Cuando un acto lo deja a uno perplejo, cuando una situación escapa a interpretaciones usuales, suele ser útil ir a la etimología. Más aún que el diccionario, la etimología suele revelar conexiones inesperadas y traslapes/traslaciones de significado mucho más ricas que los significados que están a la vista en nuestra miopía usual.
Eso pasó cuando fuimos al espacio Fragmentos recién inaugurado, hace casi tres años. De alguna manera había algo que no lograba yo capturar muy plenamente. La etimología de la palabra fragmento me ayudó a mí a entender de otra manera el significado brutal de ese espacio.
En estos días ha ocurrido (de nuevo) un fenómeno que se ha vuelto recurrente en nuestra época de redes sociales que capturan de manera inmediata, al vuelo, lo que va ocurriendo, y amplifican trozos del tiempo de maneras que a veces pueden asustar mucho a quienes fueron los gestores iniciales de dichos trozos amplificados. (En algunas mentes tal vez ingenuas esa amplificación descontrolada de frases o caras fotografiadas o momentos filmados marca el apogeo de la decadencia cultural; habría que preguntarse qué genera en ellos [sí, casi casi siempre son ellos y no ellas, casi casi siempre son señores blancos con heredada posición social, casi casi siempre son personas que desde cuna se acostumbraron a controlar a otras personas, a los «medios», y hoy entonan ese ronco y destemplado canto de cisne que no invita a ninguna compasión con ellos] ese miedo.)
El fenómeno que ha ocurrido tiene que ver con respuestas dadas al vuelo por políticos, con responsabilidad o falta de esta, y con su amplificación.
Dos ejemplos aquí, uno de hace ya tres años, durante la campaña presidencial pasada, el otro de ayer, al inicio del proceso electoral de 2022 en Colombia.
- El 8 de junio de 2018, el entonces candidato Sergio Fajardo escribió un trino en el que anunciaba irse a «ver ballenas». Esto sucedió entre la primera y segunda vueltas de la campaña. Fajardo resultó tercero en la primera vuelta, y tomó la decisión de no apoyar explícitamente a ninguno de los dos candidatos que disputaron la segunda vuelta. Pero el tema de fondo que quiero señalar aquí no es esa decisión. Es la frase ir a ver ballenas. Por alguna razón, esa frase quedó fija en el imaginario colombiano, y desde hace más de tres años es recordada por muchas personas, desde opositores políticos de Fajardo hasta gente que sin saber muy bien el origen usa irse a ver ballenas como una respuesta que encapsula el abandonar un proceso en el medio. Un soltar la responsabilidad – un capitán que abandona el barco.
- El 30 de agosto de 2021, ayer, el candidato actual Alejandro Gaviria alegó estar con sueño y cansado como justificación de una sorprendente entrevista que dio a los medios en la mañana del mismo día. De nuevo, interesan poco aquí los pormenores de esa entrevista (un apoyo a un economista de ética dudosa y políticamente muy problemático). Me interesa la cuasi-ingenuidad de la respuesta de Gaviria. Estar con sueño y cansado es algo que nos sucede a todos los seres humanos, por lo menos una vez al día. Aceptarlo llanamente muchas veces es la mejor explicación posible para no hacer algo que otros quieren que uno haga, o sencillamente justificar alguna respuesta. Pero a veces no: jamás aceptaríamos de un piloto que nos justifique un error de aviación (si llega a sobrevivir) con un estaba con sueño y cansado. No lo aceptamos ni siquiera de un conductor de auto. Algo tan humano y tan común puede ser inaceptable en muchísimos casos. En un político como Gaviria está al borde de lo inaceptable.
Ambas son respuestas plausibles. Otra de esas respuestas (busque en google, dada por Fajardo durante su campaña de 2018) es, de nuevo, algo que muchos hemos dicho mil veces y seguramente diremos muchas más. Para nadie es un secreto que la mayoría de datos están ahí, en la red (a veces un poco más lejos que donde llega google, pero eso es otro tema), y que lanzar preguntas o tener que responder a cuestiones fácticas no es algo que nos guste particularmente a quienes trabajamos primordialmente con el intelecto.
Saber algo muchas veces es tener una idea, una imagen, pero no necesariamente los detalles, aunque sí saber reconstruirlos. Muchos teoremas que conozco bien, incluso teoremas que yo mismo he demostrado, a veces tienen detalles que no recuerdo y que me toca ir a verificar en el artículo o en mis notas o (incluso a veces) en google. Y si un estudiante o colega me pregunta cómo se demuestra tal cosa, dependiendo de lo que sea, mi respuesta puede variar entre dar una idea general, o decir «busquemos en el ArXiV», o decir «espere le pregunto a Misha o a Tapani», pues sé que hay un detalle clave que ellos saben y no está en los artículos, o (si el teorema es más remoto) decir «ni idea; pregúntele a Fulana que sí sabe». Incluso sucede con frecuencia que después de dada mi respuesta, unos días después me asalte una duda y escriba yo un mensaje a quien preguntó «mejor ensaye tal camino que le permite evitar tal trozo engorroso de la otra idea».
Al responder nos tomamos los académicos el tiempo de pensar, y muchas veces preferimos la respuesta honesta incompleta a una «respuesta» rápida pero deshonesta y supuestamente completa. Aprendemos a desconfiar instintivamente de respuestas demasiado inmediatas – esas las dejamos para otra gente, para quienes gustan de programas tipo Quién quiere ser millonario. Desde nuestra más temprana formación nos han inculcado nuestros mejores maestros el valor enorme de la duda y el cuestionamiento, y nos encargamos de re-instilar esa duda en nuestros mejores estudiantes.
Pero la respuesta que da un político (o la de un piloto, o incluso la nuestra al manejar un carro o salir a la calle en un lugar atestado de gente) es otra cosa. Me preguntaba yo qué pasa con respuestas como las de los ejemplos de Fajardo y Gaviria, por qué generan tanta inconformidad y desazón, por qué terminan siendo replicadas, aumentadas, avvilite e calpestate, por tantos trinos y voces. Por qué la respuesta perfectamente legítima en clase de teoría de modelos se puede volver absolutamente absurda durante una entrevista o en un debate electoral – así como la rapidez necesaria al pegar un timonazo respuesta a alguien que se atraviesa mientras uno maneja un carro puede ser totalmente ridícula en una discusión académica seria.
Respuesta / responder viene de re- y spondere. El verbo spondere / spondeo en latín significa «comprometerse con algo», garantizar, hacer votos. De ahí provienen palabras como esponsales y esposo/esposa, y es clara la conexión con responsabilidad. El origen proto-indoeuropeo parece ser spondéyeti (hacer un ritual), de donde viene el griego antiguo σπένδω (hacer libaciones). La palabra inglesa sponsor proviene de ahí también: el patrocinador o garante de algún proceso.
Tal vez lo más bello de esa rama indoeuropea es su inicio en las libaciones y ofrendas. Uno no se puede dar el lujo de hacer mal las ofrendas a los dioses. Capítulos enteros de la historia de la humanidad han sido interpretados a lo largo de muchos milenios precisamente en términos de libaciones mal ofrecidas, de spondéyeti mal recibido.
En el mundo actual todo eso se juega de nuevo. El público que retuitea ad infinitum una «respuesta» mal dada, una percepción de no estar al frente del juego de la manera correcta (como el piloto que no está pendiente en el momento crucial) está jugando exactamente el mismo papel que el dios que decide recibir la oferta de Abel a expensas de la de Caín, o del dios griego ofendido por falta de responsabilidad percibida.
Al igual que el dios que no recibe ofrendas agrícolas (de Caín) y prefiere el jugoso y grasoso asado (de Abel), el público es muy injusto. Pero esa injusticia no quita a esos políticos (por muy académicos que hayan sido; el caso de Sergio Fajardo es el de alguien que hizo matemáticas a muy alto nivel) la obligación de responder dentro del juego en que se supone que están.
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