Cuitzeo, the lake, Tzintzuntzan, …

The first time I read about the Pátzcuaro lake it was in a novel by Álvaro Enrigue (I cannot remember the title; his novels all seem to mix up and make one big novel). Enrigue tells [in his usual oblique, mind-bending style] the story of a different conquest, the conquest and colonization of an area of Mexico with much less bloodshed (apparently) than in Tenoxtitlan, what is now Mexico City, the central Mexico valley: the conquest/colonization of the Purépecha territory, what’s now called Michoacán, centered in the Pátzcuaro lake, around Tzintzuntzan.

A network of villages around lakes, around the main lake of Pátzcuaro and some other lakes in the region (notably, Cuitzeo), apparently each devoted since the times of Vasco Quiroga (an apparently well-meaning colonizer; at least not a killer like most of them) to particular activities (one town to carpentry, one to carving, another to…), a language totally unrelated to Nahuatl and to any other Meso-American language, puzzling linguists, leading them to far-fetched theories (Purépecha would be related to far away quechua or even to remote muisca, according to some of them!), Pátzcuaro (and the whole of Michoacán) is one of those places where Spanish colonization seems to be still very much alive, very much going on.

Before reaching Pátzcuaro, we stopped along the Monastery route, in Cuitzeo. Here, some images.

Llegar, estar, e irse

No es lo más frecuente del mundo llegar un domingo de caminata por Chapinero y encontrarse con un envío de libros, llegado desde Medellín. Y abrir el paquete y ver libros, tres libros que son uno y son tres, con formato sorprendente, alargado, y edición muy cuidada. Y luego, al ir leyéndolos, tratando de no acelerar demasiado para dejar durar el placer de la lectura, de las imágenes, de las preguntas, de las conversaciones, del fluir, descubrir que (¿otro ejemplo de sincronía?) parecen hablar con otros libros que uno anda leyendo (el Diapsálmata, y el Proust y los signos, entre otros…) en el mismo momento.

Esta vez fue así. Quedé muy emocionado con el escrito dedicado al amigo, al compañero de apartamento en la ciudad (que se siente familiar, un lugar chapineruno con hamburguesas de medianoche en alguna gasolinera abajo), el apartamento en las montañas.

El lugar de la promesa, de la cocina compartida, de los vasos que poco a poco se van rompiendo, de las voces, del hablar lento de la persona que les muestra el apartamento, de las voces escuchadas del amigo y su amiga, del trío tensado y la comida comprada y no comida, de las arepas en la nevera y los sobrados para nunca, de la presencia de unas montañas nunca descritas, nunca escaladas, pero siempre, absolutamente siempre, presentes como marco del mundo, marco del barrio.

De la música, de las músicas secretas escuchadas con audífonos, de la artista de la isla lejana vestida de cisne, del canto antiguo y nocturno de los animales evocados/invocados. De la música del copretérito y la noche que nunca fue presente pero es pasado iluminado, del estar en el tiempo feliz del co- amistad copretérito, del imperfecto (tan importante en muisca, marcado con sus hermosos sufijos -suka y -skwa), el pasado o presente incompleto.

Y de las bellísimas imágenes/collage evocadoras, fotos, recortes, dibujos, tazas, garabatos, costuras. Y la amiga del amigo, la conversación sobre «nada», el despropósito de las palabras hiladas.

Los tres libros son uno solo. La última página del primero es la primera del segundo, igual, y así sucesivamente. Están hechos para ser folleteados (¿existe ese verbo? no sé), como libros de láminas de mi infancia setentera, para ver muchas imágenes al tiempo. Y a la vez son un guiño explícito a temas que el autor, Simón Villegas, ha estudiado con dedicación y tiempo y mucho cariño: Bergson, Deleuze, el cono del tiempo, el presente y los pasados escalonados y reescalados y folleteados, el futuro que no es más que una intención larvada.

Ese futuro contenido en el título E irse. Yo no quería leerlo. Me daba tristeza leer el fin del apartamento en la montaña, el cierre, la partida del amigo a lugares lejanos, el regreso de Simón a Medellín. Aún así, sabía también que el futuro, el E irse estaba contenido completamente en el Llegar y el Estar, y que no habría sorpresas reales para mí, que ya sabía todo. El epílogo tiene un gran catálogo de cosas; esos catálogos que armamos después de las partidas de los amigos, de todo lo que hubo, de lo poco que podemos listar aún. El puff de los micropuffs, la mónada-puff y sus mil explosiones micro cuando se sienta a hacer siestas nuestro guía. La ropa, los olores, las hileras de zapatos, el look buscado diariamente, las noches divididas. La persiana verde que deja filtrar la luz chapineruna, pálida y muerta, las manchas entre las lamas desajustadas, como otra metáfora de ese tiempo de Bergson tan cercano y caro al autor.

Y el sinsabor del inventario, el catálogo [y la evocación de Don Giovanni ya por siempre atada a esa palabra] ya no de las 1003 conquistas «in Ispagna» sino de las infinitas pérdidas – los vasos rotos, la ropa regalada, la persiana abandonada, sus rayos de luz olvidados y reconvertidos, las páginas idas.

Y los tiempos, y el regreso.

El Magdalena, a mitad de camino entre Bogotá y Medellín

Bien. ¡Mil gracias por esos tres/uno libros, por ese tiempo condensado y destilado y explotado y filtrado y modulado, Simón! (Y por el canto a la amistad, algo tan difícil de pescar por ahí…)

Tiempo esculpido (Leszczyłowski/Tarkovski)

Nunca he leído Esculpir en el tiempo de Andréi Tarkovski. El título me ha llamado la atención más de una vez, pero la lista larga de otras cosas para leer me ha mantenido a cierta distancia. Sin embargo, hoy encontramos (por recomendación de Margarita Malagón-Kurka) una película en MUBI que me tiene, nos tiene, felices: Dirigida por Andréi Tarkovski, de Michał Leszczyłowski, cineasta originalmente polaco, exiliado en Suecia.

Dirigida por Andréi Tarkovski fue hecha por Leszczyłowski en paralelo con la filmación de El Sacrificio. Va siguiendo el montaje de escenas, las discusiones (en ruso, sueco e inglés) entre Tarkovski y los actores. Todo esto lo alterna Leszczyłowski con conversaciones directamente entre él y Tarkovski sobre lo que se está filmando, sobre los detalles en las escenas, sobre muchos aspectos de la filmación.

Pero emerge de la conversación, de la inclusión de muchos clips de El Sacrificio en esta película (acompañados del montaje, de la escena, de la discusión sobre tonos, colores, posiciones, diálogos – se ver que Tarkovski parecía primero llegar a un entendimiento de lo que pasaba, de lo que él quería que pasara, con sus actores y actrices y luego les daba plena libertad de interpretar desde su propia vivencia la escena que les correspondiera) algo muy interesante y sorprendente: un análisis cuidadoso del tiempo en las artes.

Imposible no pensar en conversaciones con Roman Kossak, Mark Ettinger, Wanda Siedlecka, Rajesh Kasturirangan (y más recientemente con Simón Villegas), al ver frases de Tarkovski sobre la condensación del tiempo en el cine, al escucharlo describir la manera radicalmente distinta como el cine se enfrenta al tiempo (totalmente distinta de la manera como sucede el tiempo en la música, el teatro o la danza): el cine es (dice Tarkovski, y lo explica, en la película) la única arte que hace del tiempo, del moldear el tiempo, su tema principal.

Recordé mucho la anticipación de Bergson al cine, su imaginación del impacto que tendría en el tiempo ese arte que aún no era ni el embrión de lo que conocemos hoy.

Entre esas imágenes impresionantes de la película y la conversación entre Tarkovski director de una película y objeto de otra, varios temas:

  • Cada toma es una cápsula de tiempo cerrada. Editar la película, generar transiciones, debe a la vez respetar esos tiempos encapsulados y abrir nexos entre estos.
  • Tarkovski reduce en cada toma la multiplicidad extrema y logra (en los buenos casos) una versión minimal del tiempo que ocurre «durante» la toma. Como un escultor, toma el bloque de tiempo (de la toma) y extrae del bloque informe una forma esencial, una forma irreducible del tiempo presente en la toma.
  • Cada bloque de tiempo es irreducible a los demás, es cerrado (muy Deleuze/Leibniz aquí).
  • Las multiplicidades (proustianas) se componen de bloques mínimos – el director (Tarkovski) se limita a trazar los vínculos entre esos bloques.
  • Muchísimos retornos temporales (por ejemplo, el niño y el árbol) suceden, no de manera «simbólica» (aquí Tarkovski es muy enfático en su enfado con los críticos que han reducido su cine a «simbolismo») sino de manera directa. Muy fenomenólogo aquí suena Tarkovski.

Hay razones muy fuertes para asomarse a MUBI a ver esa película sobre otra película, sobre su autor, y en últimas, sobre el tiempo.

Multiplicidades

« J’étais heureux de cette multiplicité que je voyais ainsi à ma vie déployée sur trois plans ; et puis, quand on redevient ancien, c’est-à-dire différent de celui qu’on est depuis longtemps, la sensibilité n’étant plus amortie par l’habitude reçoit des moindres chocs des impressions si vives qui font pâlir tout ce qui les a précédées et auxquelles, à cause de leur intensité, nous nous attachons avec l’exaltation passagère d’un ivrogne. »

Proust, en Sodome et Gomorrhe, II, iii (p. 423 de la edición Pléiade).

Aquí está comentando que al cambiar la estación en Balbec, al entrar el otoño, se sorprende mientras se viste de esmoquin para una cena tarareando una canción que no sabe bien, pero que le recuerdo su « moi alerte et frivole » que (dice) era mi yo cuando iba con Saint-Loup a cenar en Rivebelle y había entonces silbado lo mismo (una canción que no se sabe bien).

Recuerda tres instancias de silbarla, todas relacionadas con Albertine. La primera, cuando empezó a enamorarse de ella, creyendo que jamás la iba a conocer. La segunda en París cuando ya había dejado de quererla y algunos días después de haberla (dice) poseído por primera vez. Y ahora, de nuevo enamorado de ella, a punto de salir a una cena, con ella.

Esos son los tres planos desplegados, la multiplicidad que queda conectada por el silbido. Y la felicidad de vivir el vértigo de la multiplicidad de tiempos (j’étais heureux), y el momento de volverse de nuevo (redevenir) anciano (¿cómo así «volver a ser» anciano?). Explica: «es decir, diferente de aquel que somos desde hace tiempo, con sensibilidad ya no amortiguada por la costumbre, y recibiendo impresiones tan vivas de cualquier mínimo choque que…».

Vejez como pérdida de costumbre, como dejar de ser quien se ha sido mucho tiempo, como sensibilidad recuperada y de nuevo abierta a dejarse desestabilizar fácilmente.

(La ambigüedad presente en ese pasaje es extrema.)


El vaivén implícito entre el viejo «juvenil», con «sensibilidad recuperada», la memoria de tres momentos superpuestos como en una superficie de Riemann y un punto de ramificación (y la consciencia del autor describiendo sus tres amores, el mucho antes que no se sabía si sería, el durante que ya no era, el después que volvía a ser – la mirada externa del autor sobre sí mismo, como una capa adicional trascendente con respecto a las anteriores), todo eso parece contenido en ese pasaje…

On a poem by Amichai

Do Not Accept

Do not accept these rains that come too late.
Better to linger. Make your pain
An image of the desert. Say it’s said
And do not look to the west. Refuse

To surrender. Try this year too
To live alone in the long summer,
Eat your drying bread, refrain
from tears. And do not learn from

Experience. Take as an example my youth,
My return late at night, what has been written
In the rain of yesteryear. It makes no difference
Now. See your events as my events.
Everything will be as before: Abraham will again
Be Abram. Sarah will be Sarai.

Yehuda Amichai. Translated by Benjamin and Barbara Harshav.

Benjamin Harshav was a Professor of Comparative Literature, a Professor of Hebrew Language and Literature and a Professor of Slavic Languages at Yale University. He had previously been the founder of the Department of Poetics and Comparative Literature and Semiotics at Tel-Aviv University.

This poem by Amichai appears in his essay Fictionality and Fields of Reference, part of his book Poetics.

Harshav starts a phenomenological analysis of the interdependence between phenomena of reference and language.

I am reading it from a model-theoretic perspective; of course, this displacement of interest (from literary narrative to mathematics), and the emphasis on phenomenology, rather than structuralism, makes (for me) an extremely interesting contrast.

That Benjamin Harshav happens to be Udi Hrushovski’s father only adds to the wonder.

Playa, domingo.

El domingo, por razones obvias, va mucha más gente a la playa. Un poco el equivalente de parques de ciudades grandes, como Chapultepec o el Parque Nacional. La gente del hotel en que estábamos andaba un poco nerviosa ese día por la mañana: los trabajadores nos insistían en la importancia de la «medidas de seguridad del hotel», que «no pueden controlar la playa porque es pública».

A mí la idea de gran espacio público, disfrutado por quien quiera, me encanta. Yo estaba feliz andando por entre tanta gente que fue a esa playa ese día. Jugaban, coqueteaban, se lanzaban en piruetas al agua. Muchas interacciones entre mucha gente; gente muy variada en esa playa ese día.

Al día siguiente, con la playa en calma, con poca gente, oí a dos vendedores ambulantes conversar. Uno le decía al otro «ayer vino pura gente de Petro». El otro: «¿cómo así?» El primero: «sí, de esa gente que no gasta nada».

Me pareció extraño ese concepto del vendedor ambulante: «gente de Petro, gente que no gasta nada». Lo decía en tono de desprecio…

Va una pequeña selección de fotos. Espero sobre todo capturar la felicidad que me causó esa playa, con su gente, ese domingo.

Le cimetière marin

Μή, φίλα ψυχά, βίον ἀθάνατον σπεῦδε, τὰν δ’ ἔμπρακτον ἄντλεῖ μαχανάν.

Pindare, Pythiques, III.

En días pasados, en una bahía cercana a Santa Marta, el mar me inspiró muchas fotos. He aquí una pequeña selección.

Y extractos del poema famoso de Valéry, Le cimetière marin.

La mer, la mer, toujours recommencée !
Ô récompense après une pensée
Qu’un long regard sur le calme des dieux !

Quel pur travail de fins éclairs consume
Maint diamant d’imperceptible écume,
Et quelle paix semble se concevoir !
Quand sur l’abîme un soleil se repose,
Ouvrages purs d’une éternelle cause,
Le Temps scintille et le Songe est savoir.

Chienne splendide, écarte l’idolâtre !
Quand, solitaire au sourire de pâtre,
Je pais longtemps, moutons mystérieux,
Le blanc troupeau de mes tranquilles tombes,
Éloignes-en les prudentes colombes,
Les songes vains, les anges curieux !

Sais-tu, fausse captive des feuillages,
Golfe mangeur de ces maigres grillages,
Sur mes yeux clos, secrets éblouissants,
Quel corps me traîne à sa fin paresseuse,
Quel front l’attire à cette terre osseuse ?
Une étincelle y pense à mes absents.

La vie est vaste, étant ivre d’absence,
Et l’amertume est douce, et l’esprit clair.

Ils ont fondu dans une absence épaisse,
L’argile rouge a bu la blanche espèce,
Le don de vivre a passé dans les fleurs !
Où sont des morts les phrases familières,
L’art personnel, les âmes singulières ?
La larve file où se formaient des pleurs.

Les derniers dons, les doigts qui les défendent,
Tout va sous terre et rentre dans le jeu !

Le vent se lève !… Il faut tenter de vivre !

Brisez, mon corps, cette forme pensive !
Buvez, mon sein, la naissance du vent !

Envolez-vous, pages tout éblouies !
Rompez, vagues ! Rompez d’eaux réjouies
Ce toit tranquille où picoraient des focs !

Escrito en parte durante otra pandemia

Partes de À la Recherche du Temps Perdu fueron escritas durante la pandemia anterior, en los años cercanos a 1919/1920. En Sodome et Gomorrhe, II, iii aparece una descripción de una subida en ascensor en el Gran Hotel de Balbec, con todo el tema de los estornudos. La manera como lo cuenta Proust puede generar cierta empatía en quien la lee en 2022. Nuestros viajes en ascensor compartido, diarios para quienes vivimos en torres, han sido todo un tema. En este pasaje, el narrador (Proust joven, traspuesto) sube en ascensor con el ascensorista que está con un ataque de tos ferina (coqueluche). El ascensorista le tose y escupe encima mientras le habla. El narrador no sabe qué hacer; no quiere parecer antipático con el ascensorista, pero este sigue y sigue tosiendo. Al llegar casi arriba, el ascensorista se da cuenta de un problema con un botón del tablero del ascensor, y (no se sabe si por error, o por querer seguir hablando) vuelve a bajar. El narrador piensa que prefiere subir por las escaleras…

… Mais une fois, au moment où je remontais par l’ascenseur, le lift me dit : « Ce monsieur est venu, il m’a laissé une commission pour vous. » Le lift me dit ces mots d’une voix absolument cassée et en me toussant et crachant à la figure. « Quel rhume que je tiens ! » ajouta-t-il, comme si je n’étais pas capable de m’en apercevoir tout seul. « Le docteur dit que c’est de la coqueluche », et il recommença à tousser et à cracher sur moi. « Ne vous fatiguez pas à parler », lui dis-je d’un air de bonté, lequel était feint. Je craignais de prendre la coqueluche qui, avec ma disposition aux étouffements, m’eût été fort pénible. Mais il mit sa gloire, comme un virtuose qui ne veut pas se faire porter malade, à parler et à cracher tout le temps. « Non, ça ne fait rien, dit-il (pour vous peut-être, pensai-je, mais pas pour moi). Du reste je vais bientôt rentrer à Paris (tant mieux, pourvu qu’il ne me la passe pas avant). Il paraît, reprit-il, que Paris c’est très superbe. Cela doit être encore plus superbe qu’ici et qu’à Monte-Carlo, quoique des chasseurs, même des clients, et jusqu’à des maîtres d’hôtel qui allaient à Monte-Carlo pour la saison, m’aient souvent dit que Paris était moins superbe que Monte-Carlo. Ils se gouraient peut-être, et pourtant pour être maître d’hôtel, il ne faut pas être un imbécile ; pour prendre toutes les commandes, retenir les tables, il en faut une tête ! On m’a dit que c’était encore plus terrible que d’écrire des pièces et des livres. » Nous étions presque arrivés à mon étage quand le lift me fit redescendre jusqu’en bas parce qu’il trouvait que le bouton fonctionnait mal, et en un clin d’œil il l’arrangea. Je lui dis que je préférais remonter à pied, ce qui voulait dire et cacher que je préférais ne pas prendre la coqueluche. Mais d’un accès de toux cordial et contagieux, le lift me rejeta dans l’ascenseur. « Ça ne risque plus rien, maintenant, j’ai arrangé le bouton. » Voyant qu’il ne cessait pas de parler …

p. 413-414 Sodome et Gomorrhe, À la Recherche du Temps Perdu

La conversación además captura el tono peculiar del lift, el ascensorista (las inflexiones, el uso del idioma, el « c’est très superbe » que no aparece en la manera de hablar del narrador ni de otros personajes). El ascensorista, sus demoras, sus conversaciones en varios momentos de la novela, es todo un personaje que permite al narrador manejar el tiempo, el tiempo de las observaciones y expectativas, de manera totalmente distinta de sus otros personajes.

Proust se permite incluso poner en voz del lift una comparación entre las complejidades de ser maître d’hôtel y ser escritor; el ascensorista le dice a Proust joven que «le han dicho que administrar un hotel es mucho más difícil que escribir piezas y libros». Esas frases sin respuesta son parte esencial de los leves (a veces sutiles, siempre presentes) guiños que nos hace el autor.

19 de junio de 2022

Pensé llamar este post Vasos comunicantes, pensando en la percepción más perenne que he tenido de mi lectura de fondo de estas últimas semanas, el volumen Sodome et Gomorrhe de À la recherche du temps perdu, en la impresión que más profundamente me ha quedado de ese libro. Un tratado impresionante de vasos comunicantes entre distintas capas de una superficie muy compleja, una representación literaria espléndida de alguna variante de modelo en forma de superficie de Riemann, amarrado en un topos/haz/modelo de Kripke à la Zalamea.

Pero luego cambié de opinión, y decidí atar todo con el relato acaso menos amplio, acaso más puntual, de cómo viví yo mismo ese 19 de junio pasado, ese día tan extraño y bello y brutal y maravilloso para tanta gente en Colombia. De cómo sumergirme en trozos de Proust me sirvió para sobrellevar la angustia y la (ahora sabemos, errónea) anticipación de resultados desastrosos de esa elección tan singular.


3:00 pm. Al ver que faltaba solo una hora para el cierre de las urnas, y tal vez dos o tres para el anuncio del desastre, aquella parte de mí que prefiere imaginar horrores para luego descansar, y evitar esperar glorias y tener decepciones, se activó. No lograba concentrarme en nada, no quería estar pegado a los resultados.

Me fui a tomar fotos del jardín, y a leer a Proust.

Nous nous hâtâmes pour gagner un wagon vide où je pusse embrasser Albertine tout le long du trajet. N’ayant rien trouvé nous montâmes dans un compartiment où était déjà installée une dame à figure énorme, laide et vieille, à l’expression masculine, très endimanchée, et qui lisait La Revue des Deux-Mondes. Malgré sa vulgarité…

p. 251 – Sodome et Gomorrhe, II, ii, À la Recherche du Temps Perdu

Tal vez (!) aún más que los libros de la Recherche que había leído antes, en Sodome et Gomorrhe parece Proust refinar su arte de los vasos comunicantes, sus conexiones subterráneas, implícitas, su manera de contar en varias capas a la vez. El héroe (tal vez Proust) aquí va en tren con Albertine. La quiere besar; sospecha que ella está enamorada de varias otras mujeres (el tema de Gomorra), se encuentran con esa vieja fea en el compartimiento. Se la volverá el héroe a encontrar más tarde, durante un viaje en tren a un palacete (aristocrático, pero alquilado por burgueses de París a gente que desprecian por ser nobleza local; a la vez despreciados ellos por ser simples burgueses con dinero); la vieja fea es una dama de la nobleza rusa invitada por los burgueses para dar lustre a su reunión. Desprecios mutuos entre esas dos clases sociales se acumulan.

Après cette acerbe riposte adressée à M. de Cambremer, elle lui offrit le bras pour aller à table. Il hésita un instant, se disant : « Je ne peux tout de même pas passer avant M. de Charlus. » Mais pensant que celui-ci était un vieil ami de la maison du moment qu’il n’avait pas la place d’honneur, il se décida à prendre le bras qui lui était offert et dit à Mme Verdurin combien il était fier d’être admis dans le cénacle (c’est ainsi qu’il appela le petit noyau, non sans rire un peu de la satisfaction de connaître ce terme). Cottard, qui était assis à côté de M. de Charlus, le regardait sous son lorgnon pour faire connaissance et rompre la glace, avec des clignements beaucoup plus insistants qu’ils n’eussent été jadis, et non coupés de timidités. Et ses regards engageants, accrus par leur sourire, n’étaient plus contenus par le verre du lorgnon et le débordaient de tous côtés. Le baron, qui voyait facilement partout des pareils à lui, ne douta pas que Cottard en fût un et ne lui fît de l’œil. Aussitôt il témoigna au professeur la dureté des invertis, aussi méprisants pour ceux à qui ils plaisent qu’ardemment empressés auprès de ceux qui leur plaisent. Sans doute, bien que chacun parle mensongèrement de la douceur, toujours refusée par le destin, d’être aimé, c’est une loi générale et dont l’empire est bien loin de s’étendre sur les seuls Charlus, que l’être que nous n’aimons pas et qui nous aime nous paraisse insupportable.

p. 310 – Sodome et Gomorrhe, II, ii, À la Recherche du Temps Perdu

En este pasaje los personajes son el noble M. de Cambremer, dueño del castillete pero en ese momento invitado por los inquilinos burgueses Verdurin. Tuvieron que alquilar el palacete por… falta de dinero, que parece sobrar a los Verdurin. Los burgueses ven al noble como alguien anticuado, sin gusto. Los nobles a su vez ven a los burgueses como unos ricachones sin estilo. Llega el barón de Charlus (invitado en gran parte por su título por los burgueses que dicen despreciar los títulos); trae consigo a un joven violinista que está haciendo su servicio militar (Morel) que está intentando conquistar (el tema de Sodoma). A Mme Verdurin le parece fantástico que entre un violinista en el «círculo», pues salió antes otro músico, un pianista. Cottard es un médico sumamente arribista, probablemente de origen popular, que cambia por completo siempre que sabe que hay alguien de la nobleza cerca a él; se deshace en carantoñas hacia cualquier persona con títulos. Su tic de nerviosismo es abrir y cerrar los ojos a través de su monóculo; al ver que el barón de Charlus está al lado de él, se desborda en esos gestos. Charlus interpreta mal; cree que el doctor Cottard le está coqueteando; lo trata con desprecio (pues él está en plan de conquista al joven Morel, no le interesa el viejo doctor). El viejo doctor no sospecha ni remotamente la interpretación de Charlus.

Varias capas sociales, varias expresiones tanto de la burguesía como de la nobleza, con sus mutuos desprecios y equívocas carantoñas, con sus cambios de tono al hablar con quienes consideran superiores socialmente pero inferiores culturalmente. La reunión social donde los (burgueses) Verdurin (es decir, donde los (nobles) de Cambremer) dura toda una tarde, dura casi doscientas páginas del libro. Toda clase de insinuaciones sexuales veladas entre distintas personas, con distintos sexos, ocurre bajo la superficie. Pero estas no están jamás aisladas, jamás son crasas. Están entrelazadas con una verdadera sinfonía de frases repetidas, de alusiones, de ubicaciones y re-ubicaciones de clase social, de expectativas en el tiempo (¿cómo hacer que vuelvan los que quiero que vuelvan la otra semana? ¿cómo lograr competir con otro gran salón parisino, sin parecer nunca que lo estoy haciendo?)


4:00 pm. Sentía casi asfixia; seguía fuera, completamente desconectado de computador y teléfono, mirando las flores y los pájaros, el gato y los árboles, perdido en las pulsiones y fluxiones y expectativas a medias engañadas de los personajes de Proust. Sentía miedo por el país.

Las rosas ya envejecidas, ajadas, oxidadas por debajo, con pétalos desgranados, con marcas de los insectos que han pasado por ahí, ejercen cierta fascinación. Uno puede adivinar aún su belleza prístina pasada. Los colores evocan maquillajes de vieja señora, sus estrías evocan manchas rosadas en el cuerpo, hermosos culos viejos, piernas hendidas, senos escurridos; ese esplendor de vejez barroca que siempre permite evocar la frescura increíble del pasado.


… il faut avoir vu le redressement de Cottard (que ses nouveaux malades prenaient pour une barre de fer), et savoir de quels dépits amoureux, de quels échecs de snobisme étaient faits l’apparente hauteur, l’antisnobisme universellement admis de la princesse Sherbatoff, pour comprendre que dans l’humanité la règle —qui comporte des exceptions naturellement— est que les durs sont des faibles dont on n’a pas voulu, et que les forts, se souciant peu qu’on veuille ou non d’eux, ont seuls cette douceur, que le vulgaire prend pour de la faiblesse.

p. 434 – Sodome et Gomorrhe, II, ii, À la Recherche du Temps Perdu

El antiesnobismo surgido de los fracasos de esnobismo, los duros surgidos de la debilidad, la fuerza surgida de la fragilidad.

Hacia las 5:00 pm, cuando estaba yo escondido entre esas fotos y esos textos y el desespero, llegó MC a anunciarme que Gustavo Petro y Francia Márquez habían ganado las elecciones. Yo intenté no manifestar tanta alegría; intenté aguar mi propia felicidad. Casi inmediatamente, me llamó mi hermana. No cabíamos de la felicidad, de lágrimas, de pensar en las posibilidades. El país entero (bueno, una buena parte de este) estalló en un júbilo de esperanza arrollador. El resto ha sido contado. Ojalá no quedemos defraudados. Probablemente sucederá eso. Pero el momento, el desenlace del 19 de junio de 2022, valió la pena vivirlo.

Caminata con Artem

Fuimos con Artem a hablar (un poco de todo: mucha teoría de modelos, obviamente; muchos planes/sueños de posibles construcciones, muchas preguntas – también muchos temas distintos de teoría de modelos) en una playa al sur de Los Ángeles, desolada. Poquísima gente.

Me sumergí a nadar en el Océano Pacífico. Estaba muy picado; el guardacostas me gritó que me saliera: había mucha corriente de esa que lo aspira a uno dentro del mar y no deja salir.

El restaurante fue desastroso. El más caro del viaje (por la vista de esos yates, supongo) y el menos bueno. En una ciudad donde se puede de verdad comer muy, pero muy, bien… el restaurante en el lugar más bonito resultó ser el peor…

La playa del fin del mundo

Fuimos el otro domingo a Venice Beach con Goyo y Adriana a dar una vuelta. Ya habíamos ido hace unos seis años con Artem, que a la sazón vivía fascinado con ese lugar de posibilidades y sueños que es Los Ángeles.

No conozco lugar que más me evoque la sensación de estar en un fin de mundo (urbano), un extremo, un nada más allá, un final de película medio desabrido, después de quién sabe qué desastres, de quién sabe qué otros posibles desenlaces.

Y es el Océano Pacífico, siempre más poderoso que lo que uno recuerda.

Y es también ese lugar de cafetines de surfistas, el culto al ejercicio, la expansión del cuerpo, la calistenia, el juego y la tensión.

Y el pasado de glamour, hoy ajado y descascarado. Con sus tiendas de bikinis de letreros abrumadores de vulgaridad, sus paseantes y mirones, sus murales y parqueaderos desolados, sus guiños constantes a una Venecia soñada, a la de verdad, con esa sensación un poco brutal de un barco encallado a mediados del siglo XX.

Freeways (out of anywhere, LA)

Constantly backed-up, of course, those LA freeways always fascinate me. Completely flexible notion of time (when fast, no traffic, you get to Downtown from, say, Hollywood Heights, in mere twenty minutes or less – normally, it will be one hour), completely smooth surface and collective driving, as if made of some kind of gigantic chewing-gum. Those roaring cars, the shiny trees, the light. You may forget for a second how you are part of that collective destruction of a city, of our planet.

What could be a reasonable soundtrack for all this collective horror? For the smoothness?

notas de un deambular perdido por Viena

El 17 de enero de 2019 deambulamos un día entero por Viena, sin rumbo fijo. Al día siguiente tomaríamos el vuelo de regreso a Bogotá, para una despedida importante. Ese 17 fue un día sin brújula. Creo que estuve a punto de lanzarme a nadar al Danubio helado, pero sabiamente los hados me lo impidieron. Uno nunca entiende bien el peligro de esos momentos.

Hoy recordé todo eso al ver un post hermosísimo de Alejandro Farieta en su facebook, de su viaje maravilloso por Viena.

¿Sumergirse en un mar contradictorio?

Hay una exposición muy poderosa en este momento en el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia: Óscar Murillo, Condiciones aún por titular.

La llegada a la exposición es un poco desconcertante. Aparecen trozos alargados de madera vieja, con marcas de destrozo y violencia, erguidos en el parque externo al museo, en la entrada y en la plazoleta central. Vistos de lejos evocan cadalsos, guillotinas. Las trazas de posibles incendios dan una impresión de caos, destrucción, guerra, horror. Otros trozos están regados por el suelo; al mirarlos más de cerca se revelan como bancas de iglesia, con extremos tallados y con entalles que marcan los diferentes puestos de congregantes de otro momento.

Y efectivamente, un letrero explica que son restos de bancas de iglesias católicas que fueron cerradas en Holanda durante el siglo XIX como producto de algún edicto de la historia de guerras de religión de ese país, remoto en el tiempo pero con trazas que surgieron de repente en un espacio cultural de un altiplano a más de nueve mil kilómetros de distancia.

La reacción inicial es de desconcierto. ¿Por qué bancas de iglesia de Holanda aquí? ¿Por qué el catolicismo víctima de intolerancia, traído a un país donde el catolicismo ha sido cercano justamente a quienes han perpetrado otras intolerancias? Y luego, la pregunta más apremiante (al menos para mí): ¿por qué esas trazas de guerras remotas en el tiempo, de espacios lejanísimos, termina sintiéndose tan relevante para nuestro momento actual local? ¿Qué nos dicen esos palos destrozados, esos fragmentos que parecen los de un barco después de un tsunami, esos cadalsos armados en plena plaza del museo a partir de bancas de iglesia católica destrozada en Holanda hace dos siglos?

Esa es una primera pregunta: una aparente incoherencia de tiempo/lugar, que termina evocando de manera muy contundente nuestro siglo XXI colombiano: sus masacres, sus intolerancias, sus intentos fallidos, sus dolores.

Luego ve uno unas trincheras tajadas en el prado del museo. Una obra aparentemente muy sencilla, pero poderosísima tal vez justamente por su limpieza visual/conceptual. Líneas trazadas en el pasto, de un metro de hondo, mini-trincheras donde uno puede caminar y ver las «olas» de las otras trincheras, del pasto. Un micro-paisaje casi bucólico en medio del museo, pero con la contundencia de la referencia a trincheras o fosas comunes.

Y un vidrio roto/quitado. Una ventana bellísima que da a las trincheras, y que parece un guiño a la famosa ventana de Marcel Breuer en el antiguo Whitney (ahora parte del Met) en Manhattan.

Murillo quitó el vidrio de esa ventana. Puede uno atravesarla, pasar del interior de una sala al exterior de trincheras, a través de un antiguo vidrio roto.

El interior de esa sala es algo emocionante. Varios lienzos paralelos para ver de cerca, armados durante varios años de manera fragmentaria por niños en 30 países; Murillo hizo ese proyecto de pedir a esos niños que dibujaran lo que quisieran. Luego rompió y cosió esas telas y pintó encima con acrílico azul y negro su propio trazo. El resultado es una reflexión espléndida sobre lo local/global, sobre la superposición de estratos mentales, sobre lo pequeño y lo grande, sobre lo infinitesimal y su integración. Globalmente, la obra es todo un haz matemático con ocho o diez fibras que podemos ver muy de cerca si así lo queremos. Al mirar las «fibras», los lienzos, las láminas podemos ver los «grafitis» de los niños. Bandas de rock, equipos de fútbol, esbozos de dibujos, letreros en varios idiomas (de los 30 países), una textura de pared de baño [ignoro qué tantos dibujos sexualizados habrá cubierto con sus trazos Murillo], pero sobre esta los trazos gruesos y espesos del acrílico azul y negro de Murillo, dando cierta coherencia y globalidad a la obra. Luego se aleja uno y ve las fibras/los lienzos de manera amplia, e integra mentalmente el todo a partir del trazo de Murillo, que parece saltar de lienzo a lienzo.

El conjunto genera una tensión muy peculiar entre querer ir a lo micro de nuevo después de ver lo macro, querer volver a los detalles infinitesimales de los grafitis después de ver la obra grande, y luego querer volver a salirse de ese mundo intrincado y acaso asfixiante y lograr mirada global. Un vaivén que se percibe inagotable.

Un cuartico vedado por sillas acumuladas, y la luz que emana. Una mini-escultura.

Luego va uno a la sala principal del museo y se encuentra con despojos de las sillas/cadalsos, y lienzos negros gigantes. El piso del museo arrancado, el cemento crudo bajo los pies, la pintura cayéndose de los techos. Videos con voces que parecen evocar el sufrimiento de las masacres de Colombia de las últimas décadas, y un caos espacial brutal. Anda uno por un paisaje que evoca imágenes de los bombardeos rusos en Ucrania, o los bombardeos que ha fotografiado Jesús Abad Colorado en Colombia. De nuevo las bancas-cadalso, pero ya no escultóricas como en el patio externo; o por lo menos no necesariamente erguidas al aire. En el espacio interior se ven como ruinas apabulladas por masacres, destrozadas, partidas, vencidas.

Es la parte más difícil (para mí) de absorber de la exposición. Me tocó ir tres veces para empezar a aguantar estar ahí.

Entre la poética extrema de las trincheras, lo escultórico/sorprendente de los cadalsos erectos en el patio central, la maravilla del haz matemático armado por niños de 30 países y Murillo mismo, la sutileza e inteligencia de la ventana «Breuer» rota y atravesable, el guiño sonrisa de la escultura de sillas y la brutalidad y crudeza de la sala principal, esta es una exposición realmente impresionante.

Kyiv (1903) – Auschwitz (1942) : Irène Némirovsky

Irène Némirovsky

Yesterday we watched the movie Suite Française (on MUBI), based on Irène Némirovsky’s novel with the same title. The movie manages to capture a mass exodus following an invasion of a capital city; throngs of people escaping Paris in 1940 in the aftermath of invasion by Germany. The chaos of arrival to the little French village where the action of the movie takes place; the fear of bombardments and the arrival of planes razing the ground and attacking people. The pamphlets thrown from some of those planes “explaining” that the German army was really going to liberate people, to protect them.

Then the movie unfolds, with the actual arrival of German troops. They establish their battalion in town, and an amazing and very intricate story of resistance to the invaders, mixed with erotic back-and-forth between a young quasi-widow and a German officer, social class problems and collaboration between French aristocrats and German officers, starts.

Beyond all the details of the story (with its very enjoyable narrative, and all the thoughts triggered by very chilling and difficult situations), there was yesterday night the added ingredient of pain from knowing all of this is happening again. And knowing that the writer of the novel that inspired this extremely subtle and entangled story was from Kiev/Kyiv, that her family escaped other horrific situations to find first refuge in France and then death in Auschwitz. The movie makes a side reference to this story: a Parisian woman with her daughter finds refuge in one of the country houses of the town, but the German officers find out she is Jewish and immediately send her to the camp. By mere chance, the small daughter wasn’t at home at that moment, and she is saved. This is exactly what happened to Irène Némirovsky and her daughter Denise Epstein.

The story of the manuscript is quite convoluted (the French version of Némirovsky’s page has many details); the end credits of the movie are preceded by beautiful takes of many details of the MS.

The poster of the movie has a scene with yellow and blue, the wheat field and the sky, and the thousands of people escaping the city. It was chilly to watch this, knowing what is happening at this very moment in Ukraine.

nieve sucia

En las ciudades la nieve muy rápidamente se vuelve sucia. En Norteamérica suelen echar mucha sal; eso derrite la nieve y le quita gran parte del encanto a las nevadas. En Europa del norte no usan sal; dejan que la nieve se vaya derritiendo más despacio y en algunos lugares usan gravilla. El resultado es una nieve sucia.

Esta vez en Helsinki me llamó la atención la textura visual de la nieve sucia. Siempre la había querido evitar, siempre había fotografiado solamente la nieve prístina recién caída. La impureza de la nieve mezclada con gravilla me fastidiaba, hasta esta vez.

Aquí van unas fotos de nieve sucia, nieve impura mezclada con gravilla. Creo que tienen lo suyo.

más notas de viaje

Helsinki nos recibió con temperaturas positivas y negativas después del Ártico: nieve que se descongelaba y volvía a congelar – una pista de patinaje peligrosa y sucia, pero fascinante. Con luz de febrero, claridad temprana muy azul.

Desde Töölö Towers

Y esos detalles siempre fascinantes de esa ciudad… (El nuevo Museo de Arte Contemporáneo Amos, trozos de la fortaleza Suomenlinna y los tranvías del centro)

Pero tal vez lo más fascinante es siempre el fundirse del hielo, ese borde/frontera entre agua derretida e hielo del Báltico.

El último día estuvimos donde Jouko y Juliette. Como siempre, conversaciones increíbles e interminables, piano (algo de Bach yo, tímidamente; mucho de Mozart y Handel en manos de Jouko).


La luz de febrero siempre me ha parecido espléndida. Desde el tranvía, con ventana sucia…

Ártico 22

El retorno a los viajes internacionales fue a un lugar sorprendente: el Ártico. Kilpisjärvi, en el extremo norte de Finlandia, en la triple frontera con Noruega y Suecia. Teoría de Conjuntos en mi caso. Y un proyecto artístico hecho por María Clara.

Liberador (de dos años de pandemia) y a la vez muy inquietante (el viaje coincidió con el inicio de guerra en 2022, la invasión rusa a Ucrania), un cierre relativo (e incompleto) de dos años de encerramiento y un ser proyectados a esta realidad peligrosa, fea y dolorosa que llegó hoy hace un mes, el 24 de febrero de 2022.


He aquí un álbum de imágenes del Ártico – trato de escoger las que más me evocan cierto tipo de dibujo de un lugar misterioso y sorprendente.

Final de viaje

Cuando fuimos al Guaviare uno de los planes que queríamos hacer era ver el atardecer desde el río, desde el gran Yawari, el Guaviare. Muchas personas habían mencionado ese atardecer majestuoso, y así se adivinó cuando fuimos a cenar el primer día (pero no lo vimos, pues entre la novedad del lugar, el hambre del día, dejamos pasar esa oportunidad). Los días siguientes tampoco pudimos verlo: un día habíamos reservado para ir y preciso cayó uno de esos aguaceros de selva impresionantes. No había manera de ir, no había nada para ver. Otro día nos cogió la hora del atardecer volviendo de la Serranía La Lindosa, y vimos algo de atardecer en la selva y llano desde el campero que nos llevó, pero no desde el río. Y otro día algo pasó que nos impidió verlo.

Parecía que el plan de atardecer sobre el Guaviare iba a quedar entre el anaquel de cosas para hacer en un próximo viaje, pero el último día, el cierre del viaje, la última noche, la oportunidad de ver ese atardecer salió… y estuvo maravilloso.

Ese fue el fin de unas vacaciones muy cortas, muy pocos días en ese lugar tan impresionante. Ahora recordé tantos finales de vacaciones, finales de verano, durante la infancia. Ese atardecer me evocó algo de esa sensación.

Gente que camina – Bíita Kawéni i chajyʉ’ bejnit

La novela Bíita Kawéni i chajyʉ’ bejnit (Gente que camina) de Mariela Zuluaga es una de las obras más singulares y sorprendentes que he leído recientemente. La historia en principio es muy sencilla: Jeenbúdá’ (un joven nukak) atraviesa todo el departamento del Guaviare a pie, a través de la selva amazónica de esa región, en busca del rastro de sus familiares. Pero esa historia que en principio parecería muy directa en realidad se desenvuelve en varios planos superpuestos, como hojas de una superficie constantemente ramificada, en mil residuos y traslapes entre épocas antiguas y el presente de Jeenbúdá’ en su huida/búsqueda por la selva, entre el mundo de sus ancestros y de su formación inicial y el mundo de la Colombia contemporánea, entre los saberes acumulados y transmitidos y la consciencia de lo externo, de la colonización que continúa, y el conocimiento íntimo de esta.

Una novela de caminata a través de la selva evoca de inmediato la travesía de Arturo Cova en La Vorágine de hace ya casi un siglo, pero hasta ahí llegan las similitudes. Jeenbúdá’ no está entrando en lo desconocido como Cova: está, por el contrario, regresando a su mundo conocido después de una salida al mundo externo (no se sabe cuánto tiempo estuvo fuera, pero se sabe que fue en San José del Guaviare que conoció a una mujer rubia, una ka’wáde, como le dicen en idioma nukak a los «blancos» de fuera, a los colonos—se sabe además que estuvo un tiempo viviendo en Villavicencio y que incluso viajó una vez a la remota Bogotá). El regreso se inicia por alguna crisis de Jeenbúdá’ que lo hizo volver primero al resguardo de su familia en San José del Guaviare. Al llegar ahí, en el inicio de la novela, encuentra la casa quemada, rodeada de gente oficial, posiblemente militares, y escapa inmediatamente al ver que va a ser inyectado por unos enfermeros.

Al escapar del lugar quemado, Jeenbúdá’ sabe que debe buscar a sus familiares y se lanza a través de la selva, a través de un departamento tan grande como el Guaviare, hacia el sur-oriente. Poco a poco se va despojando de sus ropas de Villavicencio, de ka’wáde, y va re-aprendiendo los mil y mil detalles de la sabiduría aprendida en la infancia y heredada de sus ancestros.

La selva, efectivamente, es su gran casa, y Jeenbúdá’ como casi último miembro de una etnia nómada, una de las últimas del mundo, poco a poco recupera su saber. La novelista, Mariela Zuluaga, brilla al contar con lujo de detalles la manera como Jeenbúdá’ arma con bejucos su bolsa, se va desprendiendo y limpiando de su comida anterior y re-aprende a cazar micos churucos y a pescar, a preparar el curare y rescatar una cerbatana, a fabricar los dardos con palmas, a observar desde lo alto de los árboles la selva para orientarse, a pintarse el cuerpo para defenderse del acecho de los insectos, a ahumar su comida para conservarla.

Es realmente impresionante cómo a través de tantos detalles del modo de vida de los nukak la novelista logra de manera conmovedoramente convincente armar uno de los mundos de Jeenbúdá’, el mundo del nukak andante, el hombre que camina solo por la selva y no solo sobrevive sino vive plenamente y a sus anchas en ese mundo.

Pero tal vez una corrección es importante en este punto: en realidad, Jeenbúdá’ no se percibe a sí mismo como un hombre solo; claramente va acompañado de los espíritus de sus ancestros desde el mundo de arriba. Sus ancestros que en sueños le revelan o develan o recuerdan aspectos importantes de su caminar, cosas específicas que debe hacer o cuidar. Constantemente esa otra hoja de los recuerdos/sabiduría ancestral está con él. La escritora teje de manera magistral esas dos láminas de la historia de Jeenbúdá’ . Su padre muerto (por las balas, los dardos que queman) hace un tiempo al igual que su tío, su madre sabia (pero destrozada y envejecida en su recuerdo por el cambio a la dieta ka’wáde), sus abuelos que nunca se han ido del todo – todo eso hace creíble y veraz esa travesía por el Guaviare hacia el suroriente.

Una hoja (dolorosa de leer para quienes somos claramente parte del mundo que lleva la colonización brutal, así nosotros mismos no hagamos parte de ella) más: todo lo que Jeenbúdá’ aprendió en Villavicencio y San José del Guaviare, con su novia rubia de tacones altos y perfumes comprados en tiendas. Tiene celular y encendedor; conserva el celular dentro de la selva a pesar de la inutilidad absoluta de ese objeto, y conserva el encendedor por sentido de lo práctico hasta que este deja de funcionar. Tiene pantaloneta y camiseta, de las que se despoja gradualmente. Sus familiares a veces han hecho el oficio de raspar coca para los ka’wáde de la región, y conocen el mundo de los hombres blancos con trajes verdes como la selva, que se lanzan dardos que queman. Esa hoja que me parece dificilísima de tejer en el relato, pero es fundamental y da a Jeenbúdá’ una dimensión adicional muy importante. En un momento, el frío que siente por la fiebre le hace recordar su ida única a Bogotá, mucho más allá de los ríos, el lugar del frío.

Otra hoja, más difícil de atrapar, subyacente, consiste en cierto inframundo nukak que está al acecho y a veces genera desastres. De alguna manera se percibe la presencia de esa especie de infierno en el relato, y ayuda a explicar los miedos y las reacciones. Jeenbúdá’ salta como tigrillo de la selva ante ciertas amenazas, con un brinco que aprendió a dar en su infancia y formación.

Los ríos, la formación de cazadores y de escaladores de árboles de miembros fuertes, la descripción de la conquista de hombres a mujeres en el grupo humano, la visión de Bogotá y el mundo externo casi coherente con cierto punto de vista, es parte de una especie de paisaje de fondo permanente.

En la tercera parte de la novela aparece un plano de San José del Guaviare, ese poblado pequeño al borde de la selva donde estuvimos hace un mes, con su Avenida del Colono, sus bares y plaza con la Tarima de la Palabra… y el Río Guaviare siempre presente. De alguna manera el plano hace parte integral del relato. No solo hay momentos importantes de la vida de Jeenbúdá’ ahí en ese poblado, sino que de alguna manera simbólica es en la novela (y en la realidad) el enlace entre los dos mundos, el lugar de los colonos, sí, pero en cierto sentido (y ojalá por mucho tiempo) el último lugar de los colonos. El inicio de ese otro mundo.

San José del Guaviare (antes llamado Viso-mutop). El final de un mundo, el inicio de otro mundo.

Siento que me quedo corto ante el esplendor de la novela, de Gente que camina / Bíita Kawéni i chajyʉ’ bejnit, de Mariela Zuluaga. Es sencillamente una de las novelas más originales y singulares y poéticas que he tenido el placer de leer en mucho, mucho tiempo.

Los recintos de la casa

Una película de Eitan Green, originalmente llamada חדרי הבית, los cuartos (o los recintos) de la casa, nos llamó poderosamente la atención a MC y a mí, por muchas razones.

La historia es sencilla: una familia de tres, padre, madre, hijo, está en crisis. La madre se va de viaje, el padre, un arquitecto y constructor, está en crisis económica (deudas a sus contratistas, problema de créditos con los bancos, problemas con su esposa). El hijo, un joven basquetbolista excelente, tiene problemas de adolescencia. Su profesor de historia en el colegio es el mismo entrenador de basquetbol, y lo somete a presión extrema.

Hasta ahí, nada muy distinto de tantas otras películas.

Pero lo más interesante, lo más poderoso, lo más extraño, es el rol de la noción de «casa» en esas tres crisis, en esas vidas cruzadas. No quiero dañar el placer de ver una buena película a quien se lance a buscarla, pero señalo algunos aspectos que me parecen importantes:

  • El arquitecto/constructor, el padre, al principio de la película visita varias obras a hablar con obreros, a supervisar, a hablar con el otro arquitecto que invierte en esos proyectos. Hablan a veces de lo que significa construir una casa, del sueño de las familias, de lo normal que se vuelve todo. Y esas conversaciones tienen lugar entre andamios, paredes a medio construir, placas a medio fundir.
  • Parte de la crisis, sabe uno luego, tiene que ver con que para construir su propia casa el arquitecto parece haberse endeudado más de la cuenta. Pero él no quiere, por ningún motivo, abandonar ese apartamento maravilloso que logró por fin después de muchos años de esfuerzo construir en Jerusalén, con vistas maravillosas y espacios que les encantan a él y a su familia.
  • Cuando la crisis los acosa, se ven obligados a abandonar temporalmente su hogar para evitar el acoso de acreedores. El hijo le dice al padre que jamás había vivido en un lugar tan bello. Pero deben irse.
  • El hijo tiene una tarea en clase de historia: debe hacer una maqueta de algo que tenga que ver con el Holocausto para escoger una y llevarla a Yad Vashem. Se le ocurre pedirle a su papá arquitecto que lo ayude a hacer una maqueta de Buchenwald. El papá le pregunta ¿por qué Buchenwald? El hijo responde: porque casi todos los demás van a hacer la maqueta de Auschwitz.
  • El padre hace una maqueta perfecta de Buchenwald. El hijo le pregunta si ellos son también tercera generación de sobrevivientes, como su amigo Idó del colegio. El padre le dice que no, que él viene de Irak, que no tiene nada que ver con eso. Pero luego recuerda que la madre es judía argentina, y que todo su lado venía de Polonia… y claro, recuerda que algún tío abuelo de la madre efectivamente había sido víctima en los campos de concentración. Dice «en realidad todos somos tercera generación de sobrevivientes»…
  • Pero como deben salir de su casa e instalarse en casa del cuñado, deben acomodarse a la rutina de otra casa. Y resulta que la esposa del cuñado es religiosa (¡él no!). Ella controla la casa, y ellos se acomodan. La maqueta de Buchenwald termina pintada de colores alegres por las niñas, por las primas del muchacho. No las detienen, pues la situación familiar no permitiría eso. Cuando llega al colegio con «Buchenwald» pintado de rosado y morado por las niñas pequeñas, sus primas, el profesor estalla de rabia ante la falta de respeto con la Shoá. El chico explica «fueron mis primas» pero suena como una excusa inventada. El profesor le pregunta si cree que van a poder llevar semejante cosa a Yad Vashem.
  • Como el profesor de historia es el mismo entrenador, el muchacho entra en problemas serios, pues le encanta jugar basquetbol pero el entrenador está furioso con él. No tiene casa, los padres están en serios problemas, no puede dormir bien donde sus tíos (la metáfora del mal dormir, de la casa desconocida, es casi bíblica en dimensiones y la dejo para quien vea la película).

Y mil cosas más. Es un cine de una riqueza narrativa absolutamente extraordinaria.


Como en septiembre he estado asistiendo y participando en el Laboratorio de Escritura La casa como autorretrato que conduce desde Caracas la poeta y novelista Jacqueline Goldberg, el tema de la casa lo tengo permanentemente en mente. Los ejercicios de escritura del taller han sido hasta ahora La casa recordada (sobre la casa de la infancia, y nuestra memoria de ella), La casa del otro (sobre la casa de alguien distinto – en mi caso fue sobre el cuarto de Virginia Woolf en Sussex), La casa anhelada. Envolviendo todos esos temas, Jacqueline Goldberg nos ha llevado a leer autores como Bachelard entre varios otros, pero sobre todo ha inducido, creo, en quienes tenemos la fortuna de participar en dicho taller, una reflexión constante sobre el habitar, sobre las muchas nociones de casa, sobre la espacialidad. Yo he pensado, tal vez por mi sesgo profesional, en las fronteras, lo interno/externo, la transgresión de estas fronteras.

Y esa reflexión se ha hecho extensiva a quienes me rodean. Esta mañana al caminar por los montes de Chía hablábamos con MC sobre la película, la cantidad de “casas” de distinta índole que aparecen ahí. La casa perdida o potencialmente perdida después de haber sido anhelada. La casa que es para unos Israel, y que dejó de serlo para otros (el tema sale también en la película). La casa recuperada, y la relación con la muerte. Y (esto vio MC) la casa del horror, cuando todo se ha perdido. La maqueta de Buchenwald, donde murió tanta gente, perfectamente hecha por el padre y luego decorada de manera tan descentradora por las niñas (que a esa edad no saben todavía de esos horrores que estuvieron en las familias), como si fuera una casa de muñecas. Y (me decía MC) es horrendo pensar que para millones de personas lugares como esos campos fueron sus últimas «casas». Solo pensarlo, solo imaginarlo, destroza el corazón de cualquiera con un átimo de sensibilidad. Pero así tuvo que ser. Si un joven crecía ahí, estaba por meses antes de ser asesinado o de salvarse, de alguna manera ciertas rutinas de ese horror se tenían que convertir en su techo, en su «refugio», en su casa. Creo que la película invita elípticamente a ver eso también. Nunca había visto una escena como la de las niñas pequeñas que ven la maqueta (sin saber que es de un campo de horror) y deciden ponerle colores alegres y flores y dibujos rosados y morados. Creo que el director Eitan Green logra algo muy brutal con esas escenas.


La película חדרי הבית, llamada en inglés Indoors, se puede ver aquí (con subtítulos): https://www.streamisrael.tv/films/videos/indoors


Lógica asociativa del comisario Croce

He aquí algunos fragmentos tomados «al vuelo» de Los casos del comisario Croce, de Ricardo Piglia.

Me interesa mucho la lógica implícita ahí presente. El diálogo ideal con Borges en algunos de estos. Y por encima de todo, el brutal juego de espejos deductivos, con analogías, presente en la novela. Es también en cierto sentido el testamento literario de Piglia (la escribió justo antes de morir, dejó preparada su publicación póstuma).


«Comparo lo que no entiendo.

La luz de las estrellas no viene del espacio, viene del tiempo.

Ahora, en vez de resolver casos, les pongo música.

No era lo mismo revelar un secreto o encontrar un objeto.

Si estaba obligado a permanecer en el interior del problema, encerrado en sus límites, necesariamente la solución debía estar en una necesidad fáctica exterior, pero no ajena.

Poder decir que alguien tenía -o había visto- esa cinta era el chantaje.

La verdad no estaba aislada, ni quieta. La verdad era variable y comparativa.

“Los entes reales son relaciones”, pensó. “La verdad es la forma de una relación más que su esencia… nos interesa la duración, la mutabilidad; las relaciones internas de la verdad cambian, se mueven.”

El crimen escondía la verdad de la sociedad; era el en-sí del mundo…

“El sentido del mundo es contingente y errático. Hay que enlazarlo.” … No había que analizar las razones, sino los efectos. Las consecuencias que va a tener el acontecimiento al analizarlo y no antes. “No antes”, pensó, “nunca antes.”

Una batalla es, para ser rigurosos, invisible y confusa. La mirada cercana permite atrapar cualquier cosa que escapa a la visión de conjunto y viceversa. Hay que pensar el problema -dijo el historiador- en otra escala, ver la batalla como un torbellino y aislar un momento y detenerse ahí. Es el punto mínimo que condensa el enigma.

De las hipótesis posibles, la verdadera resultó la más sorprendente.

Croce sabía adaptarse al disfraz y podía vivir meses como si fuera otro, más libre…

Convertirse en otro era, entonces, uno de los métodos de deducción del comisario Croce.

‘El crimen perfecto es la utopía del género policial, pero es también su negación. Un crimen tan bien ejecutado que jamás se descubre es el horizonte al que aspiran los textos…’

‘el crimen tiende al silencio, a la huella borrada, y está fuera del lenguaje, mientras que el relato hace hablar a lo que se mantiene oculto, dice de más, devela y delata.’

‘La réplica, el revés, el otro que hace posible el relato del crimen, es por supuesto la víctima. … La lógica de la víctima es la lógica del doble, de la culpa y de la expiación, y en ese sentido esos relatos son un ejemplo del proceso de incertidumbre y de extrañamiento que convierte al perseguido en criminal.’

‘la marca del mundo moderno es, como nos lo enseña la historia argentina, que los inocentes son ejecutados por los aparatos y las organizaciones estatales y que los grandes criminales son los jefes políticos y sus sirvientes.’

‘en la realidad la policía tortura y usa la delación como sistema de inferencia.’

… la feliz conjetura que les había permitido usar la imaginación para solucionar un misterio real.

Croce: … leer detalles mínimos.
Deducción arriesgada. Inferencias hipotéticas. Conclusiones conjeturales.
Pensar con las categorías de su rival.

El destino verdadero de un kantiano es la escuela de policía.

La mente de Croce opera mediante asociaciones. … Participa de lo irracional y por consiguiente es la clase más alta del raciocinio, puesto que Croce no es esclavo de sus propias premisas. Puede recurrir y entregarse a las cadenas asociativas del pensamiento intuitivo, esa red milagrosa de símiles que el resto de nosotros hemos recubierto con el macilento vendaje enyesado del pensamiento consciente y racional. Por eso Croce es mucho más sofisticado en la resolución de cuestiones intrincadas, precisamente porque está mucho más próximo a los orígenes del ser de las cosas.

Saber antes de actuar.
La índole del objeto de examen debe dictar la índole de las pesquisas.
Hay que demostrar que las aparentes imposibilidades cruciales son posibles.

El arte del desciframiento es tan complicado, tan irregular, que apenas puede seguírsele llamando desciframiento. Yo propongo llamarlo el arte de la adivinación.

Nadie es dueño de sus pensamientos. No existe algo como las ideas propias, pensar es apropiado o no es apropiado. El pensar no tiene nada que ver con la propiedad privada, concluyó.

De no existir la ley, ¿vivirías del mismo modo?

Las apariencias no engañan, son la base de mi trabajo, dijo Croce.

Yo busco lo igual. El parecido en la superficie. El modo en que aparece y se manifiesta en lo similar y en lo que se repite, lo cierto.

El crimen es cuestión de diagnóstico. ¿Qué es un diagnóstico? He ahí la cuestión.

La condición de todo comportamiento criminal es la inacción. Moverse poco, la lógica del menor esfuerzo es la base de la actitud delictiva.

El vigilante, el que vigila, ¿qué?, o mejor, ¿a quién?

Hay que distinguir entre el ver y el decir, afirmó Croce. Son modos distintos de acceder a la verdad, dos regímenes de conocimiento.

Luego tengo que decir lo que he visto.

Gana el que puede correr más despacio y el que alcanza último la meta. Hay que llegar tarde, concluyó Croce.

Cualquier chichipío kantiano debe mojarse las patas antes de deducir las categorías trascendentales del pensar.»