nieve sucia

En las ciudades la nieve muy rápidamente se vuelve sucia. En Norteamérica suelen echar mucha sal; eso derrite la nieve y le quita gran parte del encanto a las nevadas. En Europa del norte no usan sal; dejan que la nieve se vaya derritiendo más despacio y en algunos lugares usan gravilla. El resultado es una nieve sucia.

Esta vez en Helsinki me llamó la atención la textura visual de la nieve sucia. Siempre la había querido evitar, siempre había fotografiado solamente la nieve prístina recién caída. La impureza de la nieve mezclada con gravilla me fastidiaba, hasta esta vez.

Aquí van unas fotos de nieve sucia, nieve impura mezclada con gravilla. Creo que tienen lo suyo.

más notas de viaje

Helsinki nos recibió con temperaturas positivas y negativas después del Ártico: nieve que se descongelaba y volvía a congelar – una pista de patinaje peligrosa y sucia, pero fascinante. Con luz de febrero, claridad temprana muy azul.

Desde Töölö Towers

Y esos detalles siempre fascinantes de esa ciudad… (El nuevo Museo de Arte Contemporáneo Amos, trozos de la fortaleza Suomenlinna y los tranvías del centro)

Pero tal vez lo más fascinante es siempre el fundirse del hielo, ese borde/frontera entre agua derretida e hielo del Báltico.

El último día estuvimos donde Jouko y Juliette. Como siempre, conversaciones increíbles e interminables, piano (algo de Bach yo, tímidamente; mucho de Mozart y Handel en manos de Jouko).


La luz de febrero siempre me ha parecido espléndida. Desde el tranvía, con ventana sucia…

Ártico 22

El retorno a los viajes internacionales fue a un lugar sorprendente: el Ártico. Kilpisjärvi, en el extremo norte de Finlandia, en la triple frontera con Noruega y Suecia. Teoría de Conjuntos en mi caso. Y un proyecto artístico hecho por María Clara.

Liberador (de dos años de pandemia) y a la vez muy inquietante (el viaje coincidió con el inicio de guerra en 2022, la invasión rusa a Ucrania), un cierre relativo (e incompleto) de dos años de encerramiento y un ser proyectados a esta realidad peligrosa, fea y dolorosa que llegó hoy hace un mes, el 24 de febrero de 2022.


He aquí un álbum de imágenes del Ártico – trato de escoger las que más me evocan cierto tipo de dibujo de un lugar misterioso y sorprendente.

jet-lag in Munich

on the second day of this year we landed in Munich; the uneventful trip from Bogotá left us haggardly tired; we had a connection on the next day to Rome, to spend a couple of weeks in Italy and we didn’t really expect too much from the German city, the stopover…

I had almost completely forgotten that cold, cold day in that white white city – the food was lousy (Bavarian dinner in the center of the city, of course too heavy; good sausage and mustard but who wants to eat more than a bite of such kind of food?), the breakfast good (Germans know about that) and then the Englischer Garten in winter. The trip to Europe, that part, was so abruptly cut short by the death of my father, that I had managed to completely erase Munich from my memory.

It felt like all too many battles had been fought on Odeonsplatz, it reminded me of John Berger’s novel G. and of course in the immateriality of a jet-lagged morning one could feel traces of Magris’s not too distant Danube there. It also felt a bit harsh as a city, not quite the Italianate city some Germans like to evoke when they mention Munich.

Later that day, the flight to Rome, crossing the Alps, entering life.

sobrevolar montañas – Popocatépetl

Nunca tendré suficiente: sobrevolar montañas es uno de los momentos fugaces, difíciles de lograr – pero milagrosos cada vez que se vuelven a dar. Nunca son seguros: basta que el puesto en el avión sea sobre un ala, que uno no consiga ventanilla, que haya demasiadas nubes, que el avión salga tarde y vuele de noche para que la promesa increíble de ver montañas no se cumpla. Por eso cuando sucede [cuando aparece la Cordillera Blanca de Huaraz al volar de Bogotá a Lima, o la gigantesca puna de Bolivia al volar de Buenos Aires a Bogotá, o el Illimani (gigantesco, parece un monte de otro planeta más grande) al volar de Lima a São Paulo … o la espina dorsal de Aotearoa o los montes de Alaska o los siempre postalescos Alpes de Suiza (almanaque de panadería bogotana), o las montañas un poco salvajes del Peloponeso – o simplemente el Nevado del Tolima o la Sierra del Cocuy al salir de Bogotá o la Sierra Nevada al aterrizar en Santa Marta] aprovecho el milagro.

Recuerdo mucho una broma pesada que nos gastó un piloto venezolano en Mérida una vez, hace dos décadas, cuando volar todavía era medio informal. Mientras uno está en Mérida está constantemente abrumado por la cordillera: como tener el Cocuy a la distancia de Monserrate en Bogotá. Los picos de Mérida (el más alto se llama, oh sorpresa, Pico Bolívar) están a 5000 msnm, la ciudad está a la altura de Medellín, y uno todo el tiempo está pendiente de los picos: si amanecieron con más nieve, si se va a poder usar el teleférico. Es una presencia casi angustiante por las dimensiones absurdas de la cordillera allá. Al salir hacia Caracas, el avión debe buscar el único hueco entre los picos – como salir del Olaya en Medellín pero con montes 3000 metros más altos alrededor. El piloto (jovial venezolano, bromista) hablaba del pico tal a la izquierda, el pico tal a la derecha, que miráramos y disfrutáramos. Pero el pico Bolívar, el más alto de todos, estaba… de frente. Varios pasajeros nos pusimos nerviosos: estábamos volando directo hacia el Bolívar. Por unos segundos eternos callamos y preguntábamos a los pasajeros del otro lado “¿ustedes lo ven?” (“no, ¿y ustedes?”). Luego giró bruscamente y el piloto rió y dijo “ajá, tranquilos, ahora sí lo pueden ver”. Una escena impensable en los vuelos hoy en día.

Ya sé que si uno sale de Ciudad de México hacia Bogotá y tiene ventanilla del lado izquierdo (y está de buenas y no hay nubes y es de día y…) uno puede ver esa cadena mágica de volcanes nevados – el eje volcánico central, lo llaman allá. El Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, a lo lejos el Orizaba, el más alto, y un montón de picachos de 4500 metros que definen completamente el espacio central mexicano. El Popocatépetl, que está tan cercano a la Ciudad de México pero casi nunca se puede ver – y sin embargo arroja de vez en cuando ceniza densa y pegajosa sobre la ciudad entera, aparece al despedirse, como recordándole a uno que finalmente es la razón principal por la cual apareció esa ciudad de lagos y canales y hoy paseos e insurgentes.

lecturas, montañas, mar (tangencial)

Este septiembre ha sido un mes de encuentros y reencuentros – lecturas, montañas, mar (tangencial).

  1. Caracas con Carlos y su familia es un lugar encantador. La vista al Ávila desde esa cocina, las botellas, la luz. El queso telita, el casabe, los cuba-libres, el gin-tonic, el sashimi de atún. La pasta preparada con un cariño y un cuidado ejemplares – las historias de inmigrantes de pueblos perdidos del sur de Italia en pueblos perdidos de los Andes merideños, o una abuela de Chía, incluso. Caracas de conversación, de ir y venir entre clases de Ramsey, modelos de Solovay, el mercado de Chacao, el Café Arábica, los andenes (¡aceras!) remozados de Sabanagrande, la Academia de Ciencias, el IVIC perdido en los Altos de Pipe, casi mil metros arriba de la ciudad, con sus bosques de eucaliptos, su biblioteca envidiable. Caracas y la suavidad del hablar de los colegas, de ese mundo italiano de segunda o tercera generación que encuentra uno en medio de esas montañas. Ah – el Ávila. El norte de Caracas es el Ávila – o más precisamente, la cordillera costera con el Ávila, la Silla de Caracas aún más alta, el Naiguatá aún más alto. Montes de 2500 m al lado de la ciudad a 900 m – con el Caribe ahí atrás. Con la Cota Mil (1000 msnm) respetada y sin construcciones más arriba de los mil metros. La presencia del Ávila en Caracas para mí era reto diario, inspiración constante. Todo el tiempo pensaba en los cerros bogotanos, pero no – hay una diferencia de dimensión (relativa) brutal. Los cerros caraqueños – que la delimitan por el norte – son en promedio tres veces más altos que los cerros bogotanos, con respecto a la ciudad.
  2. Empanadas de cazón entre mil sabores más. Saben muy bien esas empanadas del mercado. Maíz frito y un relleno de guisado de cazón (tiburón pequeño) son tal vez las más ricas que probé. Grandes, con sabor a maíz pilao, con el relleno humeante de cazón (preparado con tomate, pimentón, cebolla). Con el queso telita y el casabe, sabores buenísimos que probé en Venezuela. Una noche fuimos al restaurante Palms, de la chef Helena Ibarra. Allá fueron platos mucho más elaborados – muchos basados en recetas de inspiración local de Venezuela, muchos muy buenos.
  3. Montañas y páramos andinos. Lo primero que hice el domingo en Mérida fue arrancar para el páramo a caminar. A encontrar cosas similares (pero distintas), muy similares (pero un poco distintas) de nuestros páramos aquí arriba, de nuestro Suesca y nuestro Chingaza. ¿Para qué me fui a buscar cosas similares en otro país? No sabría decir. Me sentía increíblemente bien allá arriba, en el Páramo de la Culata, metiéndose por uno de los valles de los Andes merideños, encontrando gente chapeada – con pómulos rojos del frío – recogiendo papas criollas, vendiendo pasteles de trucha, en casitas rosado Mérida (una variante del rosado Soacha), entre montañas esas sí distintas en su parte más alta (más afiladas, más “alpinas” tal vez allá en Mérida – tal vez parecidas al Cocuy – con sus cumbres nevadas a 5000 m, justo encima de uno). Necesitaba la caminata medio rápida, el sudar un poco y oler frailejones y la tierra andina de los tres mil y pico metros, el ver los aguiluchos y los chulos (zamuros allá).
  4. No encontré chavistas. Aunque preguntaba (sin mucha esperanza) en los taxis o a la poca gente no académica a ver si alguien salía a decir algo en defensa de Chávez, nadie, nadie salió hablando bien de ese personaje, nadie salió a decir nada que me obligara a mantenerme en calma espera. Los académicos, naturalmente, hacen oposición, y señalan la combinación brutal de ineptitud del actual gobierno – incluso si uno quisiera estar de acuerdo con alguna reforma, la manera tan increíblemente inepta e ignorante con que parecen hacer las cosas simplemente da al traste con todo – y corrupción – toda la plata inmensa se la están robando, se la siguen robando. Con múltiples ejemplos concretos sumamente articulados, ilustraban la letal combinación de esos dos males: ineptitud y corrupción (yo en muchos casos pensaba que en realidad parecían estar hablando de Colombia – mutatis mutandi la raíz de los males es similar, aunque la expresión de éstos sea distinta). Los taxistas, tal vez menos articulados pero más coloridos, simplemente decían indignados que “el país siempre ha sido de los mismos, incluso ahora, y la plata toda se la roban”. Hubo un par de excepciones: en la caminata por el Páramo, me puse a hablar con unos guías, y un amigo de éllos venido de Ciudad Bolívar, la entrada de la Gran Sabana. El amigo de los guías, un muchacho alegre y simpático, decía haber ido recientemente a Cuba y a la feria de Cali (?!?!?) con grupos que envía el gobierno, compuestos por jóvenes familiares de oficiales de ChávezContaba con perfecto desparpajo cómo los envían con gastos pagos a sitios de vacaciones en Cuba o en Colombia o dentro de la misma Venezuela. Al hablar, exhibía una sonrisa feliz, de gente que está en la cumbre de algo, la despreocupación de quienes no requieren angustiarse. Por su dicción, creo que no tuvo una educación básica buena – pero probablemente tampoco tan mala. Cuando le pregunté en concreto qué pensaba del actual gobierno, del futuro de Venezuela, se puso un poco más serio. Me dijo que realmente no pensaba que el país estuviera yendo para ninguna parte, que él veía todo muy mal administrado. Quedé perplejo. No esperaba esa respuesta de alguien que viaja con gastos pagados (mientras la situación económica de tanta gente en las universidades es tan desesperada). Tal vez desencanto es una palabra que resume lo que se siente en Venezuela, entre gente que de pronto hace unos años creía genuinamente que el país iba a cambiar para bien. Y claro, escepticismo enorme y lleno de datos concretos por parte de gente más cuidadosamente educada, más acostumbrada a desconfiar de esos mesías.
  5. La tricotomía de Zilber fue el tema de mi curso. Con veinte horas de clase, es realmente bastante lo que se puede hacer. Me advirtió Carlos que era mejor iniciar sin suponer que la gente supiera teoría de modelos, pero sabiendo que algunos estudiantes muy buenos tomarían el curso. Además los muy buenos saben bastante teoría de conjuntos (y algunos tenían buena geometría algebraica básica) – decidí seguir el reto e iniciar “casi desde cero” modelo-teóricamente hablando, pero ir a buen ritmo. Resultó muy divertido para mí (y espero que para éllos) el minicurso planteado así. Varios estudiantes llegaban con buenas preguntas cada día. Fue una experiencia muy intensa, pero muy gratificante para mí. Enseñar cuatro horas de teoría de modelos, durante cinco días seguidos, no es algo muy trivial. De noche, en las pequeñas horas de la madrugada, me despertaba en el hotel de Mérida pensando algún ejemplo que haría, algo que usaría de la víspera para enganchar temas, algo que sabía en ese momento (antes del amanecer, no antes) que los estudiantes apreciarían y les ayudaría a entender mejor el teorema de Morley, mejor Omisión de Tipos, mejor bifurcación, mejor tricotomía, mejor modelos de Zilber. Pensaba y pensaba – mientras hablaba en las cenas con los colegas de Chile, de Venezuela – mientras cuadrábamos detalles del SLALM en Bogotá, de futuros encuentros en Bogotá o Mérida o Pamplona o… El sábado al amanecer me sorprendí despertándome asustado porque no tenía claro cómo seguir. Claro, al momento recordé que ya había terminado el curso. Después de las horas y horas, sentí que se había pasado en un abrir y cerrar de ojos ese curso, y de hecho me hizo falta el seguir.
  6. La nieve de los Andes estuvo ahí todo el tiempo – el viernes mucha más después del aguacero del jueves sobre Mérida. El bus que nos recogía por la mañana fría subía raudo, atravesaba el Parque Milla (lugar que me hacía sentir en 1991, cuando estuvimos en un hotelito ahí con María Clara – recién habíamos empezado nuestra vida juntos), y enfilaba hacia la ULA, siempre con esos picos nevados ahí al lado derecho. Yo siento que durante esos cinco días volaba todo el tiempo, como algún cóndor perdido allá arriba dando vueltas, como algún aguilucho tal vez más bien. Volaba entre la tricotomía, el curso, el revivir 1991 con intensidad suprema, el hablar con los estudiantes y colegas – los dos Carlos fueron esta vez alumnos míos – yo fui alumno de ambos hace veinte años. Como no había tiempo para descansar (además asistí a buena parte de otro curso de veinte horas, de sistemas dinámicos topológicos – un tema super interesante y lleno de fenómenos de Ramsey) ni para pensar, quedé suspendido en una semi-vigilia que de noche se concretaba en mi pensar, acariciar, incubar los ejemplos del día siguiente – de manera semi-inconsciente, como a la altura de la nieve andina.
  7. Claudio Magris sigue ahí de lectura de cabecera, desde Mérida. Allá fue Otro mar, ahora es Danubio. Entre Trieste, la Patagonia, Ulm y Belgrado.
  8. Bogotá con los visitantes de Ecos-NORD, las charlas de Melleray, el encuentro con Mijares y Padilla, las pseudo-ortogonalidades abstractas, las clases de Fraïssé categóricas, las sutilezas que señala Melleray en las preguntas sobre esqueletos combinatorios en las construcciones topológicas, la química y el mundo.

Demasiados encuentros en este septiembre, tal vez.