buda y Pest y a la vez vibrante sobre sus puentes, ciudad de la combinatoria juguetona que nutre el lado Pest de la matemática, y que se lanza por esos puentes gigantescos hacia el otro lado, Buda, acaso el lado geométrico.
It is perhaps easy to hate Warsaw’s Palace of Culture and Science. Looming tall from almost anywhere in a city that until recently didn’t seem to have many high rises, the 237 meter tower seems to assert from afar a crushing presence, a strong remnant of the Cold War – a somewhat ambiguous presence: yes, very Russian, very Soviet Russian, very Lomonosov-like. Yet also very New York-like, although a very heavy set, a very weighed down Empire State (the difference is not that significant: the Warsaw building is more than half the height of the Empire State if measured to its mast, something interesting to remember – and more than 60% the official height of the Empire State). But it is also much wider, and unlike the New York building, set into the middle of an enormous plaza that seems to have been empty of other tall buildings until recently.
To open space for this, Wanda told me they tore down many blocks of what looked like a typical Central/Eastern European capital, of which only this remains.
So there you are, a huge parking lot or space for cars (or pedestrians or military parades or now those terrible Polish November 11 fascist demonstrations) – the photograph only shows a fragment of the empty space that used to be a European City Center and was torn down by Stalin as part of his gift to the city of Warsaw.
The building has an interesting history. Erected in 1955, at the height of the early stages of the Cold War, it was an assertion of Stalinist power in an emblematic city. More interesting to me perhaps are the stories Roman and Wanda told me: how Roman used to go to the Math Department (or Math Institute) that was for some time in some high floor of the tower, how he used to go as a kid or young student to the Muzeum Techniki, on one of the side facades of the building, and see a lot of interesting exhibitions there (I didn’t ask more details)…
or how Wanda used to go swimming in a public pool on the sports side of the building as she needed credit for Physical Education during her university-level Art studies. Or how excellent jazz (Miles Davis, etc.) was played there in the enormous Sala Kongresowa – where for sure important Congresses of the Party were also held… or even how the only strip club – the only official one – was also in a restaurant and bar in the building, Restauracja Kongresowa – open only to high officials of the Party or associates open to the public; at least those who had the money to pay for it.
The sides of the building have many stern statues of workers, teachers, reading the Big Canon, some of them with generic “European” features, but some of them also with Asian or African features (also generic) – perhaps to symbolize the friendship of peoples. Of course, also athletes – modestly covered (this is not Ancient Greece, nor even Poland of the 17th Century where Renaissance style statues – but the “modest” cover is sometimes quite revealing), all of them (the teacher, the reader, the worker, the athlete) with very squarish bodies.
And slowly, while walking around the building and hearing the stories, I start to like it somehow. Not the looming towering figure, perhaps, but the idea of having a building half the height of the Empire State and perhaps much wider, all devoted to music, to mathematics, to science museums, to sports, for sure to many other things along those lines (yes, and also to Party reunions and official meetings and perhaps truly horrific people also).
These days, we only seem to see that massive construction in malls, commercial venues, corporate buildings, banks, Met Life things, hotels. Even sports venues seem to be done in a very different way (of course we have huge “arenas” – often named for some company – for professional sport spectacles). Devoting a whole palace of that size to something like “culture” (whatever its intended meaning) seems more remote today than ever – especially culture including mathematics, art, science and sports (doing sports as opposed to watching them). I could understand why Roman seemed to like the Palace of Culture and Science, or some aspects of it. I would also like a building where you can listen to Miles Davis, go to an advanced seminar in Mathematical Logic, see Art and Science Museum exhibitions and go swimming or perhaps doing some judo.
But I can also understand Wanda’s dislike with the wasted City Center. After the “regime change” (1989), the whole area seems to be on a parade of newer buildings that try to overshadow the Palace of Culture:
Right in front, a Liebeskind building (left in the photo), some banks and other corporations – everything very new – remotely reminiscent of some New York areas (Bryant Park, without the playfulness). Corporate Europe standing in front of Communist Europe as if defying and saying “see, you lost!” yet those new buildings feel somewhat insecure, somewhat contrived, somewhat insubstantial in front of the Pałac Kultury i Nauki.
On the South Western side of the Pałac, from the 1980s, a Marriott. Yes, a Marriott. Apparently the first tower to start to defy the Pałac Kultury i Nauki‘s preeminence, this building made before the change in the economy is really puzzling – it now looks as some kind of prescient gesture to the times that would come to Poland (and the world) after the change: a building that would seem taken directly from Omaha, Nebraska (or Anytown, Anycountry really), stands across large empty space – filled with cars. And a Marriott hotel, with all its cheesiness and all its crassness. This building is difficult to understand. I don’t really know what this building may have meant as a space to Varsovians in the 1980s, during the Martial Law years, after Solidarność.
All in all, this collection of buildings, centered on the Pałac Kultury and showing older Central European buildings, then the Pałac itself at the center of things, then the Marriott (and an interesting Train Station of which I have no photographs), and then the Corporate New Poland buildings… and perhaps next some new things that are not yet built – all of that is a fascinating architectural complex, with slices and layers of European history there in front of your eyes.
La exposición Europa: el futuro de la historia en la Kunsthaus de Zúrich es a la vez sumamente interesante y repleta de carencias (expresión tal vez absurda pero así se siente) extrañas. Al final de la exposición fue interesante la conversación con los zuriqueses que estamos visitando un par de días – ellos no van mucho a museos y esperaban algo muy crítico y muy documental – parte de la discusión se fue en decir que de pronto el arte no está para hacer statements directos sino tal vez para provocar esas discusiones o dudas. Ellos dijeron que como buenos suizos los organizadores seguro se fueron por lo barato y lo seguro y la minimización del riesgo y el buen-pensar calvinista (y susto ante el disenso) según ellos aún dominante en esta sociedad. Sin embargo, aún si eso es cierto, había algunas obras interesantísimas y de calidad altísima.
El título era brutalmente ambicioso. Europa y futuro son dos palabras que yuxtapuestas en 2015 inmediatamente traen mil preguntas, mil angustias, mil recuerdos de horrores y mucha incertidumbre.
Obviamente, en el norte norte de Europa parece remota aún la tragedia de las costas sur de este continente, en estos últimos años (2015 fue aciago, 2016 no se perfila mejor).
La primera frase que dijo mi colega parisino (matemático serbio que vive en París) cuando llegó hace unos días fue “qué impresión la tranquilidad en la cara de la gente de aquí; en París todo el mundo está preocupado, impaciente, nervioso – ¿cómo puede pasar que en Finlandia la gente esté tan tranquila?”. En la conversación algunos adujimos que podía ser el clima – el mayo cálido y luminosísimo que ha llegado como un bálsamo. Pero sabemos que es cuestión de distancia. Hay un mar entre Finlandia y Europa Europa, y el mar en este momento es suficiente para que esta zona al norte del Báltico se sienta tranquila, con una tranquilidad que pasma a mi colega de París (y que obviamente pasma mucho más fuertemente a quienes venimos de lugares como Colombia).
Con la llegada del verano reaparecen las noticias de la muerte en el Mediterráneo. Noticias como esta, de hace tres días: La mort en Méditerranée. 700 muertos el 27 de mayo de 2016, entre Libia y el sur de Italia. E imágenes como esta
que (nos dicen) es de un rescatista alemán, padre de tres hijos, con un niño muerto pocas horas antes en el naufragio – casi durmiendo parece, si no supiera uno de ese contexto.
Ignoro cómo llegan de verdad estas noticias aquí. No estoy en la tuitosfera finlandesa, no veo muchas imágenes en los periódicos de la calle – la cultura local es poco dada a la estridencia o al énfasis. En muchos sentidos imágenes como estas muestran afinidades mucho más fuertes entre el sur de Europa y lugares como Colombia que con el norte norte de Europa.
Lo que es extraño es saber que es el mismo continente, la misma moneda, el mismo sistema bancario, las mismas instituciones a nivel alto, las del país de esa frontera y las de aquí. Pero en 2016 la idea de Unión Europea parece casi tan remota como la de Utopía de Tomás Moro. Aunque existe formalmente, aunque la zona Schengen está (y pude por primera vez hace unas semanas disfrutar la entrada sin visa como colombiano), aunque aún existen edificios con banderas azules con estrellas doradas que dicen Euroopan unioni/Europeiska unionen/European Union en algunos edificios, y aunque aún hay tantos programas formales a ese nivel, de alguna manera también se siente fuerte en 2016 lo remoto de la idea.
Como siempre, el diablo está en los detalles. Pequeñas desconfianzas (al indagar por cuentas bancarias por internet, vemos que da exactamente lo mismo estar en Francia o Suecia o Colombia: no existe la Unión Europea de manera real para muchos trámites), indicios miniatura de lo que al sur se percibe de manera más brutal y amplificada.
Alguien podría decir que muertos en el Mediterráneo hay (registrados) desde… las guerras en el Egeo, las Termópilas, el rapto de las sabinas, las guerras entre persas y griegos, las guerras entre hebreos y filisteos, entre atenienses y espartanos, entre romanos y casi todo el mundo, entre genoveses y venecianos, entre franceses, italianos, ingleses y árabes, entre turcos y todo el lado occidental, entre alemanes y aliados.
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Escribía a mi padre comentando todo eso, y le envié una versión de la canción famosísima Mediterráneo de Serrat – una versión que hizo recientemente en la isla de Lesbos, frente al mar, acompañado en un atardecer precioso por los rescatistas que ayudan a recuperar cuerpos de migrantes y en los casos buenos logran salvarlos – jóvenes europeos probablemente con sensibilidad más solidaria que la mayoría. Serrat viejo, cantando con voz ronca (y ce latinoamericana, intencionalmente) su canción de juventud. Mi padre señalaba el contraste entre el Serrat de su época de juventud, el cantante del antifranquismo y el sueño de España nueva, anterior a su inmersión en Europa Europa… y el Serrat actual cantando frente al mar donde aparecen cuerpos de migrantes ahogados, con la voz quebrada por la edad y el mirar lúcido y desencantado. Aún así, señalaba mi padre (para quien el Mediterráneo es central – probablemente nunca lo he visto tan emocionado en toda su vida como aquella vez que vio ese mar por primera vez, manejando desde Andorra hasta Barcelona en 1978 con nosotros – entre los árboles de repente apareció ese mar y él detuvo el carro bruscamente, paró al borde de la carretera y nos bajó a todos y dijo “El Mediterráneo” – el recuerdo de ese momento y el azul al fondo se me quedó grabado indeleblemente en la mente desde entonces), la presencia de esos jóvenes rescatistas de alguna manera es la única esperanza, la única luz en esa historia tan sombría de la Europa actual.
en 2000, frente a la costa turca, atravesando de Rodas a Atenas
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María Clara hablará este viernes de su tema actual de investigación, que mejor no me pongo a definir aquí yo (no podría hacerlo). Tiene que ver con teoría del paisaje (y con su propia obra), con el problema de las fronteras desde la construcción mental del paisaje. Será en un congreso en honor a Juliette Kennedy aquí en Helsinki (Crossing Worlds: Mathematical logic, philosophy, art). Es la primera vez que aparecemos al tiempo como conferencistas en un congreso los dos. Es un reto difícil hablar para matemáticos, artistas y filósofos… y decir algo significativo para todos.
Hablando con ella sobre su charla (y preparando la mía), me sorprende a veces el paralelo impresionante de preguntas. Ya veremos cómo nos va este viernes.
Entre autres moments de gloire, la visite à Toronto l’automne dernier a eu le moment de connaissance de Josef Sudek (à l’Art Gallery of Ontario) – ce photographe tchèque qui m’a tellement surpris par ses transparences, par ses gris, par la présence ineffable d’un “air”, par la façon d’attraper ce qui est là, immanent et en même temps si difficile à voir d’habitude.
María Clara m’a dit de beaux mots sur Pessoa quand je lui ai donné la compilation avec chansons basées sur ses poèmes il y a quelques jours, à la Foire du Livre de Bogotá. Elle a évoqué la sensibilité de ce poète et sa façon de rendre presque palpable l’absence, le mystère de la vie, le manque, le temps. Je sens que Sudek est un peu la même chose, en photographie.
Parece que la Independència de Catalunya ahora sí va en serio. Por lo menos eso podría uno concluir por mero conteo, al notar que El País dedica dosartículos de su pantalla principal en internet al tema (el segundo, nada menos que un llamado de Juan Luis Cebrián a la “cordura”). Por otro lado Avui suena como si la independencia ya fuera inminente y se pregunta cosas como si el ejército español enviará los tanques contra Cataluña, si Cataluña quedará fuera de la UE o fuera del euro. En uno de esos artículos dice Avui que “la UE no querrá otra Noruega, otro país rico fuera de su seno” – como un especie de argumento volitivo para no salir de la UE aún saliendo de España (¿realmente creen los de Avui que Cataluña es comparable con Noruega?).
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Andrés Caicedo explica cómo demostrar el Teorema Fundamental del Álgebra a punta de pura Álgebra Lineal (se basa en una prueba de Derksen de la prueba de existencia de autovectores para cualquier operador lineal en un espacio vectorial complejo de dimensión finita – prueba que evita el Teorema Fundamental del Álgebra y que permite deducirlo). Curioso y simpático todo eso.
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Javier Moreno nos envió desde Canadá dos cosas: un delicioso tarro de jarabe de roble y una novela de Helen DeWitt (The Last Samurai). Empecé a leerla en El Ocaso esta semana. Es rara – hay momentos en que asoma una fuerte tristeza en esa madre empeñada en enseñarle mil y mil y mil cosas a su hijo. Lleno de silabarios (ひらがな y カタカナ obviamente), cosas en 日本語, mucho en griego homérico, etc. etc. etc. —- es un libro hasta ahora muy atizador de curiosidad, muy juguetón y a la vez muy melancólico. No tengo ni idea para dónde va.
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A falta de una, fuimos dos veces al puente colgante sobre el Río Apulo esta semana: la primera fue el domingo, en esa caminata fantástica hecha con un grupo muy variado y simpático, de venezolanos y colombianos; la segunda ayer por la mañana (temprano salimos hacia arriba desde El Ocaso – llegamos al puente colgante en algo menos de una hora de subida muy empinada; allá me pegué un baño muy refrescante en el Río Apulo – a Apolo lo lanzamos también a que se refrescara pues estaba acalorado, pero es muy gallina a la hora de mojarse con agua fría). Fue un fin de semana extendido de trabajo y un par de caminatas increíbles.
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Creo entender por fin una demostración de extracción de indiscernibles (bajo ω-estabilidad, obviamente) en teoría de modelos de espacios polacos – cuando las fórmulas consideradas son todas Σ^1_1 o Σ^1_2 (o κ-Suslin). El hecho de tener Δ-tipos para conjuntos Δ no cerrados bajo negación complica la vida a Shelah (y a los lectores). Las definiciones de conceptos como categoricidad, ω-estabilidad, etc. cambian de manera muy divertida e inquietante. Por ejemplo, categoricidad en λ en ese contexto significa (puesto que todo lo interesante sucede en el cardinal del continuo) que al forzar dos veces mediante forcings que primero hagan que λ se vuelva el continuo y luego preserven el cardinal de λ (aunque agreguen muchos – a lo sumo λ – reales nuevos) se tenga isomorfismo entre las dos interpretaciones de las definiciones. Todo con un sabor muy L_ω1ω como esperaría uno para espacios polacos.
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Por otro lado, ahora la cosa está en teoremas del modelo genérico para objetos como foliaciones o cocientes de gavillas (bajo acciones de SL_2(Z) y similares). Parece más difícil que para haces. Si algo así sale, se acerca mucho más al mundo de teoría de números. El seminario ha estado duro e interesante. A veces me entristece no haber aprendido más geometría diferencial en Madison – pues ayuda de verdad a la hora de hacer las generalizaciones de teoría de modelos que estamos haciendo. Zoran sí lo hizo (trabajo con Robbin y finalmente se fue a geometría no conmutativa muy categórica); fue una excelente decisión.
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Parte de mí se pone feliz con la idea de Independència de Catalunya. Parte de mí se asusta con la inestabilidad cada vez más fuerte en que parece estar entrando Europa. Como siempre, estoy dividido con respecto al tema.
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Y no, no estoy de acuerdo con el argumento escueto de Javier Moreno. En siete párrafos cortos se da el lujo de despachar un problema muy complejo, con muchas aristas, caricaturizando a todo el mundo en el camino. Aunque me parece bien que ventile el tema, creo que cae en un exceso de simplificación que sencillamente hace que se caiga muy rápido casi todo lo que dice. Es bueno que desmitifique el otro argumento escueto de financiar “porque sí”. Pero en la mitad está el mundo real – no está ni en el extremo de Javier, ni en el extremo que Javier ridiculiza. Tal vez el espacio de las columnas de El Espectador termina produciendo eso. A mí me gustaría que Javier se lanzara a escribir algo con mucha carne, muy documentado, muy argumentado – digamos una columna tipo The New York Review of Books y no unas pocas frases estilo El Espectador. Ahí sí podríamos iniciar una discusión muy fructífera y productiva.
Esta es una canción de cuna de la poetisa Ilse Weber, internada en 1942 en el campo de concentración de Theresienstadt, en las afueras de Praga. Compuso allá muchas canciones sencillas, aparentemente sencillas, sobre las cosas que estaba viviendo. Esta es una canción de cuna. Otras canciones son Und der Regen rinnt, Ade Kamerad!, Ich wandre durch Theresienstadt (y cae la lluvia, adios camarada, camino por Theresienstadt), etc. – aparentemente el ciclo incluye unas sesenta.
Hace unos años en Estocolmo Anne Sophie von Otter armó una interpretación de estas y varias otras compuestas por internos en ese campo de concentración. Todas son distintas, según el autor – unas más dramáticas, unas más abstractas, unas más operáticas, unas más “folk”.
Las de Ilse Weber me llegan muy profundamente – tal vez por su aparente sencillez, su comentario (solo aparentemente pasajero y sin drama) de canción de cuna a unos niños (aparentemente Theresienstadt era menos extremo que Auschwitz y podían estar durante un tiempo las madres con sus niños), de adios a un camarada (se sobreentiende que el Transport lo llevará a los campos de los que no se regresa), de la lluvia que cae, de ir caminado por ahí. Esa increíble capacidad de concentrar el horror brutal sin mencionarlo, y hablando de cosas que de alguna manera vive cualquier ser humano – esperar que pase la lluvia, despedirse, cantar a un niño chiquito para que se duerma – logra evocar la dimensión de esa tragedia, de ese horror, sin tener que mencionarlo directamente.
Trains and piano. I could take a trip by train forever, never quite stop, and be the happiest man.
This is what Bruno Monsaingeon’s documentary does (yes, the same Monsaingeon of Glenn Gould’s Goldberg Variations Documentary of yesteryear) with Polish pianist Piotr Anderszewski.
In the documentary, Anderszewski goes around Poland, then on to Budapest and finally to Paris and Lisbon, on a special cart of a Polish train he adapted, with his piano. On his way, he plays, he stops in Poznań, Budapest, Warsaw, Zakopane, Paris, Lisbon and gives recitals. He visits his Hungarian grandmother, he explains how he couldn’t take any Chopin and how Chopin, trains, snow, war and Europe seemed intertwined. He deplores lost Warsaw. He explains how he quite piano and how he came back.
But mostly, he travels and travels.
We watched this movie with María Clara for hours and hours – I got it in Berlin right after being in Cracow, Zakopane, Wrocław, Poznań, with my head and heart full of Poland. We then watched it again with Roman, with my father, with some other dear people.
This youtube teaser has some of it. The movie’s train scenes are the best in the world.
La relectura de un gran libro siempre es algo muy extraño. Por lo general evito hacerlo – no busco directamente releer libros, en general. Cuando sucede es por alguna razón curiosa, tangencial, externa.
Esta vez terminé, sin quererlo, sin buscarlo, releyendo a Thomas Mann. La montaña mágica. Ese libro que nunca creí volver a leer, que tenía relegado a la memoria (y asociado a nuestra llegada a Madison en 1992, cuando durante el verano anterior al inicio de mi doctorado decidí leer mucho en inglés para apuntalar, afilar un poco, mi vocabulario y devoré ese libro en inglés, y varios otros, y vivía feliz con las discusiones entre Settembrini y Naphta), ahora de nuevo me atrapó.
En este caso es por el kindle. Me puse a bajar libros gratis de varios sitios (hay maravillas increíbles) y uno de esos fue una versión francesa de La montaña mágica. Al principio estaba simplemente tratando de jugar un poco, acostumbrarme a leer en ese aparato, tratando de convertirlo en algo cómodo. Me puse a leer trozos de esa novela como quien no quiere la cosa, más tratando de acomodarme con el kindle que cualquier otra cosa.
Y ahí quedé atrapado. No solamente ando feliz con la superficie de lectura del kindle (ya se sabe: le permite a uno descansar de la pantalla, pero también tener un buen conjunto de novelas y uno que otro artículo de matemáticas en pdf por si uno quiere revisar algún detalle de una construcción), sino con la novela.
Me está pasando, tal vez aún más que la primera vez que la leí, ese ardor, esa impaciencia, ese enamoramiento con una novela, que hace que uno anticipe regresar en cualquier momento en que tenga “un tiempito”, que hace que uno abra el kindle (o el libro) y se sienta absolutamente feliz de regresar al ámbito de la novela, curioso de saber qué pasa, qué dicen, cómo teje Mann la trama.
Aunque sé qué pasa (y en realidad es una de esas novelas donde pasar pasar no es que pase mucho – el placer está en el cómo y en el punto de vista), me meto en la novela y me asombro con las frases, con los giros, con la ironía velada, con lo impresionantemente magistral de la escritura.
Mann es un maestro de ver. No sé si esa expresión existe, pero creo que si existen los maîtres à penser, o toda la gama de senseis que le ayudan a uno a aprender a respirar, a moverse, a no atacar al uke sino cuando es necesario, a no mostrar el juego demasiado rápido – debería existir la expresión maître à voir. Thomas Mann parece andar con una cámara mágica todo el tiempo, y hablando de cosas tan simples, tan trilladas, como una discusión sobre un horario de tren, una entrada a un comedor en un hotel, un encuentro con un grupo de jóvenes en una caminata por la montaña, la manera de mover las manos en los bolsillos de un muchacho, la mirada clavada al piso del primo militar hipergodo ante cualquier cosa que se salga de línea – hablando de detalles así le arma el mundo a uno. O a mí por lo menos.
Es rarísimo: casi no describe Davos-Platz, Davos-Dorf, la cadena de montañas de los Grisones, el sol y el aire de la montaña. Comparado con muchos otros escritores, la mención a las montañas, al paisaje, es mínima en Mann. Y sin embargo, logra que uno se sienta ahí metido, bien encajado en ese valle, bien sumergido en la atmósfera del aire de la montaña y el aire del sanatorio.
Cuando Hans Castorp habla en la mesa con su vecina inglesa, con Frau Stoehr que le parece tan ordinaria, me da angustia personal el aire del sitio: todos tenían tuberculosis, todos estaban en un hotel para ricos de la Bella Época (1907) en Suiza, todos tienen vidas atrás en Petrogrado, en Hamburgo, en distintos lugares de esa Europa o de la lejana América del Norte, todos son muy acomodados (o pretenden serlo). Y sin embargo el aire se siente insalubre en esa mesa, de una manera que creo que ni el cine lograría transmitir. Le da a uno angustia con los platos, con los cubiertos (de los suculentos manjares). Esas comidas, con conversaciones, exasperaciones, con la mesa de los “rusos bien” y la otra de los “rusos pobres”, con el puesto del médico Behrens que va turnando la mesa en que se sienta en cada comida, con los seis platos de pescado, de carnes – son rarísimas, pues se siente casi el aire interno de los pulmones tísicos en la respiración.
Aún no sé cómo lo logra Mann. Pero la experiencia es en este momento para mí más intensa que la del cine – y es mucho decir.
Pienso muchísimo en Javier Moreno al leer este libro – no sé bien por qué. En parte por el kindle, pues él fue quien me animó a comprarlo. Pero sobre todo por la escritura misma. Por la observación, el ojo, la cámara increíble que tenía Mann, que lo hacía observar detalles aparentemente insignificantes, y luego escribirlos de una manera que termina definiendo el mundo para mí. Con la angustia. Con el andar esperando que pase algo. Con el aire interno de los pulmones (aire jamás descrito explícitamente, pero misteriosamente ahí, sobre todo en los momentos de encuentro, en las comidas). Con la actitud un poco estúpida de los médicos – una estupidez que todo el mundo les perdona por las cosas que pueden hacer de vez un cuando. Con el aire ahí – la atmósfera completamente atrapada, como si fuera una botella de Air de Davos que uno puede abrir con solo leer unos renglones y sentirse como si uno estuviera ahí al lado de Hans Castorp.
Creo que a Javier le podría encantar esa novela (si no la ha leído todavía).
The tragedy of the Euromess is that the creation of the euro was supposed to be the finest moment in a grand and noble undertaking: the generations-long effort to bring peace, democracy and shared prosperity to a once and frequently war-torn continent. But the architects of the euro, caught up in their project’s sweep and romance, chose to ignore the mundane difficulties a shared currency would predictably encounter — to ignore warnings, which were issued right from the beginning, that Europe lacked the institutions needed to make a common currency workable. Instead, they engaged in magical thinking, acting as if the nobility of their mission transcended such concerns.
No sé por qué me emociona tanto Barry Lyndon. Seguramente es la música – los acordes de sarabanda repetidos, insistentes, lentos y a la vez galopantes. O la textura visual: cuadros que fluctúan entre representaciones post-isabelinas hasta romanticismo inicial – salidas a Gainsborough incluídas. O los Embajadores de Holbein, como me decía María Clara en la escena de la búsqueda de su hijastro a Barry para un duelo, con los personajes como congelados, en un café. O el mundo barroco lleno de convoluciones en las que navega ese personaje – a la vez despreciable y entrañable: un escalador social brutal enfrentado él solo a un mundo supremamente rígido de la Europa anterior a las revoluciones.
Kubrick logra que uno se sienta un poco como si fuera Barry Lyndon – como ese joven supremamente ingenuo que sale un día a tragarse el mundo para que el mundo no se lo trague, que se va (de la manera más torpe posible) de su pobreza irlandesa a luchar (literalmente) en Europa y luego se las tiene que apañar varias veces para salir de apuros, de convenciones, de traiciones, de tontería del mundo.
Luego se hunde Barry – y uno puede llegar a odiarlo por varias de las cosas que hace. Y uno nunca entiende cómo pudo querer tanto a Barry, y alegrarse tanto por sus salidas, sus soluciones casi desesperadas.
Barry Lyndon es una de esas películas en las que el corazón de verdad llora durante tres horas, sin que el dramatismo lo lleve a uno nunca a sacar lágrimas – el ritmo de la película logra simular de una manera inverosímil (uncanny) el paso del tiempo. Lento y a la vez brutal. Cada error, cada ingenuidad, cada jugada descuidada de Barry la paga, la paga durísimo como sucede en la vida real.
Desde 1993 no había vuelto a ver esta película, pero este año desde que la conseguí de nuevo la he vuelto a ver varias veces. Ahora la vimos con María Clara – yo tenía que hacer 50 mil cosas, pero no me podía, literalmente, despegar de esos cuadros, de esos pliegues, de esos acordes de sarabanda. Tiene algo que a mí me hipnotiza, casi, esa película.
Ahora tendré que verla en pantalla grande de verdad.
In a world of giants, it helps to be a giant yourself. But a rationale, an intellectual argument, is not the same as an emotional driving force, based on direct personal experience and an immediate sense of threat. We don’t have that sense in today’s Europe. For standard of living and quality of life, most Europeans have never had it so good. They don’t realise how radically things need to change in order that things may remain the same. It would take a new Winston Churchill to explain this to all Europeans.
(Por Timothy Garton Ash – la frase “The current and emerging great powers of the 21st century, from the United States and China to Brazil and Russia, already treat European pretensions to be a major single player on the world stage with something close to contempt” es fuerte) ¿Será justificado todo ese euro-pesimismo de 2010?
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