Corredor Infinito

Lo que viene a continuación originalmente apareció como ocho entradas en facebook. El escritor Diego Niño, que estudió matemáticas en la Universidad Nacional en Bogotá a principios de este siglo (y ha ganado premios por sus novelas y cuentos después) publicó en su muro una foto del corredor del Departamento de Matemáticas que inspiró la respuesta que aparece en este post.


Dejo los ocho posts aquí, en el orden en que aparecieron, con sus fotografías tal cual. Me parece que en este formato pueden quedar un poco menos volátiles y perdidos en la red que en su formato original en fb.


Hace unas semanas, el escritor Diego Niño publicó una foto del corredor del Edificio Yu Takeuchi (edificio que cubre hoy en día [sin mucho espacio] los Departamentos de Matemáticas, Física y Estadística en la Universidad Nacional de Colombia). Diego también ha publicado varios cuentos entrelazados con ese lugar, que parece en esas fotos e historias evocar imágenes fuertes.

La foto del corredor de ese edificio evocó memorias poderosas en ese momento en mí (y muy seguramente en otras personas que pasamos, que hemos pasado, penosa o gloriosamente [o una combinación convexa de ambas] por esos lugares).

Prometí a Diego que haría una pequeña serie fotográfica de esos lugares. Solo hasta el lunes pasado llevé la cámara; a la hora de almuerzo tomé varias fotos; algunas tal vez sobrevivirán.

Pondré una, dos, tres o cuatro imágenes en cada post de la serie a partir de éste. Iniciaré historias (pero las dejaré medio inconclusas) de momentos que hayan sido emblemáticos (o absurdos) en el Yu Takeuchi (que antes los estudiantes llamaban FEM, y que antes de eso los estudiantes llamábamos simplemente «Matemáticas» o «el 404»), momentos vividos en diferentes momentos de mi vida hasta ahora.


CORREDOR INFINITO

Aunque no fue en ese corredor que empecé a soñar con el infinito (según mi padre, ese sueño empezó mucho antes, en conversaciones en caminatas con él por la ciudad), sí fue ahí donde tomé mi primer curso serio sobre el infinito: Teoría Avanzada de Conjuntos con Xavier Caicedo. Creo que mis sueños, mi adolescencia que finalizaba en ese tercer semestre de carrera, mi primera crisis existencial seria, tuvieron lugar ahí, en ese corredor. A las 7 llegaba Xavier, los estudiantes de posgrado, unos de los Andes, otros profesores que asistían a su curso, y yo colado ahí como estudiante muy inmaduro aún. El corredor infinito me atrapó.

(Serie Edificio Yu Takeuchi – respuesta a Diego Niño)


CORREDOR DE LOS NOMBRES

(de la serie inspirada por el post del escritor Diego Niño)

Nombres que aparecían ahí. Cuando llegué, Otto De Greiff y Hernando Caro aún eran profesores (en sus últimos años). Ancianos venerables con bastón, que uno sabía habían casi ayudado a fundar el Departamento.

El corredor superior (que era casi inaccesible en los primeros semestres) tenía los apellidos Charris, Takahashi (x2), Takeuchi, von der Walde, Ruiz, Lesmes, Campos, Muñoz, Albis. Todos autores de los (casi únicos) libros locales. Personajes que uno luego descubría como seres muy generosos, muy abiertos, pero que en los primerísimos semestres se sentían a gran distancia, allá en el silencioso tercer piso.

Historias de generaciones muy anteriores, contadas y tal vez deformadas (todo era contado en las cafeterías o los pasillos de viva voz, antes de las redes sociales, antes de internet): el profesor Hermosilla, atlético, y sus exámenes de habilitación a estudiantes que perdían la materia, exámenes que se hacían mientras corrían del Segundo al Tercer Puente en la Autopista Norte; el joven profesor ecuatoriano que era una gran promesa, una mente muy lúcida, que murió muy joven.

Y siempre mucho humo de cigarrillo, en todas partes.


VENTANAS DE EXPECTATIVA

(de la serie iniciada como respuesta al post del escritor Diego Niño)

Hasta hace unos años, las notas de parciales y sobre todo, las definitivas de cursos, las pegaban en carteleras en las paredes del corredor. A veces también en puertas de oficinas.

Inscripción de materias, solicitudes: todo era en esas oficinas, en esas ventanillas, no había sistema de información electrónico.

Todo era público, naturalmente; muchas veces salía la definitiva junto a nombres, apellidos y código (el mío era 151539, los 15xxxx eran todos de Matemáticas); ciertos profesores podían a veces «proteger» ligeramente la identidad usando solo el código, pero no creo que en Matemáticas eso significara un gran cambio (pues los cursos eran pequeños, de 6 o máximo 10 estudiantes; todo el mundo sabía quién era quién).

Un estudiante un poco complicado tuvo una vez la sagaz idea de desprender las definitivas y llevárselas, tal vez esperando vender la información (pague por saber cuánto sacó). Como no estaban pegadas bajo llave, eso sucedió esa vez. Lo recriminamos en la cafetería. Él, un poco avergonzado, entregó las listas y las volvió a pegar.

La ausencia casi total de información (sobre el mundo matemático, de los artículos que podía esconder la biblioteca – que no eran pocos – de los mismos libros – que había que pedir con fichas, máximo tres a la vez) generaba una permanente sed de averiguar qué más podía pasar. Y uno se defendía con muchas fotocopias de libros (que algún profesor que viajaba fuera del país le hacía el favor de traer).


SÍSTOLE Y DIÁSTOLE DE UN CORREDOR

(Notas inspiradas en un post de Diego Niño.)

A ratos se acumulan decenas de personas en el corredor. A ratos está casi vacío. El movimiento sístole-diástole de inicios de clases básicas, épocas de parciales, horas de almuerzo, finales de semestre, anuncios reales o imaginarios de diversos paros en la ciudad, proyectos.

El Yu Takeuchi no siempre permite concentrarse bien. Demasiados parciales, estudios, dolores de cabeza, acumulados, tal vez. Narrativas iniciadas, a veces con ritmo musical, otras con pruebas sacadas sin ton ni son.

Escaleras vacías, jóvenes (o no tan jóvenes) intentando asir (y hacer) una presentación, una demostración, una tesis. A veces, pocas, incluso un musical matemático sobre Turing, Gödel, Ackermann y Hilbert.

Cabe preguntarse cuántos hilos rotos de demostraciones fallidas han quedado ahí en el aire muy denso, cuántas felicidades de demostraciones logradas o entendidas. Cuántas tesis felizmente logradas, cuántas ilusiones despedazadas. Cuántas danzas matemáticas (y de noviazgos y seducciones) fueron hermosas, cuántas fueron destructivas. Cuánta gente sube las escaleras y entra a su salón de clase con una bola en el estómago ante la posible pregunta, ante la posible incomprensión, cuánta gente sale un día al prado con ganas de cantar una teoría hermosísima que logró entender, que logró ayudar a construir.


LO INANE (ARQUITECTÓNICO) EN LO FLEXIBLE (MATEMÁTICO)

(Otro par de fotos de la serie respuesta a Diego Niño)

El corredor del edificio termina hoy en día en un baño (de mujeres; el de hombres está al otro extremo del corredor; todavía no hay baños sin género en ese corredor, pero deberán llegar pronto), en una puerta metálica de un salón que fue una muy buena biblioteca [hasta que se la tragaron los burócratas al llevarla al Edificio C&T] y varios ángulos muy clásicos. No hay ningún gesto matemático que saque una sonrisa en esa esquina, no hay nada que haga saber a quien visite que este edificio aloja y forma mentes preocupadas por Banach o Tarski, por Arquímedes o Grothendieck, por Riemann o Galois. En ese sentido, nuestro edificio Yu Takeuchi es eminentemente anodino y gris, como diseñado por mentes sin imaginación pero seguramente repletas de resoluciones legales sobre lo (im)posible.

Su vida está en su infinitud involuntaria, en las mentes y lenguas de quienes hemos vivido trozos de nuestra existencia ahí. En los pasos del siempre puntual, irónico y tranquilo Yu Takeuchi antes de clase de Análisis Real a las 7 am, en los seminarios de Xavier Caicedo donde la Teoría de Modelos de Haces fue armada para el mundo. En los estudiantes que fuimos (y en muchos sentidos seguimos siendo) quienes seguimos pasando por ahí, con imágenes mentales absolutamente no-clásicas y singulares, con el sabor del café matemático matutino en el paladar y el viso de un paso simplificado en alguna prueba o alguna explicación nunca dada antes en ninguna parte del universo, de algún teorema.

Los ángulos cerrados, que dan a paredes de ladrillos alineados en paralelo (¿por qué?), jamás a arquitectura juguetona o imaginativa como la de arquitectos que han sido matemáticos algunas veces en su vida (Zaha Hadid fue primero matemática, después arquitecta; Christopher Wren también; Xavier Caicedo intentó ser arquitecto antes de dejar volar su poesía matemática de maravilla).

Lo bueno es que nuestras mentes, sobre todo la de maravillosos y maravillosas estudiantes que aparecen por ese corredor, logran doblarlo, torcerlo, cuestionarlo, desarmar esos ladrillos paralelos, hacer que la vida del edificio vibre (a pesar de su arquitectura totalmente inane).


VENTANAS EXTERNAS (de la serie de fotografías respuesta a un post maravilloso del escritor Diego Niño)

A veces sabemos mirar hacia fuera. No es obvio. Durante décadas el Departamento de Matemáticas parecía no tener esas ventanas, parecía ignorar olímpicamente que justo al frente tenía a una de las facultades de Ingeniería más importantes del país.

Era algo extraño: el Departamento de Matemáticas fue de hecho fundado por gente de la Facultad de Ingeniería que tenía mucho gusto por las Matemáticas, que buscaba abrir un espacio un poco más libre que el que podían vivir en sus lugares de origen.

Basta revisar este artículo escrito por nuestra profesora (pensionada) Clara Helena Sánchez Botero para averiguar buena parte de esa historia, bien analizada: https://repositorio.unal.edu.co/…/18243-59022-1-PB.pdf

Aparece ahí el trabajo de Julio Carrizosa Valenzuela, quien junto con Juan Horváth y otros soñadores, graduaron a los primeros matemáticos colombianos ahí: Pablo Casas, Luciano Mora, Erwin von der Walde, José Ignacio Nieto, Guillermo Restrepo, Alberto Campos.

Sin el mundo exterior venido de sueños de la generación anterior, ahí en Ingeniería, habría sido imposible el Corredor Infinito de Matemáticas.

Durante décadas los maestros con su énfasis casi exclusivo en lo «puro», en lo «demostrativo», en lo «interno», cerraron esas ventanas vitales.

Hoy en día afortunadamente se han vuelto a abrir esas ventanas al mundo externo, de la mano de decenas de temas que ya no tiene sentido llamar «aplicados» en oposición a «puros». Hoy en día los métodos más sofisticados de la Teoría de Modelos o de la Geometría No Conmutativa pueden perfectamente aparecer en las aplicaciones a Análisis de Bases de Datos o a la (mal llamada) Inteligencia Artificial o al Aprendizaje de Máquinas.

¡Hay ventanas abiertas de nuevo!


CODA – salida del corredor infinito, y eterno retorno (¡mil gracias a Diego Niño, una vez más, por propiciar estas notas!)

La época actual ha mejorado un poco el Edificio Yu Takeuchi. Atrás quedaron los tiempos del humo terrible de cigarrillo y el mal olor de la cafetería (un colega me contó que una vez se encontró con la gente del antiguo restaurante afortunadamente clausurado, en una parte de la Plaza de Mercado de Paloquemao, donde vendían ilegalmente la carne que ya no podían vender; los vio por alguna razón comprando los trozos de carne que revenderían después ahí; el olor de esa cafetería ciertamente evocaba historias semejantes).

Hoy en día el frente está repleto de bicicletas, para sonrisa de quienes sabemos que esa es la mejor manera de llegar a clase con la mente despejada y feliz para iniciar definiciones, demostraciones, para armar y rearmar y desmontar y volver a armar tantos temas matemáticos. Y ahora hay mesas estilo picnic que, si no fuera por el sol inclemente bogotano o la lluvia brutal, serían lugares ideales para discutir, matemáticas u otros temas de la vida.

Todo eso es la vida del Yu Takeuchi en 2023; cambios casi imperceptibles que terminan acabando con horrores como el humo o la mala comida, y terminan trayendo otras cosas de pronto no tan buenas.

En los años 90 llegó su hermano menor el 405, siempre muy criticado por su arquitectura, con su «piscina» o patio central muy apreciado y ahora con murales propiciados por Física. No hay corredores infinitos ahí, pero sí está ese gran cuadrilátero que en buenos momentos ha servido para presentar trabajos o para ciclos de cine matemático.

En los muros aún hay letreros (muchos menos que antes). El 8 y el 9 de junio siguen siendo fechas importantes, por mil razones. Pero ahora hay letreros feministas, que nos hablan de nuevos temas y de nuevas (¡en realidad, muy antiguas!) problemáticas.

Regreso en todo caso al corredor infinito, a nuestra singularidad desnuda [bien reflejada en el emblema \aleph_\omega del Departamento de Matemáticas] en la última foto, el cierre de este breve paseo por recuerdos colectivos.

2 thoughts on “Corredor Infinito

  1. En ese edificio yo empecé a alucinar con el infinito y, sobre todo, con las ideas de continuidad. También tuve mi primera crisis existencial como en séptimo semestre.

    1. Sí, ¡quién sabe cuántas mentes matemáticas del país han sido formadas durante un tiempo en ese lugar tan emblemático!

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