Amaneceres

Todo esto ha cambiado fuertemente nuestro horario de sueño. Mucho más temprano todo: colapso nocturno, despertar. Abdul siempre nos despierta a las 4:30 o 5:00, pero ahora es mucho más común no limitarme a darle la comida a esa hora sino despertar y mirar el amanecer.

Se convierte todo en un tema de percibir luz, hojas frecuentemente trémulas, ires y venires de especies de aves, saltos de frecuencia vitales, sombras extendidas y refractadas, tálamos mentales y sueños esparcidos.

Y ese momento de dolor compartido al despertar – y preguntarse por un segundo a dónde va todo esto – antes de arrancar un nuevo día de cursos en zoom o meet, de escrituras al viento, de seminarios online, de intento de guiar a quienes tal vez ya se saben guiar, e intentos de andar hacia adelante a pesar de la sensación brutal de ausencia de futuro (o de peligro en este).

Notas de voces internas (como las de ich ruf zu dir, Herr Jesu Christ, BWV 639) parecen dar claves…

¿qué estaba buscando?

Aún no es del todo claro para mí qué estaba buscando yo al haber venido a Chile en estas semanas. La razón oficial, inmediata, y muy cierta, es naturalmente que había un congreso importante internacional de mi área de trabajo. Fue una maravilla de congreso, y con esa primera semana ya habría sido razón más que suficiente para venir a este país.

Pero el congreso mismo tenía ya un lado ligeramente distinto de lo usual: debido a la mobilización social en Chile, y sobre todo a causa de la violencia policial y de algunos de los manifestantes (¡claramente, una minoría!), los organizadores estuvieron a punto de cancelar este congreso. La Universidad de Concepción (ese lugar increíble) está con los edificios cerrados desde octubre. El campus mismo está abierto y libre de grafitis (la ciudad tiene tanto grafiti que es un alivio ver ese campus universitario a la vez completamente abierto al público en sus prados y jardines – un parque gigante para la ciudad) pero con los edificios cerrados era imposible hacer el congreso ahí. Los organizadores terminaron cambiando el lugar a un hotel; el congreso funcionó muy bien en términos matemáticos.

Pero había algo tal vez más básico (¿más vital?) en mi felicidad con este viaje, en ese momento de recibir a María Clara un domingo a medianoche en el aeropuerto de Concepción al finalizar el congreso, para iniciar un viaje por el “sur cercano” de Chile.

Y poco a poco empezamos a entender que esta zona, estas tres o cuatro regiones (el Biobío, la Araucanía, la Región de los Ríos y la Región de los Lagos – entre Concepción y Puerto Montt, pasando por Pucón, Valdivia y Puerto Varas) tienen un especie de versión ultraconcentrada de lo que más nos ha gustado encontrar en tiempos recientes:

montaña – volcanes – caminatas – reservas naturales – mar – comida de mar – cordero asado – caminatas de nuevo – meterse en lagos – meterse al mar [helado] – carreteras con vistas a costa recortada – océano y olas bravas – árboles [alerces, araucarias, melis, arrayanes, lumas, avellanos, ulmos] – formas – subidas y bajadas – playas – rocas – lenguas indígenas – pájaros [cóndores, aguiluchos, águilas, chucaos, halcones] – montañas – santuarios naturales – ríos gigantes – estuarios – madera – montañas – volcanes – árboles


Pero aún todo eso no agota la intensidad de estos días.

Pensaba en que vinimos también a cerrar 2019, ese año extraño que esencialmente se abrió con el viaje de José Luis Villaveces, mi padre, a su propio destino, a su regreso al universo.

En enero de 2019 murió él mientras nosotros estábamos en otro periplo largo, muy distinto de este, el viaje nuestro a Nápoles y Viena que significó despedirlo. Hace casi un año ya. Un tiempo difícil de capturar: siempre me parece que se fue hace mucho menos tiempo, que acaba de morir casi. Trato de decirle que siga tranquilo su camino; empecé a decirle eso mentalmente desde hace un tiempo largo ya. Y a la vez cierta sensación de irrealidad. Como si no lograra yo entender del todo qué ha pasado.


Y es ahí donde este viaje extraño a Chile (a ver un país despertando, un país que debe liberarse de su constitución hecha en dictadura, a ver un país que encuentra una voz – a ratos de maneras agresivas y peligrosas – pero una voz muy suya, un país que parece no temer enfrentarse a ser después de tanta obsesión por tener) cobra un sentido distinto. De alguna manera siento que he venido a encontrar una voz también. Y a volar un poco, como esos miles y miles de aves gigantes que hemos visto en estos días, entre volcanes y el Pacífico… y a seguir en ese diálogo sostenido con mi padre pero dejando ojalá que se disuelva mejor en el universo, a dejar ir. Es doloroso soltar, pero hay que hacerlo.

Aquí la tierra (me decía mi prima vulcanóloga que pasó meses en esta misma región de Chile, entre volcanes, también buscando algo importante para su propia vida, a su regreso de su doctorado en Nueva Zelanda) está viva.

Y es algo muy violento y bello. Volcanes, claro, obviamente vivos y a veces botando lava.

Pero también saber que en Valdivia, donde amanecimos hoy, en 1960 (yo no estaba en este mundo pero por ejemplo mi padre sí, tenía 15 años) hubo un terremoto de 9.5 grados en la escala de Richter, el terremoto más fuerte jamás registrado. Que duró diez minutos temblando. Que los humedales gigantes que están ahí se formaron a raíz de ese terremoto, en 1960. Que luego en 1985 hubo otro gigante y luego en 2010 en Concepción (el lugar del SLALM) otro, con el tsunami de Talcahuano justo al lado.

Y ver esa naturaleza que parece de Gondwana, esos árboles que parecen anteriores casi a la formación de esta parte del continente.

Tal vez esa escala otra de esta zona del mundo, esa escala de tiempo de los volcanes y de los árboles jurásicos, de los alerces milenarios y los humedales gigantes recientes, esa tierra viva y brotando e hirviendo, de alguna manera ayuda a tener otra perspectiva. Y a la vez el presenciar el despertar de un país latinoamericano. Tal vez para eso necesitaba venir – ¿para completar un ciclo iniciado hace un año en ese invierno duro de Viena? …

un barco pesquero en algún lugar del Pacífico, hace dos o tres días

el valle de al lado

Roman Kossak describe bien el fenómeno. Una vez que fue a un congreso de lógica en Berna, aprovechó para quedarse unos días más en Suiza, puesto que quería hacer caminatas. Alguien le dijo que no muy lejos hacia el sur, en el macizo de tal y tal, estaba el que muchos han considerado como “el valle más bello del mundo”. Que tal escritor, tal pintor, tal ensayista, coincidían en esa apreciación. Dejando al lado la discusión sobre el sentido de tales frases, de tales superlativos, Roman decidió no ir al “valle más bonito del mundo” (otros de los asistentes al congreso sí fueron) sino ir al valle de al lado. A otro, no muy lejano.

Sucedió lo típico: el valle de al lado es hermosísimo, pero lo mejor de todo es que nadie va. O sí, va gente como Roman, poca gente. Pudo caminar a sus anchas, subir montes, encontrar refugio interior en ese valle. Aparentemente se encontró después con algunos de sus colegas que sí habían ido al valle más bonito del mundo. Sí claro, lindísimo. Pero repleto de gente, caro, con filas en los pasos de montaña, con gente tomándose fotos (en esa época tal vez aún no había selfies) con el valle más bonito del mundo al fondo.

Roman dice que fue feliz de haber ido al valle de al lado y haberse perdido el más bonito del mundo.


El fenómeno del valle de al lado es muy común, en todos los temas. Como somos una especie tan gregaria, parece que a la gente le diera pavor no estar en el valle más bonito y casi nadie busca el valle de al lado. Así obviamente con autores, temas de investigación, viajes, lecturas, música, con casi todo.

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otro camino

silencio

Por el momento estoy en etapa de silencio con el blog. Escribir sobre una instalación de un sistema operativo en una máquina es una forma un poco oblicua de mantenerse en silencio. Ando leyendo un diálogo de Platón (de los iniciales – diré después por qué) y a la vez preparando una charla sobre teoría de modelos y representaciones de Galois para un seminario con los geómetras dentro de ocho días. También escribiendo un breve ensayo sobre la posible teoría de modelos de la química, y corrigiendo muchas otras cosas. Todo eso implica cierto silencio…

A pesar de eso, me ha impresionado mucho el reciente renacimiento de los blogs (los de Javier Moreno, Olavia Kite, Arturo Sanjuán son ejemplos buenísimos) y quiero hacer parte de eso. Nunca he sabido bien quién lee esto – no es mucha gente, pero a mí me parece importante mantenerlo por quienes están ahí.

Silencio entonces…

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Amanecer sobre Iguaque, desde el Observatorio Muisca.

calle – cerros – voces

Hoy fuimos al plantón por los cerros (al frente de la CAR, en el Parque Nacional). María Clara pasó breve media hora por ahí, pues tenía clase a las 10 en la Universidad. Yo me quedé un rato un poco más largo.

El plantón fue convocado por Amigos de la Montaña y buscaba expresar nuestro compromiso por la defensa y el cuidado de los Cerros Orientales de Bogotá. Era una manifestación de intención y a la vez de preocupación por acciones que no se han llevado a cabo (y por ley deberían haberse hecho) en algunas construcciones en los cerros. La sequía (¿el fin?) de la Quebrada Rosales es solamente una de las consecuencias de no haber acatado el fallo del Consejo de Estado que en principio obligaría a las autoridades a detener una obra ilegal, que además capturó el agua para un estanque privado artificial. Ese hecho visible tal vez desbordó un vaso, pero hay muchos otros problemas con los cerros – y la intención era reunir mucha gente distinta (Mesa de Cerros, otras comunidades) en torno a una problemática común.

Pasó algo de lo que tenía que pasar al hacer eventos en público, anunciados: algunos partidos políticos aparecieron con sus pancartas y quisieron monopolizar un poco la acción. Hubo algo de rechifla a algún oportunista de algún partido que quería dejar su nombre – se le recibieron pancartas, pero borrando el nombre de su partido. Un concejal de Bogotá muy polémico (me enteré después) también apareció ahí, dando declaraciones a los medios. Sin embargo, mi impresión personal es que la verdadera energía de ese grupo (no enorme pero tampoco pequeño) venía de otro lado, y la gente le ponía poca atención a los políticos (algunos generan más simpatía, como Angélica Lozano – ella no llegó a poner su nombre en ninguna parte, pero sí saludó a mucha gente y sonrió mucho – me parece que trajo una energía interesante).

Seis representantes de la comunidad entraron a hablar con el director de la CAR (que yo conozca, Andrés Plazas y Jorge Álvarez, de Amigos de la Montaña, María Mercedes Maldonado, especialista en urbanismo, de vuelta a la Universidad Nacional después de su paso por la alcaldía – una conocedora muy seria de temas de cerros y la reserva Thomas van der Hammen, y otros tres que no había visto). Entiendo que lograron que el director de la CAR se comprometiera con “la defensa de los cerros”, desde donde puede. No sé qué tanto impacto pueda tener, pero algo es algo.

Lo más fuerte, tal vez, es la visualización. No era una manifestación enorme, pero estoy seguro de que algunos transeúntes y conductores de la Séptima la vieron – ojalá la manifestación se amplíe.

unveiling, unravelling

El lento develarse de un monte (el Cotopaxi duró oculto las primeras dos horas que estuvimos ahí caminando alrededor de Limpiopungo, la laguna entre el Cotopaxi y el Rumiñahui; el aguacero lo reveló).

The slow unveiling of a mountain (the Cotopaxi remained hidded during the first two hours we were there, walking around the lake (Limpiopungo) between Cotopaxi and Rumiñahui; the downpour revealed it).

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un país misterioso (para mí)

Ecuador resultó siendo un país repleto de misterios para mí, para nosotros, en este viaje de caminatas a volcanes y visitas a dos ciudades (Quito y Cuenca) y varios pueblos. El misterio está en la mezcla entre familiaridad dada por tanta historia compartida: misma bandera, misma cordillera, misma base culinaria, etc. – y a la vez tantas diferencias inmensas:

  • Las ciudades ecuatorianas que vimos se sienten tranquilísimas, no solo (obviamente) comparadas con Bogotá, sino comparadas con ciudades colombianas de su mismo tamaño. Quito, por ejemplo, es más o menos del tamaño de Medellín, pero Medellín se siente desordenada urbanísticamente, con un centro vuelto nada y paupérrimo – Quito sorprende por su limpieza y organización y calma. Al principio me sentía más en Finlandia que en América Latina. Cuenca también está muy bien cuidada, con su borde del río completamente limpio y con familias haciendo picnic el 1 de enero, sin ruido. No sé cómo será Guayaquil – la imagino como una Barranquilla de nuevo más ordenada y tranquila.
  • Siguiendo con lados “positivos”, la infraestructura vial, que hace palidecer a la nuestra. Pero eso es muy conocido y no era una novedad para nosotros.
  • Un lado negativo: muchos menos ciclistas que en Colombia, tanto en carreteras como en la ciudad. Extraño que un país tan “organizado”, tan limpio, tan pulcro, no tenga más ciclorrutas, más programas de impulso a la cicla. Uno podría pensar que la topografía de Quito no es muy amigable a la bicicleta (comparando con Bogotá) pero aún así…
  • Otro lado negativo: el “Transmilenio” quiteño (en realidad tres sistemas: ecobus, trolebus y metrobus, según la avenida) parece mucho más destartalado, mucho más vuelto nada que el bogotano. Superficialmente, parece que la división de clases de Quito se refleja ahí: el TM bogotano parece tener mucha más mezcla de gente que lo usa. En Quito esa infraestructura sí parece muy descuidada (y eso que es más nuevo que TM, pero se siente como si fuera 20 o 30 años más vetusto). Ah, pero… ya empezaron a hacer el metroserá subterráneo en la zona centro. De pronto están gastando todo el dinero en ese metro que ya empezaron a cavar.
  • El centro de Quito está mil veces mejor mantenido que el de Bogotá. En Colombia, la única ciudad grande fuera de Cartagena que tiene un centro histórico que debería ser super-cuidado es Bogotá (Medellín prácticamente destruyó por completo su centro histórico, y el de Cali es pequeñísimo). Aunque el centro histórico de Quito es tal vez el doble o el triple de grande que La Candelaria, no hay ninguna razón para que tengamos nuestro centro histórico como está en este momento.
  • La vida cultural es difícil de juzgar en vacaciones y peor en esta época del año. Se siente que hay bastante pero aún así muchísimo menos que en Bogotá, y sobre todo mucho menos alternativa. Pero esa puede ser una impresión superficial. Sospecho que el precio a pagar por tanta tranquilidad es una vida intelectual mucho menos agitada, mucho menos intensa. Un poco como la diferencia entre Boston (Quito) y Nueva York (Bogotá) – una ciudad pequeña pero razonable, la otra grande y caótica pero más intensa e interesante.
  • El urbanismo de varias zonas de Quito impresiona: avenidas muy amplias, edificios de alturas similares, parques, vistas libres – sin esa cosa abigarrada y supremamente desordenada (alturas, anchos de vías) de Bogotá. ¿De dónde les llegó? ¿Cómo iniciaron eso? O más bien… ¿cómo lograron no sucumbir al caos de las demás ciudades latinoamericanas?
  • Cierto autoritarismo, de nuevo difícil de juzgar en este tipo de viaje, parece flotar en el aire. No necesariamente cosa del actual presidente (que poco es mencionado: ni para bien ni para mal – qué contraste con Colombia donde todo el tiempo opinamos en extremos) – parece más algo del aire ecuatoriano. Cierta presencia de la religión católica (“parroquias” en vez de municipios, un detalle de nombre pero que parece extenderse a muchas cosas), incluso en el presidente actual, que es muy “teología de la liberación” (ayudada por el dinero del petróleo… mientas este costaba). Me hizo falta a mí, el bogotano, más protesta visible. Ni un grafiti casi, nada. Pero la historia de las últimas décadas de Ecuador tiene momentos muy problemáticos de persecución – algo que comparte (en horror) con Colombia, Perú, etc.
  • Los contrastes más extremos son obviamente con Venezuela. En un país, el líder fallecido visible por todas partes en afiches y pancartas (y ahora en las peleas de la Asamblea), en el otro, ni una sola foto. No hay afiches de Correa en Ecuador – o no hubo en estas semanas. Alguien podría decir que hay mucha menos presión sobre la gente en Ecuador, donde no se ven esas caras absurdas del anterior gobernante, cuasi-santificado, donde simplemente no se ven caras. Alguien podría contestar que el líder ecuatoriano es infinitamente más inteligente y más sagaz que el anterior líder venezolano, pues ni siquiera necesita estar apareciendo en todas partes… El hecho crudo y simple es que no se ve por ahí. Probablemente ejerce su inmenso poder de otras maneras.
  • Otro contraste inmediato con Venezuela es la cantidad de productos ecuatorianos que parece haber, y la baja cantidad de productos importados. Parecen estar apuntando a la no-dependencia de las importaciones en Ecuador. Mucho menos producto importado que en Colombia, una que otra cosa importada de Colombia, y mucha producción local. El contraste con Venezuela, que logró destruir su propia producción, es abismal.
  • Al estar en un país tan calmado, donde dejan tantas tiendas sin vigilancia (librerías de varios pisos donde parece atender solo una persona abajo y nadie lo persigue a uno – el simple hecho de no sentirse perseguido como en Colombia cuando uno va de compras donde los vendedores no se despegan de uno nunca) visible, le mueve a uno las referencias mucho más que ir a países ruidosos, violentos, desordenados, como Colombia o (más aún) Venezuela: al ver tantos mapas históricos donde “Quito” llegaba hasta Panamá (y cubría Popayán y Pasto, pero incluso parte de Antioquia y buena parte de la Amazonía hasta Tabatinga), al saber que durante una década fueron parte del mismo país – se pregunta uno qué los salvó de ser una provincia del sur, olvidada. Qué fuerza tuvieron para armar su propio país, tan distinto hoy.
  • ¿Será que todo eso es un espejismo actual? ¿Cuál es la verdadera situación de los indígenas? – no oímos casi hablar quechua, es mucho menos presente que en lugares como Áncash – los indígenas hablan en Ecuador siempre español con uno… ¿Qué pasará ahora que el dinero del petróleo se acabe? ¿Están realmente invirtiendo en construcción de país, más allá de la economía del petróleo? (Por lo menos, y muy superficialmente, parece haber muchísima inversión en algunos rubros como vías – pero… ¿qué tal está la educación allá? ¿es Yachay algo más que un proyecto mega sobre el papel? ¿qué tanta vida tiene todo eso más allá del gobierno actual?
  • (Imposible saber qué viene, qué pasará cuando se reemplace el petróleo por otra fuente de energía, qué quedará – yo simplemente reporto que viví una tranquilidad casi impensable, muy inesperada y muy relajante y satisfactoria – alguien podría alegar que Quito se siente en hora pico entre semana como un domingo por la tarde bogotano [la semana pasada ya había colegios en Ecuador – las vacaciones se acabaron el 3 de enero allá, pero aún así se sentía como un fin de semana de puente en Bogotá], y tal vez tendría razón – aún así, Ecuador fue un espejo inmaculado y maravilloso para mirarse la cara en estos días… (país de belleza increíble, sin pancartas casi en las carreteras, casi demasiado bello para nuestro siglo, casi demasiado calmado para nuestro mundo)
  • Todo esto sin hablar de volcanes y caminatas y más maravillas …

(Epílogo: viajar por América del Sur es casi una peregrinación a uno mismo. Es con toda certeza una de las mejores zonas para viajar en el mundo hoy en día, por muchas razones. Y para mí, como suramericano, es una fuente inagotable de riqueza y visiones y felicidad (y cuestionamientos y lugares crudos y momentos dolorosos y recorderis de varios tipos de horror – la feísima Ambato, los durísimos alrededores de Riobamba, también hacen parte de eso. Pero por otro lado, viajar por la Cordillera de los Andes, aquí en Colombia, en Ecuador, Perú, Chile y Argentina [aún no he estado en Bolivia] es de lejos uno de mis mundos preferidos, una de mis acciones favoritas – escuchar erres arrastradas andinas, entonaciones, historias – y descubrir la propia ignorancia, y la sorpresa…)

Planeador

El ideal para mí sería planear y planear, como esos pájaros que ve uno rozando las montañas cercanas al mar, que durante horas y sin mover casi las alas van subiendo y bajando con las corrientes de aire. Solitarios pero a la vez acompañados, libres de subir y bajar cuando quieran, sin horarios ni fechas límite ni marchas de hormigas. A veces veloces, a veces lentos, a veces rozando el filo, a veces seguros. Pero libres.

sobrevolar montañas – Popocatépetl

Nunca tendré suficiente: sobrevolar montañas es uno de los momentos fugaces, difíciles de lograr – pero milagrosos cada vez que se vuelven a dar. Nunca son seguros: basta que el puesto en el avión sea sobre un ala, que uno no consiga ventanilla, que haya demasiadas nubes, que el avión salga tarde y vuele de noche para que la promesa increíble de ver montañas no se cumpla. Por eso cuando sucede [cuando aparece la Cordillera Blanca de Huaraz al volar de Bogotá a Lima, o la gigantesca puna de Bolivia al volar de Buenos Aires a Bogotá, o el Illimani (gigantesco, parece un monte de otro planeta más grande) al volar de Lima a São Paulo … o la espina dorsal de Aotearoa o los montes de Alaska o los siempre postalescos Alpes de Suiza (almanaque de panadería bogotana), o las montañas un poco salvajes del Peloponeso – o simplemente el Nevado del Tolima o la Sierra del Cocuy al salir de Bogotá o la Sierra Nevada al aterrizar en Santa Marta] aprovecho el milagro.

Recuerdo mucho una broma pesada que nos gastó un piloto venezolano en Mérida una vez, hace dos décadas, cuando volar todavía era medio informal. Mientras uno está en Mérida está constantemente abrumado por la cordillera: como tener el Cocuy a la distancia de Monserrate en Bogotá. Los picos de Mérida (el más alto se llama, oh sorpresa, Pico Bolívar) están a 5000 msnm, la ciudad está a la altura de Medellín, y uno todo el tiempo está pendiente de los picos: si amanecieron con más nieve, si se va a poder usar el teleférico. Es una presencia casi angustiante por las dimensiones absurdas de la cordillera allá. Al salir hacia Caracas, el avión debe buscar el único hueco entre los picos – como salir del Olaya en Medellín pero con montes 3000 metros más altos alrededor. El piloto (jovial venezolano, bromista) hablaba del pico tal a la izquierda, el pico tal a la derecha, que miráramos y disfrutáramos. Pero el pico Bolívar, el más alto de todos, estaba… de frente. Varios pasajeros nos pusimos nerviosos: estábamos volando directo hacia el Bolívar. Por unos segundos eternos callamos y preguntábamos a los pasajeros del otro lado “¿ustedes lo ven?” (“no, ¿y ustedes?”). Luego giró bruscamente y el piloto rió y dijo “ajá, tranquilos, ahora sí lo pueden ver”. Una escena impensable en los vuelos hoy en día.

Ya sé que si uno sale de Ciudad de México hacia Bogotá y tiene ventanilla del lado izquierdo (y está de buenas y no hay nubes y es de día y…) uno puede ver esa cadena mágica de volcanes nevados – el eje volcánico central, lo llaman allá. El Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, a lo lejos el Orizaba, el más alto, y un montón de picachos de 4500 metros que definen completamente el espacio central mexicano. El Popocatépetl, que está tan cercano a la Ciudad de México pero casi nunca se puede ver – y sin embargo arroja de vez en cuando ceniza densa y pegajosa sobre la ciudad entera, aparece al despedirse, como recordándole a uno que finalmente es la razón principal por la cual apareció esa ciudad de lagos y canales y hoy paseos e insurgentes.

sin cámara, ante el arco-iris

Hoy entrando a Bogotá hacia las 3.30 pm, subiendo hacia Chapinero por la 80 el espectáculo de los cerros era éste:

20140907_161517Había pasado ya el aguacero y se abrió uno de esos trozos de cielo con rayos de sol que hace que uno se vuelva a enamorar de esta ciudad. El arco-iris se desplazó hacia el sur, hacia la Quebrada de la Vieja, como en una de esas leyendas mágicas.

20140907_161537Yo iba manejando, la cámara estaba guardada en el baúl del carro, íbamos veloces por una avenida: ni modo de parar a buscar la cámara. María Clara tomó fotos con un celular. Me pesó mucho no tener la cámara mejor a mano – las fotos de celular siguen siendo muy chistosas.

En todo caso, esos tres o cuatro minutos entre la Boyacá y la Calle 24 por la 80 yo estaba extasiado con la vista de los cerros, de las nubes, de la luz, del arco-iris – verdadero regalo del mundo a los cerros chapinerunos de esta Bogotá – una de las entradas más felices a la ciudad que recuerdo.

 

Kaitoke

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Convolución, helecho, autosimilitud, prístino. No-tocado: el ser humano está ahí desde hace menos de mil años. Denso, convolucionado, con volutas, gárgolas, pliegues, com-plieguidad, com-plejidad. Aire de esporas, epifitos, ratah, pukatea, en Pakuratahi. (No habíamos llegado los mamíferos grandes. Se salvaron especies de pájaros.) Tui.

Fragmentos de témpanos

Finalmente hay red decente, en Buenos Aires. Ya llegamos físicamente a la ciudad, ya no estamos en el Sur Sur del planeta y del continente, pero creo que seguimos por allá dando vueltas en la Laguna de la Torre, o recibiendo el agua helada en el Salto del Chorrillo, o viendo los témpanos que dejan los glaciares y que poco a poco se van derritiendo, muy lentamente, bajo la acción del sol (que en este verano en El Chaltén apenas llegaba a 3° C, y nos dio un par de nevaditas pequeñas de mitad de verano, a solo 400 msnm), y que quedan como la marca, el recuerdo del glaciar absolutamente inmenso y tan poderoso que muele montañas enteras abriendo valles (y deja trazas visibles fuertes: las morenas glaciares y la cantidad absurda de ripio (piedras molidas) en el fondo de los ríos, en el piso de los valles en forma de olleta, base plana).

Las fotos me hacen pensar en esos témpanos: meros testigos desprendidos de algo muy grande, meros recordatorios de la existencia de un glaciar por ahí, gigante, arrollador. Para nosotros los días en El Chaltén están aún ahí, y fueron inmensos – las fotos son témpanos desprendidos: hay un cóndor volando altísimo (aunque la foto no deja saber qué tan alto ni qué tan grande es – todo está en el recuerdo y la foto es una mera seña), un aguilucho que nos saludó en una laguna, vistas de témpanos flotando).

Antes del cierre del camino de Monserrate (y de los cerros aledaños) ese era uno de los paseos privilegiados. Yo iba una o dos veces a la semana, María Clara y Apolo iban casi todos los días, al amanecer.

Volvían con estas flores a veces – flores del páramo que decoraban el baño. Hace rato no veo esas flores.