Roman Kossak describe bien el fenómeno. Una vez que fue a un congreso de lógica en Berna, aprovechó para quedarse unos días más en Suiza, puesto que quería hacer caminatas. Alguien le dijo que no muy lejos hacia el sur, en el macizo de tal y tal, estaba el que muchos han considerado como “el valle más bello del mundo”. Que tal escritor, tal pintor, tal ensayista, coincidían en esa apreciación. Dejando al lado la discusión sobre el sentido de tales frases, de tales superlativos, Roman decidió no ir al “valle más bonito del mundo” (otros de los asistentes al congreso sí fueron) sino ir al valle de al lado. A otro, no muy lejano.
Sucedió lo típico: el valle de al lado es hermosísimo, pero lo mejor de todo es que nadie va. O sí, va gente como Roman, poca gente. Pudo caminar a sus anchas, subir montes, encontrar refugio interior en ese valle. Aparentemente se encontró después con algunos de sus colegas que sí habían ido al valle más bonito del mundo. Sí claro, lindísimo. Pero repleto de gente, caro, con filas en los pasos de montaña, con gente tomándose fotos (en esa época tal vez aún no había selfies) con el valle más bonito del mundo al fondo.
Roman dice que fue feliz de haber ido al valle de al lado y haberse perdido el más bonito del mundo.
El fenómeno del valle de al lado es muy común, en todos los temas. Como somos una especie tan gregaria, parece que a la gente le diera pavor no estar en el valle más bonito y casi nadie busca el valle de al lado. Así obviamente con autores, temas de investigación, viajes, lecturas, música, con casi todo.
