Llegar, estar, e irse

No es lo más frecuente del mundo llegar un domingo de caminata por Chapinero y encontrarse con un envío de libros, llegado desde Medellín. Y abrir el paquete y ver libros, tres libros que son uno y son tres, con formato sorprendente, alargado, y edición muy cuidada. Y luego, al ir leyéndolos, tratando de no acelerar demasiado para dejar durar el placer de la lectura, de las imágenes, de las preguntas, de las conversaciones, del fluir, descubrir que (¿otro ejemplo de sincronía?) parecen hablar con otros libros que uno anda leyendo (el Diapsálmata, y el Proust y los signos, entre otros…) en el mismo momento.

Esta vez fue así. Quedé muy emocionado con el escrito dedicado al amigo, al compañero de apartamento en la ciudad (que se siente familiar, un lugar chapineruno con hamburguesas de medianoche en alguna gasolinera abajo), el apartamento en las montañas.

El lugar de la promesa, de la cocina compartida, de los vasos que poco a poco se van rompiendo, de las voces, del hablar lento de la persona que les muestra el apartamento, de las voces escuchadas del amigo y su amiga, del trío tensado y la comida comprada y no comida, de las arepas en la nevera y los sobrados para nunca, de la presencia de unas montañas nunca descritas, nunca escaladas, pero siempre, absolutamente siempre, presentes como marco del mundo, marco del barrio.

De la música, de las músicas secretas escuchadas con audífonos, de la artista de la isla lejana vestida de cisne, del canto antiguo y nocturno de los animales evocados/invocados. De la música del copretérito y la noche que nunca fue presente pero es pasado iluminado, del estar en el tiempo feliz del co- amistad copretérito, del imperfecto (tan importante en muisca, marcado con sus hermosos sufijos -suka y -skwa), el pasado o presente incompleto.

Y de las bellísimas imágenes/collage evocadoras, fotos, recortes, dibujos, tazas, garabatos, costuras. Y la amiga del amigo, la conversación sobre «nada», el despropósito de las palabras hiladas.

Los tres libros son uno solo. La última página del primero es la primera del segundo, igual, y así sucesivamente. Están hechos para ser folleteados (¿existe ese verbo? no sé), como libros de láminas de mi infancia setentera, para ver muchas imágenes al tiempo. Y a la vez son un guiño explícito a temas que el autor, Simón Villegas, ha estudiado con dedicación y tiempo y mucho cariño: Bergson, Deleuze, el cono del tiempo, el presente y los pasados escalonados y reescalados y folleteados, el futuro que no es más que una intención larvada.

Ese futuro contenido en el título E irse. Yo no quería leerlo. Me daba tristeza leer el fin del apartamento en la montaña, el cierre, la partida del amigo a lugares lejanos, el regreso de Simón a Medellín. Aún así, sabía también que el futuro, el E irse estaba contenido completamente en el Llegar y el Estar, y que no habría sorpresas reales para mí, que ya sabía todo. El epílogo tiene un gran catálogo de cosas; esos catálogos que armamos después de las partidas de los amigos, de todo lo que hubo, de lo poco que podemos listar aún. El puff de los micropuffs, la mónada-puff y sus mil explosiones micro cuando se sienta a hacer siestas nuestro guía. La ropa, los olores, las hileras de zapatos, el look buscado diariamente, las noches divididas. La persiana verde que deja filtrar la luz chapineruna, pálida y muerta, las manchas entre las lamas desajustadas, como otra metáfora de ese tiempo de Bergson tan cercano y caro al autor.

Y el sinsabor del inventario, el catálogo [y la evocación de Don Giovanni ya por siempre atada a esa palabra] ya no de las 1003 conquistas «in Ispagna» sino de las infinitas pérdidas – los vasos rotos, la ropa regalada, la persiana abandonada, sus rayos de luz olvidados y reconvertidos, las páginas idas.

Y los tiempos, y el regreso.

El Magdalena, a mitad de camino entre Bogotá y Medellín

Bien. ¡Mil gracias por esos tres/uno libros, por ese tiempo condensado y destilado y explotado y filtrado y modulado, Simón! (Y por el canto a la amistad, algo tan difícil de pescar por ahí…)

Escrito en parte durante otra pandemia

Partes de À la Recherche du Temps Perdu fueron escritas durante la pandemia anterior, en los años cercanos a 1919/1920. En Sodome et Gomorrhe, II, iii aparece una descripción de una subida en ascensor en el Gran Hotel de Balbec, con todo el tema de los estornudos. La manera como lo cuenta Proust puede generar cierta empatía en quien la lee en 2022. Nuestros viajes en ascensor compartido, diarios para quienes vivimos en torres, han sido todo un tema. En este pasaje, el narrador (Proust joven, traspuesto) sube en ascensor con el ascensorista que está con un ataque de tos ferina (coqueluche). El ascensorista le tose y escupe encima mientras le habla. El narrador no sabe qué hacer; no quiere parecer antipático con el ascensorista, pero este sigue y sigue tosiendo. Al llegar casi arriba, el ascensorista se da cuenta de un problema con un botón del tablero del ascensor, y (no se sabe si por error, o por querer seguir hablando) vuelve a bajar. El narrador piensa que prefiere subir por las escaleras…

… Mais une fois, au moment où je remontais par l’ascenseur, le lift me dit : « Ce monsieur est venu, il m’a laissé une commission pour vous. » Le lift me dit ces mots d’une voix absolument cassée et en me toussant et crachant à la figure. « Quel rhume que je tiens ! » ajouta-t-il, comme si je n’étais pas capable de m’en apercevoir tout seul. « Le docteur dit que c’est de la coqueluche », et il recommença à tousser et à cracher sur moi. « Ne vous fatiguez pas à parler », lui dis-je d’un air de bonté, lequel était feint. Je craignais de prendre la coqueluche qui, avec ma disposition aux étouffements, m’eût été fort pénible. Mais il mit sa gloire, comme un virtuose qui ne veut pas se faire porter malade, à parler et à cracher tout le temps. « Non, ça ne fait rien, dit-il (pour vous peut-être, pensai-je, mais pas pour moi). Du reste je vais bientôt rentrer à Paris (tant mieux, pourvu qu’il ne me la passe pas avant). Il paraît, reprit-il, que Paris c’est très superbe. Cela doit être encore plus superbe qu’ici et qu’à Monte-Carlo, quoique des chasseurs, même des clients, et jusqu’à des maîtres d’hôtel qui allaient à Monte-Carlo pour la saison, m’aient souvent dit que Paris était moins superbe que Monte-Carlo. Ils se gouraient peut-être, et pourtant pour être maître d’hôtel, il ne faut pas être un imbécile ; pour prendre toutes les commandes, retenir les tables, il en faut une tête ! On m’a dit que c’était encore plus terrible que d’écrire des pièces et des livres. » Nous étions presque arrivés à mon étage quand le lift me fit redescendre jusqu’en bas parce qu’il trouvait que le bouton fonctionnait mal, et en un clin d’œil il l’arrangea. Je lui dis que je préférais remonter à pied, ce qui voulait dire et cacher que je préférais ne pas prendre la coqueluche. Mais d’un accès de toux cordial et contagieux, le lift me rejeta dans l’ascenseur. « Ça ne risque plus rien, maintenant, j’ai arrangé le bouton. » Voyant qu’il ne cessait pas de parler …

p. 413-414 Sodome et Gomorrhe, À la Recherche du Temps Perdu

La conversación además captura el tono peculiar del lift, el ascensorista (las inflexiones, el uso del idioma, el « c’est très superbe » que no aparece en la manera de hablar del narrador ni de otros personajes). El ascensorista, sus demoras, sus conversaciones en varios momentos de la novela, es todo un personaje que permite al narrador manejar el tiempo, el tiempo de las observaciones y expectativas, de manera totalmente distinta de sus otros personajes.

Proust se permite incluso poner en voz del lift una comparación entre las complejidades de ser maître d’hôtel y ser escritor; el ascensorista le dice a Proust joven que «le han dicho que administrar un hotel es mucho más difícil que escribir piezas y libros». Esas frases sin respuesta son parte esencial de los leves (a veces sutiles, siempre presentes) guiños que nos hace el autor.

más sueños de final de semestre / libros

Como este semestre ha parecido infinito (pues empezó realmente en agosto de 2018, se prolongó a través de múltiples vicisitudes durante meses y meses y meses, tuvo la pausa extraña y difícil de enero, y luego una pausa no pausa y luego encadenó con el (llamado) 2019-I) todos estamos agotadísimos.

Y en ese agotamiento sueña uno cosas raras, casi absurdas (pero reconfortantes, no sé bien por qué). Anoche soñé con Zaniar y con mi papá. Ya no recuerdo bien, ya pasó todo el día. Tenía que ver con puntos en unas medias y con explicaciones. Estaba la comprensión infinita de Zaniar, esa manera que tiene ese joven matemático kurdo de entender casi a priori tantas cosas de Colombia, de mi vida, de lo que realmente importa en teoría de modelos. Pero el sueño no era sobre nada de eso. Y estaba mi padre ahí, como tranquilo. Yo sabía que se había muerto, que lleva ya seis meses (casi no lo puedo creer) surcando el más allá (o como quiera que se llame donde anda ahora) y que después de estar lejos volvía a decirme algo, pero no recuerdo ya qué.

En el sueño era feliz su retorno, era como una aceptación tipo pues sí, te fuiste, qué vaina, nos dejaste solos aquí abajo lidiando con cosas idiotas (algunas incluso culpa tuya, obviamente, otras simplemente este planeta que está bien cansón últimamente con sus competencias y sus rankings y demás absurdos), pero qué bueno que estés ahí que tu sois là encore une fois – regarde un peu cette folie de planète heureusement pour toi tu l’as quittée avant qu’elle n’explose pero no todo era tono de reclamo – era más algo formal, un Glasperlenspiel de esos que le gustaban tanto, y pues ahí estábamos…

Era un sueño medio despierto; yo sabía que estaba durmiendo feliz en Chía, desnudo bajo el duvet de plumas con la montaña ya amaneciendo y preciosa con sus nubes y los aromas nocturnos de nuestro lecho con María Clara, placer puro – y aún así seguía soñando con alguna estructura extraña, como una superficie de Riemann que iba cambiando y siendo marcada por los personajes del sueño (Zaniar y mi padre, ¡qué combinación!) y puntos blancos y puntos negros y grafos y la eterna química…


Y los libros, tal vez los libros han sido parcialmente causantes de esos sueños, y no solamente el tan mentado fin del semestre infinito.

He estado abriendo cajas y cajas de libros. Repartieron – a mí me tocaron los de química, física y matemáticas que él tenía, más de 600 libros de esos temas. La cifra 600 no dice en sí nada, pero yo ando abrumado abriendo y abriendo cajas con mecánica cuántica, química a varios niveles, topología algebraica, topología combinatoria, espectroscopía, filosofía de la ciencia, también ese tema que yo odiaba y odio – cienciometría; en general detesto con todo mi ser las métricas aplicadas a la creatividad o al conocimiento o a la “producción científica” (qué combinación tan fea de palabras, como si fuéramos esclavos de algo) – pero que mi padre decía “había que estudiar pues de lo contrario las entenderán mal” – a lo cual contestaba/contesto yo “igual las entendieron patas arriba”…

Los temas bellos, la mecánica cuántica, química a varios niveles, topología algebraica, topología combinatoria dan para una biblioteca hermosísima y buenísima. La estoy distribuyendo entre estudiantes de él y allegados (aunque también decidí armar una biblioteca del grupo que tenemos con los geómetras pues a todos nos interesan la física y la química)… pero de momento mi estudio está repleto de cajas semiabiertas, y entre fin de semestre y mil otras obligaciones saco tiempo para ir mirando, libro por libro, qué hay, con qué me quedo, qué doy a quién, qué hago

Abdul parece disfrutar mucho ese desorden…

estantes

Hoy reorganizamos bastante algunos libros. Trajeron una biblioteca nueva que mandamos a hacer hace unos días. Terminamos armando una parte de escritoras mujeres (varios estantes) y en toda la mitad de abajo pusimos literaturas de Israel y Egipto, de Irán e India. Por alguna razón algo me incomodaba con la organización de esa parte de la biblioteca – terminé armando dos estantes con libros de “misticismos” (judío, un poco cristiano con poetas como San Juan de la Cruz o con libros de Simone Weil, musulmán con los poetas sufís / también algo de libros sobre cabalá y zohar y otros sobre judaísmo, pero también algunos libros sobre zen y taoísmo) y luego sí la literatura israelí (muchos libros) y la egipcia e iraní (pocos libros), la turca, la pakistaní y la india.

Ordenar unos estantes nuevos quiere decir comenzar a re-ordenar todo el resto. El cambio terminó afectando la biblioteca de matemáticas (en mi estudio), la de historia del arte (en el estudio de MC), la de poesía (de manera profunda, en la sala), la de libros italianos (también en la sala). Terminé también armando una biblioteca especial de ensayo literario, otra de filosofía de la matemática. Y luego nos pusimos con MC a reorganizar todos los libros franceses en otros estantes y a abrir espacios nuevos para novela gráfica en formato pequeño. Ah… MC reorganizó también los estantes de novelas chinas y japonesas.

Me reencontré con personajes olvidados o que había leído poco recientemente: Agamben, Enrigue, Zwicky, varias novelas gráficas en hebreo, el Entête (Génesis) en traducción de Chouraqui…

veinte años / la náusea de 1988

En El Espectador del viernes pasado hay una entrevista a Juan Gabriel Vásquez. Habla sobre lo que uno espera que hable él (literatura, novela) y dice algunas cosas interesantes. Me llamó la atención el siguiente pasaje.

En el epílogo de Viajes con un mapa en blanco, recuerdo una frase que se le atribuye a Napoleón Bonaparte: “Para entender a un hombre hay que entender el mundo de sus 20 años”. El mundo de mis 20 años era el mundo de las bombas del cartel de Medellín, el mundo aterrorizado por Pablo Escobar, el mundo que era mi país, tan convulso y confundido; en esa época, el refugio que encontré en la lectura de novelas fue absolutamente importante, porque se convirtieron en un lugar en el que lograba una manera de estar en el mundo que el mundo mismo no me daba.

Juan Gabriel Vásquez en entrevista dada a El Espectador

No había visto la frase atribuida a Napoleón, pero se non è vero è ben trovato, creo. Y pienso en dos cosas: los 20 años de personas que me han marcado y nuestros propios 20 años, que coinciden casi perfectamente con los de Juan Gabriel Vásquez.

De lo primero: mi padre, nacido a mediados de los años cuarenta, vivió sus veinte años en plena explosión de los 60, con el revuelto que de alguna manera marcaría a todos esos baby-boomers – apertura del mundo, revoluciones de varios estilos, cierto idealismo, pero todo enmarcado por Vietnam y el fracaso de Estados Unidos allá; el éxito rotundo de Estados Unidos en otros campos como cultura pop o dinamismo científico de sus universidades. La de mi padre es una generación que se define de manera muy extrema con respecto a Estados Unidos, sin la admiración de la generación anterior, pero a la vez mucho más sumergido en un mundo muy influido culturalmente por ese país. Todo lo que siguió a partir de ahí en su caso – el caos de los años setenta, Bélgica a finales de esa década, toda la construcción de la nueva facultad de ciencias en los ochenta y la entrada al gobierno de Bogotá en los noventa en ese grupo extraño guiado (o no) por Mockus – todo de alguna manera hay que leerlo en clave de 1965, con los Rolling Stones y la Revolución Cultural de fondo, con el napalm y el movimiento Black Panthers, con Mayo del 68 y Tlatelolco de fondo. Esos son el telón de fondo de esa generación. (La generación de los Clinton también, del abandono brutal de su propio idealismo, de tanta basura que creció en medio de tantos ideales.)

La generación de Jeangros (la misma de García Márquez o Salmona) por alguna razón la siento muy cercana a mí; muchos aspectos de esa gente me llaman poderosamente la attención. Nacidos a mediados de la década de 1920, viven sus veinte años durante la Segunda Guerra Mundial, o justo después. Es una generación de armar todo a partir de casi nada, una generación modernista en un sentido muy primario y fundamental. Les tocó leer a Celan en la posguerra, entender con Adorno el final del esteticismo anterior, ver los juicios de Núremberg siendo aún muy jóvenes, ver las imágenes de los campos de concentración y luego el surgimiento de Israel como nación frágil y tenue – la generación para la cual Eretz Israel era realmente David ante Goliat. Y en Colombia, la generación del Bogotazo, que parece haber marcado de manera brutal a García Márquez. Les tocó armar mundo casi a partir de nada – inventar maneras de enseñar muy radicales para su época, maneras de escribir y construir que partían de puros bloques primarios. En el mundo de muchos de ellos había poca cabida para eclecticismos. De alguna manera, de las generaciones que he podido conocer, es la que mayor fascinación ejerce sobre mí.


La nuestra es la que describe Juan Gabriel Vásquez: a los veinte años es la caída del Muro (alguno de mis estudiantes tal vez hoy diría ¿cuál muro? de lo contundente que fue su caída pero para los de mi generación el Muro era el Muro y no había otro ni había que explicarlo), el bombardeo de Bogotá por parte de Pablo Escobar, el asesinato de múltiples candidatos presidenciales y de miles de personas de la Unión Patriótica. En Colombia la nuestra es la generación que iba con sus padres al zoológico de Pablo Escobar a ver elefantes e hipopótamos; que vio a Lara Bonilla en la 127 asesinado por esos mismos, y luego las piscinas enchapadas en oro en los noticieros.

(Tal vez por eso me produce tanto hastío esa noticia de narcos y ex-sicarios (ojalá sea verdad lo de “ex-“) haciendo fiestas con otros narcos y sicarios buscados por Interpol; me produce una náusea intolerable ver que siguen en el Oriente antioqueño haciendo parrandas como si estuviéramos en 1988 y no hubiéramos aprendido nada. No quiero ver series tipo Narcos ambientadas en esa época que viví, que disfruté mucho pero también siento que sobreviví. Me produce náusea recordar el bombardeo del Das, la bomba gigantesca desactivada en la Séptima con 85, las clases de alemán en el Goethe donde de repente temblaba toda la casa de la 39 con Séptima por culpa de la onda expansiva de alguna bomba a más de 4 kilómetros de ahí, la gente tratando de llamar a ver qué había pasado. Y los compañeros de curso hijos de comerciantes que pasaban en menos de diez años de Renault 6 a Mirafiori y luego a varios carros de lujo – todo eso me produce asco en el recuerdo.)

l’écume des jours

El título de esa novela de Vian, la espuma de los días (¿la lavaza? ¿los desechos? ¿qué tipo de espuma? ¿de la sucia del mar?) captura perfectamente algo del aire de estos días de final de semestre, de expectativas y tristezas vitales, de querer ayudar a alguien que está con mucho miedo y no poder realmente hacerlo – a menos que la simple presencia y compañía pueda ser considerada ayuda.

2017 ha sido un año colmado de aprendizajes, de abrir los ojos hacia dentro y hacia el mundo, de reencuentros con gente que ha sido importante en otros momentos, de viajes un poco distintos de los de antes (volver a San Agustín y Tierradentro, volver a Kilpisjärvi/Laponia en invierno, luego ir a Aragón que resultó ser un lugar muy peculiar, muy distinto de otras regiones de la península ibérica, volver a Granada y pasar días con una amiga de hace muchos años, volver a Israel a ver a Antoinette en Haifa y a Saharon en Jerusalén – viajes de retorno casi todos tal vez con menos novedades que en otros momentos, pero tan increíblemente plenos a nivel visceral, volver a París por vez número 12 o 13, y verla a la vez tan afectada por problemas similares a los de todas las ciudades grandes y tan hermosa en su tono inseguro de la época), acaso con menos ilusión inmediata pero con más paciencia y percibir – un año con cierta simplificación de lo que se espera, con expectativa y con espuma, sí, mucha espuma, como llegada del mar.

 

 

profesores de colegio / Madame Paul / libertad

… La diversidad de los profesores era asombrosa, es la primera diversidad consciente en una vida. El hecho de que pasen tanto tiempo delante de uno, expuestos en cada una de sus reacciones, sometidos a una constante observación, siendo el verdadero objeto de nuestro interés hora tras hora, y, dado que no podemos ausentarnos, siempre el mismo período de tiempo; su superioridad, que los alumnos no quieren reconocer de una vez para siempre y que los vuelve críticos y malévolos; la necesidad de responder debidamente a sus exigencias sin complicarnos demasiado la vida, el secreto en que se halla envuelto el resto de sus vidas durante todo el tiempo que no están ante nosotros como actores de sí mismos, y luego el hecho mismo de sucederse unos a otros, siempre en el mismo lugar y desempeñando el mismo papel, con la misma intención, es decir, expuestos abiertamente a la comparación: todo esto, tal y como actúa conjuntamente, constituye también toda una escuela, muy diferente de la destinada a la enseñanza, es decir, una escuela en la que se aprende a conocer la multiplicidad de la naturaleza humana y, si se la toma medianamente en serio, es también la primera escuela consciente del conocimiento del ser humano.

Elias Canetti, en La lengua salvada – trad. de Genoveva Dieterich

El anterior pasaje de la autobiografía de Canetti refleja muy bien ese libro (triple): en lenguaje llano va observando, va describiendo lo que ve desde la infancia. Aquí está ya iniciando su bachillerato en Zúrich. El padre había muerto en Manchester, vivía Elias con sus dos hermanos y su madre, pero esta decide internarse en un sanatorio en los Alpes y deja al hijo mayor, Elias, en una pensión de cuatro señoras suizas para que siga yendo al colegio. En esa libertad impresionante que empieza a vivir el joven Elias Canetti se la pasa yendo a conferencias, escribiendo cosas (de las cuales se arrepentiría después), discutiendo temas, remando en el lago, yendo en tren o a pie al colegio.


De alguna manera leer a Canetti me hace revivir ese año y pico de libertad que tuve en Bélgica cuando a los doce años iba en tren, o como pudiera, al colegio. Tomaba materias de griego y latín con Madame Paul (ese era su apellido); ella tenía un 2CV en el que a veces me acercaba a Lovaina la Nueva donde vivía yo con mis padres y hermanas – ella había vivido en Italia muchos años y durante buena parte de la clase mostraba diapositivas mientras nos enseñaba sutilezas del latín y el griego – su hija era un poco mayor y parecía muy libre – Madame Paul era distintísima de los demás profesores en que a la vez lo trataba a uno como mayor y no exigía mucha disciplina; de alguna manera podía ser exigente de maneras más serias que los demás profesores – con ella aprendí mis primeras declinaciones, pero hablando en el carro tranquilamente como con alguien grande… no contaba yo mucho en la casa los detalles de ese regreso con Madame Paul; de alguna manera intuía yo la posible prohibición de tanta cercanía a una mujer de unos 35 o 40 años y su hija grande que parecía tan libre – me limitaba a decir que “una profesora de griego nos pidió que compráramos el Enchiridion o el Neaí Odoí” … Hoy en día tanta cercanía, tantas conversaciones, paradas a comprar comida – recuerdo que Madame Paul paraba en el Delhaize a comprar ingredientes para su comida con su hija y me iba describiendo lo que prepararía – serían probablemente medio ilegales. Yo sencillamente quedé adorando esa visión de Italia y Grecia y la libertad. Conservo un librito que me regaló: una Guía Verde Michelin de la Roma antigua, hecha como si fuera una de las guías modernas pero con recomendaciones para ir al Foro, al Senado, a miles de edificios – describía “restaurantes” de la Roma antigua como si uno fuera a visitarlos, describía las posibles llegadas por la Via Appia, los posibles trancones de carretas en los puentes del Tíber, la especulación inmobiliaria (salía incluso el precio en denarii de pensiones o de la primera propiedad horizontal que hubo en Roma), daba las distancias en millas y pies romanos…


Leer a Canetti es así. Él tenía profesores increíbles algunos, terribles otros (como me pasó a mí también). Probé esa libertad que él también tuvo, durante mi primer año de bachillerato. Regresar a Colombia (al Réfous) fue perder esa libertad durante un tiempo, ir en bus al colegio …  la libertad recobrada más tarde ya fue algo muy distinto.

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los trenes de la libertad (para mí), en Bélgica – foto en 2016

Leer bajo la pátina del tiempo

Paul Valéry ha aparecido en mis lecturas, conversaciones, discusiones – con frecuencia alarmante últimamente. No solamente Fernando lo menciona mucho (y me ha regalado ensayos sobre Valéry o escritos del poeta/ensayista) sino que por ejemplo en Infinity Valéry fue mencionado/citado por personas muy disímiles  –  por la magnífica Briony Fer, por el conjuntista británico Philip Welch, entre otros.

Flaneando por los muelles de buquinistas (sí, me toca usar un poco de frañol ahí; decirlo en español castizo lo haría sonar como una zarzuela) en busca de Valéry y otros autores noté extrañas reticencias. Libreros amables cambiaban de cara al preguntar yo por Valéry después de haber estado hablando con ellos unos minutos; uno de ellos me dijo ah non, moi, Valéry, j’en ai pas casi como si intentara desligarse de algo incómodo, como si mi pregunta por Valéry hubiera cruzado pese a mí algún umbral de lo correcto según él. Otros me dijeron Valéry en Pléiade c’est pas facile à trouver, on a ceci seulement — y sacaban algún fascículo – a todas luces magra representación del autor.

Luego alguien me preguntó ¿Por qué tanto interés en Valéry? … Quien me lo preguntó es el hijo de una profesora de literatura francesa en una universidad bogotana, y me dijo que ya había leído montones de Valéry cuando estaba en el colegio impulsado por su madre – traducían cosas para las clases, etc. Me miró con cierta ironía cuando le dije que como aparece por todas partes en conexión con el infinito, con disquisiciones estéticas, con su poesía, por su centenario reciente, quería leerlo más a fondo.

Finalmente en el Muelle de los Grandes Agustinos apareció un volumen de Pléiade a precio muy bajo y hermosísimo. Mirando por encima y saltando hojas del jugosísimo volumen me encontré con textos y poemas increíbles – que tengo ahora para leer después.

También había comprado ya Variété – un libro que empieza escrito durante la posguerra (de la guerra de 14-18). Valéry como todo el mundo estaba perplejo y lanza un llamado angustiadísimo.

Pero cuesta leerlo, bajo la pátina brutal de eurocentrismo, de creer genuinamente y escribir tanta sandez sobre la “centralidad” y “excepcionalidad” de Europa. Ese dejar entrever la trama de un modo de pensar es el precio a pagar cuando alguien como Valéry escribe tanto, con interés tan genuino por el mundo, por entender tantas conexiones (matemática, música, literatura, política). Algún historiador de las mentalidades podría encontrar tesoros de prejuicios (creo que algunos de los libreros reticentes con Valéry podían estar influidos por ese tema), pensamientos moldeados por su época, en esos diarios de Valéry. Hay joyas impresionantes pero también hay frases que resultan francamente molestas de leer un siglo después – y estoy seguro que alguien con la lucidez de Valéry hoy en día sería un crítico implacable del Valéry de esas frases.

Aún así, disfruto mucho la lectura y los tesoros de ese volumen, pues se configura algo que permite trazar mil hilos entre los temas que me interesan. Y por algo Fernando, Briony y tantos otros no solo lo leen y enseñan, sino que siguen encontrando inspiración inmensa ahí. Yo hasta ahora empiezo.

La mer, la mer, toujours recommencée… (PV)

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París, al amanecer del martes de la semana pasada. Foto: AV.

… pero cae en desgracia (y el tránsito)

Pocas páginas después la caída en desgracia de Swann en el círculo pequeño de los Verdurin parece resonar con cosas vividas. Los estrechos mentales se desesperan con las reticencias de Swann, con que no les celebre sus pequeños chistes de medicuchos o sus calambures. Swann a la vez admira ese mundo (por su lente-Odette) y muestra respeto, pero con distancia.

Parece que una de las cosas que más exaspera a la gente es que la traten con respeto pero con distancia.

Llega un conde, un “de”, alguien con apellido compuesto (de Forcheville), algo que atrae de manera irrevocable a los personajes del salón. El conde en realidad es medio vulgarote y seguramente mucho menos respetuoso que Swann. Pero se ríe genuinamente de los chistes malos, de las pendejadas – no genera la incomodidad de la distancia.

Los Verdurin empiezan a comparar a Swann con el conde de Forcheville, y empiezan a encontrar mucha más simpatía en éste, mucha más resonancia. Inexorablemente, Swann tendrá que salir de ese círculo.


¿Cuántas veces le puede pasar a uno algo análogo? Estar en una compañía durante un rato donde empiezan a aparecer chistes misóginos u homófobos, chistes clasistas o racistas – y tener que mantener distancia helada. En otra etapa de la vida (más inmadura tal vez o de pronto mucho más madura) uno confronta a los de los chistes tontos. Pero en la mayoría de los casos es esfuerzo perdido y lo mejor es salir corriendo. Sin embargo a veces puede uno estar en una reunión (algún comité de colegas, alguna reunión familiar) y al igual que Swann/Proust lo único es limitarse a cierta distancia.

Los Verdurin reaccionan finalmente un poco violentamente a eso. Creo que Proust empieza a dar con una de las raíces del paso de las veladas inocentes a los horrores de racismo, antisemitismo, antiislamismo, homofobia, misoginia, clasismo. Proust parece preocupado (sin hacerlo muy explícito) por los mecanismos de ese tránsito.

el libro extraño / del hastío

En Du côté de chez Swann, II el cambio es tan abrupto que me ha costado trabajo. Ha sido como pasar del Retrato del Artista Adolescente a Ulises sin solución de continuidad. De repente todo se tornó menos ensoñado, más real, más duro, menos metafórico.

El personaje central ahora es Swann – tal vez símbolo del Proust de edad madura – un señor judío de París que tiene acceso a altas esferas pero que por alguna razón decide dedicarse en un momento de cierta meseta de su vida a cuidar el amor por una mujer, Odette de Crécy, una mujer muy inculta y muy pendiente de las modas, muy plana y convencional en sus gustos pero por alguna razón muy atractiva para Swann en esa etapa de su vida.

El punto de encuentro durante bastante tiempo anterior a la eclosión del amor (¿tres meses?) es unas veladas donde una familia de un pequeño-burgués casi enternecedor (dueños de opiniones que ellos creen muy lanzadas, increíblemente inseguros socialmente y pendientes de temas de clases, repletos de pequeños códigos que inicialmente al narrador y a Swann les parecen objetos perfectos para ironizar) … pero ocurre un cambio interesante en Swann y es que a medida que se enamora de verdad de Odette empieza a ver con otros ojos también el salón de Mme Verdurin.

Y de nuevo la magia: el enamorarse hace ver todo con ojos distintos. Algo que parece tan obvio cobra vida (un poco como la imagen de las catleyas en asociación con Odette – y la frase faire catléya que usan Swann y Odette para referirse a hacer el amor) de manera impresionante bajo la pluma de Proust. Después de pintar magistralmente el salón pequeño-burgués visto por alguien con acceso a círculos sociales mucho más refinados de esa París de fin de siglo, después de hacer hablar al médico del salón – pequeñísimo pequeño burgués, después de revelar la estrechez mental de esa gente, pone Proust a Swann a darse mil razones para verlos bajo luz mejor que lo que llaman le monde, el “mundo”, la gente de círculos sociales más refinados.

Swann parece cansado de pertenecer a le monde y tal vez se está refugiando en Odette y en el salón de Mme Verdurin. Hasta donde voy no es claro por qué ese hastío con el mundo, con la sociedad, por qué ese refugio en otro mundo (super arribista y super inculto a la vez), por qué esa renuncia.


Escuchaba a Celibidache hablar de su fenomenología – y dirigir en Múnich obras de maneras supremamente peculiares. De alguna manera (¿voluntaria? ¿involuntaria?) Celibidache también tiene algo de renuncia, algo de hastío. Lo sacaron de dirigir la Orquesta Filarmónica de Berlín a finales de los años 40, lo reemplazaron por un von Karajan muy distinto, muy mediático. Al escuchar hoy parece que se invierte todo: el verdadero príncipe era Celibidache (con su orquesta de Múnich, calificada muy despectivamente por von Karajan como “una orquesta de campesinos” – pero que bajo la dirección increíble de Celibidache parece darnos versiones de verdad muy pero muy inmortales), y el señor un poco vulgar es von Karajan (pese a que hace unas décadas se comportaba como un príncipe, elegante, con sus carros deportivos, sus aviones personales, su manera ágil y rápida de dirigir y resolver cosas que sonaban más pesadas bajo otros)… me parece que queda hoy muy poco de eso – las versiones de von Karajan se oyen hoy pesadas y pasadas, y las versiones mucho más lentas, muy cuidadosas de Celibidache se oyen frescas y nuevas y terriblemente únicas.

¿Será que la renuncia puede ayudar a eso? ¿Será que Swann es metáfora del Proust que en un momento dado renuncia a ciertos brillos superficiales (“vonkarajanianos”) para dedicarse al durísimo pero verdadero brillo de estrella, de diamante para la posteridad, “celibidachiano”?

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Sergiu Celibidache (no sé quién tomó esa foto)

Proust: traducción, descuadre y deseo

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Proust en 1887 – Foto: Nadar.

En un momento dado Proust acelera la prosa y se asoma de manera un poco jadeante a algo muy sensual, muy erótico, muy precioso. En su recuerdo está tratando de explicarse a sí mismo el descuadre que hay entre los hechos y lo que esperamos (I,II, p. 146 en Pléiade) — les faits ne pénètrent pas dans le monde où vivent nos croyances, ils n’ont pas fait naître celles-ci, ils ne les détruisent pas ; ils peuvent leur infliger les plus constants démentis sans les affaiblir, et une avalanche de malheurs ou de maladies se succédant sans interruption dans une famille, ne la fera pas douter de la bonté de son Dieu ou du talent de son médecin. Como que lo que creemos siempre se superpone a los hechos, como que los opaca y nos permite seguir viviendo. Hasta ahí no hay gran sensualidad, no hay necesariamente ese acercamiento visceral a las cosas que sí sigue después. Un poco más adelante se acerca (p. 153 en Pléiade): La plupart des prétendues traductions de ce que nous avons ressenti ne font ainsi que nous en débarrasser en le faisant sortir de nous sous une forme indistincte qui ne nous apprend pas à la connaître. De alguna manera, preocupado por buscar lo que hemos percibido, lo que hemos sentido – y cómo las supuestas traducciones de esto nos engañan. Sigue en ese tono (p. 154): … les mêmes émotions ne se produisent pas simultanément, dans un ordre préétabli, chez tous les hommes… El descuadre entre lo que sentimos todos los seres humanos lo lleva al recuerdo de una obsesión de juventud: encontrarse con una campesina pero cuando no estuviera el abuelo con él, y de alguna manera (soñada) forzar su presencia, besarla, olerla. El momento nunca cuadra, la ocasión nunca se da. Proust lleva el recuerdo a la superposición del paisaje a la campesina (en francés palabras más cercanas: paysage/paysanne) y logra otra de esas maravillas: evocar el deseo de adolescencia por la campesina con las caricias, la sensualidad, el placer sexual buscado, pero creíble solo cuando completamente superpuesto al entorno: connaître à Paris une pêcheuse de Balbec ou une paysanne de Méséglise c’eût été recevoir des coquillages que je n’aurais pas vus sur la plage – de alguna manera la pescadora es el mar de Balbec (y no las calles de París), la campesina es las flores del pueblo, los árboles después de la lluvia donde las evoca, las hierbas. De otra manera no funciona el recuerdo, y tal vez no funciona la realidad.

La sensualidad del recuerdo, el brotar del deseo en el adolescente, el resurgir del deseo en el escritor maduro que cuenta y recuerda y revive, todo eso converge en la descripción de sus masturbaciones de adolescente: … comme un seul confident que j’avais eu de mes premiers désirs, quand au haut de notre maison de Combray, dans le petit cabinet sentant l’iris, je ne voyais que sa tour au milieu du carreau de la fenêtre entrouverte, pendant qu’avec les hésitations héroïques du voyageur qui entreprend une exploration ou du désespéré qui se suicide, défaillant, je me frayais en moi-même une route inconnue et que je croyais mortelle, jusqu’au moment où une trace naturelle comme celle d’un colimaçon s’ajoutait aux feuilles du cassis sauvage qui se penchaient jusqu’à moi…”

… como un confidente solo que había tenido de mis primeros deseos, cuando en lo alto de nuestra casa de Combray, en el pequeño gabinete que olía a iris, no veía yo más que su torre en medio del cristal de la ventana a medio abrir, mientras que con las dudas heroicas del viajero que inicia una exploración o del desesperado que se suicida, desfalleciente me abría en mí mismo una ruta desconocida y que creía mortal, hasta el momento en que un rastro natural como el de un caracol se agregaba a las hojas de grosella silvestre que se inclinaban hasta mí…

Proust destila en ese pasaje la soledad, el calor, el olor (del iris aparentemente símbolo fuerte a nivel sexual), la vista a través de una ventana a medio abrir, el ramaje de otra planta, y la memoria de la excitación sexual que culmina en el rastro como el de un caracol, “agregado a las hojas”. En otro de sus libros (Contre Sainte-Beuve) el pasaje es similar pero culmina de manera más explícita: “… L’exploration que je fis alors en moi-même, à la recherche d’un plaisir que je ne connaissais pas (…) enfin s’éleva le jet d’opale, par élans successifs, comme au moment où s’élance le jet d’eau de Saint-Cloud…” En busca de un placer que no conocía, la exploración de mí mismo, y por fin el chorro de ópalo, en impulsos sucesivos, como cuando se lanza el chorro de agua en Saint-Cloud. No sé las fechas, pero supongo que esta última descripción del momento de éxtasis le pareció ya demasiado explícita al propio Proust. La traza del colimaçon es simbólica y suficientemente talismánica, tal vez.

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Huesca, Aragón – 2017

Proust no era ningún tímido a la hora de abordar temas sexuales, por lo menos los temas “oficiales” de su época. Si en la Recherche lo hace de manera figurada y menos explícita que en Contre Sainte-Beuve, supongo que es por su consciencia de la complejidad, por un afán de suprimir lo más obvio, las interpretaciones más directas. La superposición (que explora de manera exquisita el autor del blog Libellules) de temas como la madre, la madeleine, las flores, el despertar sexual, lo prohibido, el deseo, el recuerdo es la complejidad de la vida. Proust no encasilla nada, no cae en esa estupidez increíble de nuestra época que todo lo quiere rotular, a todo le quiere atar un rótulo y un número (para no tener que pensar, creería uno) y se limita (?!?) a describir la complejidad de la superficie del mundo, que de una madeleine de un niño chiquito disuelta en un té se permite libremente (pero con participación activa del lector) pasar al olor de la madre, al olor de las flores en una torre (aparentemente en esa época las criadas subían a esas mansardas las bacinillas repletas de la mierda de los dueños de casa antes de llevarla fuera; ponían flores secas para mitigar el olor – pero ese dato no hace más que aumentar la red compleja de asociaciones), al iris, al jadeo y la traza de semen evocada por su similitud con la traza del caracol, al recuerdo del escondite y las campesinas y los paisajes y el mar y las conchas, al mundo entero. Sin casillas ni simplificaciones (ya escribir estas notas personales es una gran simplificación de algo mucho más complejo).

Recordé (al pensar en lo directo que podía ser Proust) un episodio que cuenta Alain de Botton en su libro sobre Proust (ese libro no vale la pena; o vale la pena solo si uno también lee a Proust; hay que ir a la fuente original y no a la literatura secundaria): Proust en una carta a su abuelo escrita en 1888 le pide 13 francos. Los 13 francos son 10 para pagar la visita a un burdel, 3 para pagar una vasija que rompió en su visita previa — que no surtió el efecto que quería: abandonar su masturbación excesiva (lo que él mismo describe a su abuelo como mes mauvaises habitudes de masturbation). Le cuenta a su abuelo que su papá le había dado antes 10 francos para ir al burdel para que se le quitara la “mala costumbre” pero en su nerviosismo rompió la vasija y no pudo completar su visita. Le dice a su abuelo que es urgente poder completar la visita y por eso le pide esa plata. A mí me impresiona el tono tan sencillo de la carta, su candor y su tono directo y llano. Completamente opuesto al tono atormentadísimo/católico irlandés del Joyce del Retrato del artista adolescente. Aunque el (muy) joven Proust usa la expresión “mauvaise habitude”, no hay ningún tono de culpabilidad católica – lo que sí deja percibir es cierta pena con el papá, razón por la que decide acudir a alguien distinto (pero además le dice que iba a hablar con un tal Monsieur Nathan pero la mamá fue la que le dijo que le escribiera al abuelo).

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Aunque el tono en la Recherche es mil veces más sofisticado y repleto de capas de significado, el tono de la carta al abuelo deja ver un poco cómo escribía a los 16 años ese personaje impresionante.

Libros a 1440 msnm en el trópico

Esto les ocurre:

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La carátula prometía (a pesar de los tres huecos):

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Pero aparecen estos seres (casi un comentario de la naturaleza/los gorgojos sobre el contenido de esa página):

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Y estos otros (¿tejido intertextual armado por un gorgojo?):

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No se pueden dejar esos libros ahí. Este lo tomé de un estante – probablemente llevaba veinte o treinta años sin ser leído ni mirado por nadie. En el semi-trópico (tierra templada, Cundinamarca) toca leer rápido. Nuestro futuro se ve ahí.

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perspectiva / antipatía recordada

El narrador recuerda, en I-II de Du côté de chez Swann, la mirada de un señor que le pareció antipático con su padre. La descripción (trad. mía abajo) es impresionante: la perspectiva lejana, la distancia metafórica.

Implícito, un recuerdo extraño. Yo también recuerdo momentos de antipatía de otra gente con mis padres durante mi infancia. Los recuerdo más vívidamente que los de antipatía conmigo. De alguna manera era más ofensivo percibir antipatía hacia mis padres que hacia mí mismo (que hubiera gente antipática con uno era natural; en el colegio, en la calle – no sucedía mucho pero tampoco me desvelaba tanto el tema). Que la gente fuera antipática con mi padre o con mi madre entraba en el dominio de lo incomprensible, de lo imperdonable. Frases sutiles de alguna tía que denotaran desprecio hacia mi madre, momentos en que planeaba actitud burlona de alguien hacia mi padre.

Sobre todo cuando no se decía nada al respecto, quedaban plasmados en el recuerdo, de manera dolorosa.

Al crecer logra uno obviamente relativizar todo eso, y aprende que los padres también son antipáticos con otra gente. Sin embargo, el recuerdo de la sensación de extrañeza muy temprana ante la antipatía percibida hacia los padres queda. Y leer a Proust trae el recuerdo.

Comme M. Legrandin avait passé près de nous en sortant de l’église, marchant à côté d’une châtelaine du voisinage que nous ne connaissions que de vue, mon père avait fait un salut à la fois amical et réservé, sans que nous nous arrêtions ; M. Legrandin avait à peine répondu, d’un air étonné, comme s’il ne nous reconnaissait pas, et avec cette perspective du regard particulière aux personnes qui ne veulent pas être aimables et qui, du fond subitement prolongé de leurs yeux, ont l’air de vous apercevoir comme au bout d’une route interminable et à une si grande distance qu’elles se contentent de vous adresser un signe de tête minuscule pour le proportionner à vos dimensions de marionnette.

Al pasarnos cerca el señor Legrandin a la salida de la iglesia, caminando al lado de una castellana de la zona que no conocíamos más que de vista, mi padre le había dado un saludo a la vez amigable y reservado, sin que nos detuviéramos; el señor Legrandin a penas había respondido, con aire extrañado, como si no nos reconociera, y con esa perspectiva de la mirada típica de la gente que no quiere ser amable y que, desde el fondo súbitamente prolongado de sus ojos, parecen otearlo a uno como desde el extremo de una carretera interminable y una distancia tal que se contentan de dirigirle una señal de cabeza minúscula para proporcionarlo a sus dimensiones de marioneta.

la vida / instrucciones

En una carpa leímos con María Clara un buen trozo de La Vie mode d’emploi hace 23 años. Estábamos recorriendo buena parte de Estados Unidos – desde Madison hasta San Francisco – en un carro no muy robusto, con medios limitados, acampando o quedándonos donde amigos – y evitando en la medida de lo posible las Interstate – yendo por puras carreteras pequeñas. El regreso no pudo ser así porque el carro se varó gravemente en Santa Cruz, California – y casi fue necesario dejarlo botado – finalmente pudimos devolvernos pero ya menos tranquilos.

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La vida / Instrucciones es una novela de Perec que sigue más o menos el corte de la carátula: va contando un montón de historias encasilladas de habitantes de un inmueble parisino. Sus miserias, sus sueños, sus exabruptos, sus engaños, sus dolencias, sus fiestas, sus sudores, sus ecos, sus humores, sus fracasos.

Pensé mucho en esta carátula por un proyecto que estamos haciendo ahora como parte del Proyecto Topoi, para una galería/café en Kingston, Nueva York. El trabajo para Kingston aún no ha salido (es en agosto), de modo que hasta ahora estamos haciendo material, pero puedo adelantar que serán cuatro videos en cuatro pantallas, hechos por los cuatro “topoistas” (Wanda Siedlecka, Roman Kossak, María Clara Cortés y yo), que explorarán de alguna manera la idea de “cámara de vigilancia” – de esas innumerables cámaras que están ahora por todas partes. Nuestro proyecto será algo relacionado con eso.

Ese “corte” de Perec del edificio inspira por lo menos mi cuarta parte del proyecto. No digo más (por ahora).

Leer a Arnold [fragm. incompl. א]

[6 de julio de 2016]

Aunque siempre me había causado curiosidad enorme el personaje, nunca he leído seriamente a Arnold. Me llama mucho la atención su punto de vista tan peculiar, tan “ruso” si se quiere: anclado en la vivencia del hacer matemática como una empresa profundamente cultural. Repleto de opiniones fuertes (y muy posiblemente controvertibles), la lectura es un verdadero bocado intelectual.

Voy tomando apuntes al vuelo de su libro Experimental Mathematics:

Today, many people think that relativistic physics […] in 1897 did not yet exist, since Einstein published his theory of relativity only in 1905. But Poincaré formulated the principle of relativity earlier, in his article of 1895, “On the Measurement of Time”, with Einstein actually used (and which, by the way, he didn’t acknowledge in writing until 1945).

Percepciones cambiantes / piel

Voy a escribir algo que seguramente los expertos en Proust han discutido y re-discutido miles de veces: lo más importante (por lo menos del libro I, parte II) es la percepción. La gente suele asociar la noción “memoria” a Proust, y claro – es casi un meme cultural el tema de la madeleine derritiéndose en la boca (hoy en día es casi imposible comerse una galleta con forma de concha deshaciéndola en la boca con té y no pensar en la historia de la madeleine de Proust – incluso si uno conoce poco más de la novela, ese meme es tan brutal que es casi un signo, de lo depurado que ha quedado), pero en realidad lo que parece importar, lo que veo ahí, es un tratado impresionante sobre cómo percibimos.

Proust describe y describe, con un afán casi sensual, casi pornográfico, la superficie de las cosas: la forma de la calle de la tía Léonie en el recuerdo de infancia, el campanario de Combray visto desde atrás desde adelante temprano por la mañana cuando sale el sol visto a las cinco de la tarde cuando iban al correo a recoger cartas visto surgiendo detrás del tejado de las casas visto desde la estación visto desde lejos en el tren visto desde el borde del río como “un sólido de revolución” reencontrado en una escena de un barrio feo de París que le recuerda vistas de Roma por Piranesi planos superpuestos campanario escondido y que reaparece. Es el tipo de descripciones que tienen un tiempo análogo al de una escena de sexo bien filmada, amorosamente filmada, donde cada gota de sudor, cada inflexión de un tendón, cada movimiento, cada variación de lo archiconocido pero sorpresivo logra transmitir a quien la ve una empatía y lo lanza al flujo proyectado en pantalla – Proust se solaza en describir trozos de calles, vistas del campanario de un pueblo según él mismo gris y medio feo, y casi parece que estuviera lanzando a la pantalla una escena de altísimo erotismo.

Ese solaz en los detalles, ese tiempo en que un autor logra describir un pueblo gris del norte de Francia con habitantes rutinarios estrechos mentalmente como si estuviera él directamente acariciando las superficies de los muros, mirando el púrpura de la piedra, sintiendo cómo surgió la talla dorada bajo el sol de las piedras del río, trazando la línea de unas casas hasta el momento exacto en que despunta el campanario y dejándolo surgir gigante – todo mientras se va a buscar el pan para los invitados, o el correo, o a pedir noticias de Madame Sazerat, o a averiguar por el perro de otra señora; casi da la sensación de percepción absoluta: Proust involucra su cerebro, claro, pero también sus ojos, lengua, nariz, brazos, respiración jadeante, vientre y verga, culo y testículos, nalgas y muslos, acaso vulva y clítoris también, sudoroso y sin aliento, como si decenas de páginas fueran un lecho infinito para condensar el tiempo y revivir la memoria con todo lo que cada uno de nosotros tiene, con cada partícula del cuerpo, con cada pelo, cada fragmento de mirada, cada hoyo o hendidura del cuerpo, cada brote de sudor en la piel, cada gramo de semen, cada laja de esmegma, cada calambre y cada acceso de tos, cada salivar y moquear, cada carraspeo y cada secreción de la garganta, cada dolor de tripas y cada traquear de los huesos y cada suspiro de alivio.

Así logra Proust salvar a ese pueblo gris del norte de Francia del olvido: haciendo que la percepción involucre todo nuestro cuerpo, pegándose a la superficie de la piedra como pegándose a la piel de otro cuerpo.

Proust, sobre la personalidad social

Hace muchos años había leído varios de los libros de En busca del tiempo perdido – el recuerdo era (como siempre para mí) vaporoso, mezclado con vivencias personales. Recuerdo que me exasperaba a ratos que “no pasara nada” durante páginas y páginas.

Ahora lo retomé, lentamente y sin afán de ninguna clase. Puedo disfrutar precisamente el que “no pase nada” (aparentemente, pues como en la vida real, terminan pasando muchas cosas pero Proust no se preocupa por acelerar) y las múltiples inflexiones del tiempo (tema muy barroco, como nos enseña Deleuze – y en el fondo tremendamente matemático – de esa parte de la matemática que se ocupa de la apariencia del continuo y de su manifestación como telón de fondo de lo discreto).

Al puro principio del primer libro (p. 18 en la ed. Pléiade) sale esta descripción de la personalidad social:

Sans doute le Swann que connurent à la même époque tant de clubmen était bien différent de celui que créait ma grand-tante, quand le soir, dans le petit jardin de Combray, après qu’avaient retenti les deux coups hésitants de la clochette, elle injectait et vivifiait de tout ce qu’elle savait sur la famille Swann, l’obscur et incertain personnage qui se détachait, suivi de ma grand-mère, sur un fond de ténèbres, et qu’on reconnaissait à la voix. Mais même au point de vue des plus insignifiantes choses de la vie, nous ne sommes pas un tout matériellement constitué, identique pour tout le monde et dont chacun n’a qu’à aller prendre connaissance comme d’un cahier des charges ou d’un testament; notre personnalité sociale est une création de la pensée des autres. Même l’acte si simple que nous appelons  « voir une personne que nous connaissons »  est en partie un acte intellectuel. Nous remplissons l’apparence physique de l’être que nous voyons de toutes les notions que nous avons sur lui, et dans l’aspect total que nous nous représentons, ces notions ont certainement la plus grande part. Elles finissent par gonfler si parfaitement les joues, par suivre en une adhérence si exacte la ligne du nez, elles se mêlent si bien de nuancer la sonorité de la voix comme si celle-ci n’était qu’une transparente enveloppe, que chaque fois que nous voyons ce visage et que nous entendons cette voix, ce sont ces notions que nous retrouvons, que nous écoutons.

El párrafo anterior se puede leer en clave fenomenológica, si uno quiere. En cierto sentido va en contravía de la noción primaria en fenomenología, y superpone a esta nuestros prejuicios. Los prejuicios determinarían la percepción. He notado que al pensar en mucha gente, el párrafo de Proust parece aplicar tal cual. Son pocas las veces en que alguien logra sacarnos de ese “error de percepción”.

Traduzco (libre y no profesionalmente) el pasaje:

Sin lugar a dudas el Swann que conocieron en la misma época tantos socios de club era muy distinto del que creaba mi tía abuela cuando por las noches, en el pequeño jardín de Combray, después del tintinar doble de la campanita, ella inyectaba y vivificaba a partir de todo lo que sabía sobre la familia Swann, al oscuro e incierto personaje que se desprendía, seguido de mi abuela, sobre un fondo de tinieblas, y que reconocíamos por la voz. Pues incluso desde el punto de vista de las cosas más insignificantes de la vida, no somos un todo materialmente constituido, idéntico para todo el mundo y que cada quien podría conocer como mirando un cuaderno de cuentas o un testamento; nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los demás. Incluso el acto tan simple que llamamos “ver a una persona que conocemos” es en parte un acto intelectual. Llenamos la apariencia física del ser que vemos de todas las nociones que tenemos de éste, y en el aspecto total que nos representamos, estas nociones ciertamente juegan el rol principal. Terminan por rellenar tan perfectamente las mejillas, por seguir en una adherencia tan exacta la línea de la nariz, se involucran tan perfectamente en matizar la sonoridad de la voz como si esta no fuera más que un envoltorio transparente, que cada vez que vemos esa cara y oímos esa voz, nos esas nociones las que encontramos, las que escuchamos.


 

Otro libro que habla con la novela de Proust, y de alguna manera parece una respuesta contemporánea digna, es la novela de David Grossman, אישה בורחת מבשורה, Ishá borajat mivsorá, es decir La mujer que huye del anuncio. Sobre esa tengo también mucho qué decir – pero no hoy.

brevedad – Margo Glantz

María Clara me regaló de navidad un libro de relatos breves, una compilación. Ella siempre ha sido muy fanática del cuento breve, del haiku, de ciertos poemas – y en cierto sentido algunas de sus propias obras son eso mismo. Yo, en cambio, solía decir que prefería leer novelas largas, artículos densos estilo The New York Review of Books, obras estilo Proust.

Sin embargo, en mi defensa de twitter en conversaciones recientes, mi felicidad con el límite de 140 caracteres (que dicen que ahora van a quitar – no sé qué será twitter entonces) ha ido surgiendo otro tipo de expresión, distinta de la especie de ensayo transeúnte de los blogs, de otros textos.

Dijo María Clara que me regalaba ese libro de relatos breves en parte por twitter – una manera muy suya de burlarse de mi defensa de twitter.

La mejor tuitera que conozco (en el sentido de explotar literariamente hasta sus últimas consecuencias el formato – incluyendo los errores de tecleo por celular, sin corregir – o los “correctores automáticos”, dejando que lo convencional genere absurdo y surrealismo) es, de lejos, Margo Glantz. Una señora de Ciudad de México con ya 85 años cumplidos nos da “sopa y seco” a los tuiteros más “jóvenes” – ironiza, usa su celular sin corregir como cualquier adolescente – y ya tiene armada por lo menos una novela basada en tuiter.

Ya había escrito sobre ella hace dos o tres años. En ese sentido no es novedoso este post. Sin embargo, ha pasado algo de tiempo. Margo ha seguido ese camino – lo describe un poco en Ser narcisista o volverse un poeta japonés: los mil usos de Twitter o en otras entrevistas que le han hecho.

Una breve antología de sus trinos recientes (pero realmente, hay que ir a la fuente) da una idea:

Por qu%C3%A9 el intestino podr%C3%ADa tener mucho que ver con tu alegr%C3%ADa o tristeza vía

Creo que he comenzado a abandonar la procrastinación.

advierto que un coña puede cambiarlo todo

yo no voy a escribir sobre el Chapo ni sobre Sean Penn ni sobre el vestido de Kate

Hoy sólo se me ocurre retuitear

queja diaria. mucho tráfico y los semáforos desempatsdos

luces encendidas, luces fundidas, baches, reglamentos de tránsito ridículos

¿Ya han dejado de fabricar teorbas para tocar por ejemplo a Monteverdi?

a cierta gente psrece gustarle que llueva; a otro tipo de gente no le gusta que llueva: lo literal

mala recomendación decir que un ljbro “trasuda fuerza”; significa que hay que usar desodorante para leerlo

Un comercial de una marca de cigarrillos (para damas)no hace mucho: We have come a long way and, agrego, have gone back a long way

Los Chapos se suceden los unos a los otros.

Y así… pero además todo entrelazado con retuits maravillosos que son toda una antología de cierto mundo de hoy – yo termino reretuiteando muchos de los retuits de Margo, pues de verdad lee cosas muy interesantes ella.

Mi tía (señora de 70 y pico de años) estaba en el Hay Festival de Cartagena hace un año, y fue a la charla de Margo Glantz sin saber quién era – simplemente había alguien mucho más taquillero al tiempo y mi tía no conocía a Margo Glantz. Después dijo que esa entrevista (o charla) de Margo había sido de lejos pero de muy lejos lo mejor que había visto en una semana de Hay Festival. Se la encontró después en la calle en Cartagena y le dio las gracias. Aparentemente Margo sonrió.

Hay personas así, que aunque vengan de lejos (su familia es de inmigrantes, creció en bodegas del centro de la Ciudad de México) y tengan edades muy distintas de la de uno, terminan ejerciendo un rol extraño de cercanía y con quienes se puede dar una empatía muy profunda, aún sin haberlos conocido personalmente (qué envidia me dio con mi tía que se la encontró sin buscarla). Yo siento, de manera muy curiosa, mucha cercanía y complicidad en los tuits de Margo Glantz. Como si me los susurrara al oído.

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en un pueblo de la Provincia de Chimborazo

Manin, sobre el conocer matemático

Notas tomadas al vuelo durante lectura del ensayo de Manin Mathematical Knowledge: Internal, Social and Cultural Aspects.

(Me prestaron el libro de ensayos Mathematics as Metaphor de Manin – que mis colegas Alex y Sharon (él lógico, ella topóloga algebraica) tenían por ahí en la sala de su casa. Ha sido lectura complementaria interesante en esta visita de conversaciones mezcladas con caminatas, en el mejor estilo ruso; aunque dan ganas de escribir ensayo/respuesta a Manin – no tanto reseña, pues este libro debe haber sido reseñado mil y una veces, por ahora me limito a lectura.)

  • No sé cómo traducir trickster. Pero parece ser uno de los temas claves en el análisis lingüístico de Manin. No lingüística comparativa: a Manin le interesa entender el surgimiento del lenguaje mucho antes de lo accesible a la lingüística usual (y defiende su propio diletantismo en el asunto – como algo muy moscovita de los años 80 y como la garantía de originalidad). Parole previa a langage. Y el rol de los tricksters, de los dueños de trucos mágicos como iniciadores del lenguaje. Él menciona a Dante y Shakespeare en ese rol compartido con los antiquísimos chamanes. Yo agregaría a Grothendieck y aún más profundamente a Shelah. Pero aún así es tan increíblemente especulativo ese capítulo de Manin que asusta un poco. Aparentemente en su seminario moscovita participaban psicólogos, lingüistas, matemáticos, físicos. Deben haberlo obligado a afinar bien su teoría.
  • Hoy en mi charla un especialista en teoría de números coreano se interesó por maneras de hacer cálculos de series de Eisenstein usando análisis no estándar (parte de nuestro tema). Hizo preguntas muy agudas, pero me hizo ver que vamos por buen camino. De los lógicos casi no he obtenido gran inspiración en esos temas – no esperaba recibir preguntas hoy de alguien que de verdad hace cuentas de teoría de números, y que encontró natural el uso de tantos ultraproductos asociados a hiperfinitos.
  • Arranca luego Manin a hablar del rol de la lógica como “lingüística” de la matemática – cita la famosa frase de Atiyah “The three great branches of mathematics are, in historical order, Geometry, Algebra and Analysis. Geometry we owe essentially to the Greek civilization, Algebra is of Indo-Arab origin and Analysis (or the Calculus) was the creation of Newton and Leibniz…” Y luego explica que en física las tres ramas corresponden respectivamente al estudio del Espacio/Tiempo/Continuo. Y luego arranca una discusión con esa frase de Atiyah. Básicamente Manin está de acuerdo con que Geometría es Espacio en sentido extendido, pero que Álgebra sea Tiempo es más problemático. Entra a la pelea de palabras versus fórmulas como algo históricamente importante, y aterriza (obviamente) en la Lógica, para la cual Manin (¡un geómetra!) pide campo ahí al lado de las tres grandes ramas. O como parte del Álgebra – para que (dice Manin) ahí sí sea verdad lo del tiempo. Pero el aterrizaje decepciona un poco: le asigna ese rol de “álgebra=lógica=tiempo” a los trabajos de Turing en computación. Y claro, la algorítmica es temporal. Pero de Manin (del autor de Methods of Homological Algebra, nada menos) se podría esperar que supiera del rol temporal mucho más profundo que tiene la lógica en haces y en categorías.
  • Yo en realidad no creo que el Álgebra sea lo temporal. El álgebra es la simetría brutal de la geometría: se mide con grupos, con acciones, con grupoides de enlace, con teoría de Galois, con reciprocidad de Gauß y con el programa de Langlands. Con teoría de modelos. Claro – lo temporal regresa al considerar que en realidad todos esos objetos actúan (casi siempre – a veces pseudo-actúan) sobre “objetos” geométricos. Claro, muchas veces (pace Manin mismo) actúan sin que se sepa sobre qué lo hacen pero igual actúan. Y la lógica permite recuperar trazas de esas acciones. Una de las creaciones más singulares de la lógica, las clases elementales abstractas, son la teoría de las trazas de lógicas fuertes en un mundo donde desapareció el aparato de medirlas, de detectarlas. Pero eso no quiere decir que no estén ahí – al igual que la cantidad de trazas de nuestro pasado geológico, paleontológico, lingüístico, que están ahí cada vez que subimos a alguna loma, cada vez que vemos un fósil, cada vez que entramos a un lugar construido sobre otro (aún no lo sepamos), cada vez que hablamos. Las clases elementales abstractas de Shelah son la lógica del sustrato que permanece cuando no se cuenta con la seguridad de las bellas y viejas fórmulas.
  • Se va luego Manin a los objetos matemáticos. Esos que Rota dice “no importan”, pues lo que importa es solamente su invarianza bajo acciones, bajo presentaciones, bajo cambios. Leer a Rota cuando aún no había nacido (o sea, antes del doctorado) me marcó fuertemente. Sospecho (gracias a Rota) de cualquier mención de “objetos matemáticos”. Él hace un argumento delicado y técnico usando fenomenología (que es como una matemática de la filosofía – interna como debe ser y a la vez autorreflexiva) para mostrar por qué la noción de objeto matemático no tiene sentido, es una no-noción. [Alguna vez con Alejandro Martín y alguna vez con Mark Ettinger rehicimos todo el camino del argumento (elegante y contundente).] Pero eso no necesariamente invalida la pregunta de Manin: What are we studying when we study mathematics? Trata de responder que son ideas que se dejan manipular como si fueran cosas reales. Aunque es un poco vago, da dos propiedades cruciales: la invarianza (de nuevo, como Rota) bajo cambio de contexto, y el potencial de hacer conexiones con otras ideas matemáticas: la capacidad de formar complejos – como si fueran bloques simpliciales. Y da ejemplos bellos de visualización cultural: en los naturales, señala el rol problemático del dos (Nirvana = nir-dva-n-dva, dva = dos y Nirvana es la “cancelación” del dos, la unidad – dubius es duda es doble, Zweifel es dos es duda). Más ejemplos se van a reales, álgebra geométrica, e^{\pi i}=-1, los conjuntos de Cantor [Unter einen ‘Menge’ verstehen wir jede Zusammenfassung M von bestimmten wohlunterschiedenen Objekten m unserer Anschauung oder unseres Denkens (welche die ‘Elemente’ von M gennant werden) zu einem Ganzen.]. ¿Qué tipo de objetos son todos esos… ?!?
  • Pero aunque es bonita la conexión lingüística con el sánscrito y siempre impresiona releer a Cantor (más en alemán que en español o en inglés), se va un poco por las ramas Manin y no tiene la elegancia del argumento filosófico puro y duro de la fenomenología. Sigo dudando seriamente de los objetos matemáticos. Reemplazaría los objetos como punto de partida por fenómenos. Así como para Manin son tan importantes las ideas, creo que uno podría arrancar con fenómenos primordiales como punto de partida – y obviamente de regreso frecuente: el fenómeno de la incompletitud (título de un libro de lógica) viene a la mente, pero muchos otros más: el fenómeno de la compacidad (que tantas cosas ilumina en lógica, a veces con luz excesiva), el fenómeno de la continuidad, de la analiticidad (en boca de Zilber es casi el mismo que el fenómeno de la categoricidad no numerable), el fenómeno de la ergodicidad, el de la superestabilidad, el de la reflectividad. Podría ser un punto de partida mejor para las visiones que propone (de manera tan bella y tan efectiva) Manin.
  • Manin arranca todo peleando con Mallarmé: tout existe pour aboutir à un livre decía el poeta – Manin responde “sí pero no” – cierto de mucha matemática que en el fondo es lingüística-lógica-palabras, pero en un sentido más profundo no: son ideas, construcciones, intuiciones. Y se atreve a decir Manin, de pronto en poesía también, pese a Mallarmé. En esto sí coincido fuertemente con Manin. Mallarmé es la etapa I, revolucionaria e importantísima, pero existe una etapa II (y de pronto una III, etc.).

El párrafo que me conmovió más

(en ésta, la sexta o séptima vez que leo Cien Años de Soledad – al quedar tan abrumado y triste por la noticia de la muerte de García Márquez – y tan extrañado de haber quedado tan abrumado – leí decenas de crónicas, notas – pero sentía que lo único que me permitía procesar la noticia era releer esa obra que leímos en diciembre de 1984 – ¡hace casi 30 años! en voz alta, entera, con María Clara – para mí era la segunda lectura ya – y que acompañó tantos momentos nuestros)… fue el del ascenso de Remedios, la bella.

Me pareció increíble que en apenas 15 renglones se vaya al cielo Remedios, la bella, así no más, como aspirada desde arriba por la luz, de una manera a la vez poesía pura y crónica llana. La muerte ya muy remota de una tía – la hermana menor de mi madre – muy hermosa, cuando yo tenía apenas 10 años, me vino a la mente. Y todas las muertes de personas que uno quiere, y ocurren de manera absurdamente rápida siempre.

– Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.

Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.

Este párrafo (danza pura) no fue más que uno entre muchos otros portentos (muchos revisitados, reconocidos, pero muchos que en realidad no recordaba a pesar de tantas lecturas) del libro. La arquitectura global esta vez me impresionó aún más que nunca – al igual que el tono de las respuestas de los personajes. Pero este párrafo fue tal vez lo que más me conmovió (junto con la decrepitud final del coronel Aureliano Buendía – lo recordaba menos terrible y más cercano).

Gandini

Dejemos que Piglia hable de Gandini:

Cuando lo conocí, el compositor Gerardo Gandini tenía su estudio en un viejo departamento de la calle Cochambamba que había sido (y volvió a ser luego) de un amigo común (…) Gandini tocaba para mí la música que había terminado de componer. Eran fragmentos de una compleja obra en marcha, cuya realización me parecía cada vez más milagrosa. Como era verano las ventanas estaban abiertas y la música surgía en medio del rumor de la ciudad. Siempre que pienso en Gandini, lo recuerdo en ese cuarto en el que sólo había lugar para el piano, componiendo una obra extraordinaria en medio de las voces y los rumores de la calle. (…) Nadie encarna mejor que los músicos la doble relación del arte con el presente y con la tradición. (…) la deuda con un pasado de altísima perfección como es el de la herencia musical y, por otro lado, la tensa relación con la carga de cinismo, trivialidad y demagogia de la cultura actual.

(…) La música debe más a la tradición musical que a cualquier otra experiencia y esa tradición a veces actúa como un legado que paraliza toda innovación. Al mismo tiempo, los músicos contemporáneos comprueban y dicen lo que nadie sabe: que la cultura de masas no es una cultura de la imagen, sino del ruido [itálicas y negrillas mías – AV]. (…)

(…) Por la ventana abierta del estudio de Gandini llegaban los rumores del mundo. Una confusa profusión de sonidos inarticulados, cortinas musicales, alaridos políticos, voces televisivas, sirenas policiales, anuncios de conciertos internacionales de rock and roll. (…)

(…) La risa de Gandini, cuando dejaba de tocar, me hacía pensar que la mítica sordera de Beethoven había sido la primera elección de un artista [itálicas mías – AV] ante la creciente presencia de la cultura de masas como infierno sonoro. (…)

(…) Las piezas para piano de Gerardo Gandini me hacen pensar en esa imagen; un pianista insomne busca, en la noche, los restos de una música que se ha perdido. (…)

Ricardo Piglia – Formas breves – extractos de págs. 43 a 45.

Gandini tocó muchos ámbitos distintos de la música contemporánea. Trabajó en la orquesta de Piazzolla. Es autor también de obras muy “abstractas” de música contemporánea (Eusebius, Soria moria, etc.). Compuso una ópera (La ciudad ausente) con libreto de Ricardo Piglia – no la he escuchado. Debe ser interesantísima, pero quién sabe en qué circuitos aparece. Y finalmente, tiene una serie increíble llamada Postangos, de tangos muy “deconstruidos” – tocando él mismo al piano, tal vez ad libitum en algún concierto, va a la estructura pura de obras como La Cumparsita. Qué vaina no haber descubierto a Gandini cuando aún estaba vivo, hasta hace menos de un año. Habría sido fantástico ir en alguna parte del mundo a uno de esos conciertos suyos al piano.

Y sí, Piglia da en el clavo sobre el ruido de la cultura de masas contemporánea (mucho más que la imagen).

Varios amigos recientemente han comentado que el derecho al silencio será la próxima frontera a conquistar – muy análogo a la conquista del derecho a aire sin humo. Los fumadores hasta hace pocos años se sentían con pleno derecho a fumar donde quisieran, e imponían su ceguera a los demás. Finalmente se ha ido logrando conquistar aire sin humo, en casi todos los países (curiosamente, es de las cosas que funcionan sin mayor problema en América Latina, y en general menos bien en Europa o Estados Unidos – nadie ha explicado convincentemente por qué la adopción de la ley anti-humo fue tan efectiva en países como México o Colombia, comparando con países usualmente más seguidores de las leyes, como Alemania – allá ha costado más trabajo esa conquista). El siguiente paso será convencer a los ruidosos del derecho de los demás al silencio. La analogía es perfecta. Aún es difícil, y lo miran a uno como si estuviera loco cuando reclama que los ruidosos escuchen sus cosas en privado y sin imponer a los demás. Pero ya empezamos esa conquista.

De Gandini, dos piezas muy distintas:

(Nostalgias), y también

(El choclo).

Al viento

La canción famosísima (e infinita) de Dylan… en una interpretación bellísima de Peter, Paul and Mary cuando los famosos eran ellos y Bob Dylan aún era visto más como un autor que como un cantante. La voz de Mary Travers en frases de entrada de la canción es impresionante. Igual la armonía del trío vocal. Gloriosos 1960s.

Semana de ausencias y presencias, de cavar y buscar, de sentir vacío y sentir felicidad, en montaña rusa emocional. Semana de búsqueda de ir más allá de lo puramente emocional (a veces es muy difícil) y captar. Semana de puertas cerradas, de narices frías presentidas pero no sentidas, de montaña llena de gente y vacía, de interrogantes y salves. Y de encuentros impresionantes con amigos de los tres, que estuvieron ahí, abrazando desde Bogotá, Chía, Nueva York, Knoxville, Pittsburgh, Ontario, Francia, el Báltico.

Y la lectura de una bande dessinée de Marc-Antoine Mathieu: Dieu en personne, un relato curiosísimo y muy emparentado con Lem, con el Lem de Golem XIV. Dios en persona se aparece aquí abajo en esta época, lo censan, no les cuadra y comienzan a estudiarlo, a tratar de clasificarlo. Lo meten en un especie de reality francés, de horror puro. Lo meten en un lawsuit norteamericano de proporciones universales, lo convierten en un ser mediático – una cárcel de lujos. El Dios de Mathieu nunca pelea – tiene una ironía suave con todo lo que le pasa, como alguien que vería los juegos locos, loquísimos (hasta divertidos si no fueran de esa tristeza tan brutal de la estupidez humana). No los juzga nunca: es un especie de Dios-ser puro que simplemente se contenta con ser, con haber creado todo, incluso esa locura de mundo.

DIEU_en_personne

Mathieu tiene otras BDs muy peculiares – de un lente casi belga en su sutileza y su gusto por los espacios mentales ideales – los belgas son herederos de Magritte al hacer cómics (Schuiten-Peters), pero a la vez muy parisino en su verbosidad y dialéctica. Una (3″) sobre un rayo de luz que recorre durante 3 segundos … la cantidad de kilómetros que debe recorrer un rayo de luz en ese tiempo larguísimo – y a través de reflejos puros va contando la historia de un crimen de corrupción, de mafia, de asesinato, de traición. El rayo de luz cuenta directamente todo eso al reflejarse en relojes, ojos, espejos, vidrios, fuselajes, telescopios, planetas, lágrimas, teléfonos celulares.

Caminatas de la ausencia, pero importantísimas. Pala, tierra, azadón – a través de la greda de Chía. Cal viva. Una rosa – la mejor de todo ese jardín, para el viaje a otro plano de realidad. Sudor, cabeza repleta de tierra y greda, mejor tal vez el ejercicio físico extraño para la enajenación. Lo peor es quedarse en la casa.

Hoy fuimos con María Clara y con Teo (el sobrino, pequeño de dos años) a La Calera, por la lluvia. Nos metimos (al azar) por las carreteras veredales de ese municipio de verdes y montañas, oyendo rajaleñas, torbellinos, joropos, rumbas y guabinas boyacenses – bien cantadas y con letras adaptadas a edades distintas de las usuales (un ejercicio impresionante de adaptación de repertorio de regiones de Colombia, con letras que pueden sacar una sonrisa, dar refranes que puede repetir alguien que está empezando a hablar pero a la vez no insultar la inteligencia adulta y sonar bien para la manejada bajo la lluvia). El bajo continuo, ostinato, chaconudo, walking blues de la lluvia y el gris sobre el verde de esas montañas definitivamente permite una desconexión y abstracción de uno mismo, necesaria así sea por un rato al día. Hipnosis del gris, en momento dowlándico.

Sorpresa con Nozick: hace preguntas sobre lógica temporal que me parece que no se pueden reducir a los meros modelos de Kripke – requieren posiblemente haces, pero creo incluso que no se pueden reducir al caso topológico – habrá que generalizarlos. En las hendiduras curiosas Nozick pregunta de manera muy seria sobre la propiedad de eventos en física que si bien ocurrieron de tal manera (sin superposición) en tiempo t_0, en algún tiempo posterior t_1 pueden de nuevo no haber ocurrido – o por lo menos no de la manera medida en tiempo anterior t_0. La semántica usual de haces en ese sentido es demasiado clásica por ser acumulativa en subabiertos. Claramente esos experimentos que menciona Nozick no pueden reducirse a nuestros buenos y bellos haces, y requieren una matemática acaso más “torcida sobre sí misma”.

Pero aún estamos en etapa muy primitiva: entendí el lunes pasado por qué son necesarias categorías abelianas para hacer cohomología (o teoría de modelos) de G-estructuras (estructuras sobre las cuales actúa un grupo fijo G). Algo que no está directamente en ninguna parte, pero que está seguramente implícito en trabajos de hace más de cuarenta años.