En la Quebrada Morací el sábado pasado hubo una jornada de recuperación – siembra de muchos árboles, y muchas actividades con la gente que vive cerca de ahí: capoeira (traída por algunos habitantes del Bosque Calderón, el barrio que se ve cuando gira uno por los puentes de la Circunvalar con Calle 60 – los vecinos de otra quebrada en recuperación: Las Delicias), coplas al agua [inventadas por niños del barrio], pintas del puente, teatro, cantos, exposición de fotos:
Morací – Teatro – Capoeira
Morací queda en la Localidad de Chapinero, en el Barrio San Luis, como a 3000 m de altura, a la derecha del camino a La Calera. Es inmenso el barrio San Luis (uno normalmente si pasa en carro subiendo hacia La Calera logra ver solamente un recodo pequeño – si cruza a la derecha en el puente peatonal, poco antes del peaje, entra a un mundo nuevo, gigante). San Luis es un barrio de Chapinero, de la localidad más rica de Colombia, armado de ladrillo hueco, de tablas, de calles de barro mezcladas con algunas pavimentadas. Tiene ruta del SITP (la 4), parte tiene acueducto, pero a la vez es uno de esos lugares crecientes de las ciudades de América Latina, repleto de niños y jóvenes, muy probablemente atacado por bandas criminales, con zonas enteras sin acueducto, tomando agua de quebradas como Morací.
Y sin embargo hay este oasis que muestran (muy imperfectamente, muy incompletamente) estas fotos. Lo más impactante es que este oasis está siendo creado mientras escribo esto, en 2013, por la gente del barrio San Luis, principalmente. Ellos mismos, los moradores de un lugar aparentemente vuelto nada, aquí arriba no más en la vía a La Calera, son los artífices de la recuperación de una quebrada como Morací.
Es una historia impresionante – mezcla de energía, de apoyo dosificado de organismos de conservación de la naturaleza, de educación de los niños y de los jóvenes a través del trabajo de recuperación de su propia quebrada. Los niños que aparecen en las fotos participaron en la siembra de árboles, saben lo importante que es para la cuenca del Río Bogotá (y del Río Magdalena) el trabajo desde el origen, desde el punto en que lo que será esos ríos está naciendo. Tienen más conexión con su lugar de vivienda que la mayoría de nosotros.
Parte de la magia está en la presencia de una casa-taller allá arriba, donde reciben a los niños de San Luis sin pedir un solo peso, sin presencia de curas ni catequización de ninguna clase, después de clases (o durante el día si no hay clases). La única condición sagrada es que todo el que va a la casa-taller de Las Moyas debe hacer algo. Nadie puede estar ahí sin hacer nada, pero por eso hay huerta [orgánica, con recuperación de especies de papas y maíz, etc. no comerciales], construcción de partes de la casa, sala de música, carpintería, taller de cerámica, salón de juegos, hornos de pan, y seguramente mucho más que no he visto. No reciben donaciones (están en contra de la mentalidad de limosna, y muy inteligentemente dicen que la pobreza es un estar no un ser – uno no es pobre, y es clave no asumirse a sí mismo como pobre). Aunque hacen todo “con las uñas”, mucha gente va a trabajar voluntaria (y felizmente) allá. Un muchacho inglés va a enseñar carpintería y de paso les enseña algo de inglés a los 50 niños que hay en la casa-taller. A veces va con sus amigos gringos o ingleses a ayudar a construir algo. María Clara a veces va a pintar con ellos una tarde. Otros van a hacer origami. Otros a hacer un horno de cerámica, a hacer pan, a construir cosas.
La energía de ese lugar es impresionante, brutal y conmovedora. Como dicen cuando uno va, “uno sabe cuando llega a Las Moyas, pero no sabe cuándo sale”. Pese a que todo es hecho con medios mínimos, el cariño con que le ofrecen a uno un tinto o una aromática con panela, o un pan hecho por ellos mismos, es enorme y contagioso. Pasan niños hablando duro, saludan felices a María Clara los que la conocen, otros están aprendiendo inglés con Sam, otros jugando algo, otros ayudando a armar el nuevo horno de cerámica (que un ceramista profesional que estudió arte en la Nacional en la época de estudiante de María Clara les ayuda a armar).
El sábado pasado fue mi primera ida a ese lugar – fuimos con un grupo de Amigos de la Montaña (gente de la Quebrada de la Vieja aquí arriba en la 70, que partió de su preocupación con el tema de las quebradas en abstracto, pasó al tema de la comunidad y la urgencia absoluta de trabajar por el agua y por los cerros, y terminó conectándose con otras comunidades). El tema de la construcción ilegal en zonas estrato 6 de La Calera – robo de fuentes de agua, conjuntos cerrados que destruyen monte nativo y cierran el acceso a las quebradas, etc. – terminó uniendo a la comunidad nuestra (de la Quebrada de la Vieja) con la comunidad de Las Moyas y Morací (ahora se unieron las comunidades de Las Delicias, más al sur en Chapinero y El Chulo, en la zona alta detrás de la Javeriana). Mi participación ha sido completamente tangencial: quien sí ha tomado muy en serio su papel ahí ha sido María Clara, junto con otro grupo maravilloso. Me acogieron en Las Moyas como pocas veces en la vida.
Todos esos trabajos generan mil preguntas, que aún no he hecho. ¿Qué pasará con los niños de Las Moyas en su tránsito a la adolescencia? (Nicolasa, la que organiza, habla del tema – ella y su esposo en la obra de teatro tocaron el tema de la importancia del uso del condón y de vivir la sexualidad en la adolescencia con cuidado, cariño y responsabilidad – igual, las poblaciones de lugares como San Luis viven en riesgo altísimo de embarazo adolescente – María Clara, medio en chiste medio en serio, le dice a Nicolasa que aproveche para que cuando vayan llegando a la adolescencia puedan también tener un lugar de encuentro y exploración de sus cuerpos con felicidad y responsabilidad, con cuidado.) Si lograran (además de lo que hacen) quitar el horroroso morbo que rodea toda la relación con el sexo y con el cuerpo en nuestra cultura, estarían haciendo otro trabajo formidable. Esa es solo una de muchas preguntas.
Un niño de unos doce años, Alvarito, se está aprendiendo poemas de memoria, que cada vez que vuelve María Clara, le recita un poco más. No es fácil – son niños que probablemente hacen ese tipo de cosas mucho más despacio (al menos inicialmente) que los niños de la misma edad que uno ve en la familia o entre amigos. Pero uno no sabe: probablemente ese trabajo de ir y escuchar un poco más de los poemas cada vez que sube deje algo – no sabemos.
Son mil y mil preguntas y casi nada de respuestas. Por lo pronto, la quebrada tiene más árboles nativos (300 más) que antes, sembrados por los niños de San Luis y un puñado de amigos de la montaña y amigos de Las Moras. Creo que eso es algo concreto.

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