images de soi, d’une autre personne

« Je la voyais aux différentes années de ma vie occupant par rapport à moi des positions différentes qui me faisaient sentir la beauté des espaces interférés, ce long temps révolu, où j’étais resté sans la voir, et sur la diaphane profondeur desquels la rose personne que j’avais devant moi se modelait avec de mystérieuses ombres et un puissant relief. Il était dû, d’ailleurs, à la superposition non seulement des images successives qu’Albertine avait été pour moi, mais encore des grandes qualités d’intelligence et de cœur, des défauts de caractère, les uns et les autres insoupçonnés de moi, qu’Albertine, en une germination, une multiplication d’elle-même, une efflorescence charnue aux sombres couleurs, avait ajoutés à une nature jadis à peu près nulle, maintenant difficile à approfondir. Car les êtres, même ceux auxquels nous avons tant rêvé qu’ils ne nous semblaient qu’une image, une figure de Benozzo Gozzoli se détachant sur un fond verdâtre, et dont nous étions disposés à croire que les seules variations tenaient au point où nous étions placés pour les regarder, à la distance qui nous en éloignait, à l’éclairage, ces êtres-là, tandis qu’ils changent par rapport à nous, changent aussi en eux-mêmes ; et il y avait eu enrichissement, solidification et accroissement de volume dans la figure jadis simplement profilée sur la mer. Au reste, ce n’était pas seulement la mer à la fin de la journée qui vivait pour moi en Albertine, mais parfois l’assoupissement de la mer sur la grève par les nuits de clair de lune. »

Proust, La prisonnière (p. 572)

De la inmensa variedad y profusión de pasajes en À la recherche que tienen que ver con las capas del tiempo, con sus interacciones y dudas, sus superposiciones y transposiciones, sus sumideros y puntos de conexión, sus nexos y polos (su sistema dinámico, diríamos tal vez en matemáticas), este me parece condensar de manera muy poderosa el tiempo y las imágenes, su variación y su acción.

Lo traduzco (un poco al vuelo): «La veía ocupando con respecto a mí, en los distintos años de mi vida, posiciones distintas que me hacían sentir la belleza de los espacios interferidos, ese largo tiempo ido, en que me había quedado sin verla, y sobre cuya diáfana profundidad la rosa persona que tenía yo ante mí se perfilaba con sombras misteriosas y un poderoso relieve. Se debía, entre otras cosas, no solo a la superposición de las imágenes sucesivas que Albertine había sido para mí, sino también de las grandes cualidades de inteligencia y corazón, de los defectos de personalidad, unos y otros insospechados por mí, que Albertine, en una germinación, en una multiplicación de sí misma, una eflorescencia carnuda de colores oscuros, había agregado a una naturaleza antaño prácticamente nula, ahora difícil de volver más profunda. Pues los seres, aún aquellos en quienes hemos soñado tanto que no nos parecían más que una imagen, una figura de Benozzo Gozzoli que se destaca sobre un fondo verdoso, y de los cuales estábamos dispuestos a creer que las únicas variaciones se daban por el punto en que nos situábamos para mirarlos, por la distancia que nos separaba de ellos, por la iluminación, esos seres, mientras cambian con respecto a nosotros, cambian también en sí mismos; y había sucedido un enriquecimiento, una solidificación y un crecimiento de volumen en la figura antaño simplemente perfilada sobre el mar. Por otro lado, no era solamente el mar al final del día el que vivía para mí en Albertine, sino a veces el tranquilizarse del mar sobre la gravilla en las noches de claro de luna.»

Proust usa palabras como superposición, germinación, multiplicación de sí, iluminación, enriquecimiento al describir el proceso de Albertine a los ojos del narrador, su cambio a través de los años. La acumulación/sedimentación de defectos de personalidad, pero también de cualidades de inteligencia y de corazón (la pareja dual de Pascal razón/co-razón que Zalamea nos enseña a detectar y percibir en tantos otros lugares de la interacción entre matemáticas y mundo) terminan generando el proceso de sedimentación del tiempo en una persona.

El verdadero canto de amor a Albertine (lanzado cuando el narrador cree que ya no la ama, pero que le hace falta hasta el punto de haberla básicamente encerrado so promesa de matrimonio en su apartamento de París) es tal vez el reconocimiento (¿mucho más tardío?) de todos estos cambios, de todas las superposiciones y germinaciones, que tornaron a quien era la más bella jeune fille en fleur muchos años antes en este ser mucho más sofisticado, inteligente, variado – en gran parte por acción del narrador. La jeune fille en fleur de años (y libros) muy anteriores (À l’ombre…) era una adolescente que pasaba veloz por la playa de Balbec cuando el narrador aún era muy joven y tímido, cuando no tenía el poder de interceptar su paso fugaz… y luego, muchos años después, ya ni joven ni tímido, termina encerrándola en su apartamento de París, hasta que…

(Es doloroso leer esos pasajes sabiendo cómo se desintegra todo después, cómo la vida esencialmente ya pasó cuando uno finalmente se da cuenta de quién era tal persona, quién era uno, quién es.)

El presente es lo único que existe, me recuerda Arturo Sanjuán en su Mastodon. Y sí. Este pasaje (y el contexto de novelas antes y después) son un recuerdo fuerte de ese hecho.

Escrito en parte durante otra pandemia

Partes de À la Recherche du Temps Perdu fueron escritas durante la pandemia anterior, en los años cercanos a 1919/1920. En Sodome et Gomorrhe, II, iii aparece una descripción de una subida en ascensor en el Gran Hotel de Balbec, con todo el tema de los estornudos. La manera como lo cuenta Proust puede generar cierta empatía en quien la lee en 2022. Nuestros viajes en ascensor compartido, diarios para quienes vivimos en torres, han sido todo un tema. En este pasaje, el narrador (Proust joven, traspuesto) sube en ascensor con el ascensorista que está con un ataque de tos ferina (coqueluche). El ascensorista le tose y escupe encima mientras le habla. El narrador no sabe qué hacer; no quiere parecer antipático con el ascensorista, pero este sigue y sigue tosiendo. Al llegar casi arriba, el ascensorista se da cuenta de un problema con un botón del tablero del ascensor, y (no se sabe si por error, o por querer seguir hablando) vuelve a bajar. El narrador piensa que prefiere subir por las escaleras…

… Mais une fois, au moment où je remontais par l’ascenseur, le lift me dit : « Ce monsieur est venu, il m’a laissé une commission pour vous. » Le lift me dit ces mots d’une voix absolument cassée et en me toussant et crachant à la figure. « Quel rhume que je tiens ! » ajouta-t-il, comme si je n’étais pas capable de m’en apercevoir tout seul. « Le docteur dit que c’est de la coqueluche », et il recommença à tousser et à cracher sur moi. « Ne vous fatiguez pas à parler », lui dis-je d’un air de bonté, lequel était feint. Je craignais de prendre la coqueluche qui, avec ma disposition aux étouffements, m’eût été fort pénible. Mais il mit sa gloire, comme un virtuose qui ne veut pas se faire porter malade, à parler et à cracher tout le temps. « Non, ça ne fait rien, dit-il (pour vous peut-être, pensai-je, mais pas pour moi). Du reste je vais bientôt rentrer à Paris (tant mieux, pourvu qu’il ne me la passe pas avant). Il paraît, reprit-il, que Paris c’est très superbe. Cela doit être encore plus superbe qu’ici et qu’à Monte-Carlo, quoique des chasseurs, même des clients, et jusqu’à des maîtres d’hôtel qui allaient à Monte-Carlo pour la saison, m’aient souvent dit que Paris était moins superbe que Monte-Carlo. Ils se gouraient peut-être, et pourtant pour être maître d’hôtel, il ne faut pas être un imbécile ; pour prendre toutes les commandes, retenir les tables, il en faut une tête ! On m’a dit que c’était encore plus terrible que d’écrire des pièces et des livres. » Nous étions presque arrivés à mon étage quand le lift me fit redescendre jusqu’en bas parce qu’il trouvait que le bouton fonctionnait mal, et en un clin d’œil il l’arrangea. Je lui dis que je préférais remonter à pied, ce qui voulait dire et cacher que je préférais ne pas prendre la coqueluche. Mais d’un accès de toux cordial et contagieux, le lift me rejeta dans l’ascenseur. « Ça ne risque plus rien, maintenant, j’ai arrangé le bouton. » Voyant qu’il ne cessait pas de parler …

p. 413-414 Sodome et Gomorrhe, À la Recherche du Temps Perdu

La conversación además captura el tono peculiar del lift, el ascensorista (las inflexiones, el uso del idioma, el « c’est très superbe » que no aparece en la manera de hablar del narrador ni de otros personajes). El ascensorista, sus demoras, sus conversaciones en varios momentos de la novela, es todo un personaje que permite al narrador manejar el tiempo, el tiempo de las observaciones y expectativas, de manera totalmente distinta de sus otros personajes.

Proust se permite incluso poner en voz del lift una comparación entre las complejidades de ser maître d’hôtel y ser escritor; el ascensorista le dice a Proust joven que «le han dicho que administrar un hotel es mucho más difícil que escribir piezas y libros». Esas frases sin respuesta son parte esencial de los leves (a veces sutiles, siempre presentes) guiños que nos hace el autor.

notas de un deambular perdido por Viena

El 17 de enero de 2019 deambulamos un día entero por Viena, sin rumbo fijo. Al día siguiente tomaríamos el vuelo de regreso a Bogotá, para una despedida importante. Ese 17 fue un día sin brújula. Creo que estuve a punto de lanzarme a nadar al Danubio helado, pero sabiamente los hados me lo impidieron. Uno nunca entiende bien el peligro de esos momentos.

Hoy recordé todo eso al ver un post hermosísimo de Alejandro Farieta en su facebook, de su viaje maravilloso por Viena.

¿Sumergirse en un mar contradictorio?

Hay una exposición muy poderosa en este momento en el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia: Óscar Murillo, Condiciones aún por titular.

La llegada a la exposición es un poco desconcertante. Aparecen trozos alargados de madera vieja, con marcas de destrozo y violencia, erguidos en el parque externo al museo, en la entrada y en la plazoleta central. Vistos de lejos evocan cadalsos, guillotinas. Las trazas de posibles incendios dan una impresión de caos, destrucción, guerra, horror. Otros trozos están regados por el suelo; al mirarlos más de cerca se revelan como bancas de iglesia, con extremos tallados y con entalles que marcan los diferentes puestos de congregantes de otro momento.

Y efectivamente, un letrero explica que son restos de bancas de iglesias católicas que fueron cerradas en Holanda durante el siglo XIX como producto de algún edicto de la historia de guerras de religión de ese país, remoto en el tiempo pero con trazas que surgieron de repente en un espacio cultural de un altiplano a más de nueve mil kilómetros de distancia.

La reacción inicial es de desconcierto. ¿Por qué bancas de iglesia de Holanda aquí? ¿Por qué el catolicismo víctima de intolerancia, traído a un país donde el catolicismo ha sido cercano justamente a quienes han perpetrado otras intolerancias? Y luego, la pregunta más apremiante (al menos para mí): ¿por qué esas trazas de guerras remotas en el tiempo, de espacios lejanísimos, termina sintiéndose tan relevante para nuestro momento actual local? ¿Qué nos dicen esos palos destrozados, esos fragmentos que parecen los de un barco después de un tsunami, esos cadalsos armados en plena plaza del museo a partir de bancas de iglesia católica destrozada en Holanda hace dos siglos?

Esa es una primera pregunta: una aparente incoherencia de tiempo/lugar, que termina evocando de manera muy contundente nuestro siglo XXI colombiano: sus masacres, sus intolerancias, sus intentos fallidos, sus dolores.

Luego ve uno unas trincheras tajadas en el prado del museo. Una obra aparentemente muy sencilla, pero poderosísima tal vez justamente por su limpieza visual/conceptual. Líneas trazadas en el pasto, de un metro de hondo, mini-trincheras donde uno puede caminar y ver las «olas» de las otras trincheras, del pasto. Un micro-paisaje casi bucólico en medio del museo, pero con la contundencia de la referencia a trincheras o fosas comunes.

Y un vidrio roto/quitado. Una ventana bellísima que da a las trincheras, y que parece un guiño a la famosa ventana de Marcel Breuer en el antiguo Whitney (ahora parte del Met) en Manhattan.

Murillo quitó el vidrio de esa ventana. Puede uno atravesarla, pasar del interior de una sala al exterior de trincheras, a través de un antiguo vidrio roto.

El interior de esa sala es algo emocionante. Varios lienzos paralelos para ver de cerca, armados durante varios años de manera fragmentaria por niños en 30 países; Murillo hizo ese proyecto de pedir a esos niños que dibujaran lo que quisieran. Luego rompió y cosió esas telas y pintó encima con acrílico azul y negro su propio trazo. El resultado es una reflexión espléndida sobre lo local/global, sobre la superposición de estratos mentales, sobre lo pequeño y lo grande, sobre lo infinitesimal y su integración. Globalmente, la obra es todo un haz matemático con ocho o diez fibras que podemos ver muy de cerca si así lo queremos. Al mirar las «fibras», los lienzos, las láminas podemos ver los «grafitis» de los niños. Bandas de rock, equipos de fútbol, esbozos de dibujos, letreros en varios idiomas (de los 30 países), una textura de pared de baño [ignoro qué tantos dibujos sexualizados habrá cubierto con sus trazos Murillo], pero sobre esta los trazos gruesos y espesos del acrílico azul y negro de Murillo, dando cierta coherencia y globalidad a la obra. Luego se aleja uno y ve las fibras/los lienzos de manera amplia, e integra mentalmente el todo a partir del trazo de Murillo, que parece saltar de lienzo a lienzo.

El conjunto genera una tensión muy peculiar entre querer ir a lo micro de nuevo después de ver lo macro, querer volver a los detalles infinitesimales de los grafitis después de ver la obra grande, y luego querer volver a salirse de ese mundo intrincado y acaso asfixiante y lograr mirada global. Un vaivén que se percibe inagotable.

Un cuartico vedado por sillas acumuladas, y la luz que emana. Una mini-escultura.

Luego va uno a la sala principal del museo y se encuentra con despojos de las sillas/cadalsos, y lienzos negros gigantes. El piso del museo arrancado, el cemento crudo bajo los pies, la pintura cayéndose de los techos. Videos con voces que parecen evocar el sufrimiento de las masacres de Colombia de las últimas décadas, y un caos espacial brutal. Anda uno por un paisaje que evoca imágenes de los bombardeos rusos en Ucrania, o los bombardeos que ha fotografiado Jesús Abad Colorado en Colombia. De nuevo las bancas-cadalso, pero ya no escultóricas como en el patio externo; o por lo menos no necesariamente erguidas al aire. En el espacio interior se ven como ruinas apabulladas por masacres, destrozadas, partidas, vencidas.

Es la parte más difícil (para mí) de absorber de la exposición. Me tocó ir tres veces para empezar a aguantar estar ahí.

Entre la poética extrema de las trincheras, lo escultórico/sorprendente de los cadalsos erectos en el patio central, la maravilla del haz matemático armado por niños de 30 países y Murillo mismo, la sutileza e inteligencia de la ventana «Breuer» rota y atravesable, el guiño sonrisa de la escultura de sillas y la brutalidad y crudeza de la sala principal, esta es una exposición realmente impresionante.

Mensajero a los 15 años

En facebook y en twitter hay gente que cuenta cuál fue su primer trabajo. A veces no es tan fácil la respuesta, pues mucha gente primero trabaja ayudando a algún negocio familiar pero sin hacer parte de una «nómina» ni nada semejante.

Vi que Alejandro Farieta (que fue alumno mío en una de las lógicas de la carrera de Filosofía en la Universidad Nacional, hace ya dos décadas y hoy en día es profesor universitario de filosofía) preguntó y contó que había sido mensajero a los 14 años. Recordé por estos días que también tuve un trabajo de ese estilo, por un mes. He aquí lo que contesté a Alejandro (ligeramente editado y muy aumentado).


Tuve un trabajo de mensajero (durante un mes) en las vacaciones de 1983, a los 15 años, en una fábrica de muebles (que ya no existe, y que quedaba al frente de la Universidad Nacional, al sur de la 26). Fue un trabajo real (nómina, cheque, etc.), pero debo aclarar que lo hice para ahorrar algo para regalos de navidad. Se fue buena parte de ese cheque en discos de música barroca (discos LP, eso fue antes de los compactos).

Hay otro punto que me parece importante al recordar esas vacaciones, el trabajo de mensajero (largos momentos de ocio salpicados de tener que correr; un par de veces hasta el centro de la ciudad, la mayoría de las veces dentro de la fábrica de muebles o a bancos cercanos o a traer mediasnueves – las conversaciones de las secretarias, el coqueteo pesadísimo de los tipos de la oficina con las secretarias, los chistes de doble sentido permanentes, la manera como les quedaba difícil ubicarme a mí que claramente estaba en algo fuera de mi «lugar usual»). Aunque la mayoría de gente de mi colegio jamás habría hecho ese tipo de trabajos, y aunque yo mismo lo hice sobre todo para tener independencia económica y darme gusto comprando discos de música barroca – es decir, mi situación de «trabajo» no era como la del 99% de la gente en Colombia, que hace esos trabajos para poder comer y ayudar a sus familias – aunque todo eso sea cierto, yo valoro mucho esa experiencia. Fue aburrido (los tiempos muertos sobre todo; y si sacaba un libro mi yo inseguro de los 15 años sentía temor de lo que opinaran quienes trabajaban _de verdad_ en ese lugar) pero creo que fue importante. Quedé con mal sabor, en parte por ver tanta miseria humana en los chistes, el morbo, el asqueroso jefe que se metía con las secretarias. Yo iba recomendado por alguien cercano a los dueños entonces estaba como una especie de rueda suelta y no sufría esos rigores de acoso laboral, pero los vi a una edad bastante impresionable. Hoy en día, creo que un paso así debería ser casi obligado para todos los que (como yo) crecimos en hogares que proveen todo lo básico (mi papá era profesor en la UNAL, mi mamá en esa época trabajaba en Ingeominas). Los colegios (incluso esos que como el mío tratan de mitigar la cultura gomela) privados son un desastre absoluto para la formación humana de la gente, y ese paso por un trabajo abre mucho los ojos, así sea tan tangencial como ese noviembre/diciembre mío.

Ah… recuerdo mucho el radio. Era fundamental. Ahí escuché de la muerte de Marta Traba, por ejemplo. En mi casa era un referente. Entre mis colegas de ese mes, claramente no. Quedé aterrado, obviamente. Los de la oficina no creo que supieran quién era Marta Traba, pero la magnitud del accidente sí que la comentaron esa mañana horrible.

Nunca me he reencontrado con quienes eran mis colegas en esa fábrica: llegó Navidad, luego algún viaje familiar y el retorno al colegio, a Quinto de Bachillerato, y otro tipo de preocupaciones. Como que cerré esa etapa. Me pregunto hoy qué sería de todas esas personas que de alguna manera me ayudaron a entender cosas importantes.


Agregado después: ahora recordé que otra persona que trabajaba ahí resultó saber mucho, muchísimo, de música clásica. Había estudiado en el Conservatorio y los rieles extraños de la vida lo habían sacado de ser músico; había terminado ahí en una oficina terrible. Él me insistía mucho en lo elitistas que debían ser los músicos. Yo a esa edad odiaba todo lo que sonara a elite y discutía con él (igual yo no sabía mucho; él era de esos que parecían haber visto a todo el mundo ahí en el gallinero del Teatro Colón). Había un viejito igual a Andrés Patricio el de la serie Don Chinche: un cachaco viejo medio arruinado vestido de negro. Antipático me parecía. Había otro mensajero que no era joven (debía tener 30 años; a mis 15 eso era un vejestorio) y con quien me tocó ir al Centro un par de veces a llevar cartas o paquetes. Recuerdo mucho que al pasar por la Calle 18 abajo hacia la Décima ese mensajero saludaba a las putas en el andén. Yo debía quedar absolutamente rojo al ver eso a esa edad; era un mundo totalmente ajeno al mío. Él se daba cuenta y me hacía preguntas maliciosas, que yo no sé bien cómo contestaba. Yo ahora creo que a la vez me generaba curiosidad y temor el roce ligero con un mundo tan distinto al mío. Era simplemente esa cuadra entre la Novena y la Décima, caminando de bajada a coger un bus de regreso. Creo que mi pulso cardíaco se aceleraba mucho, pero luego se calmaba al llegar a la Avenida y coger el bus de regreso a la fábrica.

Había una especie de competencia soterrada entre las dos secretarias de la oficina. No entiendo bien por qué sería. Algo con el jefe que permanentemente las asediaba, no sé. Yo era tan ingenuo en esa época que simplemente registraba todo lo que ante mis ojos corría como un teatro.

En realidad la tenía fácil: iba con mis papás en el carro hasta la Universidad Nacional. Me bajaba en Química, donde trabajaba mi papá. Iba caminando hasta el borde del campus, cruzaba el puente, caminaba un par de cuadras, y ahí llegaba al trabajo. La vuelta podía ser también con mis papás o a veces si no coincidía el horario, en alguna buseta hasta la casa lejana (Cedritos).

Tal vez el recuerdo que más me asusta y aterra es el de los tiempos muertos. Ser mensajero es estar a la espera de algo que hacen otros. Entonces es correr con urgencia a alguna parte o esperar. Yo siempre he odiado esperar. Llevaba mis libros, obviamente, pero me parece que no era muy bien visto por el jefe o los demás empleados que sacara algún libro de lo que leía en esa época. Me tocaba básicamente estar ahí, pendiente de lo que fuera necesario. Esa literal tortura (desde entonces, mis trabajos siempre han tenido una componente central de hacer cosas, liderar temas, mover o colaborar) de la inactividad forzosa es algo que me causa aún horror en el recuerdo.

Museos difíciles

En el verano de 2009 tuve la oportunidad de ir por primera vez a Polonia. Había dos congresos: uno en Wrocław, el otro en Będlewo. Wrocław es una ciudad histórica impresionante, Będlewo un pueblo muy sencillo, pero ahí está el Centro Banach de la Academia de Ciencias.

Por temas de vuelos y organización de otras cosas, tenía diez días entre eventos. Decidí ir a Cracovia unos días antes de los dos congresos, y de paso conocer esa ciudad mítica.

La ciudad de Copérnico, la ciudad de tanta magia, la ciudad judía, la ciudad de una película famosa de Kieślowski: La doble vida de Verónica. Una ciudad que había logrado sobrevivir en gran parte la destrucción de la II Guerra Mundial, y donde el antiguo Kazimierz, el gueto judío, se podía visitar.

Cracovia parecía un lugar ideal para dar vueltas, ir a museos y hacer mucha matemática en los jardines cerveceros de verano o en los cafés.

Y en gran parte lo fue (hay que aprender a evadir el corredor turístico, pero la ciudad tiene mucho, muchísimo).

Pude trabajar bastante en dicotomías conjuntísticas en teoría de modelos, pude refinar una demostración elusiva, pude apreciar buena comida y escuchar buena música. Me quedé primero en un hostal un poco ruidoso – conversaciones muy interesantes – pero yo necesitaba concentración y paz. Me fui a caminar a los Tatras, a Zakopane. Me perdí en los Tatras un día con mucha lluvia (me perdí en un lugar donde un amigo polaco caminante (y matemático: Roman Kossak) dice que es imposible perderse; yo le dije que con aguacero sí se pierde uno ahí).

Al estar en Cracovia, hay un tema fuerte que siempre está cerca: Auschwitz. La Oświęcim polaca, el lugar infame.

No sabía si ir o no a visitar el lugar.

En Cracovia por todos lados hay letreros que dicen «Auschwitz Tour» o «Visit Auschwitz».

Eso ya de por sí es muy raro. Es entendible y en parte es casi una obligación. Pero por otro lado la comercialización de un lugar donde fueron asesinadas tantas, tantísimas personas (inclusive familiares cercanos de amigos cercanos), de alguna manera me generaba una incomodidad muy fuerte.

Dudé mucho. Pensaba: uno debe ir a pagar su respeto a las víctimas de uno de los peores actos de toda la historia de la humanidad. A la vez pensaba: «pero no quiero ir en un tour de estos, en un bus con turistas de todas partes, como quien va a ver algo atractivo». De nuevo dudaba: «pero debería ir».

Al final decidí no ir. Pero estuve a punto de hacerlo. Hoy en día a veces pienso que debería tal vez haber ido. Pero a veces creo que estaba yo pasando por un momento difícil de mi vida, y no era conveniente ir. Y ciertamente, algo me repugnaba en la idea de ir a meterse en un tour y ser guiado por allá. Demasiado personal para eso, tal vez.Hoy pensaba en esos museos (Holocausto, 9/11, Gorgona, Yad Vashem) y su importancia, en parte por un hilo impresionante de Jacqueline Goldberg en twitter sobre su 11 de septiembre.

Creo que son museos importantísimos, y creo que a veces hay que forzarse a sí mismo a visitarlos. A veces. Pero también defiendo que no en todo momento puede uno ir allá, sobre todo si de alguna manera puede reactivar en uno situaciones problemáticas.

Auschwitz de alguna manera lo llevan dentro muchas personas que me son muy cercanas. Por sus abuelos o tíos, por sus propias vivencias. Todo brutalmente personal (y a la vez fruto de un experimento atroz de destrucción de cualquier resquicio de dignidad de persona).

De alguna manera siento como si en la negación de ir hubiera estado rindiendo otro tipo de homenaje a la memoria de tanta gente. Fueron días intensísimos ahí en Cracovia. El no-ir o ir o no-ir se me convirtió en un dilema insoluble. De alguna manera creo que fue mejor no ir (esa vez).

Tal vez algún día iré.

Ofrendas, libaciones y respuestas

Cuando un acto lo deja a uno perplejo, cuando una situación escapa a interpretaciones usuales, suele ser útil ir a la etimología. Más aún que el diccionario, la etimología suele revelar conexiones inesperadas y traslapes/traslaciones de significado mucho más ricas que los significados que están a la vista en nuestra miopía usual.

Eso pasó cuando fuimos al espacio Fragmentos recién inaugurado, hace casi tres años. De alguna manera había algo que no lograba yo capturar muy plenamente. La etimología de la palabra fragmento me ayudó a mí a entender de otra manera el significado brutal de ese espacio.

En estos días ha ocurrido (de nuevo) un fenómeno que se ha vuelto recurrente en nuestra época de redes sociales que capturan de manera inmediata, al vuelo, lo que va ocurriendo, y amplifican trozos del tiempo de maneras que a veces pueden asustar mucho a quienes fueron los gestores iniciales de dichos trozos amplificados. (En algunas mentes tal vez ingenuas esa amplificación descontrolada de frases o caras fotografiadas o momentos filmados marca el apogeo de la decadencia cultural; habría que preguntarse qué genera en ellos [sí, casi casi siempre son ellos y no ellas, casi casi siempre son señores blancos con heredada posición social, casi casi siempre son personas que desde cuna se acostumbraron a controlar a otras personas, a los «medios», y hoy entonan ese ronco y destemplado canto de cisne que no invita a ninguna compasión con ellos] ese miedo.)

El fenómeno que ha ocurrido tiene que ver con respuestas dadas al vuelo por políticos, con responsabilidad o falta de esta, y con su amplificación.

Dos ejemplos aquí, uno de hace ya tres años, durante la campaña presidencial pasada, el otro de ayer, al inicio del proceso electoral de 2022 en Colombia.

  • El 8 de junio de 2018, el entonces candidato Sergio Fajardo escribió un trino en el que anunciaba irse a «ver ballenas». Esto sucedió entre la primera y segunda vueltas de la campaña. Fajardo resultó tercero en la primera vuelta, y tomó la decisión de no apoyar explícitamente a ninguno de los dos candidatos que disputaron la segunda vuelta. Pero el tema de fondo que quiero señalar aquí no es esa decisión. Es la frase ir a ver ballenas. Por alguna razón, esa frase quedó fija en el imaginario colombiano, y desde hace más de tres años es recordada por muchas personas, desde opositores políticos de Fajardo hasta gente que sin saber muy bien el origen usa irse a ver ballenas como una respuesta que encapsula el abandonar un proceso en el medio. Un soltar la responsabilidad – un capitán que abandona el barco.
  • El 30 de agosto de 2021, ayer, el candidato actual Alejandro Gaviria alegó estar con sueño y cansado como justificación de una sorprendente entrevista que dio a los medios en la mañana del mismo día. De nuevo, interesan poco aquí los pormenores de esa entrevista (un apoyo a un economista de ética dudosa y políticamente muy problemático). Me interesa la cuasi-ingenuidad de la respuesta de Gaviria. Estar con sueño y cansado es algo que nos sucede a todos los seres humanos, por lo menos una vez al día. Aceptarlo llanamente muchas veces es la mejor explicación posible para no hacer algo que otros quieren que uno haga, o sencillamente justificar alguna respuesta. Pero a veces no: jamás aceptaríamos de un piloto que nos justifique un error de aviación (si llega a sobrevivir) con un estaba con sueño y cansado. No lo aceptamos ni siquiera de un conductor de auto. Algo tan humano y tan común puede ser inaceptable en muchísimos casos. En un político como Gaviria está al borde de lo inaceptable.

Ambas son respuestas plausibles. Otra de esas respuestas (busque en google, dada por Fajardo durante su campaña de 2018) es, de nuevo, algo que muchos hemos dicho mil veces y seguramente diremos muchas más. Para nadie es un secreto que la mayoría de datos están ahí, en la red (a veces un poco más lejos que donde llega google, pero eso es otro tema), y que lanzar preguntas o tener que responder a cuestiones fácticas no es algo que nos guste particularmente a quienes trabajamos primordialmente con el intelecto.

Saber algo muchas veces es tener una idea, una imagen, pero no necesariamente los detalles, aunque sí saber reconstruirlos. Muchos teoremas que conozco bien, incluso teoremas que yo mismo he demostrado, a veces tienen detalles que no recuerdo y que me toca ir a verificar en el artículo o en mis notas o (incluso a veces) en google. Y si un estudiante o colega me pregunta cómo se demuestra tal cosa, dependiendo de lo que sea, mi respuesta puede variar entre dar una idea general, o decir «busquemos en el ArXiV», o decir «espere le pregunto a Misha o a Tapani», pues sé que hay un detalle clave que ellos saben y no está en los artículos, o (si el teorema es más remoto) decir «ni idea; pregúntele a Fulana que sí sabe». Incluso sucede con frecuencia que después de dada mi respuesta, unos días después me asalte una duda y escriba yo un mensaje a quien preguntó «mejor ensaye tal camino que le permite evitar tal trozo engorroso de la otra idea».

Al responder nos tomamos los académicos el tiempo de pensar, y muchas veces preferimos la respuesta honesta incompleta a una «respuesta» rápida pero deshonesta y supuestamente completa. Aprendemos a desconfiar instintivamente de respuestas demasiado inmediatas – esas las dejamos para otra gente, para quienes gustan de programas tipo Quién quiere ser millonario. Desde nuestra más temprana formación nos han inculcado nuestros mejores maestros el valor enorme de la duda y el cuestionamiento, y nos encargamos de re-instilar esa duda en nuestros mejores estudiantes.

Pero la respuesta que da un político (o la de un piloto, o incluso la nuestra al manejar un carro o salir a la calle en un lugar atestado de gente) es otra cosa. Me preguntaba yo qué pasa con respuestas como las de los ejemplos de Fajardo y Gaviria, por qué generan tanta inconformidad y desazón, por qué terminan siendo replicadas, aumentadas, avvilite e calpestate, por tantos trinos y voces. Por qué la respuesta perfectamente legítima en clase de teoría de modelos se puede volver absolutamente absurda durante una entrevista o en un debate electoral – así como la rapidez necesaria al pegar un timonazo respuesta a alguien que se atraviesa mientras uno maneja un carro puede ser totalmente ridícula en una discusión académica seria.


Respuesta / responder viene de re- y spondere. El verbo spondere / spondeo en latín significa «comprometerse con algo», garantizar, hacer votos. De ahí provienen palabras como esponsales y esposo/esposa, y es clara la conexión con responsabilidad. El origen proto-indoeuropeo parece ser spondéyeti (hacer un ritual), de donde viene el griego antiguo σπένδω (hacer libaciones). La palabra inglesa sponsor proviene de ahí también: el patrocinador o garante de algún proceso.

Tal vez lo más bello de esa rama indoeuropea es su inicio en las libaciones y ofrendas. Uno no se puede dar el lujo de hacer mal las ofrendas a los dioses. Capítulos enteros de la historia de la humanidad han sido interpretados a lo largo de muchos milenios precisamente en términos de libaciones mal ofrecidas, de spondéyeti mal recibido.

En el mundo actual todo eso se juega de nuevo. El público que retuitea ad infinitum una «respuesta» mal dada, una percepción de no estar al frente del juego de la manera correcta (como el piloto que no está pendiente en el momento crucial) está jugando exactamente el mismo papel que el dios que decide recibir la oferta de Abel a expensas de la de Caín, o del dios griego ofendido por falta de responsabilidad percibida.

Al igual que el dios que no recibe ofrendas agrícolas (de Caín) y prefiere el jugoso y grasoso asado (de Abel), el público es muy injusto. Pero esa injusticia no quita a esos políticos (por muy académicos que hayan sido; el caso de Sergio Fajardo es el de alguien que hizo matemáticas a muy alto nivel) la obligación de responder dentro del juego en que se supone que están.

Libaciones al dios Baco

A dialogue :: Two draughtsmen (Roldán/Ortiz)

We went to see an exhibition of two artists we like at Galería Casas Riegner, in Chapinero: Luis Roldán and Bernardo Ortiz.

The exhibit was set up in the form of a “dialogue” between the two artists. The curators seem to have (on purpose) left with no label the individual works, perhaps assuming a visitor would just follow the line of dialogue, with as little reference as possible.

After a while, the two individual voices start to emerge more clearly, more precisely, and a kind of counterpoint slowly fills the initial void. Two men (photos taken from the web, Roldán in a dotted shirt, Ortiz in a striped polo), two different generations, a bit like a cello in duo with a clarinet: Roldán (born in 1955) emerges as a somewhat darker voice, perhaps more grounded and firmer, perhaps only; Ortiz [born in 1972) brings an extremely fine-threaded element, a treble playfulness, a pleasure in attention to detail and touch.

At some point, I was taken by Roldán’s own personal reading of classical American painters. He sketches with gouache on top of Hopper, Cassatt, Wood, etc.; blocking view and thereby bringing out what he sees, what is in view, that element that is maybe just a corner of a painting, that center of image taken away, that small element of a classical painting that is perhaps responsible for the iconicity of a work.

Consider the “Hopper” just above, redrawn by Roldán. Only the tip of the chimney remains of the “original”. The shadow of the house is still there, as in a mist, as in a sketch. The ground is slightly more illuminated, more openly drawn.

Just as in this reinterpretation of Hopper’s House by the Railroad, Roldán has a whole collection of classical American painters, redrawn this way. One could spend hours in just that part of the exhibition. Here is a small selection:


After such a strong statement by Roldán, what is Ortiz’s response?

Subtlety. The power of the line. The amazing emergence of landscape from almost nothing, from a bunch of lines drawn with a pencil on a piece of paper. Each individual line extremely lonely and akin to a mark you or I would make to signal, shyly, some end of a list, some mathematical closure, the most trivial idea.

Yet look at the field of forces that suddenly starts to form when all those “shy” lines start playing:

And let the whole game go through:

An amazing landscape, reminiscent of so many mountains around us here in Colombia perhaps, has emerged. I re-photographed it with another kind of illumination, so as to get the shadows:


The two previous are just the beginning of a dialogue. Here is some more (as you walk the gallery you may allow your mind be engaged by the two voices; look at the folds, at the reconfiguration of dramatic vistas from apparently innocuous elements, the power of lists, the edges of paper, the trace of the hand cutting holes in paper, almost elementary school-like, yet so powerful amidst this wonderful explosion – also, try to guess who’s who but also allow yourself to forget individualities – in my case, one of the works completely took me by surprise when I was told who is the author):


There is much more, of course. This rather narrow description I gave just tries to capture the emotional state such a dialogue may perhaps create in a viewer. I was extremely moved.

I close this small tribute to their dialogue, to their fused (and at times opposing) voices with images of a work (made with threads on fabric) that made me feel the weight of our times, the difficulty of our age, the oppression of lists and of statistics and daily numbers – and at the same time allowed my mind to find a path to fly beyond our dirt. Here it is:

Nacidos el 8 de junio.

Este es un post triste, homenaje a dos personas que (como yo) nacieron un 8 de junio, y que murieron por el covid durante junio de 2021, este mes que ha sido tan aciago en muertes en nuestro país.

No es tan común encontrarse con gente que nació el mismo día que uno, y que además de alguna manera lo celebra cada vez que uno los ve, cada vez que los veía yo. Pero así era con Rodrigo Cortés (nacido en 1945) y con Yuri Poveda (nacido en 1968, el mismo año y el mismo día de nacimiento mío). En cada reencuentro con ellos al rato salía, de manera un poco jovial, el tema del famoso 8 de junio y era ocasión de risa. A veces algún comentario de orgullo auto-irónico sobre las supuestas “multiplísimas cualidades” (sic) de quienes naciéramos en esa fecha, matizado por otros mil temas tal vez más importantes.


Rodrigo Cortés era músico, graduado del Conservatorio en piano (además de graduado de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, tema en que se desempeñó laboralmente toda su vida), y para él como músico era importante evocar a ese otro nacido el 8 de junio, Robert Schumann. Siempre lo mencionaba con un toque de pequeño orgullo de reunión familiar, a ese ilustrísimo nacido el mismo que él, el mismo día que nosotros…

También era tío de María Clara, un hermano menor de su padre, uno de los siete Cortés Bruschi. Era sobre todo un optimista impresionante. Lo vi en reuniones familiares tocar fragmentos de Schumann, de Brahms, de Haydn. Siempre parecía estar estudiando algo nuevo, tener algo en mente. Alguna vez, hace pocos meses, supo que yo andaba estudiando (a un nivel totalmente básico, amateur) algo de piano, y me hizo algunas recomendaciones buenísimas. No sabía yo que serían las últimas que daría. Había ironía siempre al hablar con él, y cuando algo lo decía en serio, podía traer tanta carga mezclada de esa misma ironía que uno no sabía bien qué era qué, qué era lo serio y qué no. Siempre parecía seguir estudiando algo.

En 2017 convocó él a una gran reunión familiar de los Cortés Bruschi, una de esas reuniones gigantes donde aparecen muchos primos e hijos de primos que uno no conoce o no conocía grandes; aparecieron primos violinistas de Villavicencio, una prima ecologista, otra casada con un empresario, otros cuyos rumbos parecían más lejanos de lo que uno creía, y estaban ahí no más en el gran mapa de intereses sociales. Incluyo un retrato que le pude tomar a Rodrigo durante esa reunión.

Rodrigo Cortés Bruschi (1945-2021)

Yuri Poveda era exactamente de mi generación, día por día. Nos dio mucha risa algún 8 de junio en que, siendo estudiantes de pregrado en Matemáticas en la Universidad Nacional, nos dimos cuenta de la coincidencia de cumpleaños, supimos que habíamos nacido el mismo día. No sé si en la misma clínica, hasta esa averiguación no llegamos.

De alguna manera la jovialidad típica de esos años esperanzados en que veíamos Topología con Jairo Charris, o Análisis Funcional con Jaime Lesmes, o coincidíamos en algún seminario de categorías, en un VialTopo o en un viaje a un congreso en Medellín, se confunde con el recuerdo de esa época. Hablábamos y hablábamos, como lo hacen los estudiantes de pregrado, sobre mil temas posibles. Confluían otros estudiantes (Arnold Oostra, Gonzalo Medina, Marta Lucía Cadavid) en ese mundo abigarrado, lleno de las dudas e las inseguridades de los estudiantes de matemáticas. Al hablar con Yuri y compartir vivencias de manera directa y jovial, yo no sabía bien que una persona tan compleja se estaba formando ante mí. Terminé la carrera y me fui por otros rumbos, terminó Yuri su carrera y no supe hacia dónde siguió…

Por un tiempo. Al cabo de unos años, cuando mi padre era Secretario de Educación de Bogotá durante la primera administración de Antanas Mockus (y de Paul Bromberg cuando Antanas renunció sin terminar para lanzarse a una candidatura presidencial peregrina), reapareció Yuri. Me dijo mi padre que con él, en su equipo, estaba trabajando alguien que había estudiado conmigo, y que además había nacido un 8 de junio. Claro, al ver su hoja de vida, con la fecha de nacimiento 8.6.68, mi padre debió reaccionar de inmediato pensando que esa era la fecha mía también. Pero que además hubiera estudiado Matemáticas en la Nacional ya era mucha coincidencia [agregado después: la coincidencia de fecha de hecho es triple: Gonzalo Medina entró a la carrera de matemáticas ese mismo semestre y ¡también es del 8 de junio, aunque de 1969!]. Yo en ese momento andaba de postdoc en Jerusalén, y confirmé que había estudiado con Yuri. Después supe que había sido un paso muy feliz, al menos para mi padre cuando armó su equipo de trabajo. Yuri le hablaba de teoría de categorías aplicada, de haces y topos – mi padre no era matemático, pero sabía de la importancia de esos temas por conversaciones en la casa, por conferencias a las que iba y conversaciones que tenía con personas como Xavier Caicedo… y por su propia lectura de ensayos de Fernando Zalamea.

Luego Yuri siguió su carrera de lógico categórico, con su doctorado en Buenos Aires (bajo la dirección de Eduardo Dubuc) y conferencias sumamente interesantes en eventos en que lo encontraba.

Una vez me llamó para contarme que estaba de vicerrector de la Universidad de Cundinamarca, viviendo en Fusagasugá por un tiempo, y que quería que hiciéramos convenios con la Universidad Nacional en Bogotá. Llegó a un restaurante vestido con traje de vicerrector, con chofer oficial, y hablamos un buen rato sobre el convenio posible… y sobre mil temas más (lógica categórica, haces, topos, sociedad, arte – sobre nuestros maestros locales Xavier Caicedo y Fernando Zalamea, sobre mil temas). El convenio creo que salió (luego pasó a manos de las oficinas que hacen esos convenios), pero lo más importante era que nuestra antigua amistad insegura y titubeante de estudiantes de pregrado se había transformado, muy en el espíritu de un gran haz, a través de nuestros pasos respectivos por Buenos Aires y Jerusalén, en otra amistad muy distinta. Entre el flamante vicerrector lleno de ideas, siempre guiado por esa felicidad con la que andaba, y mi yo de ese momento.

Luego eventos, sobre todo el magnífico Festschrift Zalamea, y proyectos (qué tal día cuando vaya a Pereira tal cosa, que si cuando vuelva a Bogotá podemos tal otra cosa, que si hablamos con tal persona podríamos)… hasta que la semana pasada todo eso quedó suspendido de manera trágica.

Hacía poco lo había visto en sesiones de zoom de eventos; es casi irreal dentro de la irrealidad en la que vivimos desde marzo de 2020 saber que el covid acabó con esa vida, en este terrible junio de 2021.

En una sesión hermosísima que organizaron el domingo pasado sus amigos y colegas (en Pereira, Cali, Ibagué, Bogotá, Buenos Aires, …) alguien dijo en un momento dado algo muy fuerte:

El 8 de junio en Colombia tiene una historia muy ligada a la Universidad. Es el día del estudiante caído en Colombia. El 8 de junio de 1929 fue asesinado en Bogotá Gonzalo Bravo Pérez, estudiante de la Universidad Nacional, durante la marcha de protesta por la masacre de las bananeras. El 8 de junio de 1954 fue asesinado en Bogotá Uriel Gutiérrez, estudiante de la Universidad Nacional, durante la marcha en conmemoración de los hechos de 1929. [Y el 8 de junio de 1973 fue asesinado en Medellín Luis Fernando Barrientos, estudiante de la Universidad de Antioquia, en una marcha en conmemoración de los asesinatos anteriores.] Un hilo tan trágico atado a esa fecha se puede ver de manera positiva: ¡los nacidos el 8 de junio son eternos estudiantes!

Esas bellísimas palabras (creo que de un tío de Yuri, pero no recuerdo exactamente) durante el evento son muy justas. Creo que hay coincidencias bellas ahí. En muchos sentidos, Yuri sí que logró ser un estudiante toda su vida, una persona en transformación, un matemático con ideas profundas que a la vez sabía comunicarlas a gente muy distinta (un antiguo estudiante suyo de un curso de Álgebra Lineal para ingeniería me comentaba cómo Yuri lo motivó a decidirse por estudiar matemáticas). Su tesis de maestría con Fernando Zalamea y su tesis doctoral con Eduardo Dubuc fueron mojones importantes de ese camino. El recuerdo más hermoso es tal vez su alegría, la luz que llevaba con él (y que brillaba mucho cuando evocaba a sus hijas), la risa que compartió y tuve la fortuna de conocer desde el pregrado hasta la última vez que lo vi en este mundo.

Esta foto proviene de su twitter.

Yuri Alexander Poveda Quiñones (1968-2021)

El covid se llevó en menos de un mes a dos personas que parecían ser muy distintas, pero que además de esa fecha de nacimiento que compartíamos, tenían en común un optimismo impresionante y esa risa interna increíble. Ojalá quienes quedamos podamos estar a la altura de la confianza que personas como Rodrigo y Yuri nos comunicaron durante sus vidas.

shifting/blurring (Janus)

I made a personal (photographic) record of life in 2020, before March and after March. The “video” really consists of impressions, photos taken here and there, between January 1st and early December 2020. It does not offer a wide perspective, nor a reflection on the pandemic, nor anything of that sort. It rather explores the two-faceted aspects of this strange year, and (perhaps) the passage of time.

Here:

¿Por qué invertir tiempo (y dinero) en revivir idiomas? (según Zuckermann)

Parte de los frutos de la pandemia de 2020 en mi caso ha sido intentar poner (por primera vez en mi vida de manera seria) atención al idioma que se hablaba aquí en Chía (y en Bogotá, y en los dominios que van desde la región del Tequendama al sur, por toda la Sabana, hasta el límite norte más o menos en la región de Duitama): el muisca.

Indagando, noté que hay relativamente poco material, pero hay en todo caso acceso a un léxico de tamaño importante. El trabajo de María Stella González de Pérez en el Caro y Cuervo fue maravilloso y pareció inspirar de manera profunda a algunas personas. Stella murió hace poco más de un año, pero dejó la base de trabajos que en manos de Facundo Saravia (un profesor de idiomas originario de Argentina y discípulo de María Stella, que ha llevado a cabo desde hace una década un trabajo inmenso de construir un diccionario y cartillas de aprendizaje del myskkubun) han florecido de manera impresionante. He intentado leer y trabajar (en los breves resquicios de tiempo que me quedan) algo de esas maravillosas cartillas.

Hablando con Facundo en un taller que organizó hace un par de meses, terminé llegando a un libro sumamente interesante, del lingüista israelí Ghil`ad Zuckermann: Revivalistics.

Zuckermann ha sido director del programa de lingüística e idiomas en peligro en la Universidad de Adelaide en Australia. Formado en la Universidad Hebrea de Jerusalén y luego en Oxford, Zuckermann se ha dado a la tarea de revivir el idioma barngarla en el sur de Australia donde ahora vive.

En su libro, Zuckermann da primero un recuento muy detallado de cómo funcionó el revivir el “hebreo” (que da en llamar israelí para diferenciarlo del idioma hebreo bíblico o del hebreo mishnaico, y que en realidad, subraya de mil manera el autor, es un híbrido sumamente interesante y vital del idioma semita original con el yídish indoeuropeo). Para mí fue obviamente fascinante leer algunas cosas que ya sabía, otras que intuía, y otras que me hicieron abrir los ojos al fenómeno complejo y sorprendente del revivir del hebreo (me queda difícil seguir a Zuckermann y llamarlo el “idioma israelí”, tal vez por costumbre).

Parte de la indagación de Zuckermann va a la manera como se logró que funcionara finalmente ese revivir particular – y luego traspone sus experiencias como estudioso de un idioma esencialmente revivido hace 120 años… al problema de revivir un idioma que se dio por desaparecido hacia 1960.

Para quienes nos interesamos por la situación del muisca, y de la dificultad inmensa que hay al tratar de aprender (no adquirir) un idioma que dejó de ser hablado hacia el último tercio del siglo XVIII, la lectura de Zuckermann, tanto en su descripción de la revitalización del hebreo/israelí como en su programa de apoyar desde la Universidad de Adelaide (y en mucho trabajo con comunidades) el barngarla, es algo sumamente importante. ¡Agradezco a Facundo Saravia el haber guiado mi interés hacia Zuckermann!


Facundo me preguntó si podría yo hacer una síntesis de las estrategias que propone Zuckermann. Lo intento.

La sección 8.2 de su libro se llama Why Should We Invest Time and Money in Reviving Languages?

Empiezo por ahí. La primera razón, muy global, tiene un carácter de cuidado del mundo, de ecología cultural, muy interesante. Zuckermann cita a Nicholas Evans: you only hear what you listen for, and you only listen for what you are wondering about… just as the ‘biosphere’ is the totality of all species of life and all ecological links on earth, the logosphere is the whole realm of the world’s words, the languages they build, and the links between them. Zuckermann describe otro libro de 2010 (Dying Words) de Evans donde se examinan las miríadas de maneras como pueden diferir los idiomas, la información que contienen acerca del pasado remoto de sus hablantes, la interdependencia del lenguaje y el pensamiento, el entrelazamiento entre el lenguaje y la literatura oral.

Luego propone directamente Zuckermann:

  • Razones éticas: la mayoría de idiomas no mueren “porque sí”; la mayoría han sido destruidos (por los colonos en Australia, por la conquista y colonia española en estas tierras). Es un deber moral restituir los idiomas en la medida de nuestras posibilidades. El artículo 27 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (ICCPR por su sigla en inglés) consagra el derecho de usar su propio idioma a quienes pertenecen a minorías étnicas, religiosas o lingüísticas. De ahí se infiere, dicen Zuckermann, que cada persona tiene el derecho a expresarse en el lenguaje de sus ancestros. En el caso del muisca es sumamente complejo ese argumento, pero es obvio que hay razones muy fuertes para por un lado apoyar todos los esfuerzos de revitalización, y por otro lado ver como nosotros (muchos mestizos y con muy probable ancestro muisca, mezclado con muchos otros) podemos directamente reducir el impacto negativo brutal que tuvo para algunos de nuestros antepasados la supresión de su idioma.
  • Razones estéticas: da Zuckermann varios ejemplos (en idiomas aborígenes de Australia, en el idioma yaghan de la Tierra del Fuego, en persa antiguo, en rapa nui (de la Isla de Pascua) de conceptos distintos: uso de direcciones cardinales en lugar de “derecha/izquierda”, el mamihlapinatapai fueguino que se refiere a una mirada entrecruzada por dos personas cuando ambos quieren que el otro ofrezca algo que ambos quieren pero no son capaces de sugerir, el nakhur – camella que no da leche hasta que le cosquilleen la nariz, el tingo “sacar uno por uno los objetos de la casa de un amigo, pidiéndolos prestados, hasta que no quede nada”, etc. De lo poco que he aprendido de myskkubun, sé que el concepto de pyky (y muchas palabras derivadas) es a la vez “corazón” y “entendimiento”, “sabiduría”. (Curiosamente, el hebreo antiguo usaba lev también un poco en esa doble acepción…). Para mí esta razón estética debería ser suficiente.
  • Beneficios utilitarios: bienestar, salud mental, habilidades cognitivas … son tres categorías que, dice Zuckermann, están directamente ligadas al revivir un idioma. Cita varios estudios de las últimas dos décadas en esa dirección — y beneficios económicos derivados de una mayor auto-estima, para las sociedades involucradas. No es tan claro ese argumento para mí, pero sí me parece más o menos obvio que proyectos como revivir un idioma pueden aumentar el conocimiento de sí mismo. (Desafortunadamente, en manos de ciertos individuos, eso mismo se puede transformar en regionalismos/nacionalismos muy feos. Pero que ese peligro exista no implica que no se de importancia vital el trabajo en revivir idiomas como el muisca.)
  • Esquemas legales: como Zuckermann está directamente involucrado, junto con un grupo aparentemente creciente de personas de la comunidad que habla ahora en barngarla, en el revivir del idioma, han usado directamente apoyo legal en Australia. Esa parte del argumento me parece menos fácil de trasplantar, menos adaptable. Pero un corto párrafo me llama la atención: A quick change in government policy can damage the revival of Indigenous languages that has taken years to develop. Given the limitation of government policies, compensation schemes backed up by legislation will better protect the linguistic rights of Indigenous people. Cita también (de manera muy extensa) Zuckermann el trabajo con asociaciones de derechos humanos y aspectos legales específicos. Me queda difícil cernir de una gran cantidad de ejemplos lo que realmente sería relevante a un contexto local.

Cierra Zuckermann su libro con un breve capítulo (Our Ancestors Are Happy) sobre estudios y ejemplos de aumento de bienestar (mental, social) causado por el revivir un idioma. De nuevo, de la cantidad de información que da, hay que cernir. Pero queda algo común, capturado en algunas frases y ejemplos.

Me gusta mucho, por ejemplo, esta frase que cita de Alex Brown (aborigen australiano): “What scientists hold stock in is only what they can measure. But you can’t measure the mind or spirit. You can’t weigh it, you can’t deconstruct it. But only if we do will they see that Aboriginal people are spectators to the death of their culture, their lives… We watch as our culture dies. How are you going to measure that?”

Imagino a alguna tatara-tatarabuela mía hace un par de siglos viviendo y tratando de articular algo similar aquí en el altiplano cundiboyacense al ver su cultura muisca (o tal vez panche, o guane) destruida.

sobre el 9.9 bogotano

Hoy en clase de 9 am me quedó difícil empezar sin referirme de alguna manera a los eventos brutales y trágicos de anoche en Bogotá. En ese momento aún no había parte oficial, pero ya sabemos que fueron diez las personas asesinadas por balas de la policía, y más de cien los heridos.

Por balas.

De la policía.

No hay justificación de algo así, no hay nada que excuse a esos policías.

En clase algunos estudiantes plantearon la importancia de posiciones en contra de la violencia. Y estoy de acuerdo con ellos en la idea de no-violencia; sin embargo, es imposible ante lo de ayer callar. Es imposible aceptar que personas en quienes la sociedad ha confiado armas para que nos protejan terminen atacándonos. Y sobre todo, es imposible equiparar. La situación es totalmente asimétrica entre la policía y la ciudadanía. El minuto de silencio por las víctimas, en clase, fue un gesto muy pequeño, tal vez, pero era lo absoluto mínimo que se podía hacer por respeto hacia ellos (y finalmente, hacia nosotros mismos).


Mi amigo en twitter Juan Rafael Martínez Galarza, astrónomo en Harvard, escribió un post (público) en su página de facebook. Me parece muy apropiado para ir apuntalando conceptualmente nuestro entendimiento de lo que está ocurriendo. He aquí el post de Juan Rafael:

Desde el punto de vista moral hay una gran diferencia entre quien actúa con violencia movido por la indignación de haber sido despojado y maltratado, y quien actúa con violencia en flagrante abuso de poder. Que los dos merezcan sanción no significa que sean equiparables. Por eso creo que esos llamados ecuánimes a rechazar toda violencia son injustos, violentos ellos mismos, ciegos, carentes de solidaridad, interesados. Estamos en una situación en que un cuerpo armado del estado ha asesinado ciudadanos. No podemos caer en el facilismo de imponer a quienes reaccionan a esa violencia oficial (gente que por lo general la ha soportado antes) el mismo grado de culpa. Deseo justicia, deseo también el cese de la violencia. Pero eso empieza por aceptar que hay un desbalance entre quienes hacen uso de la fuerza oficial y quienes usan la violencia para resistirla. Aceptar ese desbalance no es proponer impunidad para los últimos, sino justicia. Para muchos eso parece ser fácil de entender cuando se trata de solidarizarse con víctimas de violencia racial en USA pero dificilísimo cuando se trata de solidarizarse con víctimas de una violencia social igual de longeva y de profunda, como la que hay en Colombia. A propósito: el vínculo ideológico entre los policías rasos en EEUU con esos valores racistas que defienden (y que los han protegido) es mucho más profundo que el que une a los policías rasos de Colombia con unas estructuras de poder que también a ellos les han fallado. Pilas.

A las fuerzas del extremo centro preocupadas por cómo esto puede impulsar a Petro les doy un consejo: ¿quieren eso votos? Pónganse del lado e la ciudadanía. Dejen de equiparar los crímenes de estado con la reacción legítima de una población ya bastante golpeada por la miseria y la injusticia. A la gente, más allá de su pasado guerrillero y del sofisma del castrochavismo, le atrae la idea de que Petro esté de su lado. Hay maneras de ponerse del lado de la ciudadanía sin caer en prácticas populistas. Háganlo, y gánense los votos, incluido el mío, en lugar de lamentar daños materiales ante la sangre derramada. Pero si estar en el centro significa no tomar partido en una situación tan clara de injusticia social, entonces al menos acepten su responsabilidad en el ascenso de personajes populistas y no pretendan que Petro es popular por arte de magia. Por mi parte, si en 2022 de nuevo tengo que escoger entre Petro, a quien las riendas del establecimiento tendrán de todas maneras bastante limitado, y esta cofradía ruin de sátrapas insensibles que es el uribismo, pues mi decisión está clarísima desde ya, como lo estuvo en 2018. Ojalá no sea el caso.

Juan Rafael Martínez Galarza, en facebook.

Ver esta lista (incompleta) es algo muy fuerte:

  • Javier Ordóñez, 44 años. Asesinado en Villa Luz por la policía el 8.9.20.
  • Julieth Ramírez, 18 años. Asesinada en Suba por la policía el 9.9.20.
  • Jaider Fonseca, 17 años. Asesinado en Verbenal por la policía el 9.9.20.
  • Germán Smith Puentes, 25 años. Asesinado en Suba por la policía el 9.9.20.
  • Julian Mauricio González, 27 años. Asesinado en Kennedy por la policía el 9.9.20.
  • Andrés Rodríguez. Asesinado por la policía el 9.9.20.
  • Angie Paola Vaquero, 19 años. Asesinada por la policía el 9.9.20.
  • Cristian Hurtado Menecé, 27 años. Asesinado por la policía en Soacha el 9.9.20.

Valéry, y la mirada a las cosas

Un regard charitable

Que de choses tu n’as même pas vues, dans cette rue où tu passes six fois le jour, dans ta chambre où tu vis tant d’heures par jour. Regarde l’angle que fait cette arête de meuble, avec le plan de la vitre. Il faut le reprendre au quelconque, au visible non vu — le sauver — lui donner ce que tu donnes par imitation, par insuffisance de ta sensibilité, au moindre paysage sublime, coucher de soleil, tempête marine, ou à quelque œuvre de musée. Ce sont là des regards tout faits. Mais donne à ce pauvre, à ce coin, à cette heure et choses insipides, et tu seras récompensé au centuple.

Paul Valéry – Mélange (Instants) – p. 383 ed. Pléiade

Va una traducción al vuelo del pasaje valeriano:

Una mirada caritativa

Cuántas cosas has dejado de ver, en esta calle por la que pasas seis veces diarias, en tu cuarto donde vives tantas horas cada día. Mira el ángulo que forma este borde de mueble con el plano del vidrio. Hay que arrancárselo a lo banal, a lo visible no visto — salvarlo — darle aquello que das por imitación, por insuficiencia de tu sensibilidad, al mínimo paisaje sublime, atardecer, tempestad marina u obra cualquiera en un museo. Esas son miradas ya trilladas. En cambio, dale a ese pobre, a ese rincón, a esta hora y estas cosas insípidas, y serás recompensado cien veces.

texture of life

Boiling milk, making arepas for Easter Breakfast with Roman and Wanda, making cream cheese, baking a (small!) chocolate cake, grinding pork rinds, chopping onions, sharing our breakfast on zoom with Roman and Wanda, watching Abdul walk into the playful light, escaping into the shadows of the garden, participating in an art event hosted by Miri Segal (on zoom, of course) in Tel Aviv, collecting fruit, watching organic-looking patterns on the drying (recycled and washed) plastic bags, watching time slip by, talking to a friend on zoom…

What else is there?

Amaneceres

Todo esto ha cambiado fuertemente nuestro horario de sueño. Mucho más temprano todo: colapso nocturno, despertar. Abdul siempre nos despierta a las 4:30 o 5:00, pero ahora es mucho más común no limitarme a darle la comida a esa hora sino despertar y mirar el amanecer.

Se convierte todo en un tema de percibir luz, hojas frecuentemente trémulas, ires y venires de especies de aves, saltos de frecuencia vitales, sombras extendidas y refractadas, tálamos mentales y sueños esparcidos.

Y ese momento de dolor compartido al despertar – y preguntarse por un segundo a dónde va todo esto – antes de arrancar un nuevo día de cursos en zoom o meet, de escrituras al viento, de seminarios online, de intento de guiar a quienes tal vez ya se saben guiar, e intentos de andar hacia adelante a pesar de la sensación brutal de ausencia de futuro (o de peligro en este).

Notas de voces internas (como las de ich ruf zu dir, Herr Jesu Christ, BWV 639) parecen dar claves…

at this point …

… too much writing, too much wringing, too many possibilities these days …


Perhaps the young ones will know in their skin they can actually stop the world if need be! (I heard this on a zoom cocktail party with colleagues. I agree. I hope.)


Best understatement so far: Ayhan’s message.


Some images of our complete exhaustion (from confinement, from repetition, from …):

frases de otros (y cambios de rumbo)

Frases simples, soltadas al vuelo por alguien en medio de alguna conversación, que terminan teniendo un impacto totalmente fuera de proporción con la carga energética aparente. (Frases que vistas a posteriori parecen haber sido la chispa detonante de un proceso que luego fue enorme – frases al viento que podemos de alguna manera responsabilizar de giros fuertes de la vida.)

Hoy recordaba algunas de esas frases:

Javier: “you know, you should really try getting yourself a real camera – there’s tons of things you could do that you just cannot even see now…

Boris: “You seem to have what’s needed to get to a model-theoretic analysis of rigged Hilbert spaces, of Gelfand triples…

Algún lugar de mi mente: “Esto es lo que quiero hacer a partir de ahora.”


Nueva York, junio de 2010. Andando por la calle con Ayhan y Javier, en cualquier lugar de Midtown. Ayhan ya ha tomado algunas fotos de sombras memorables. Intento tomar fotos con alguna camarita digital de esas que duraban un par de años y eran reemplazadas por algo levemente mejor. Me dice en un momento dado Javier: you know, you should really try getting yourself a real camera – there’s tons of things you could do that you just cannot even see now.

Tan solo un par de días después, el último día en Nueva York, andábamos con Ayhan por la calle y vi que vendían la Olympus Pen_I 4/3. La compré – hasta un par de días antes no tenía la intención.

Javier tenía toda la razón. La fotografía no solo me permitió “hacer montones de cosas”. Se convirtió en parte de mi razón de vivir, en extensión de mi ser. Y recuerdo con frecuencia esa frase de Javier.


Utrecht, octubre de 2007. Caminando con Boris Zilber en la noche lluviosa y fría, después de la cena de un congreso. Hasta entonces me parecía fascinante lo que hacía Boris, pero a la vez remoto y medio incomprensible. Le pregunto algo sobre su charla. Habla durante más de dos horas. Caminamos, atravesamos canales, pasamos por calles comerciales estrechas. Me pregunta después de hablar y hablar él (y yo feliz escuchando): And you, what you been doing? Bueno, pero no es ésa la frase importante. Al empezar a describir un trabajo en lógica continua que estábamos haciendo en Helsinki con Hyttinen en esa época en un momento dado me interrumpe: You seem to have what’s needed to get to a model-theoretic analysis of rigged Hilbert spaces, of Gelfand triples… Aunque a posteriori era claro eso, esa frase simple (yo no sabía qué eran las dichosas triplas de Gelfand al hablar con él) terminó marcando un giro muy profundo en toda mi investigación. Llegué de regreso a Helsinki muy trastornado y excitado. Era el final de un año sabático y una simple frase de Zilber implicaba repensar absolutamente todo… Y así ha sido a partir de ahí. Esa frase de Boris marca un corte tajante en el tiempo para mí.


Tren de Tel Aviv a Akko, noviembre de 1997. Íbamos con María Clara hacia Akko en el norte de Israel, en el tramo corto después de Haifa, a pasar un fin de semana. Entre apuntes matemáticos repletos de teoría combinatoria de conjuntos y el libro viejo de Baldwin de teoría de la estabilidad una frase se labró camino por mi mente: Esto es lo que quiero hacer a partir de ahora. Recuerdo mucho la luz en el tren (el gris azulado del otoño mediterráneo), la expectativa de llegar a la ciudad árabe. Y la frase, contundente, emanada de alguna parte de mi mente que yo no podía controlar.


 

tu lomo condesciende…

… a la amorosa caricia de mi mano

(Borges, A un gato)

La adopción de Abdul (o Abdul Abedul Jatul Torricelli alias Confite) sucedió como entre un sueño. Muy simple: venía María Clara de la Universidad una tarde y me llamó desde el M86. Quedamos de encontrarnos (para caminar un rato luego) en el Cat-Café de la 61 con Sexta. Mientras esperaba a que llegara María Clara me puse a saludar a los gatos. Uno de esos estaba muy simpático – ligeramente “gaminesco” (no sé si en Bogotá todavía existe recuerdo de la palabra “gamín”), muy dulce y a la vez con cierta aspereza que me encantó). Cuando llegó MC, fuimos a verlo de nuevo – y como quien no quiere la cosa un par de semanas después ya estaba aquí el gato.

En los lugares de adopción de gatos hay que llenar papeles, mostrar que uno “sabe en qué se está metiendo” y que el gato no es un capricho del momento. En ese lugar realmente nos dieron mucha información y sobre todo nos transmitieron mucho cariño hacia ese gato que llamaban de otra manera antes.

Aparentemente vivía en un parqueadero. Aparentemente tiene poco más de un año. Aparentemente lo maltrataba alguien en ese parqueadero y otra persona se dio cuenta de que lo habían tratado de envenenar y decidió rescatarlo. Aparentemente … el Cat-Café lo rescató, vacunó, castró, examinó, etc.

En realidad no sabemos nada de ese antes de un año (más o menos) de Abdul. Todo es “nos dijeron que…”, “aparentemente…”.

Tampoco se llamaba Abdul pero el nombre que le daban provisionalmente en el lugar de adopción no nos sonaba a como se veía el gato – dimos mil vueltas y finalmente el Abdul Bashur de Mutis nos hizo aterrizar el nombre y escoger Abdul. Sí, se veía como algún levantino, como el personaje de Mutis (de origen incierto como los levantinos; fenicios, hebreos, filisteos, babilonios, griegos – origen incierto como nuestro Abdul). “Abedul” es su nombre cuando decide ponerse muy dulce. “Abdul Jatul” cuando está juguetón. “Torricelli” es el nombre que MC usa para recriminarle algo “Abdul Torricelli, ahí no se puede subir…”. (Lo de Torricelli es por la hidráulica del distribuidor de agua, obviamente…) Lo de Confite (alias) es por María Elena Walsh.

Ahí está ya desde hace unas cinco semanas. Siempre me da la impresión de que acaba de llegar aquí. Nos ha hecho conocer miles de rincones de nuestro propio apartamento – rincones que ni en mil años habríamos descubierto ni sospechado. No sabemos cómo logra esconderse y aparecer como teletrasportado – parece conocer mil veces mejor el apartamento que nosotros, después de unas pocas semanas.

Y en realidad yo aún no entiendo cómo tomamos la decisión tan rápido. Claro, hubo vaivenes (que si esto, que si los viajes, que si lo otro, que si el balcón, que …). Pero llegó rápido, y ha sido un nuevo ser aquí, infinitamente divertido (y caprichoso y … desordenado y …). Ahí está (en este momento en carreras infinitas por el corredor, persiguiendo algo)…

 

 

Warsaw: a perennial box of surprises?

I did expect some grimness – and there is, of course, plenty of it. Consider the area around the Palace of Culture and Science, and the huge empty space around the building itself.

I also expected interesting cemeteries, having read Rutu Modan’s The Property and also having seen many interesting photographs by Roman and Wanda taken on November 1st. The visit to Cmentarz Powązkowski (Powązki Cemetery) on my first day there, a Sunday, was great. Those Polish red lanterns by the tombs, next to elaborate and lovingly kept altars.

It was unfortunately impossible to visit the Jewish Cemetery – it was closed to the public during the Passover holiday.


What I did not expect was the dimension of the parks – they are enormous, with old trees and plenty of water (apparently diverted from the Vistula River in the 17th Century by some Italian architects – or Polish architects with Italian training – for the Royal Palaces), their playfulness, their utter “Romanticism” (for lack of a better word; although of course they predate the idea of Romanticism itself by more than a century). Among the most beautiful urban parks I have ever seen, anywhere. The Royal parks of Warsaw, south of the center, are marvelous public spaces.

What I also did not necessarily expect was the good quality of food. This is something new. For decades, food in Poland had a particularly bad reputation. Even in 2009, when I was in Poland (not in Warsaw), food was ok – there were some good things but nothing prepared me for this explosion of fresh ingredients, of interesting and clever preparations, for the way food is presented. What was more surprising to me was how good “normal daily food” seemed to be, at least in the area where I stayed (a rather well-to-do part of the city, yes). The way they prepared their daily lunches seemed naturally good, not pretentious at all.


An area I did expect – from having read plenty of material about the post-WWII reconstruction – was a well-redone Old City. It is there, indeed – surprisingly well-done. One may enter from a tram station through an automatic staircase. That in itself is a bit surprising and announcing the fact that the Old City is made in the 1950’s based on etchings and paintings from the 16th, 17th, 18th and 19th centuries – with the original building techniques and materials.


Another big surprise was the area of the old buildings of the University. There I could not really know whether they are old or reconstructed — very-well — but I was very positively surprised by those buildings, public spaces, auditoriums. I cannot really place why at some point they almost seemed too well-kept, too renovated for a public university. Certainly in much better shape than most public universities (in New York, in Paris, in Barcelona, in Bogotá, in Buenos Aires, in Jerusalem)… Is this something new in Warsaw? Or is it something specific to Poland, the way people seem to keep in excellent shape those buildings? I felt surprised… in a positive way, but there is something unexplained there (to me).


And then again, recent history. And the ghetto, the ghetto’s absence. Now residential buildings from the 1950s or 60s, wide avenues where the lively (and dense, and ragbag) ghetto used to be. Wide boulevards where there must have been cobblers, klezmer musicians, small shops of all kinds of bric-à-brac, a whole life that completely disappeared.

That was very painful, when in a smooth tramway (the smoothness and easiness of Warsaw’s public transit system was yet another very good thing) we glided through the wide boulevards – empty on Sunday – and Roman told me “here was the ghetto”. I asked, “what do you mean, here?”. He said, “here”. I felt pain to see the nothingness that has replaced it. I fell silent for a while. As the smooth tramway ride left the area I realized how suffocating it is to go through a nothingness where between 1939 and 1943 a brutal, utter disaster happened.

I asked Roman whether something like the Berlin “stumbling blocks” (Stolpersteine) – those little pieces of pavement where the names of people who lived there and were killed or deported to the camps are engraved, sticking out a bit to make people “stumble” and remember – had been done there, in the Warsaw ghetto. He said “no… but maybe it should be done”.


At the Cmentarz Powązkowski


Those amazing parks of Warsaw


Eating in Warsaw (café food, not fancy places)


Stairway to… the Old City


The University of Warsaw (older area)


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Wide boulevards – not quite the ghetto area, but this is roughly how it looks now…

 

Fajardo en la UN – algo está cambiando

Hay hechos del mundo que significan tal vez más cuando se ven en contexto global, a la luz de muchos años o incluso de una época entera, que por los detalles mismos. Que de alguna manera parecen desafiar de manera sencilla y desparpajada la tozuda realidad, y que hacen que la terquedad de años, siglos de escuchar que no se puede tal cosa, no se hace así, no se dice asá, que no se pasa por aquí, que su color de piel, su país de origen, su origen social implican que tal cosa no sucede… y un día nos despertamos y vemos que se podía, sí se podía, y no solo sí se podía sino que era completamente ridícula y absurda la anterior negación.

Hoy fue Sergio Fajardo, el candidato presidencial, a la Universidad Nacional de Colombia. El hecho mismo no tendría nada de raro si el país no fuera Colombia, si la universidad no fuera La Nacional. Visitas de candidatos a otras universidades han sucedido siempre, y sucedían en La Nacional también antes de los años 70. Pero la visita de un candidato a la presidencia de Colombia a la universidad más emblemática del país, en su campus principal, es algo que durante mucho tiempo no sucedía – o que si sucedía no sucedía como esa visita de Fajardo a la Nacional hoy.

Más allá de lo que dijeron (o cantaron – debió ser muy bonita la introducción con el bambuco Mi País cantado por una estudiante del conservatorio), más allá de las frases de Fajardo sobre su plan como presidente o del recuento de Robledo de su paso como profesor por la Nacional en Manizales o de la historia de la Alianza, más allá de todo eso, estaba el hecho simple y puro de tener ese grupo grande de estudiantes sentados en la plazoleta del C&T, colgados como racimos de las escaleras viendo al candidato, escuchando, aplaudiendo o chiflando.

[Recuerdo mucho la imposibilidad (afortunadamente no real) de eventos similares, hace tan solo quince o veinte años, durante otras campañas. Ni siquiera las campañas a la rectoría podían convocar un público como el de hoy – grupos de choque minoritarios pero muy brutales se tomaban entonces la vocería de “los estudiantes”, de toda la comunidad universitaria.]

Ese cambio en la Universidad Nacional me conmueve. Me impresiona. Me parece que refleja un cambio del país. Ojalá.

ADDENDA: Me pareció también que (¡por fin!) Sergio está encontrando su propia voz en esta campaña. Después de tantas semanas, tantos meses de verlo desubicado y sin voz propia, con respuestas truncas y demasiadas sonrisas, después de ese desespero de varios de quienes conocimos al Sergio profesor y matemático en los años 80 y 90 ante la ausencia de voz del candidato Fajardo, fue tal vez hoy, en la Universidad Nacional, que empezó a sonar su voz real. Una frase lo reveló: Sergio dijo que los estudiantes de la Nacional tienen seriedad y rigor. Y tiene razón. No podrían estar ahí si no tuvieran cierto grado de seriedad y rigor, y ciertamente no podrían mantenerse en muchos de los cursos que damos. Me parece que Sergio habló distinto ahí – con una voz que finalmente sonó. Espero no estar pensando con el deseo al creer que si finalmente Sergio logra llegar a la segunda vuelta, será en gran parte gracias a su voz recobrada en ese lugar tan emblemático.

ADDENDA 2: Su argumento final, sobre Pisa, Matemática y Educación Superior, es retóricamente muy bueno, en la Universidad. Ante un grupo grande de estudiantes, Sergio Fajardo se está comprometiendo a aumentar, priorizar los recursos para la educación superior pública en Colombia. Eso es nuevo.

“Nuestro gran reto es el fortalecimiento de la educación superior pública en Colombia.” Sergio Fajardo. También: “El programa Ser Pilo Paga no va a continuar.” Sergio Fajardo, en la Universidad Nacional.

¡Aplauso muy fuerte de los estudiantes (y mío)!

ADDENDA 3: estaba perdiendo impulso al hablar de corrupción (sí, estamos de acuerdo, pero ¿por qué suena tan “otra voz”, por qué pierde impulso Sergio al hablar de ese tema?) – sin embargo, retoma con el tema de la Reserva Thomas van der Hammen – y de nuevo suena su voz. Qué difícil.

 

 

 

An interview

… art of introspection …

… how do you look at yourself? … what grammar is there for that, besides Freud?

Proust: the best company you could ever have…

He doesn’t tell you anything you didn’t already know – … you rediscover something you already knew… never quite formulated, never grasped

Proust and teenage boys (reading him)… – after all, it’s about them!

Aciman, on Proust


Listening to Andre Aciman being interviewed by Christopher Lydon – on his novel Call Me By Your Name now famous because of the movie, the way he intended to capture how two people fall in love with inhibitions, how time passes, ebbing slowly, the way reticence and expectation play a central role – was a magnificent way to spend the past hour. In the interview, Aciman slowly describes way his own growing up in Alexandria in a family that was so similar to Elio’s parents, to their openness and support, their careful permissiveness – the way he is trying to provide a sense of how our own knowledge of ourselves unfolds at moments when we go from nothingness to absolute obsession with another person.

He mentions something that is intriguing: he ended up writing a story about the love of two men, one of them 17 years old, the other one 24 – and perhaps this gay perspective happened to give the novel a sort of internal timing that would have been very different had it been a story between a 17 year-old boy and a 24-year old woman (Aciman says he himself as a teenager had many girlfriends who were much older than he was – he seems to have very fond memories of his own infatuation for much older women – he says “it was just perfect” and he certainly communicates a longing many of us may relate to). However, the sort of reticence, of slow unfolding, of inhibition, that seems so crucial in the novel (and is so beautifully captured in the movie) was probably more natural because of being a love story between two men.

There is also the age question – Aciman says “look, I never think about such things; as a 14-year old I was in love with women in their 20s”. In the movie the difference in age is there, but also a fundamental respect of the differences of age. The 24-year old student, much more experienced in life than the 17-year old Elio, responds extremely carefully to his infatuation.

Alexandria (and formerly Istanbul) figures in the background. His father’s attitude, his boldness and at the same time his carefulness in dealing with people, the openness and fluidity of the general sexual conduct in that city – all that is an essential part of Aciman’s background, of his sophistication and attention to human variations.

I particularly appreciate Aciman’s reluctance to allow other people to label him, to classify him as “L”, “G”, “B”, “T”, “S” or whatever. He describes how in many ways people seem now to be rediscovering something that was already there all the way along, in places like the Alexandria of his early youth before exile, in families like his: he says the labelling is just “not enough” for him, for his novel. He calls upon the richness, the incredible variety of our human experience, and how our time has the paradox that people are on the one hand very open about their sexuality and at the same time brutally constraining – allowing the world to divide them in what in the realm of food would be pescatorians, vegans, etc. – losing so much in the process.

The interview lands a few times on Aciman’s loving description of his own father, whose boldness combined with extreme tactfulness inspires the father figure in the movie. His father’s attention to the shape of an ankle or a shoe of a woman passing by on the street, his incredibly sensitive approach to life.

Few interviews manage this sort of empathy between the subject matter, the writer being interviewed and the general tone.

Another intriguing point: Aciman describes how he was stuck for a summer in New York wanting to be in Italy, stuck writing another novel – when he imagined the house, the place – and somehow himself being there and also arriving to the house. Both Elio and the American visitor Oliver seem to be reflections of Aciman’s own persona. In this sense the game of reflections of love between a man and … himself – himself through a different lens, at a different time seems to explain part of Aciman’s own taking up writing the novel, and then the urgency of the writing (apparently it only took him three months or so to finish!).

Here, some pictures of today’s afternoon in Chía – rain, the neighbor’s dog Amapola, the curtain.

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likes / diarios / hoy

Javier en “menos” describe de manera un poco elíptica cierta preocupación con el modo que ahora muchos tenemos de hablar como dirigiéndonos a un público amplio, magnificado, así sea acerca de temas personales. Modo que ha cundido en nuestra época de twitter y facebook e instagram. Arturo escenifica muy bien a una persona en un avión que habla sobre un tema cualquiera pero de verdad está pidiendo tácitamente la aprobación de sus vecinos. Una persona sedienta de likes, pero atrapada en un lugar de paso. Y yo sigo algunos blogs, de vez en cuando, blogs que ya no tienen comentarios (como este) o que cuando comento no reciben respuesta.

Atrás quedó esa época de blogs con listas larguísimas de comentarios cruzados como espadas en contienda, con sesudísimos análisis (de los análisis) de los comentarios anteriores. Los blogs de hoy son meditaciones personales que quien escribe sabe que no serán leídas, bengalas lanzadas en una selva en la que estamos cada vez más aislados. No hay respuesta casi nunca – si la hay suele suceder en twitter o en fb más que en el blog mismo – la mayoría de las veces es un simple like al enlace al blog y muy de vez en cuando hay alguna respuesta real dentro del blog.

Así está bien – no tiene sentido pelear con eso. Igual son métodos de comunicación todos tan nuevos que es natural que evolucionen muy rápido. Un poco como cuando va a un museo de incunables y ve lo rápido que cambiaba el uso de las tipografías o manejo de pentagramas, la manera como aparecen las líneas musicales convertidas en líneas entrecortadas durante unos años.

Pero hay un punto que sí me parece importante defender de los blogs actuales: ahora que (prácticamente) nadie los lee, tienen la oportunidad fabulosa de convertirse en algo más similar a un diario íntimo, a un lugar de pensamiento sin respuesta o por lo menos sin respuesta inmediata.

El diario originalmente era para hablar consigo mismo, para dudar y experimentar formalmente (si a uno se le daba la gana), para escribir chambonadas y sueños y babosadas y eyaculaciones y dudas y errores y atisbos. Eran ropa sucia con olor a lo sudado, eran despertares bochornosos después de sueños que dejaban perplejo al escritor, eran trozos de belleza muy frágil o de rabia muy inexpresable – rabia contra sí mismo, contra el jefe o el vecino o los desconocidos en el tren o – y muchas veces simples expresiones de cosas que quien escribía el diario iba viviendo. Era gente que tenía sexo sin querer tenerlo y lo consignaba, o gente que soñaba que sus enemigos lo partían y se asustaba, o gente que leía alguna demostración y se lo contaba a sí mismo. Era gente que viajaba y vivía experiencias – algunas de bitácora pública y otras de diario privado.

Nuestros blogs no son eso (a menos que uno tenga uno cerrado al público, pero aún así si está en la red está expuesto a que alguien lo vuelva público en cualquier momento). Como nadie los lee – o por lo menos nadie los comenta – algunos empiezan a tener un tono más íntimo, ligeramente más cercano al diario – ciertamente poco afectados por ese tema de pedir likes como si uno fuera un payaso, como somos todos en twitter y facebook. Pero a la vez no tienen la libertad infinita del diario, la no existencia del otro, del confín, del límite. Todavía nos vemos limitados por nuestros pocos lectores, así estos no vayan por el mundo lanzando opiniones, así no se amplifique hasta la China cualquier comentario que hace uno como sucede en twitter o facebook.

 

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