shifting/blurring (Janus)

I made a personal (photographic) record of life in 2020, before March and after March. The “video” really consists of impressions, photos taken here and there, between January 1st and early December 2020. It does not offer a wide perspective, nor a reflection on the pandemic, nor anything of that sort. It rather explores the two-faceted aspects of this strange year, and (perhaps) the passage of time.

Here:

resonancia / reflejos

No he logrado entender por qué en esta época de confinamiento han sido tan fuertes los sueños (para mucha gente, según concluyo). Para mí han sido sobre todo semi-vigilia. El lento y dulce despertar y descubrir que hay aura, la naturaleza está ahí – la montaña – seguimos vivos, a pesar de la incertidumbre. Disfruto intensamente los aromas de los cuerpos medio dormidos, ese olor dulzarrón de seres humanos y los rastros de sus fluidos, tan similar a los aromas del pan horneándose. Y disfruto abrir la ventana y sentir el frío de la noche anterior al amanecer, y la luz que inicia lentamente mientras Abdul sale a cazar en la madrugada sabanera – y vuelvo a dormir, a semi-dormir, a medio-dormir y pienso en las fotos no tomadas (ese gris matutino, esa niebla, ese Abdul, el olor de nuestros cuerpos que me embriaga, la perspectiva de hornear el pan) y no pienso mucho en matemática a esa hora (aunque no es verdad: siempre pienso de alguna manera en algún fragmento de construcción o de prueba), y retomo etapas remotas de la vida: la presencia de mis padres, su protección, las rupturas con ellos, la salida.

Y arranca el día, semi-igual a todos. No habrá salidas, no habrá viajes, no habrá idas a cine o a restaurantes o a montar en bicicleta. No habrá nada de eso. No habrá salida a jugar a colgarse en las barras del barrio, no habrá ida a caminar/correr con María Clara por las calles de una ciudad. No habrá parada en ninguna tienda. No hay tiendas – o las que hay parecen más refugios de guerra. Carullas con ambiente de cooperativa polaca socialista de las películas (aunque con precios aún más caros que nunca), tiendas de vereda con lo básico, y sobre todo nada de flâner, nada de lingering, nada de detenerse a mirar y comparar frutas o productos: entre el tiempo limitado de salida, el fastidio con tanta máscara y tanto cuidado con cualquier moneda, cualquier roce, cualquier pago con tarjeta, no quedan ganas de mirar muchos productos, comparar, imaginar.

Arranca, pues, el día semi-igual a todos. Hay belleza también en la no-salida, en las vueltas por el pequeño jardín, repetidas igual siempre, corriendo intervalos o caminando y caminando y caminando y contándonos lecturas y sueños y libros. Y parar a tratar de hacer “calistenia” en suelo, difícil (los burpees me dejan los tobillos inservibles) sin las maravillosas barras de los parques bogotanos. Y ver a Abdul por fin libre revolotear entre árboles y tratar de concentrar la mirada y empezar a notar nudos y zarcillos.

Saber que las fotos serán siempre fotos de lo mismo: la comida preparada, la vegetación siempre sorprendente. No serán fotos de ciudad, pues no hay ciudad en este momento. No serán fotos de gente pues la gente no está para fotos – entre máscaras y nerviosismo, cierta tristeza implícita se deja ver en las fotos que ve uno estos días (veía unos videos de gente haciendo ejercicio en la Barceloneta y gente en la playa – nadie se ve muy contento pese a estar en principio en sitios muy ideales).

Entrar a clase en zoom – y aprender a percibir a los estudiantes a través de sus voces, sus dudas, sus frases, sus silencios. Qué difícil. (Pero qué maravilla algunos estudiantes.)

Y odiar zoom al final del día largo. Y agradecer que zoom existe porque ¿cómo habría sido el desayuno tal con amigos en Nueva York sin zoom? ¿cómo habría sido el seminario tal, el curso tal, la reunión de amigos, sin zoom?


texture of life

Boiling milk, making arepas for Easter Breakfast with Roman and Wanda, making cream cheese, baking a (small!) chocolate cake, grinding pork rinds, chopping onions, sharing our breakfast on zoom with Roman and Wanda, watching Abdul walk into the playful light, escaping into the shadows of the garden, participating in an art event hosted by Miri Segal (on zoom, of course) in Tel Aviv, collecting fruit, watching organic-looking patterns on the drying (recycled and washed) plastic bags, watching time slip by, talking to a friend on zoom…

What else is there?

¿qué estaba buscando?

Aún no es del todo claro para mí qué estaba buscando yo al haber venido a Chile en estas semanas. La razón oficial, inmediata, y muy cierta, es naturalmente que había un congreso importante internacional de mi área de trabajo. Fue una maravilla de congreso, y con esa primera semana ya habría sido razón más que suficiente para venir a este país.

Pero el congreso mismo tenía ya un lado ligeramente distinto de lo usual: debido a la mobilización social en Chile, y sobre todo a causa de la violencia policial y de algunos de los manifestantes (¡claramente, una minoría!), los organizadores estuvieron a punto de cancelar este congreso. La Universidad de Concepción (ese lugar increíble) está con los edificios cerrados desde octubre. El campus mismo está abierto y libre de grafitis (la ciudad tiene tanto grafiti que es un alivio ver ese campus universitario a la vez completamente abierto al público en sus prados y jardines – un parque gigante para la ciudad) pero con los edificios cerrados era imposible hacer el congreso ahí. Los organizadores terminaron cambiando el lugar a un hotel; el congreso funcionó muy bien en términos matemáticos.

Pero había algo tal vez más básico (¿más vital?) en mi felicidad con este viaje, en ese momento de recibir a María Clara un domingo a medianoche en el aeropuerto de Concepción al finalizar el congreso, para iniciar un viaje por el “sur cercano” de Chile.

Y poco a poco empezamos a entender que esta zona, estas tres o cuatro regiones (el Biobío, la Araucanía, la Región de los Ríos y la Región de los Lagos – entre Concepción y Puerto Montt, pasando por Pucón, Valdivia y Puerto Varas) tienen un especie de versión ultraconcentrada de lo que más nos ha gustado encontrar en tiempos recientes:

montaña – volcanes – caminatas – reservas naturales – mar – comida de mar – cordero asado – caminatas de nuevo – meterse en lagos – meterse al mar [helado] – carreteras con vistas a costa recortada – océano y olas bravas – árboles [alerces, araucarias, melis, arrayanes, lumas, avellanos, ulmos] – formas – subidas y bajadas – playas – rocas – lenguas indígenas – pájaros [cóndores, aguiluchos, águilas, chucaos, halcones] – montañas – santuarios naturales – ríos gigantes – estuarios – madera – montañas – volcanes – árboles


Pero aún todo eso no agota la intensidad de estos días.

Pensaba en que vinimos también a cerrar 2019, ese año extraño que esencialmente se abrió con el viaje de José Luis Villaveces, mi padre, a su propio destino, a su regreso al universo.

En enero de 2019 murió él mientras nosotros estábamos en otro periplo largo, muy distinto de este, el viaje nuestro a Nápoles y Viena que significó despedirlo. Hace casi un año ya. Un tiempo difícil de capturar: siempre me parece que se fue hace mucho menos tiempo, que acaba de morir casi. Trato de decirle que siga tranquilo su camino; empecé a decirle eso mentalmente desde hace un tiempo largo ya. Y a la vez cierta sensación de irrealidad. Como si no lograra yo entender del todo qué ha pasado.


Y es ahí donde este viaje extraño a Chile (a ver un país despertando, un país que debe liberarse de su constitución hecha en dictadura, a ver un país que encuentra una voz – a ratos de maneras agresivas y peligrosas – pero una voz muy suya, un país que parece no temer enfrentarse a ser después de tanta obsesión por tener) cobra un sentido distinto. De alguna manera siento que he venido a encontrar una voz también. Y a volar un poco, como esos miles y miles de aves gigantes que hemos visto en estos días, entre volcanes y el Pacífico… y a seguir en ese diálogo sostenido con mi padre pero dejando ojalá que se disuelva mejor en el universo, a dejar ir. Es doloroso soltar, pero hay que hacerlo.

Aquí la tierra (me decía mi prima vulcanóloga que pasó meses en esta misma región de Chile, entre volcanes, también buscando algo importante para su propia vida, a su regreso de su doctorado en Nueva Zelanda) está viva.

Y es algo muy violento y bello. Volcanes, claro, obviamente vivos y a veces botando lava.

Pero también saber que en Valdivia, donde amanecimos hoy, en 1960 (yo no estaba en este mundo pero por ejemplo mi padre sí, tenía 15 años) hubo un terremoto de 9.5 grados en la escala de Richter, el terremoto más fuerte jamás registrado. Que duró diez minutos temblando. Que los humedales gigantes que están ahí se formaron a raíz de ese terremoto, en 1960. Que luego en 1985 hubo otro gigante y luego en 2010 en Concepción (el lugar del SLALM) otro, con el tsunami de Talcahuano justo al lado.

Y ver esa naturaleza que parece de Gondwana, esos árboles que parecen anteriores casi a la formación de esta parte del continente.

Tal vez esa escala otra de esta zona del mundo, esa escala de tiempo de los volcanes y de los árboles jurásicos, de los alerces milenarios y los humedales gigantes recientes, esa tierra viva y brotando e hirviendo, de alguna manera ayuda a tener otra perspectiva. Y a la vez el presenciar el despertar de un país latinoamericano. Tal vez para eso necesitaba venir – ¿para completar un ciclo iniciado hace un año en ese invierno duro de Viena? …

un barco pesquero en algún lugar del Pacífico, hace dos o tres días

Warsaw: a perennial box of surprises?

I did expect some grimness – and there is, of course, plenty of it. Consider the area around the Palace of Culture and Science, and the huge empty space around the building itself.

I also expected interesting cemeteries, having read Rutu Modan’s The Property and also having seen many interesting photographs by Roman and Wanda taken on November 1st. The visit to Cmentarz Powązkowski (Powązki Cemetery) on my first day there, a Sunday, was great. Those Polish red lanterns by the tombs, next to elaborate and lovingly kept altars.

It was unfortunately impossible to visit the Jewish Cemetery – it was closed to the public during the Passover holiday.


What I did not expect was the dimension of the parks – they are enormous, with old trees and plenty of water (apparently diverted from the Vistula River in the 17th Century by some Italian architects – or Polish architects with Italian training – for the Royal Palaces), their playfulness, their utter “Romanticism” (for lack of a better word; although of course they predate the idea of Romanticism itself by more than a century). Among the most beautiful urban parks I have ever seen, anywhere. The Royal parks of Warsaw, south of the center, are marvelous public spaces.

What I also did not necessarily expect was the good quality of food. This is something new. For decades, food in Poland had a particularly bad reputation. Even in 2009, when I was in Poland (not in Warsaw), food was ok – there were some good things but nothing prepared me for this explosion of fresh ingredients, of interesting and clever preparations, for the way food is presented. What was more surprising to me was how good “normal daily food” seemed to be, at least in the area where I stayed (a rather well-to-do part of the city, yes). The way they prepared their daily lunches seemed naturally good, not pretentious at all.


An area I did expect – from having read plenty of material about the post-WWII reconstruction – was a well-redone Old City. It is there, indeed – surprisingly well-done. One may enter from a tram station through an automatic staircase. That in itself is a bit surprising and announcing the fact that the Old City is made in the 1950’s based on etchings and paintings from the 16th, 17th, 18th and 19th centuries – with the original building techniques and materials.


Another big surprise was the area of the old buildings of the University. There I could not really know whether they are old or reconstructed — very-well — but I was very positively surprised by those buildings, public spaces, auditoriums. I cannot really place why at some point they almost seemed too well-kept, too renovated for a public university. Certainly in much better shape than most public universities (in New York, in Paris, in Barcelona, in Bogotá, in Buenos Aires, in Jerusalem)… Is this something new in Warsaw? Or is it something specific to Poland, the way people seem to keep in excellent shape those buildings? I felt surprised… in a positive way, but there is something unexplained there (to me).


And then again, recent history. And the ghetto, the ghetto’s absence. Now residential buildings from the 1950s or 60s, wide avenues where the lively (and dense, and ragbag) ghetto used to be. Wide boulevards where there must have been cobblers, klezmer musicians, small shops of all kinds of bric-à-brac, a whole life that completely disappeared.

That was very painful, when in a smooth tramway (the smoothness and easiness of Warsaw’s public transit system was yet another very good thing) we glided through the wide boulevards – empty on Sunday – and Roman told me “here was the ghetto”. I asked, “what do you mean, here?”. He said, “here”. I felt pain to see the nothingness that has replaced it. I fell silent for a while. As the smooth tramway ride left the area I realized how suffocating it is to go through a nothingness where between 1939 and 1943 a brutal, utter disaster happened.

I asked Roman whether something like the Berlin “stumbling blocks” (Stolpersteine) – those little pieces of pavement where the names of people who lived there and were killed or deported to the camps are engraved, sticking out a bit to make people “stumble” and remember – had been done there, in the Warsaw ghetto. He said “no… but maybe it should be done”.


At the Cmentarz Powązkowski


Those amazing parks of Warsaw


Eating in Warsaw (café food, not fancy places)


Stairway to… the Old City


The University of Warsaw (older area)


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Wide boulevards – not quite the ghetto area, but this is roughly how it looks now…

 

across a sea / internal voyage / ghosts of Tallinn

None of the usual reasons directly applied in the case of a trip such as last week’s Saturday trip to Tallinn in Estonia. There was no compelling goal, no exhibition opening, no special lecture at some research institute, no direct need to go there – at least in the usual sense.

Yet I booked tickets for a day trip from Helsinki. The week-end had some intense work to be done, in connection to the main reason of my visit to Finland (being the opponent of a doctoral thesis) and several other projects (mathematical and now also philosophical) together with colleagues and friends there – but the need for a kind of freedom to be attained through boat travel on that day – plus the chance to actually work in a nice café in (then unknown to me) Tallinn ended up triggering that day trip.

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harbor station, 7 am – about to board the Tallink

(The boat on the way over was quite cheesy – Estonian-owned; glimmering casino-like features, people half-asleep, unedible food and dysfunctional common areas – I had expected the Silja/Tallink boats somewhat different. I managed to secure a spot and work a bit, though.)

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9:30 am – December in Tallinn

Arrival mid-morning, with mist rising over the Baltic. Heart pounding. The emotion of boat travel overtakes me.

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Entering the Old City

Slowly waking up – Saturday morning of a wintry day in the Old part of Tallinn. Not expecting too much…

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A store with lots of old Soviet time medals and paraphernalia – attended by an older Estonian woman who must have seen a quite different Tallinn

I always wonder for how long can they continue selling this sort of “Soviet vintage” in places like Tallinn. How many military (or sports or…) medals? How much interest can this still arise in people?

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By a music store

The porches and side-streets do seem to have a different character. Here, a music store that was closed in the morning hours. Later I had the chance to stop there. I was not disappointed.

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Tallinna Raekoda

Technically, the Town Hall. It could well have been one of the churches of Tallinn.

I still hadn’t found a “place” to sit that didn’t look too touristy – the only two places that had attracted my attention till then were the Soviet mishmash store and the music store that was closed.

But close to this tower I did find a fantastic cafe where local hipsters (not tourists) seem to hang out.

I continued my morning of work in that café.

 

 

 

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Eel Soup. One of the best meals I have had anywhere!

A gem of a restaurant – found by recommendation of Boban. They were nice, seemed to experiment with local ingredients. Here, a creamy smoked eel soup with leeks and various kinds of onions. I also had elk with wild berries.

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Part of the Estonia Museum houses the collection of Adamson-Eric. His work was vaguely reminiscent of Xul Solar’s in Buenos Aires. He was banned from his position at the Art Academy of the Soviet Socialist Republic of Estonia by the Soviet authorities, accused of being “a formalist”. This sort of accusation apparently was extremely serious. He seemed to take refuge in an extremely playful internal world – with sculptures, ceramics, paintings, weavings – an extremely rich and varied output that seems to do homage to older traditions of Estonia but mixed it with early twentieth century modernist influences.

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A small detail of Adamson-Eric’s work

I slowly started – after the seriously good espresso in the café, the very good meal, the Adamson-Eric exhibition – to sip the pace of that part of Tallinn. Full of corners that seem to hold voices of some distant past (Teutonic Knights? Swedish Riddar? Peter the First’s armies? Local Estonian defendants? German merchants?) the ghosts of a marvelous city started to appear. Was it the misty atmosphere? Was it the echo of swords in the Toompea castle – of Germanic, Slavic tongues invading? Was there a real Finno-Ugric resistance?

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mist

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ghostly

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ghostly Tallinn – by the upper part near the Castle

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as expected – but lonely, snow-dusted, and very eerie

Rising to the tower was crucial for me to see a bit of the city from above. Not extremely high but still a nice ascent… to the mists.

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in the back, barely visible, the Soviet era town

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And then walking back to the entrance of the Old City, the music store was open. In a third floor, following arrows, the space felt oddly non-commercial, out of somewhere. Not sure where from.

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Inside the Music store – a must-see place (the collection of music, on the other side, is quite nice). The atmosphere of the store feels more like a person’s apartment.

In low window sills of course Nativity scenes – some of them quite original. Dozens of them, all different.

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a random window

The KuMu Museum (Museum of Art of Estonia), located somewhat faraway from the Old City, in a very beautiful park (I read later the park was commissioned by tsar Peter the Great – a whole area of the city called Kadriorg), is a serious contemporary art museum. Their main exhibition was on Die Brücke, on German Expressionism – and its connections to Estonian art. They also have interesting collections of twentieth-century Estonian art – I took a long series of that. One of the parts of the exhibition that called my attention was Response to Soviet politics. There is a kind of formalism that seems to have been an intellectual response to the obligation of subjects, to the imposition of collectivism.

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In other European countries the (re-)construction of a national identity after Independence (from Russia in the case of Finland, from the Soviet Union in the case of Estonia, others from the Austro-Hungarian Empire) seems to have been deeply interlinked with painting or music (or some other artistic manifestation). My visit to Tallinn was too short to really capture how this happened. I am sure composers such as Arvo Pärt must have been part of that consciousness – but I am not sure in the case of painting.

 

gaps – subir regulariza / gelato en Bogotá

En la última sesión de su minicurso hoy Miguel Moreno demostró que en cardinales no contables \kappa=\kappa^{<\kappa} la relación de equivalencia de isomorfismo-T \approx_T de estructuras de tamaño \kappa (una relación de equivalencia en el espacio de Borel generalizado \kappa^{\kappa}) es continuamente reducible a \approx_{T'} cuando T es “menos compleja” modelo-teóricamente (clasificable) que T’ (por ejemplo, si T’ es superestable con sDOP o si es estable no superestable).

Más allá de los detalles técnicos (pesados) de esto, lo interesante es que dos nociones de complejidad aparentemente muy dispares terminan coincidiendo en cardinales no contables suficientemente grandes: la jerarquía de estabilidad y la reducibilidad (Borel o continua) de relaciones de equivalencia asociadas a las teorías en el espacio de Baire.

Es uno de los casos en que para cardinales suficientemente grandes la teoría de modelos danza en buen ritmo con la topología (de Baire).

Lo más interesante es que en el caso clásico (contable, teoría descriptiva de conjuntos) no sucede ésto. Allá la jerarquía de estabilidad y la de reducibilidad-Borel se comportan de manera bastante disonante.

Todo esto es parte del tema más general de búsqueda de regularidad esencial en teorías de primer orden, una vez se permite uno a sí mismo subir más en los cardinales.

Cardinales más grandes —– Mayor regularidad de comportamiento


Un poco como si el infinito si no es muy grande contuviera aún mucho “ruido” pero este ruido se disipara al subir más.


La variante más famosa y conocida (aunque mal – poca gente incluso en teoría de modelos conoce la demostración) es el Main Gap de Shelah. Lo que sucede en estos teoremas de teoría descriptiva de conjuntos generalizada que mostró Miguel Moreno es que de alguna manera el Main Gap también se captura con teoría descriptiva de conjuntos… siempre y cuando la libere uno de la hipótesis de trabajar en espacios polacos.


Este tipo de “regularización arriba” ocurre en otros temas también: en propiedades de grupos de automorfismos (la propiedad SIP vale automáticamente en modelos saturados no contables de teorías de primer orden, como probaron Lascar y Shelah e incluso vale en modelos no contables asociados a clases cuasiminimales como demostramos con Ghadernezhad – ¡pero puede fallar de manera estrepitosa en muchas teorías contables!), etc.


Hoy tuvimos seminario entre la 1:30 y pasadas las 5 de la tarde. Miguel habló todo ese tiempo sobre estos temas. Fue muy interesante sumergirse en ese mundo por unas horas.


Después del seminario pasé en la bicicleta a probar los helados de Selva Nevada en el Parkway. Creo con toda honestidad que es la primera heladería seria que ha surgido en Bogotá. Nada del nonsense de Orzo (con sus sabores chimbos tipo Oreo o Nutella), y mejor aún que la de Gastronomy Market de la 72 con 5 – mejor textura, nada de perfumes raros. Verdadero gelato que se merece el nombre. No había probado nunca helado serio en Bogotá.

Mientras tanto…

… la ciudad fue cambiando. De manera un poco imperceptible. La impresión inicial es que todo está tal como era hace veinte años, cuando vivíamos a dos cuadras de aquí, cuando caminábamos al shuk o al Supersol (que en realidad es Shufersal pero es que en los idiomas sin vocales explícitas siempre hay esos cambios, como en una charla de teoría de conjuntos donde alguien dijo “Kanamura” refiriéndose a Kanamori – pero es que en idiomas semitas las dos palabras son (casi) la misma – fuera de que la f y la p son la misma letra y la sh y la s también casi), cuando cruzábamos el valle de la cruz con su monasterio griego ortodoxo del siglo séptimo yendo a la Universidad, cuando bajábamos por los miles de jardines (sí: árabes y judíos saben transformar el desierto en jardines, como en Granada y sus cármenes o los jardines de la Alhambra – el alcalde actual de Bogotá quiere hacer exactamente lo contrario) hacia la Ciudad Vieja o la Cinemateca…

Sí, todo eso está ahí – y mucho más, pero mientras tanto la ciudad fue cambiando.

El shuk al lado de su mercado clásico que aún está (con sus gritos, su desorden impresionante, su locura) ahora tiene un poco de locales nocturnos muy sofisticados, con cervezas belgas deliciosas, con comida buenísima (y carísima). Como si en Bogotá la zona más zona G de repente se trasladara a Paloquemao (adentro) y la Paloquemao nocturna fuera un sitio con los mejores restaurantes y bares. Pero todo eso conviviendo con la Paloquemao de siempre, con el Shuk Mahané Yehudá de siempre, con su comida de Rajmo (iraquíes que hacen pinchos de hígado de pollo y lo sirven con ensaladas, berenjenas, hummus, limonana-limonada de menta). Todo al tiempo.

El barrio nuestro parece haberse llenado de las mejores panaderías del mundo – con toda clase de productos caseros – pestos, salsas más medio-oriente, todo. Una librería pequeña pero increíblemente buena, a dos cuadras de aquí: אדרבא. Adrabá. Adrabá es una palabra en arameo que significa (me explicaba en hebreo ayer el dueño / hebreo salpicado de inglés para poder entender matices), si entendí bien, una técnica talmúdica de usar el argumento del adversario para probar la tesis que uno quiere. Se dice “adrabá”. Pero se usa en situaciones como cuando alguien pide indicaciones en la calle y uno en vez de explicar va y lleva a la persona – se dice también “adrabá”. Un poco como un salto epistemológico con permutación incluida. (Aún no he aprendido a usar la palabra, pero seguramente la escucharé por ahí.)

Como la gente habla tanto, como hay tanta discusión, interacción, uno va cogiendo palabras al vuelo, rápidamente. Como son tan impacientes los jerosolimitanos terminan completando las frases que uno inicia y así aprende uno – aunque a veces le toca corregir pues las completan mal. Pero aprender idiomas así es muy interesante (y agradable). Claro, si sucede mientras el chofer de bus está discutiendo con uno, impaciente, girando en calle estrecha, recogiendo pasajeros, contando la plata, y a la vez vendiéndole a uno la tarjeta de diez viajes, todo al tiempo con tráfico y miles de peatones y ciclistas… pues puede ser un poco “tiempo real acelerado” el curso. Inmersión.

Inmersión – ah sí, la calentadora de agua tiene un letrero “אין לטבול במים”. Ein litbol be-maim. Adivino qué quiere decir, pues אין es una negación y במים es “en agua”. Es obvio que quiere decir “no sumergir en agua”. Pero no conocía el verbo sumergir, לטבול, litbol. Sin embargo, es obvio que la palabra árabe tabule es la misma, tiene que ser la misma raíz, tabal, tabel, litbol. Y claro (verificado en internet), tabule es eso, un “sumergido”, un “inmerso”. Un “dip”.

(Pero cómo suena de desabrido decir que uno va a preparar un “dip” comparado con decir que uno va a preparar un “tabule”, aunque signifiquen exactamente lo mismo.)

Así es casi todo el tiempo. Una extraña inmersión repleta de permutaciones de letras o significados superpuestos, como adrabá o litbol/tabule. Un paso imperceptible del hebreo al árabe o al arameo – y a veces por extensión al español cuando la raíz es árabe. No sé si tabal, litbol, tavlinim (las ensaladitas locales que ponen siempre como entrada en los restaurantes, de nuevo la misma raíz – berenjenas encurtidas o ahumadas, tajine, hummus, pescado encurtido, mil cosas más) tienen una palabra derivada directa en español. Podrían tenerla pero uno no se da cuenta (como me explicaba el Rav Juan Mejía con la palabra fulano).

Jerusalén siempre extrema: por un lado, a 40 grados antier a las dos de la tarde fuimos a almorzar después del seminario de teoría de conjuntos al shuk, y pasaban ortodoxos con trajes negros apropiados para el invierno báltico, sin hacer la más mínima concesión al hecho de que no están en Lituania en 1750 sino en el Medio Oriente en 2017. Y el mismo día, no muy lejos de ahí, me contaba María Clara que pasó por el parque un joven corriendo casi desnudo: tenía solamente unos calzoncillos “g-string”, de esos que son una cuerdita no más atrás y dejan las nalgas al descubierto. Eso, en la misma ciudad de los ultraortodoxos, y seguramente corriendo al lado de varios de ellos (los jóvenes ultraortodoxos van al parque también, con sus cuerditas colgando, sus sombreros o kipás – las jóvenes con sus pelucas y faldas largas y muchos niños). Lo interesante es que en espacios como ese gran parque, nadie parece inmutarse con que estén al lado el corredor casi desnudo y las familias ultra-ortodoxas – y los demás (en otros sectores de la ciudad sí).

Y mientras tanto…

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electrificantes están esos blogs que sigo – últimamente Arturo Sanjuán escribe de manera descarnada – Javier Moreno escribe con un estilo muy controlado y depurado pero los posts cortos son acaso lo mejor posible (no es tuiter, no es el blog viejo, son pensamientos concentrados a veces muy extraños si se leen de manera aislada) – otros blogs también me llegan pero le pongo atención a esos dos en particular

trucha ahumada ayer (y hoy, de sobras) – pocas veces he hecho pescado ahumado, con trucha funciona de manera sorprendente – hoy no teníamos mucho tiempo para preparar almuerzo y fuimos a Tomodachi; el plato de anguila con arroz estaba enano y costaba trenta y un mil pesos – mi trucha ahumada costó mucho menos y (modestia aparte) quedó mucho más sabrosa que lo de ese restaurante

además, dio para almuerzo de martes y comida de miércoles – hoy estaba tal vez aún más rica que ayer

un poco nervioso con tanta cosa en NY en estos días que vienen: charlas en seminario de lógica y para otro seminario, la presentación del video, luego la exposición en Fleischmanns (un pueblo en los Catskills), luego visita a Artem en UCLA y charla allá también

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pasaportes – corte

Esta semana andaba medio clavado escribiendo dos o tres cosas. Aún así, renové pasaporte (una vez más, pero tocó). Es de esas vueltas que duran diez o quince minutos y que lo dejan a uno pensando ¿por qué no son todas las vueltas burocráticas así de fáciles? ¿qué le impide a los demás burócratas hacer las cosas bien, como se ve que las pueden hacer los de Pasaportes en Colombia – donde renovar pasaporte toma 10 minutos?

Arroz negro. Arròs negre, en realidad. Preparé esa receta para una cena con amigos un viernes por la noche. Ahora se consigue fácilmente en este barrio el arroz bomba necesario. Y en Hipermar hace unos días conseguimos las sepias y todo lo necesario. Etcétera. Pocas recetas tan festivas para un viernes nocturno. Se trataba de volver a ver amigos que queríamos ver desde hace rato, y de cerrar una semana muy pesada. En realidad esas recetas de arròs valenciano son fáciles, una vez uno les coge el tiro – y son festivas, de verdad.

Irse a cortar el pelo en cualquier ciudad del mundo siempre es extraño. El mundo de los barberos y peluqueros es muy peculiar. Me decía el peluquero (en Chapinero) hace unos días que ellos son muy inestables. Que se ponen bravos y abandonan el puesto de una. Que no les interesa tener prestaciones y cosas de esas que los amarran a puestos, que prefieren clavarse a trabajar y ganar su salario integral y poder largarse cuando quieran, poder desaparecerse quince días si se les da la gana, poder salir corriendo en cualquier momento. En cierto sentido son personas muy libres. El señor este me hablaba de lo importante que es entender los ángulos de la cabeza de cada hombre, cada mujer. Me contaba que la gente llega con expectativas absurdas (llevan fotos de Cristiano Ronaldo, de Beckham, y les dicen “córteme que me quede esta raya de Cristiano así – o déjeme como esta foto de Beckham, etc.”). Yo no podía creerlo. El pobre peluquero tiene que explicarle al cliente que su cabeza es distinta, etc.

En Lyon los que afeitan parecen ser todos turcos o armenios. Nunca me han afeitado tan profesionalmente como en esos lugares de gente del Medio Oriente. Hablan poco. De sus pueblos en esa meseta tal vez. O le dicen a uno on nous dit tout le temps que la France va se casser la gueule, mais ici nous çà va – çà va encore…

Vivir en Bogotá es relajante y divertido. Uno nunca se puede tomar demasiado en serio porque… pailas. Eso me gusta de esta ciudad. Siempre sale algún taxista, peluquero, señor del parqueadero, con algo que lo deja a uno pensando. Sea por absurdo, o simplemente porque nota uno que hay otro mundo ahí, gigantesco, y que uno puede aprender mucho simplemente escuchando. Escuchar a la gente en Bogotá es relajante y divertido.

Nada más difícil que conseguir buen desayuno en Francia. Sí: en Argentina es peor. Pero en Francia su formule petit-déj.  parece un chiste. Por 7 € le dan a uno un jugo demasiado concentrado, un café requemado y una “viennoiserie” (qué nombre tan ridículo) redulce – eso sí hecha con buena mantequilla. Pero mal. Peor aún en Argentina donde imitan ese mal petit-déj. francés (café recontrarequemado, jugo artificial y “medialuna” hecha con pésima margarina). Una vez en la CABA (así le dicen a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) cometimos el error de pedir huevos al desayuno, después de tres semanas de pésimo régimen en Patagonia y la misma CABA. Nos dijo el dueño del hotel “¡no! sólo los yanquis comen huevo al desayuno…” – los shaanquis… No tuvimos la energía de aclararle que los colombianos y los mexicanos no somos precisamente sshaaanquis y bien que comemos huevo al desayuno. Con los argentinos discutir es caso perdido. Ellos saben cómo es el resto del mundo, sobre todo cuando nunca han salido de Buenos Aires. Tocó esperar a llegar a Perú para empezar a comer bien.

Etc.

errores / libertad / deriva

  • Entre ayer y hoy preparé un dug con un yogurt distinto, el único natural sin dulce que se consigue en el pueblo. Usé el único condimento que parecía hierbas aquí. Resultó ser anís. Curiosamente, aunque el dug de esta vez quedó tan distinto del iraní, la comedia de errores parece haber sido fructífera: el dug con anís sabe muy bien. Al principio pensé que sería horrible. Y está buenísimo (aunque el yogurt de este pueblo no es el correcto, etc.).
  • Sin embargo, eso me libera de algo y cuando regrese al yogurt que conozco bien en Bogotá, y a mis condimentos iraníes, será con una nueva libertad que prepararé el dug, incluso si regreso al viejo método.
  • Libertad de formalismo (el no ceñirse a una teoría, como sucede en la algebraically minded model theory que no es más que una teoría de representación de Galois muy generalizada, o Clases Elementales Abstractas con otro nombre) siempre trae formalismos ocultos.
  • Leopardi discute (hace un par de siglos) ese tema en su Zibaldone di pensieri. Dice, por ejemplo (p. 935 del volumen I de la edición de Mondadori de 1937)…

Molte idee, ancorchè compostissime, le concepisce l’uomo chiaramente e facilmente in un tratto, perchè il soggetto loro non è composto in maniera che l’idea non ne possa risultare se non dalla concezione particolare e immediata di ciascuna sua parte. Per esempio, l’idea dell’uomo è composta, ma la mente senza andare per le parti, le concepisce tutte in un solo subbietto, in un solo corpo, e quindi in un solo momento, e dal subbietto discende poi, se vuole, alle parti. Così accade in tutte le cose materiali ec. Ma l’idea di un numero non risulta se non dalla concezione delle unità, cioè parti che lo compongono, e da queste bisogna che la mente ascenda alla concezione del composto, cioè del tal numero, perchè un numero non è sostanzialmente altro che una quantità di parti, nè si può definire se non da queste, nè ha veruna menoma qualità o forma, o modo di essere ec. indipendente da queste. L’assuefazione aiutata dalla bellissima invenzione che ho detto, fa che la mente umana appoco appoco si abiliti a concepire una quantità determinata, quasi prima delle sue parti, e indipendentemente da loro, e discenda poi da quelle a queste, se vuol meglio distinguere la sua idea ec. il che non si può mai se non nello spazio di tempo, e non già nell’istante.

  • La deriva actual. En matemática (IUT). El siguiente problema.

¿Mercado persa de hierbas?

Eso parecía la cocina cuando empezó Zaniar su festín de comida iraní (cocinó para 4 el jueves pasado – yo serví de “pinche”) con toques kurdos. Dijo que quería hacer algo de comida iraní – le dije que lo más fácil era que cocináramos algún día festivo en mi casa. El mercado consistió en algo de carne (teníamos ya el arroz basmati en casa), y varias otras cosas pero sobre todo una cantidad abrumadora de hierbas (cilantro, perejil, eneldo, yerbabuena, menta poleo, puerro – la parte verde, las hojas, usadas como hierba, cebollín, espinaca). La bolsa de hierbas que ya habíamos comprado era una de las grandes de supermercado (Surtifruver) pero luego Zaniar llegó a la casa con otra bolsa de más hierbas (y berenjenas para el plan B y tres –  a falta de una – vasijas de preparaciones de yogurt con semillas/hierbas/rosas especiales traídas de Irán, yogures que había dejado preparando desde la víspera).

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Picamos y picamos y picamos – en un momento dado con el picador eléctrico, usado una y otra y muchas veces más.

Es el tipo de cosas que uno no aprende con los libros sino viendo hacer. Si me dicen que una receta de carne (gorme sabzi) queda mejor con tantas hierbas, puedo pensar que hay un error. Pero no: es como una bolsada grande de hierbas para poco más de una libra de carne.

Las hierbas se pican pequeñas y luego se asan en seco, sin aceite, hasta que se sequen y empiecen a soltar aroma. Ahí sí se agrega un poco de aceite, y se agregan en bloque a la carne (cordero o res) que ha sido ya cocinada con mera cebolla, aceite y cúrcuma, y que lleva unos fríjoles rojos deliciosos.

La cantidad de hierbas hace que el efecto sea raro: a pesar de comer mucha carne, uno siente que es sumamente saludable. Nunca había comido (a conciencia) algo así.

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Adicionalmente, Zaniar hizo una sopa de lentejas (las trajo prehumedecidas, y con trigo partido) a la cual puso una cantidad enorme de hierbas (distribución un poco distinta) y sobre la cual al final puso mucha menta ligeramente dorada en aceite de olivas – y algo de yogurt.

Trajo además los tres yogures de entrada (uno con rosas y unas semillas de Kurdistán con las que hacen goma, otro con mucho eneldo y cohombro, creo, y un tercero que no recuerdo en detalle). Mucha pimienta.

Y el basmati – hecho estilo iraní: se hierve como si fuera pasta en mucha agua con sal, unos seis minutos. Se saca y se cuela. Luego, en la olla, se pone papa tajada en rodajas (puede ser pan de ese plano de por allá también) y se dora en aceite de oliva abundante. Sobre eso se pone el arroz colado, luego mantequilla y comino – y todo se tapa con trapo y olla.

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After an event, pondering.

In spite of the unpleasantness of that morning, I did learn a couple of things about public exposure. Here, pondering – the sadness and tiredness of it all show in our faces. Mine was probably the worst – as I only self-portray in dim reflection, no record, no self-record. Just the memory, and a few articles in a newspaper, not really read. A Mexican dinner (pollo al pipián verde, with excellent tortillas brought from the new taquería at the corner of Carrera 11 and Calle 79, the pipián homemade by roasting and grinding pumpkin seeds, cooking them in a little oil and then the chicken and water – and add a lot of jalapeños and green tomatoes and hierba santa after putting that through the blender, etc.) was my way of getting some respite from that day.

smoothness

Garbled, chaotic, self-refusing, auto-rejecting, half-dreamy days, these ones. Beginning of semester feeling the abruptness of change, the turning of tiles, the shuffling of cards, the opening of seals. Smallish index properties galore, moving topoi resting and at ease, like soldiers the night before the battle. Trees of partial morphs, gluing and amalgamating and blocking. Open areas fighting smallness. Lochak’s book lurking behind, tumbling ideologies and twisting friendships abode. Ferdydurke’s pupas and groins and limbs and mothers and teachers and ears and glands, a lad’s smell – warts and farts and darting fights – inside and out. Polish sweat-house.

All the while, realizing that extending jarred invariants from upper half to reals implies smashing groups, plunging sheaves, twisting leaves, and finally mapping the remnant section to its mores.

(In order, above: undergraduates at the University, women selling orange juice above Chía, a backhoe blocking our way out of the house, as new sewage lines are being drawn in Fonquetá; below, (retired) Chemistry professor Cortés, in his restaurant in Tabio, voicing (starkly) his mind against curates and opiates, Art History professor Cortés, thinking ramifications, and curator Martín, listening and musing.)

De Botton lee a Proust, y yo pienso en twitter.

Neist Point, al oeste de la isla de Skye. Tierra de Breaking the Waves. Verano de 2013.
Neist Point, al oeste de la isla de Skye. Tierra de Breaking the Waves. Verano de 2013.

Uno de los libros que consigue uno en alguna librería genérica de la carretera en Inglaterra o en Escocia se llama How Proust can change your life, por Alain de Botton. Aunque proviene de un lugar genérico (librería de carretera) y aunque el título suena a libro de auto-ayuda (pero… ¿cuál libro no lo es? ya puestos en materia, hasta Classification Theory puede ser de auto-ayuda, tomado como es) terminé comprándolo. En viajes uno se topa con gente, libros, paisajes, baños absurdos (y máquinas extrañas dentro de los baños: en los baños de ciertos pubs escoceses hay las obvias máquinas de condones, pero hay selección múltiple, hasta con sabor a whisky en el baño de las mujeres, según reportó [divertida] MC). Y uno baja defensas: compra libros que de pronto ni miraría en una librería en la ciudad de uno. Como leer El Tiempo que regalan en el avión de Avianca, cosa que jamás hace uno en la vida real.

De Botton escribe ligero y sencillo sobre un autor de libros no ligeros y muy complejos. Es un placer de lectura rápida y ágil el libro de De Botton. Se enfoca en el problema de la amistad, de la hipocresía (o no), de hacer las cosas despacio y nunca precipitarse, de leer y encontrar todo el tiempo extensiones de la vida de uno en los personajes, o ir a un museo y ver que el personaje de un cuadro renacentista es alguien que uno conocía). Problemas aparentemente sencillos, pero que en realidad pueden esconder todo lo que uno quiera. En realidad bajo el estilo ameno y ágil de De Botton está un ensayo impresionante sobre cuál es finalmente el Arte Poética de Proust, problema evidentemente dificilísimo pues un autor que terminó plasmando los infinitos vórtices y sub-vórtices – y puntos de inflexión y ondinas y transición entre multiplísimas capas de realidad, como foliaciones y transversales, laminaciones y prehaces – de las relaciones humanas, de la amistad y lo que se espera (o no) de los demás, de la conexión entre envidia y cara de tranquilidad (falsa, pero verdadera), de la conexión entre tiempos remotos y tiempo presente – todo ese sistema dinámico humano que Proust como nadie se acercó a develar para nosotros.

En Mallaig (oeste de Escocia, al frente de la isla de Skye). Marineros preparan un barco, ¿pesquero?
En Mallaig (oeste de Escocia, al frente de la isla de Skye). Marineros preparan un barco, ¿pesquero?

De Botton tiene la genialidad de no hacer un ensayo pesado sobre un libro ya bien pesado (si se quiere) y así permitir el acceso a muchos más. Sabe escoger ejemplos deliciosos (literalmente) de las páginas de la obra de Proust, con ironía que devela la ironía suprema, y los salpimienta con ejemplos de la “vida real” de Proust, sus familiares y amigos, y luego concluye brevemente.

Uno de esos es el tema de la conversación entre Proust y Joyce. Proust normalmente vivía rodeado de gente mucho más “simple”, mucho menos sofisticada que él – y parecía disfrutar mucho eso. Una única vez los invitaron a una comida a ambos – imaginar estar en una comida con Proust y Joyce al tiempo en el Ritz suena casi imposible. ¿Qué diría uno? ¿Qué dijeron ellos? ¿Qué hablaron?

En realidad, nada. Joyce cuenta que Our talk consisted solely of the word `Non.’ Proust asked me if I knew the duc de so-and-so. I said, `Non.’ Our hostess asked Proust if he had read such and such a piece of Ulysses. Proust said, `Non’. And so on.

La velada siguió así: no tenían nada que hablar. De Botton indaga hondo en el concepto de amistad y conversación para Proust y marca el contraste entre lo generoso que era con sus amigos Proust y su escepticismo hondo con respecto al tema.

Pero lo más contundente es que en realidad uno (incluso Proust y Joyce, y hasta Grothendieck y Shelah – un par de grandes análogos pero ubicados en el otro extremo del siglo – probablemente una conversación matemática entre ambos no hubiera sido muy distinta de la conversación entre Proust y Joyce) casi nunca es interesante. Incluso si uno es Proust o Joyce en realidad es aburrido la mayoría del tiempo, con excepciones gloriosas (en los buenos casos) que cuestan sudor y trabajo duro. Lo interesante no se alcanza a decir en conversaciones, realmente. Se requieren esos tiempos larguísimos, aburridísimos para los demás, durante los cuales un autor está tan distraído o tan ensimismado como los dos grandes, para rumiar y pensar todo lo que da cuerpo (en el caso de esos gigantes) a obras como En busca del tiempo perdidoUlises donde están no solamente todas las respuestas a todas las dudas de todas las conversaciones posibles/pensables, sino las conexiones entre estas, las variantes negadas (Proust aparentemente se tragó muchas respuestas duras a gente que se las hubiera merecido – en vez de enfrentarse en peleas mantuvo la amistad… pero los personajes ofensivos probablemente fueron fundidos en fragmentos de sus personajes de En busca).

Apéndice, que no tiene nada que ver con el tema anterior: aunque la gente echa pestes de la comida inglesa o escocesa, creo que el problema es que esperan que sea lo que no es. No es comida mediterránea, no es comida japonesa, no es comida ligera, no es comida francesa, tampoco comida del Caribe. Pero es buena dentro de sí misma: la calidad del pescado es absolutamente excelente (cosa que aprecio muchísimo al gustarme tanto comer buen pescado pero vivir tan lejos del mar), y comen cosas que a mí me parecen exóticas: liebre, perdiz, venado, reno, muchos otros animales de cacería que me saben delicioso. Y mucha avena en Escocia (en las galletas de avena para comer con queso, que son excelentes – casi avena pura, en el porridge que es una colada de avena pero es rica, en el haggis, que es la morcilla/salchicha repleta de avena y vísceras y a mí me encanta ocasionalmente). Y buenas conservas (de naranja y otras frutas). Y finalmente, el whisky (que lejos de ser la bebida elegantosa que es en lugares como América Latina es parte del mismo continuo que va desde las galletas de avena… hasta el destilado de malta), que es uno de los aportes más increíbles a los sabores que hay. Esta foto de un lugar de fish and chips en Whitby (Inglaterra) muestra la variedad que hay en esa comida (barata, y toda recién pescada):

Bacalao, Haddock, etc. - todo muy fresco y bien frito en grasa de vaca a temperatura que deja todo crujiente.
Bacalao, Haddock, etc. – todo muy fresco y bien frito en grasa de vaca a temperatura que deja todo crujiente.

Día paleo: costillas de cordero.

Comer costillas de cordero requiere cierta disposición “paleo”: hay que usar las manos y estar dispuestos a comer como nuestros ancestros. Comer “paleo” de vez en cuando probablemente sea bueno – tener días muy carnívoros, alternados con días casi veganos, alternados con días “mediterráneos” (apelativo chistoso o absurdo, pero bueno…).

Esta vez preparé las costillas así: después de descongelar, precalenté horno (alto), armé una marinada (miel, allspice, ajo, vinagre [usé vinagre casero hecho a partir de vino], sal, pimienta, aceite, un poco de whisky, etc.), sumergí las costillas de cordero por 15 minutos ahí, luego las sellé (en una sartén en su propia grasa), metí las costillas en el horno (parte alta del horno) por 6 minutos y mientras tanto mezclé la marinada con el jugo que soltaron en la sartén, calenté y agregué mantequilla y algo de mermelada de rocoto (se puede usar otra mermelada) – al estar las costillas se agrega la salsa y se sirve. Voilà.

No hay fotos (olvidé tomar – estaba con las manos en la carne, pensando en el vino [con estas recetas vale la pena un vino un poco mejor que el usual], las papas saboyanas, las habichuelas [que preparó MC]).