images de soi, d’une autre personne

« Je la voyais aux différentes années de ma vie occupant par rapport à moi des positions différentes qui me faisaient sentir la beauté des espaces interférés, ce long temps révolu, où j’étais resté sans la voir, et sur la diaphane profondeur desquels la rose personne que j’avais devant moi se modelait avec de mystérieuses ombres et un puissant relief. Il était dû, d’ailleurs, à la superposition non seulement des images successives qu’Albertine avait été pour moi, mais encore des grandes qualités d’intelligence et de cœur, des défauts de caractère, les uns et les autres insoupçonnés de moi, qu’Albertine, en une germination, une multiplication d’elle-même, une efflorescence charnue aux sombres couleurs, avait ajoutés à une nature jadis à peu près nulle, maintenant difficile à approfondir. Car les êtres, même ceux auxquels nous avons tant rêvé qu’ils ne nous semblaient qu’une image, une figure de Benozzo Gozzoli se détachant sur un fond verdâtre, et dont nous étions disposés à croire que les seules variations tenaient au point où nous étions placés pour les regarder, à la distance qui nous en éloignait, à l’éclairage, ces êtres-là, tandis qu’ils changent par rapport à nous, changent aussi en eux-mêmes ; et il y avait eu enrichissement, solidification et accroissement de volume dans la figure jadis simplement profilée sur la mer. Au reste, ce n’était pas seulement la mer à la fin de la journée qui vivait pour moi en Albertine, mais parfois l’assoupissement de la mer sur la grève par les nuits de clair de lune. »

Proust, La prisonnière (p. 572)

De la inmensa variedad y profusión de pasajes en À la recherche que tienen que ver con las capas del tiempo, con sus interacciones y dudas, sus superposiciones y transposiciones, sus sumideros y puntos de conexión, sus nexos y polos (su sistema dinámico, diríamos tal vez en matemáticas), este me parece condensar de manera muy poderosa el tiempo y las imágenes, su variación y su acción.

Lo traduzco (un poco al vuelo): «La veía ocupando con respecto a mí, en los distintos años de mi vida, posiciones distintas que me hacían sentir la belleza de los espacios interferidos, ese largo tiempo ido, en que me había quedado sin verla, y sobre cuya diáfana profundidad la rosa persona que tenía yo ante mí se perfilaba con sombras misteriosas y un poderoso relieve. Se debía, entre otras cosas, no solo a la superposición de las imágenes sucesivas que Albertine había sido para mí, sino también de las grandes cualidades de inteligencia y corazón, de los defectos de personalidad, unos y otros insospechados por mí, que Albertine, en una germinación, en una multiplicación de sí misma, una eflorescencia carnuda de colores oscuros, había agregado a una naturaleza antaño prácticamente nula, ahora difícil de volver más profunda. Pues los seres, aún aquellos en quienes hemos soñado tanto que no nos parecían más que una imagen, una figura de Benozzo Gozzoli que se destaca sobre un fondo verdoso, y de los cuales estábamos dispuestos a creer que las únicas variaciones se daban por el punto en que nos situábamos para mirarlos, por la distancia que nos separaba de ellos, por la iluminación, esos seres, mientras cambian con respecto a nosotros, cambian también en sí mismos; y había sucedido un enriquecimiento, una solidificación y un crecimiento de volumen en la figura antaño simplemente perfilada sobre el mar. Por otro lado, no era solamente el mar al final del día el que vivía para mí en Albertine, sino a veces el tranquilizarse del mar sobre la gravilla en las noches de claro de luna.»

Proust usa palabras como superposición, germinación, multiplicación de sí, iluminación, enriquecimiento al describir el proceso de Albertine a los ojos del narrador, su cambio a través de los años. La acumulación/sedimentación de defectos de personalidad, pero también de cualidades de inteligencia y de corazón (la pareja dual de Pascal razón/co-razón que Zalamea nos enseña a detectar y percibir en tantos otros lugares de la interacción entre matemáticas y mundo) terminan generando el proceso de sedimentación del tiempo en una persona.

El verdadero canto de amor a Albertine (lanzado cuando el narrador cree que ya no la ama, pero que le hace falta hasta el punto de haberla básicamente encerrado so promesa de matrimonio en su apartamento de París) es tal vez el reconocimiento (¿mucho más tardío?) de todos estos cambios, de todas las superposiciones y germinaciones, que tornaron a quien era la más bella jeune fille en fleur muchos años antes en este ser mucho más sofisticado, inteligente, variado – en gran parte por acción del narrador. La jeune fille en fleur de años (y libros) muy anteriores (À l’ombre…) era una adolescente que pasaba veloz por la playa de Balbec cuando el narrador aún era muy joven y tímido, cuando no tenía el poder de interceptar su paso fugaz… y luego, muchos años después, ya ni joven ni tímido, termina encerrándola en su apartamento de París, hasta que…

(Es doloroso leer esos pasajes sabiendo cómo se desintegra todo después, cómo la vida esencialmente ya pasó cuando uno finalmente se da cuenta de quién era tal persona, quién era uno, quién es.)

El presente es lo único que existe, me recuerda Arturo Sanjuán en su Mastodon. Y sí. Este pasaje (y el contexto de novelas antes y después) son un recuerdo fuerte de ese hecho.

Corredor Infinito

Lo que viene a continuación originalmente apareció como ocho entradas en facebook. El escritor Diego Niño, que estudió matemáticas en la Universidad Nacional en Bogotá a principios de este siglo (y ha ganado premios por sus novelas y cuentos después) publicó en su muro una foto del corredor del Departamento de Matemáticas que inspiró la respuesta que aparece en este post.


Dejo los ocho posts aquí, en el orden en que aparecieron, con sus fotografías tal cual. Me parece que en este formato pueden quedar un poco menos volátiles y perdidos en la red que en su formato original en fb.


Hace unas semanas, el escritor Diego Niño publicó una foto del corredor del Edificio Yu Takeuchi (edificio que cubre hoy en día [sin mucho espacio] los Departamentos de Matemáticas, Física y Estadística en la Universidad Nacional de Colombia). Diego también ha publicado varios cuentos entrelazados con ese lugar, que parece en esas fotos e historias evocar imágenes fuertes.

La foto del corredor de ese edificio evocó memorias poderosas en ese momento en mí (y muy seguramente en otras personas que pasamos, que hemos pasado, penosa o gloriosamente [o una combinación convexa de ambas] por esos lugares).

Prometí a Diego que haría una pequeña serie fotográfica de esos lugares. Solo hasta el lunes pasado llevé la cámara; a la hora de almuerzo tomé varias fotos; algunas tal vez sobrevivirán.

Pondré una, dos, tres o cuatro imágenes en cada post de la serie a partir de éste. Iniciaré historias (pero las dejaré medio inconclusas) de momentos que hayan sido emblemáticos (o absurdos) en el Yu Takeuchi (que antes los estudiantes llamaban FEM, y que antes de eso los estudiantes llamábamos simplemente «Matemáticas» o «el 404»), momentos vividos en diferentes momentos de mi vida hasta ahora.


CORREDOR INFINITO

Aunque no fue en ese corredor que empecé a soñar con el infinito (según mi padre, ese sueño empezó mucho antes, en conversaciones en caminatas con él por la ciudad), sí fue ahí donde tomé mi primer curso serio sobre el infinito: Teoría Avanzada de Conjuntos con Xavier Caicedo. Creo que mis sueños, mi adolescencia que finalizaba en ese tercer semestre de carrera, mi primera crisis existencial seria, tuvieron lugar ahí, en ese corredor. A las 7 llegaba Xavier, los estudiantes de posgrado, unos de los Andes, otros profesores que asistían a su curso, y yo colado ahí como estudiante muy inmaduro aún. El corredor infinito me atrapó.

(Serie Edificio Yu Takeuchi – respuesta a Diego Niño)


CORREDOR DE LOS NOMBRES

(de la serie inspirada por el post del escritor Diego Niño)

Nombres que aparecían ahí. Cuando llegué, Otto De Greiff y Hernando Caro aún eran profesores (en sus últimos años). Ancianos venerables con bastón, que uno sabía habían casi ayudado a fundar el Departamento.

El corredor superior (que era casi inaccesible en los primeros semestres) tenía los apellidos Charris, Takahashi (x2), Takeuchi, von der Walde, Ruiz, Lesmes, Campos, Muñoz, Albis. Todos autores de los (casi únicos) libros locales. Personajes que uno luego descubría como seres muy generosos, muy abiertos, pero que en los primerísimos semestres se sentían a gran distancia, allá en el silencioso tercer piso.

Historias de generaciones muy anteriores, contadas y tal vez deformadas (todo era contado en las cafeterías o los pasillos de viva voz, antes de las redes sociales, antes de internet): el profesor Hermosilla, atlético, y sus exámenes de habilitación a estudiantes que perdían la materia, exámenes que se hacían mientras corrían del Segundo al Tercer Puente en la Autopista Norte; el joven profesor ecuatoriano que era una gran promesa, una mente muy lúcida, que murió muy joven.

Y siempre mucho humo de cigarrillo, en todas partes.


VENTANAS DE EXPECTATIVA

(de la serie iniciada como respuesta al post del escritor Diego Niño)

Hasta hace unos años, las notas de parciales y sobre todo, las definitivas de cursos, las pegaban en carteleras en las paredes del corredor. A veces también en puertas de oficinas.

Inscripción de materias, solicitudes: todo era en esas oficinas, en esas ventanillas, no había sistema de información electrónico.

Todo era público, naturalmente; muchas veces salía la definitiva junto a nombres, apellidos y código (el mío era 151539, los 15xxxx eran todos de Matemáticas); ciertos profesores podían a veces «proteger» ligeramente la identidad usando solo el código, pero no creo que en Matemáticas eso significara un gran cambio (pues los cursos eran pequeños, de 6 o máximo 10 estudiantes; todo el mundo sabía quién era quién).

Un estudiante un poco complicado tuvo una vez la sagaz idea de desprender las definitivas y llevárselas, tal vez esperando vender la información (pague por saber cuánto sacó). Como no estaban pegadas bajo llave, eso sucedió esa vez. Lo recriminamos en la cafetería. Él, un poco avergonzado, entregó las listas y las volvió a pegar.

La ausencia casi total de información (sobre el mundo matemático, de los artículos que podía esconder la biblioteca – que no eran pocos – de los mismos libros – que había que pedir con fichas, máximo tres a la vez) generaba una permanente sed de averiguar qué más podía pasar. Y uno se defendía con muchas fotocopias de libros (que algún profesor que viajaba fuera del país le hacía el favor de traer).


SÍSTOLE Y DIÁSTOLE DE UN CORREDOR

(Notas inspiradas en un post de Diego Niño.)

A ratos se acumulan decenas de personas en el corredor. A ratos está casi vacío. El movimiento sístole-diástole de inicios de clases básicas, épocas de parciales, horas de almuerzo, finales de semestre, anuncios reales o imaginarios de diversos paros en la ciudad, proyectos.

El Yu Takeuchi no siempre permite concentrarse bien. Demasiados parciales, estudios, dolores de cabeza, acumulados, tal vez. Narrativas iniciadas, a veces con ritmo musical, otras con pruebas sacadas sin ton ni son.

Escaleras vacías, jóvenes (o no tan jóvenes) intentando asir (y hacer) una presentación, una demostración, una tesis. A veces, pocas, incluso un musical matemático sobre Turing, Gödel, Ackermann y Hilbert.

Cabe preguntarse cuántos hilos rotos de demostraciones fallidas han quedado ahí en el aire muy denso, cuántas felicidades de demostraciones logradas o entendidas. Cuántas tesis felizmente logradas, cuántas ilusiones despedazadas. Cuántas danzas matemáticas (y de noviazgos y seducciones) fueron hermosas, cuántas fueron destructivas. Cuánta gente sube las escaleras y entra a su salón de clase con una bola en el estómago ante la posible pregunta, ante la posible incomprensión, cuánta gente sale un día al prado con ganas de cantar una teoría hermosísima que logró entender, que logró ayudar a construir.


LO INANE (ARQUITECTÓNICO) EN LO FLEXIBLE (MATEMÁTICO)

(Otro par de fotos de la serie respuesta a Diego Niño)

El corredor del edificio termina hoy en día en un baño (de mujeres; el de hombres está al otro extremo del corredor; todavía no hay baños sin género en ese corredor, pero deberán llegar pronto), en una puerta metálica de un salón que fue una muy buena biblioteca [hasta que se la tragaron los burócratas al llevarla al Edificio C&T] y varios ángulos muy clásicos. No hay ningún gesto matemático que saque una sonrisa en esa esquina, no hay nada que haga saber a quien visite que este edificio aloja y forma mentes preocupadas por Banach o Tarski, por Arquímedes o Grothendieck, por Riemann o Galois. En ese sentido, nuestro edificio Yu Takeuchi es eminentemente anodino y gris, como diseñado por mentes sin imaginación pero seguramente repletas de resoluciones legales sobre lo (im)posible.

Su vida está en su infinitud involuntaria, en las mentes y lenguas de quienes hemos vivido trozos de nuestra existencia ahí. En los pasos del siempre puntual, irónico y tranquilo Yu Takeuchi antes de clase de Análisis Real a las 7 am, en los seminarios de Xavier Caicedo donde la Teoría de Modelos de Haces fue armada para el mundo. En los estudiantes que fuimos (y en muchos sentidos seguimos siendo) quienes seguimos pasando por ahí, con imágenes mentales absolutamente no-clásicas y singulares, con el sabor del café matemático matutino en el paladar y el viso de un paso simplificado en alguna prueba o alguna explicación nunca dada antes en ninguna parte del universo, de algún teorema.

Los ángulos cerrados, que dan a paredes de ladrillos alineados en paralelo (¿por qué?), jamás a arquitectura juguetona o imaginativa como la de arquitectos que han sido matemáticos algunas veces en su vida (Zaha Hadid fue primero matemática, después arquitecta; Christopher Wren también; Xavier Caicedo intentó ser arquitecto antes de dejar volar su poesía matemática de maravilla).

Lo bueno es que nuestras mentes, sobre todo la de maravillosos y maravillosas estudiantes que aparecen por ese corredor, logran doblarlo, torcerlo, cuestionarlo, desarmar esos ladrillos paralelos, hacer que la vida del edificio vibre (a pesar de su arquitectura totalmente inane).


VENTANAS EXTERNAS (de la serie de fotografías respuesta a un post maravilloso del escritor Diego Niño)

A veces sabemos mirar hacia fuera. No es obvio. Durante décadas el Departamento de Matemáticas parecía no tener esas ventanas, parecía ignorar olímpicamente que justo al frente tenía a una de las facultades de Ingeniería más importantes del país.

Era algo extraño: el Departamento de Matemáticas fue de hecho fundado por gente de la Facultad de Ingeniería que tenía mucho gusto por las Matemáticas, que buscaba abrir un espacio un poco más libre que el que podían vivir en sus lugares de origen.

Basta revisar este artículo escrito por nuestra profesora (pensionada) Clara Helena Sánchez Botero para averiguar buena parte de esa historia, bien analizada: https://repositorio.unal.edu.co/…/18243-59022-1-PB.pdf

Aparece ahí el trabajo de Julio Carrizosa Valenzuela, quien junto con Juan Horváth y otros soñadores, graduaron a los primeros matemáticos colombianos ahí: Pablo Casas, Luciano Mora, Erwin von der Walde, José Ignacio Nieto, Guillermo Restrepo, Alberto Campos.

Sin el mundo exterior venido de sueños de la generación anterior, ahí en Ingeniería, habría sido imposible el Corredor Infinito de Matemáticas.

Durante décadas los maestros con su énfasis casi exclusivo en lo «puro», en lo «demostrativo», en lo «interno», cerraron esas ventanas vitales.

Hoy en día afortunadamente se han vuelto a abrir esas ventanas al mundo externo, de la mano de decenas de temas que ya no tiene sentido llamar «aplicados» en oposición a «puros». Hoy en día los métodos más sofisticados de la Teoría de Modelos o de la Geometría No Conmutativa pueden perfectamente aparecer en las aplicaciones a Análisis de Bases de Datos o a la (mal llamada) Inteligencia Artificial o al Aprendizaje de Máquinas.

¡Hay ventanas abiertas de nuevo!


CODA – salida del corredor infinito, y eterno retorno (¡mil gracias a Diego Niño, una vez más, por propiciar estas notas!)

La época actual ha mejorado un poco el Edificio Yu Takeuchi. Atrás quedaron los tiempos del humo terrible de cigarrillo y el mal olor de la cafetería (un colega me contó que una vez se encontró con la gente del antiguo restaurante afortunadamente clausurado, en una parte de la Plaza de Mercado de Paloquemao, donde vendían ilegalmente la carne que ya no podían vender; los vio por alguna razón comprando los trozos de carne que revenderían después ahí; el olor de esa cafetería ciertamente evocaba historias semejantes).

Hoy en día el frente está repleto de bicicletas, para sonrisa de quienes sabemos que esa es la mejor manera de llegar a clase con la mente despejada y feliz para iniciar definiciones, demostraciones, para armar y rearmar y desmontar y volver a armar tantos temas matemáticos. Y ahora hay mesas estilo picnic que, si no fuera por el sol inclemente bogotano o la lluvia brutal, serían lugares ideales para discutir, matemáticas u otros temas de la vida.

Todo eso es la vida del Yu Takeuchi en 2023; cambios casi imperceptibles que terminan acabando con horrores como el humo o la mala comida, y terminan trayendo otras cosas de pronto no tan buenas.

En los años 90 llegó su hermano menor el 405, siempre muy criticado por su arquitectura, con su «piscina» o patio central muy apreciado y ahora con murales propiciados por Física. No hay corredores infinitos ahí, pero sí está ese gran cuadrilátero que en buenos momentos ha servido para presentar trabajos o para ciclos de cine matemático.

En los muros aún hay letreros (muchos menos que antes). El 8 y el 9 de junio siguen siendo fechas importantes, por mil razones. Pero ahora hay letreros feministas, que nos hablan de nuevos temas y de nuevas (¡en realidad, muy antiguas!) problemáticas.

Regreso en todo caso al corredor infinito, a nuestra singularidad desnuda [bien reflejada en el emblema \aleph_\omega del Departamento de Matemáticas] en la última foto, el cierre de este breve paseo por recuerdos colectivos.

Teorema (Pasolini)

Conocía Teorema como una película de Pasolini. Una película de finales de los años 60, que vimos con María Clara en Madison a mediados de los años 90 y que a veces he vuelto a ver, a trozos.

Siempre me ha impactado mucho esa película. La sinopsis es sencilla: a un hogar burgués en Milán (padre industrial, madre ama de casa, hijo mayor en el Liceo, hija menor en un colegio de monjas, la empleada) llega más o menos de repente un visitante. Se anuncia por carta un día antes, y todos aceptan que llegará. Un hombre joven, poco mayor que el hijo. Un hombre atractivo y con cara compasiva y abierta, y mirada franca. Poco a poco, sin que el visitante parezca hacer nada específico, los cuatro miembros de la familia van quedando seducidos por él. Primero el hijo mayor (con quien comparte la habitación). Una noche se despierta y contempla al visitante mientras este duerme desnudo en la cama de al lado. La siguiente noche hacen el amor, y Pietro, el hijo, empieza a tener una inmensa revelación sobre sus propias posibilidades. Su hermana, Odetta, pasa muy pronto de ser una niña de colegio de monjas a enamorarse también del visitante y caer en sus brazos. La madre, Lucia, tal vez la más hundida en el mundo de convenciones en una familia de por sí muy convencional, está tomando el sol en la terraza; al ver al visitante llegar en su naturalidad, decide desnudarse y dejarse poseer por él. Y finalmente, el padre, el industrial, cae también enamorado del visitante; una noche de insomnio después de una breve enfermedad durante la cual el visitante lo cuida, descubre a su hijo y al visitante entrelazados durmiendo, y entiende él también muchas cosas de sí mismo. Luego, en un paseo automovilístico por el Po, por el campo, terminan el padre (Paolo) y el visitante en los juncos del río, después de una carrera de velocidad y una consecuente aceleración de las sensaciones del padre.

La criada también parece enamorarse del visitante, pero ella asume una actitud totalmente distinta de la de los cuatro miembros de la familia.


Luego vi que Teorema también es un libro. Lo escribió Pasolini más o menos mientras iba dirigiendo la película; es muy similar, pero hay un tono descarnado, una desnudez en el relato acaso mayor aún que la que logra en la película. Es una verdadera joya de libro.


La primera parte del libro es más o menos la sinapsis que contaba arriba. La segunda parte sucede después de la partida del visitante, que deja sueltos y solos a los cuatro, padre, madre, hijo, hija; que saca corriendo a la criada campesina. Pero en la mitad entre ambas partes hay un poema. Un poema con las cuatro voces de la familia, y con la voz del visitante dirigiéndose a la criada, en el momento de su partida. El poema del amor perdido, del despertar de cada uno, del resquebrajarse de las certidumbres pequeño-burguesas que traían hasta la llegada del visitante.

Incluyo traducción (mía) al castellano del poema, al final de este post.


Recuerdo mucho que una vez que vinimos a Colombia, a mediados de los 90, y hablamos de cine con mi padre, nos dijo que esa película también le gustaba mucho a él. Que él la había visto como una metáfora del Evangelio. Que el visitante era como Jesús que llega al mundo, a nuestro bajo lugar repleto de convenciones, irrumpe y rompe por completo todo, seduce a todos por igual, y termina resquebrajando las vidas de todos, por encima de familias y estructuras sociales.


Me llamó mucho la atención esa interpretación de mi padre. Él no era (por lo menos en esa época) un creyente (es posible que al final de su vida haya regresado a cierto tipo de creencia católica; no lo sé – en esa época, él no sonaba como un creyente al hablar; más bien parecía muy escéptico). Aún así, su interpretación de Teorema fue como algo muy cercano al Evangelio.

Aún así, había siempre un eco muy fuerte de su formación inicial con los curas del Cervantes, los curas españoles que él despreciaba por franquistas, pero que en todo caso le enseñaron muchas cosas [desde un aprecio inmenso por los poetas y dramaturgos del Siglo de Oro, que conocía de memoria hasta cierta visión del mundo que entendía de manera directa a personajes como Pasolini, crecido también en ese mundo, y alejado de él por múltiples polémicas] que marcaron su visión del mundo.


Y sí es posible que parte de Teorema sea más legible en clave evangelio, en el entender la llegada de algo externo como un motor de cambios inexorables en uno mismo, en una familia, en un mundo. Ese es el «teorema» de Pasolini, de ahí saca sus «corolarios».


Cierro con mi traducción del poema central del libro. [Agregué después (18 de julio) otra traducción al final, de otro poema que aparece mucho más adelante en el libro. Una bellísima canción se podría hacer con ese segundo poema, llamado «Sí, es verdad, ¿qué hacen los jóvenes… ?». Y luego (20 de julio) la traducción del poema final «Ah, mis pies descalzos…». Estos tres poemas funcionan como ejes de un relato muy sorprendente.]

Ahí están las voces…

De amicitia mathematica

A few days ago, a package arrived to our apartment in Bogotá. I looked at the stamp, and yes, it had stamps from Japan. I wondered for a second what it may be, and in a flash I remembered my friend Sakaé Fuchino had said something about needing my postal address, to send me his book. But it was so long ago that I was truly not expecting anything (our postal system in Colombia went, through privatization, from being very good to being virtually non-existent: a letter from Bogotá to Bogotá might now take three or four weeks, packages sent from abroad often get lost… there is no postal system anymore).

But a miracle happened, and after so many months, the book, the beautiful book written by Sakaé reached my hands in Bogotá!

Holding the book…

The book came accompanied with a letter (in Japanese and English) explaining how to reach the electronic version for use with translators. The letter and the book are just wonders to me.

The title is Linear Algebra in Self-Confinement (I), the first volume of a projected three-volume issue on linear algebra and related subjects in mathematics and physics. A book that Sakaé wrote during the confinement period.

Of course, I immediately started browsing and leafing the pages, jumping around and looking at the beautiful images, recognizing theorems here and there in the universal mathematical language, yet many times also wondering why such formula should be where it is. Occasionally, Sakaé gives the Latin-script original name of an author of a theorem, or of course universal mathematical function names such as \sin, \cos, \det(A), \dim({\mathcal A}), etc.

The subject seems to be treated with such beauty and enthusiasm by Sakaé, that I really miss having learned Japanese [or at least enough for reading mathematics]. It is not everyday that a logician, a very accomplished model theorist + set theorist embarks on a project of writing a book on linear algebra; his perspective must certainly be very personal and enlightening!

There is (as expected) a kind of (almost) humoristic touch pervading the book, and clearly visible even to non-Japanese reading eyes. It is of course in the drawings at the beginnings of chapters (a small selection next!) but [am I correct, Sakaé?] also somewhat everywhere else in the text.

Sakaé (in addition to his set theoretic+model theoretic persona) is also a pianist and a composer of short contemporary pieces, an admirer of composer Toru Takemitsu and pianist Aki Yuji Takahashi, and also of the Catalan composer Frederic Mompou. None of these connections are in book (as far as I know) in a direct, obvious way. But his way of being attuned to contemporary expressions in music and art for sure must also enrich the tone of the book. (All of this is of course guesswork; my very basic sensations from holding the book in my hands, turning pages and pages, trying to decipher what goes on.)

The only image in color represents kernels and cokernels, in the shape of an egg, with the yolk of the egg playing centerstage:

Blurring of the subject (since I can’t read) was a way to browse, for me:

Of course, I did try google’s «lens» to see what it gave. I didn’t expect too much of it. For starters, it doesn’t recognize correctly the author’s first name (gives Akira Fuchino once and later, inside the book, Chang Fuchino). My phone was for some reason translating to French, and it really, really turns out to be funny. Not just the translation, but the way it lays out the phrases, as in a kind of Oulipo composition of a book. The title becomes Ligne de période d’auto-isolement. Many strange phrases appear, such as modèles de modèles de pression, soit K un espace surfrappé, l’on considère K comme un poids conjoint, Puisque sin @ + cos 28 = 1, cela prouve, …

I just leave here those google lens photos (and the original of the last one, for comparison if you read Japanese)…

Anyway, it is such a pleasure to receive books, real books, from real people!

サカエさん、素晴らしい本をありがとうございました!

(Sorry for not spelling your first name correctly; google did it again!)

Algèbre (ou le manifeste anti-fondation de S. Weil)

Écriture tracée il y a trois millénaires – Musée d’Israël

Au début des années 1940, Simone Weil écrivait La pesanteur et la grâce, un recueil de pensées organisées pêle-mêle et entre-tissées, sur des thèmes qui lui étaient chers et dont certains surprennent par leur actualité. Je suis tombé sur le chapitre 34, appelé Algèbre (cliquer ici pour le lire, page 151), cherchant à déchevêtrer le fil des différentes fondations des mathématiques menant au cas un peu extrême de Lawvere dans son The Category of Categories as a Foundation for Mathematics, et mené à Weil par le n-lab de façon quelque peu humoristique …

Bref, Weil discute trois concepts qu’elle appelle monstres de la civilisation actuelle: Argent, machinisme, algèbre.

Au départ, ce que Weil appelle algèbre n’est pas tout-à-fait clair. N’ayant pas été mathématicienne active, mais ayant eu une formation solide en maths, maintenue vive en partie par sa correspondance avec son frère André, Simone Weil semble faire référence aux aspects temporels de la mathématique, peut-être aussi à son côté syntactique ancré dans le langage et son appropriation algébrique (logique).

L’algèbre et l’argent sont essentiellement niveleurs, la première intellectuellement, l’autre effectivement.

Le thème de l’effectivité est repris ici en relation avec l’argent. Cette phrase me semble difficile à intégrer au reste. En quel sens l’algèbre pourrait-elle être niveleuse, intellectuellement ? Voilà une question qui me semble bien opaque.

Le rapport de signe à signifié périt ; le jeu des échanges entre signes se multiplie par lui-même et pour lui-même. Et la complication croissante exige des signes de signes …

Cette description semble d’autant plus vivante aujourd’hui, en 2023, qu’au début des années 1940, quand Weil l’écrivit. Mais la phrase qui suit semble encore plus saisissante d’actualité :

Comme la pensée collective ne peut exister comme pensée, elle passe dans les choses (signes, machines…). D’où ce paradoxe : c’est la chose qui pense et l’homme qui est réduit à l’état de chose.

(Les caractères gras ne viennent pas de l’original. Je les ai rajoutés pour faire emphase sur la discussion qui semble être au centre de toutes les autres discussions aujourd’hui.)

Weil passe de la triade argent-algèbre-machinisme avec une vitesse surprenante à des thèmes de caractère écologique, quelques décennies avant que les concepts mêmes fussent entrés au centre des enjeux et débats mondiaux.

Chercher à tirer au clair d’une manière précise le piège qui a fait de l’homme l’esclave de ses propres créations. Par où s’est infiltrée l’inconscience dans la pensée et l’action méthodiques ? L’évasion dans la vie sauvage est une solution paresseuse. Il faut retrouver le pacte originel entre l’esprit et le monde dans la civilisation même où nous vivons. C’est une tâche au reste impossible à accomplir à cause de la brièveté de la vie et de l’impossibilité de la collaboration et de la succession. Ce n’est pas une raison pour ne pas l’entreprendre. Nous sommes tous dans une situation analogue à celle de Socrate quand il attendait la mort dans sa prison et qu’il apprenait à jouer de la lyre… Du moins, on aura vécu…

Voilà donc une prise de position extrême : l’appel à entreprendre la tâche (tout en sachant qu’elle est impossible à accomplir) de retrouver le pacte originel entre l’esprit et le monde. C’est peut-être en ce sens que mes collègues (yeux écarquillés) du nlab ont eu raison de placer le texte de Weil dans leur entrée sur les fondations des mathématiques !

Weil passe encore par décrier le (seul !) critérium de l’efficacité ! Ce texte d’aujourd’hui sur l’extrême de ces critériums dans le système éducatif français avec ses réformes contemporaines en est tout simplement un exemple un peu extrême.

L’esprit succombant sous le poids de la quantité n’a plus d’autre critérium que l’efficacité.

Weil clôt son chapitre en posant une question sur l’affranchissement de l’individu. Elle raisonne ainsi :

Le capitalisme a réalisé l’affranchissement de la collectivité humaine par rapport à la nature. Mais cette collectivité a pris par rapport à l’individu la succession de la fonction oppressive exercée auparavant par la nature.

Cela est vrai même matériellement. Le feu, l’eau, etc. Toutes ces forces de la nature, la collectivité s’en est emparée.

Question : peut-on transférer à l’individu cet affranchissement conquis par la société ?

Aujourd’hui, en 2023, ce n’est même plus clair du tout que le capitalisme ait « réalisé l’affranchissement de la collectivité humaine par rapport à la nature ». La question de Weil en tout cas reste ouverte (béante) : peut-on transférer à l’individu cet affranchissement ?


En guise de conclusion, je voudrais tout simplement signaler (marquer ?) quelques thèmes issus de ce texte :

  • Il y a des moments où Weil semble hésiter face à ses idées. Pourtant, écrivant vers 1940, elle était en train d’entreprendre un chemin de solitude, sans retour possible. Ses propres expériences personnelles et la suite logique de ses convictions et idées l’y a menée.
  • Elle parle aussi d’effort dans le texte : de l’impossibilité de penser concrètement le rapport entre l’effort et le résultat de l’effort (et l’excès d’intermédiaires). Une lecture marxiste serait possible, voire la seule censée être raisonnable, ici.
  • Elle montre une liste d’impossibilités essentielles : ce faisant, elle nous place sous l’égide de Sisyphe ou de Tantale. Ou, comme dans son image heureuse et désespérée, dans la geôle de Socrate, essayant d’apprendre à jouer de la lyre.

Simone Weil (1909-1943)

Peter Cole, on ekphrasis (and my own musings on mathematical drawing)

They seem like knots, or a strange music’s notes on a staff, in a whorl, like petals opening, to be heard. Something scored. Scars or sores. A soaring. Drawing words.

It is the immediacy of ekphrasis that draws me. The contact. I realize it’s odd to turn to another medium for a sense of immediacy. And yet, as with translation, that palpable sense of relation compels (completes?). And that’s what I’m after — to speak into or through the drawings. To be dyed by their material qualities, as I feel them coming through me, or bringing me into their matrix. To take on their tinge.

Not transparency, but receptivity. Conduction.

As: another medium can sometimes be just that — a medium, through which a spirit’s given voice (tenor, thickness, pitch).

`And this is poetry in the deepest sense — the art of being led and reaching that goes beyond us.’

Odysseus Elytis

And, therefore, ekphrasis too implies a reaching leading to what’s beyond. A conversation.

In its way a betwenness — that’s all.


Terry Winters

The darkness of a coupling, say; the recurring twist or torque of it. Because it’s there on paper? Or in me — drawn out by the drawing? A little of each? I have no idea, really, but in this high-resolution Rorschach haze something collective is also tapped. At one drawing’s center, doubled, floats the Hebrew letter ayin/ע — meaning an eye, or a natural fountain, a spring. Numerologically it stands for seventy, which in the tradition points to the number of nations, tongues, and `faces’ through which Scripture is steadily revealed. That is, it encodes the possibility of, and need for, ongoing interpretation (and stands for both translation and the impossibility … of rendering’s ever coming to an end, which may be the truer meaning of the old saw that the work of translation is never done, since some translations are).

The materiality of the letter, of all letters — as building block and spirit trap, a grounding but insurgent tactility — lurks beneath our talk and verse, bringing us actually back to what matters, as matter, involving continual return to beginnings and incessant permutation. It offers us — in other words (and oddly with what words are made of) — a glimpse and deflected glint of the infinite. And so the letter leads to `life’, literally, here, to the faint Hebrew word חיים (hayyim), scribbled in the wings as well.

Or not.

L’hayyim.

A coupling’s darkness.


So Peter Cole, reflecting on ekphrasis (or the possibility) of painting with words what comes from another medium (in this case, drawing). I add here some additional excerpts from the book On Being Drawn he coauthored with Terry Winters. I add here some of Winters’ drawings, and excerpts from poems/essays by Cole, all of them hopefully relevant to our own attempts at ekphrasis between drawing, mathematics and art, with MC.


“untitled, 2009”, graphite and gouache on paper, by Terry Winters.

Draw me after you, let us run, says the Song, of all Songs (1:4) — which the Spanish kabbalists gloss, in their Book of Radiance: `Each letter called to the others.’

And then: The King has brought me into his chambers, construed by that Radiance as — into the midst of letters and their spell, an Eden of understanding, lurking in what we think and dream, write and say.

All those drawings of the Dwelling’ … `all the worlds above depending below upon the letters’ mystery.

And this Eros of our listening —

which yields, in its slightly preposterous way, the prosody these poems aim to embody, in their dwelling on the drawing. An almost homophonic response — to that mute (yet musical) original, as though at Sinai, in Exodus 20, after Scripture has been revealed, all the people saw the sounds (kolot). So in these poems I was writing to hear the drawing.


Terry Winters

  • Mathematical drawing/undrawing/redrawing (permanent)
  • Óscar Muñoz’s temporality
  • Mathematical ekphrasis
  • Understanding – under/standing and drawing
  • Tensions/essential aspects
  • Logical (un-)seeing vs geometrical (mis-)moving
  • Mathematical drawing vs draughtical (“draftical”) mathematics
  • Riemann and the fight against a taboo of using drawing!

The smudged sounds give rise to lines, a syntax like synapses. Grappa in its capillary action. The narrow descent paradoxically widens out and lifts along a spectrum of endless adjacencies, in every direction, and every inflection,’ as Levi Yitzhak of Berditchev sang, in his gentle Yiddish, `Still You. However You. Only You. Every You …’

You, the viewer? The reader? Whoever you are, and where … Drawing really does — draw us in (to the object rendered and the time taken) and out (of ourselves to further seeing and other surfaces, even souls, or simple tensility sensed).

`My small skill to save a likeness,’ John Berger writes of his own sketching his father’s final face in its coffin.

But in the case of these almost abstract sketches, a likeness of what? And how might that `what’ be tricked into speech?

It isn’t always pleasant. The act itself and the realization — that part of the translation’s depth derives from its movement through death. The total identification with an original leading to its replacement, so that another’s name and lines live on. So the present unfurls as a rickety bridge of resemblances, of resurrections. And the translator, too, passes away again and again through self-effacement faced. For now. And after? An afterlife, after all?


Here, Peter Cole evokes the closeness to death in the act of translation, and makes it an essential part of drawing. Syntax like synapses truly seems to cut to the heart of drawing. Capillary action (capillary mathematics?). The narrow descent (of what? lymph? a vital fluid? information?) and the adjacencies, in every direction, and every inflection (Leibniz-like theme here?)

The You from Levi Yitzhak of Berditchev, possibly the viewer, the reader, the mathematician who hears a proof explained.

And drawing drawing us in and out (to the object rendered, the time! and of ourselves to further seeing)… Drawing and undrawing, drawing and erasing constantly, capillary action. How many times does a mathematician draw/redraw/undraw/redraw a proof until it is seen? Until she is drawn in-to the proof/object and the time taken, until she is drawn out to other surfaces?

What is tensility in mathematics? What is capillarity?

¡Seguimos caminando, Andrés!

Es con mucha tristeza que escribo hoy, en homenaje a Andrés Plazas, a casi una semana de su muerte. Me cuesta aún creer del todo que Andrés ya no esté con nosotros en este plano, que el guía de los caminos no esté más aquí.

Pasar por la entrada a la Quebrada La Vieja, oír hablar de asociaciones de caminantes o grupos que cuidan cerros o reservas naturales, enterarse de proyectos similares en cualquier lugar del mundo, pasar por alguna esquina de Chapinero Alto, ver a Andrés con su mochila arhuaca y quedarse en la esquina hablando un momento que se convierte en cinco minutos que se convierten en casi una hora… desgranando proyectos y posibilidades, continuando el sueño de la quebrada… O bajar de la quebrada un miércoles temprano, y parar a tomar agua de panela con envuelto de maíz en el mercado móvil de Rosales… O hacer caminatas más largas como aquella vez que bajamos desde Bojacá hasta El Ocaso por el camino empedrado, o…

Nada de eso será ya nunca lo mismo para quienes tuvimos la inmensa fortuna de cruzar nuestros propios caminos vitales con el de Andrés Plazas, y cuesta aún creerlo.

Pero también hay algo muy poderoso en lo que nos deja Andrés Plazas: otro amigo escribió estas palabras muy justas y precisas en cuando se enteró de la noticia:

Por lo que me cuentas de cómo vivió sus últimos tiempos en este plano, concuerdo en que es como tú dices: Andrés Plazas siguió su sendero. Siguió caminando en cerros naturales más trascendentes. Mostrando a otros la senda más allá del velo que nos separa de una experiencia de vida mayor, como un buen guía.

Muchas gracias por haber compartido este mensaje, tus sentimientos, la música, tus recuerdos, y por haber activado los nuestros en un gesto que nos hace, de algún modo,  mejores seres humanos. 

Gracias al Caminante de Cerro.

José Gregorio (Goyo) Mijares, en mensaje desde California

Han llegado muchas cartas, muchos escritos de gente que cruzó su camino con el de Andrés. Todos evocan facetas muy hermosas de su vida, momentos muy bellos. Las grullas y colibríes de origami, las caminatas, el trabajo con la comunidad de mujeres en el Chocó evocado por quien fuera su profesor durante sus estudios de Ingeniería, el entusiasmo al participar en acciones en defensa de los cerros, o la limpieza colectiva de la Quebrada Las Delicias, o el apoyo a la Casa Taller Las Moyas, a su sala de música, o las siembras de árboles en Morací [la foto con las manos llenas de tierra y el rostro feliz].

Volver y volver a mirar el video de la canción El caminante del cerro que Gustavo Adolfo Renjifo le compuso y dedicó hace unos pocos meses es duro y a la vez muy reconfortante. La luz de la montaña, la interpretación bellísima colectiva bajo la guía del maestro Renjifo, las voces entremezcladas, y la mirada de felicidad intensa de Andrés al recibir ese regalo… todo está ahí.

Cierro esta nota de homenaje con un álbum de fotografías; un registro de Andrés Plazas, de sus caminantes, de sus iniciativas.

Desigualdad(es) triangular(es)

La novela Desigualdad triangular de Diego Niño me llegó en un momento en que no podía leer nada extra: estaba terminando una monografía para enviar con fecha límite, dando dos cursos (y para uno de esos dos escribiendo un libro, para el otro notas de clase que ya conforman un volumen de Lecture Notes pleno), además de dos artículos en cierre y varios referatos (y una charla difícil en dos meses en un evento con artistas y filósofas, y un ensayo, todo pasado de su fecha de entrega)…

Aún así, empecé a leerla, a contrapelo de mi propio tiempo, como quien se escabulle de obligaciones y busca corredores para no encontrarse con su profesor o estudiante, o su acreedor, para no tener que dar explicaciones. Con el placer culposo de quien lee porque quiere leer, como un adolescente que nunca lee lo que debe pero siempre quiere leer lo que lee.

No terminé de un tirón porque no se podía. Terminé el primer relato de inmediato, y me atrapó tanto que decidí detenerme, calmar el pálpito de esa lectura.

Unas semanas después de ese inicio, ayer por la noche, retomé la lectura, aprovechando la pausa del viernes santo, la calma relativa del momento, el no tener que enviar cosas de inmediato al día siguiente.

Temía (como tantas veces que uno se entusiasma inicialmente con algo) la decepción, el desencanto; secretamente tenía miedo de perder ese placer inicial que me llevó a leer con pasión y frenar en seco.

El placer ayer fue doble: no solo pude retornar al libro, a su frescura, a su tono, a sus diálogos casi cinematográficamente armados, a su voz, al placer de seguir a Sergio en su deambular por Buga con su madre y a la vez recuperando hilos de su vida al reencontrar a Ximena.

Los tiempos superpuestos, el recuerdo de los múltiples desencuentros causados en parte por la timidez juvenil de Sergio, en parte por la ambigüedad de su anterior relación con Ximena y el estilo de todo su entorno familiar (violencia valluna en una situación precaria en Bogotá), los lugares del reencuentro en Buga, las tensiones y expectativas y decepciones del pasado y del presente.


Diego Niño es un escritor que ya ha ganado algunos premios (XVII Concurso Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán, Primer Concurso Literario Guillermo Meneses, maratones de cronistas de Rock al Parque y de la Semana por la Paz, etc.). También fue estudiante de Matemáticas en la Universidad Nacional de Colombia, mi propia alma mater y el lugar donde enseño. Me avergüenza un poco no recordar si fue estudiante de algún curso mío. Independientemente de eso, hay en algunos pasajes de su Desigualdad triangular referencias a la vida de estudiante de nuestra universidad. Y esas parecen fotografías perfectas de momentos que uno ha visto o sospechado o cruzado. Sergio y Johana, la novia de Javier, y el triángulo complicado en los prados de la Universidad o de la Biblioteca Virgilio Barco, y las sesiones de «estudio» de Javier, y la solución «ideal» que propone Johana, ¡la ruptura de la desigualdad triangular!

Diego Niño logra captar de manera casi lapidaria, con enorme economía de recursos, momentos muy intensos (un ejemplo distinto de esta capacidad es su recuento [en su blog en El Espectador] de la demostración de cinco renglones que dio Sebastián Hurtado, compañero de curso de Diego Niño, de un teorema que en un libro aparecía ocupando página y media). En la novela esto sucede varias veces. La imagen del vendedor de libros en una esquina de la Carrera 7, del cine, de la Plaza de Bolívar, del puente sobre la 26 al esperar a Ximena después de su examen de admisión a la Universidad. Las fallas superpuestas de todos (de Ximena en ese examen, de su entorno familiar, de Sergio en el plano sexual, de toda la vida entretejida después) son narradas de manera ejemplar (conversaciones por celular truncas, amenazas/admoniciones de la madre de Ximena a Sergio tras su reencuentro, la cantidad de sobreentendidos que tiene la gente sobre la vida de los demás).

Sergio termina siendo una proyección muy real de nuestros momentos fallidos. Diego Niño lleva la falla del timing, de lo que se espera y no se lleva a cabo, hasta el extremo puro; la novela es un crescendo maravilloso de expectativas y desencuentros y desencantos y conversaciones entre Sergio y él mismo al ir viviendo esos dos días tan extraños en Buga.


Agrego algunos trozos que dan una «prueba», un aperçu de la narrativa (y que me sacan una sonrisa al reescribirlos aquí):

—Daba una vuelta porque me pelié con mi mamá. Empezó con la joda de que debo cuidar a Robert, que le lleve el almuerzo a la cama, que lo trate como un rey. ¡Que lo cuide ella si tanto le gusta! — Calló para detener el llanto que se presentía en el temblor de su voz—. Ahora se le dio por decir que soy una perra que se acuesta con el primero que me pela el diente. Hasta dijo que anoche me acosté con vos.

Lancé una carcajada que parecía un puñado de cenizas.

—Imagínate con las que salió. Y mi papá se la pasó todo el día con el sermón de que Santos le entregó el país a las Farc, que el castrochavismo, que solo Uribe puede salvarnos de la hecatombe. —Su voz se opacaba a medida que avanzaba en la lista—. No entiendo cómo me metí en este mierdero.

La buseta giró a la izquierda en la calle Veinticuatro.

—Muy fea esta parte de Bogotá —dijo Ximena contemplando las calles sucias, los edificios en ruinas, los habitantes de calle que chupaban bóxer en bolsas que se inflaban y desinflaban a la velocidad de su respiración.

—Hay peores lugares.

—¿En serio?

Cruzamos la carrera Décima, pero nos detuvimos en la mitad, frente al separador en el que un habitante de calle caminaba con los pantalones a mitad de los muslos, exhibiendo unas nalgas oscuras. Segundos después la buseta avanzó hasta entrar a un callejón formado por dos edificios grises. El de la izquierda tenía grafitis contra los gobiernos de Uribe que empezaban a desaparecer bajo una capa de hollín y polvo. El del costado derecho tenía paredes de ladrillos que parecía que se vendrían sobre la buseta.

—Nos bajamos acá —le dije a Ximena.

—¿Acá?

—Vamos a almorzar en ese restaurante. —Señalé el Kokoriko de la esquina de la calle Veinticuatro con la carrera Séptima.

—¿Como así? —preguntó con los ojos abiertos.

En mitad de la perorata (y de la borrachera) aceptó que Ximena presentara el examen de la Nacional. Recibí la noticia con entusiasmo. Me postulé para enseñarle matemáticas. La sonrisa de Horacio se borró de golpe.

—Espero que el cuentico de la Nacional y de las clases de matemáticas no sean excusa para que te comás a Ximena. —Me apuntó con el dedo índice—. Vos que la tocás y yo que te meto un disparo.

—¿Qué pensás hacer esta noche? —preguntó Ximena con una voz que se debatía entre la tristeza y la melancolía.

—Nada raro. Y tú, ¿qué harás?

—Verle la cara a Robert, que se acuesta supertemprano por el jet lag.

—¿Jet lag? … ¿Cómo así?

—El cambio de horario… No sé por qué a Robert le da durísimo cambiar de continente; yo ni me mosqueo. Al contrario, como que me animo más en estas tierras.

—¿Cómo así? … ¿No viven en Colombia?


Espero de todo corazón seguir leyendo nuevas obras que escriba Diego.

Cuitzeo, the lake, Tzintzuntzan, …

The first time I read about the Pátzcuaro lake it was in a novel by Álvaro Enrigue (I cannot remember the title; his novels all seem to mix up and make one big novel). Enrigue tells [in his usual oblique, mind-bending style] the story of a different conquest, the conquest and colonization of an area of Mexico with much less bloodshed (apparently) than in Tenoxtitlan, what is now Mexico City, the central Mexico valley: the conquest/colonization of the Purépecha territory, what’s now called Michoacán, centered in the Pátzcuaro lake, around Tzintzuntzan.

A network of villages around lakes, around the main lake of Pátzcuaro and some other lakes in the region (notably, Cuitzeo), apparently each devoted since the times of Vasco Quiroga (an apparently well-meaning colonizer; at least not a killer like most of them) to particular activities (one town to carpentry, one to carving, another to…), a language totally unrelated to Nahuatl and to any other Meso-American language, puzzling linguists, leading them to far-fetched theories (Purépecha would be related to far away quechua or even to remote muisca, according to some of them!), Pátzcuaro (and the whole of Michoacán) is one of those places where Spanish colonization seems to be still very much alive, very much going on.

Before reaching Pátzcuaro, we stopped along the Monastery route, in Cuitzeo. Here, some images.

Llegar, estar, e irse

No es lo más frecuente del mundo llegar un domingo de caminata por Chapinero y encontrarse con un envío de libros, llegado desde Medellín. Y abrir el paquete y ver libros, tres libros que son uno y son tres, con formato sorprendente, alargado, y edición muy cuidada. Y luego, al ir leyéndolos, tratando de no acelerar demasiado para dejar durar el placer de la lectura, de las imágenes, de las preguntas, de las conversaciones, del fluir, descubrir que (¿otro ejemplo de sincronía?) parecen hablar con otros libros que uno anda leyendo (el Diapsálmata, y el Proust y los signos, entre otros…) en el mismo momento.

Esta vez fue así. Quedé muy emocionado con el escrito dedicado al amigo, al compañero de apartamento en la ciudad (que se siente familiar, un lugar chapineruno con hamburguesas de medianoche en alguna gasolinera abajo), el apartamento en las montañas.

El lugar de la promesa, de la cocina compartida, de los vasos que poco a poco se van rompiendo, de las voces, del hablar lento de la persona que les muestra el apartamento, de las voces escuchadas del amigo y su amiga, del trío tensado y la comida comprada y no comida, de las arepas en la nevera y los sobrados para nunca, de la presencia de unas montañas nunca descritas, nunca escaladas, pero siempre, absolutamente siempre, presentes como marco del mundo, marco del barrio.

De la música, de las músicas secretas escuchadas con audífonos, de la artista de la isla lejana vestida de cisne, del canto antiguo y nocturno de los animales evocados/invocados. De la música del copretérito y la noche que nunca fue presente pero es pasado iluminado, del estar en el tiempo feliz del co- amistad copretérito, del imperfecto (tan importante en muisca, marcado con sus hermosos sufijos -suka y -skwa), el pasado o presente incompleto.

Y de las bellísimas imágenes/collage evocadoras, fotos, recortes, dibujos, tazas, garabatos, costuras. Y la amiga del amigo, la conversación sobre «nada», el despropósito de las palabras hiladas.

Los tres libros son uno solo. La última página del primero es la primera del segundo, igual, y así sucesivamente. Están hechos para ser folleteados (¿existe ese verbo? no sé), como libros de láminas de mi infancia setentera, para ver muchas imágenes al tiempo. Y a la vez son un guiño explícito a temas que el autor, Simón Villegas, ha estudiado con dedicación y tiempo y mucho cariño: Bergson, Deleuze, el cono del tiempo, el presente y los pasados escalonados y reescalados y folleteados, el futuro que no es más que una intención larvada.

Ese futuro contenido en el título E irse. Yo no quería leerlo. Me daba tristeza leer el fin del apartamento en la montaña, el cierre, la partida del amigo a lugares lejanos, el regreso de Simón a Medellín. Aún así, sabía también que el futuro, el E irse estaba contenido completamente en el Llegar y el Estar, y que no habría sorpresas reales para mí, que ya sabía todo. El epílogo tiene un gran catálogo de cosas; esos catálogos que armamos después de las partidas de los amigos, de todo lo que hubo, de lo poco que podemos listar aún. El puff de los micropuffs, la mónada-puff y sus mil explosiones micro cuando se sienta a hacer siestas nuestro guía. La ropa, los olores, las hileras de zapatos, el look buscado diariamente, las noches divididas. La persiana verde que deja filtrar la luz chapineruna, pálida y muerta, las manchas entre las lamas desajustadas, como otra metáfora de ese tiempo de Bergson tan cercano y caro al autor.

Y el sinsabor del inventario, el catálogo [y la evocación de Don Giovanni ya por siempre atada a esa palabra] ya no de las 1003 conquistas «in Ispagna» sino de las infinitas pérdidas – los vasos rotos, la ropa regalada, la persiana abandonada, sus rayos de luz olvidados y reconvertidos, las páginas idas.

Y los tiempos, y el regreso.

El Magdalena, a mitad de camino entre Bogotá y Medellín

Bien. ¡Mil gracias por esos tres/uno libros, por ese tiempo condensado y destilado y explotado y filtrado y modulado, Simón! (Y por el canto a la amistad, algo tan difícil de pescar por ahí…)

Tiempo esculpido (Leszczyłowski/Tarkovski)

Nunca he leído Esculpir en el tiempo de Andréi Tarkovski. El título me ha llamado la atención más de una vez, pero la lista larga de otras cosas para leer me ha mantenido a cierta distancia. Sin embargo, hoy encontramos (por recomendación de Margarita Malagón-Kurka) una película en MUBI que me tiene, nos tiene, felices: Dirigida por Andréi Tarkovski, de Michał Leszczyłowski, cineasta originalmente polaco, exiliado en Suecia.

Dirigida por Andréi Tarkovski fue hecha por Leszczyłowski en paralelo con la filmación de El Sacrificio. Va siguiendo el montaje de escenas, las discusiones (en ruso, sueco e inglés) entre Tarkovski y los actores. Todo esto lo alterna Leszczyłowski con conversaciones directamente entre él y Tarkovski sobre lo que se está filmando, sobre los detalles en las escenas, sobre muchos aspectos de la filmación.

Pero emerge de la conversación, de la inclusión de muchos clips de El Sacrificio en esta película (acompañados del montaje, de la escena, de la discusión sobre tonos, colores, posiciones, diálogos – se ver que Tarkovski parecía primero llegar a un entendimiento de lo que pasaba, de lo que él quería que pasara, con sus actores y actrices y luego les daba plena libertad de interpretar desde su propia vivencia la escena que les correspondiera) algo muy interesante y sorprendente: un análisis cuidadoso del tiempo en las artes.

Imposible no pensar en conversaciones con Roman Kossak, Mark Ettinger, Wanda Siedlecka, Rajesh Kasturirangan (y más recientemente con Simón Villegas), al ver frases de Tarkovski sobre la condensación del tiempo en el cine, al escucharlo describir la manera radicalmente distinta como el cine se enfrenta al tiempo (totalmente distinta de la manera como sucede el tiempo en la música, el teatro o la danza): el cine es (dice Tarkovski, y lo explica, en la película) la única arte que hace del tiempo, del moldear el tiempo, su tema principal.

Recordé mucho la anticipación de Bergson al cine, su imaginación del impacto que tendría en el tiempo ese arte que aún no era ni el embrión de lo que conocemos hoy.

Entre esas imágenes impresionantes de la película y la conversación entre Tarkovski director de una película y objeto de otra, varios temas:

  • Cada toma es una cápsula de tiempo cerrada. Editar la película, generar transiciones, debe a la vez respetar esos tiempos encapsulados y abrir nexos entre estos.
  • Tarkovski reduce en cada toma la multiplicidad extrema y logra (en los buenos casos) una versión minimal del tiempo que ocurre «durante» la toma. Como un escultor, toma el bloque de tiempo (de la toma) y extrae del bloque informe una forma esencial, una forma irreducible del tiempo presente en la toma.
  • Cada bloque de tiempo es irreducible a los demás, es cerrado (muy Deleuze/Leibniz aquí).
  • Las multiplicidades (proustianas) se componen de bloques mínimos – el director (Tarkovski) se limita a trazar los vínculos entre esos bloques.
  • Muchísimos retornos temporales (por ejemplo, el niño y el árbol) suceden, no de manera «simbólica» (aquí Tarkovski es muy enfático en su enfado con los críticos que han reducido su cine a «simbolismo») sino de manera directa. Muy fenomenólogo aquí suena Tarkovski.

Hay razones muy fuertes para asomarse a MUBI a ver esa película sobre otra película, sobre su autor, y en últimas, sobre el tiempo.

Multiplicidades

« J’étais heureux de cette multiplicité que je voyais ainsi à ma vie déployée sur trois plans ; et puis, quand on redevient ancien, c’est-à-dire différent de celui qu’on est depuis longtemps, la sensibilité n’étant plus amortie par l’habitude reçoit des moindres chocs des impressions si vives qui font pâlir tout ce qui les a précédées et auxquelles, à cause de leur intensité, nous nous attachons avec l’exaltation passagère d’un ivrogne. »

Proust, en Sodome et Gomorrhe, II, iii (p. 423 de la edición Pléiade).

Aquí está comentando que al cambiar la estación en Balbec, al entrar el otoño, se sorprende mientras se viste de esmoquin para una cena tarareando una canción que no sabe bien, pero que le recuerdo su « moi alerte et frivole » que (dice) era mi yo cuando iba con Saint-Loup a cenar en Rivebelle y había entonces silbado lo mismo (una canción que no se sabe bien).

Recuerda tres instancias de silbarla, todas relacionadas con Albertine. La primera, cuando empezó a enamorarse de ella, creyendo que jamás la iba a conocer. La segunda en París cuando ya había dejado de quererla y algunos días después de haberla (dice) poseído por primera vez. Y ahora, de nuevo enamorado de ella, a punto de salir a una cena, con ella.

Esos son los tres planos desplegados, la multiplicidad que queda conectada por el silbido. Y la felicidad de vivir el vértigo de la multiplicidad de tiempos (j’étais heureux), y el momento de volverse de nuevo (redevenir) anciano (¿cómo así «volver a ser» anciano?). Explica: «es decir, diferente de aquel que somos desde hace tiempo, con sensibilidad ya no amortiguada por la costumbre, y recibiendo impresiones tan vivas de cualquier mínimo choque que…».

Vejez como pérdida de costumbre, como dejar de ser quien se ha sido mucho tiempo, como sensibilidad recuperada y de nuevo abierta a dejarse desestabilizar fácilmente.

(La ambigüedad presente en ese pasaje es extrema.)


El vaivén implícito entre el viejo «juvenil», con «sensibilidad recuperada», la memoria de tres momentos superpuestos como en una superficie de Riemann y un punto de ramificación (y la consciencia del autor describiendo sus tres amores, el mucho antes que no se sabía si sería, el durante que ya no era, el después que volvía a ser – la mirada externa del autor sobre sí mismo, como una capa adicional trascendente con respecto a las anteriores), todo eso parece contenido en ese pasaje…

On a poem by Amichai

Do Not Accept

Do not accept these rains that come too late.
Better to linger. Make your pain
An image of the desert. Say it’s said
And do not look to the west. Refuse

To surrender. Try this year too
To live alone in the long summer,
Eat your drying bread, refrain
from tears. And do not learn from

Experience. Take as an example my youth,
My return late at night, what has been written
In the rain of yesteryear. It makes no difference
Now. See your events as my events.
Everything will be as before: Abraham will again
Be Abram. Sarah will be Sarai.

Yehuda Amichai. Translated by Benjamin and Barbara Harshav.

Benjamin Harshav was a Professor of Comparative Literature, a Professor of Hebrew Language and Literature and a Professor of Slavic Languages at Yale University. He had previously been the founder of the Department of Poetics and Comparative Literature and Semiotics at Tel-Aviv University.

This poem by Amichai appears in his essay Fictionality and Fields of Reference, part of his book Poetics.

Harshav starts a phenomenological analysis of the interdependence between phenomena of reference and language.

I am reading it from a model-theoretic perspective; of course, this displacement of interest (from literary narrative to mathematics), and the emphasis on phenomenology, rather than structuralism, makes (for me) an extremely interesting contrast.

That Benjamin Harshav happens to be Udi Hrushovski’s father only adds to the wonder.

Playa, domingo.

El domingo, por razones obvias, va mucha más gente a la playa. Un poco el equivalente de parques de ciudades grandes, como Chapultepec o el Parque Nacional. La gente del hotel en que estábamos andaba un poco nerviosa ese día por la mañana: los trabajadores nos insistían en la importancia de la «medidas de seguridad del hotel», que «no pueden controlar la playa porque es pública».

A mí la idea de gran espacio público, disfrutado por quien quiera, me encanta. Yo estaba feliz andando por entre tanta gente que fue a esa playa ese día. Jugaban, coqueteaban, se lanzaban en piruetas al agua. Muchas interacciones entre mucha gente; gente muy variada en esa playa ese día.

Al día siguiente, con la playa en calma, con poca gente, oí a dos vendedores ambulantes conversar. Uno le decía al otro «ayer vino pura gente de Petro». El otro: «¿cómo así?» El primero: «sí, de esa gente que no gasta nada».

Me pareció extraño ese concepto del vendedor ambulante: «gente de Petro, gente que no gasta nada». Lo decía en tono de desprecio…

Va una pequeña selección de fotos. Espero sobre todo capturar la felicidad que me causó esa playa, con su gente, ese domingo.

Le cimetière marin

Μή, φίλα ψυχά, βίον ἀθάνατον σπεῦδε, τὰν δ’ ἔμπρακτον ἄντλεῖ μαχανάν.

Pindare, Pythiques, III.

En días pasados, en una bahía cercana a Santa Marta, el mar me inspiró muchas fotos. He aquí una pequeña selección.

Y extractos del poema famoso de Valéry, Le cimetière marin.

La mer, la mer, toujours recommencée !
Ô récompense après une pensée
Qu’un long regard sur le calme des dieux !

Quel pur travail de fins éclairs consume
Maint diamant d’imperceptible écume,
Et quelle paix semble se concevoir !
Quand sur l’abîme un soleil se repose,
Ouvrages purs d’une éternelle cause,
Le Temps scintille et le Songe est savoir.

Chienne splendide, écarte l’idolâtre !
Quand, solitaire au sourire de pâtre,
Je pais longtemps, moutons mystérieux,
Le blanc troupeau de mes tranquilles tombes,
Éloignes-en les prudentes colombes,
Les songes vains, les anges curieux !

Sais-tu, fausse captive des feuillages,
Golfe mangeur de ces maigres grillages,
Sur mes yeux clos, secrets éblouissants,
Quel corps me traîne à sa fin paresseuse,
Quel front l’attire à cette terre osseuse ?
Une étincelle y pense à mes absents.

La vie est vaste, étant ivre d’absence,
Et l’amertume est douce, et l’esprit clair.

Ils ont fondu dans une absence épaisse,
L’argile rouge a bu la blanche espèce,
Le don de vivre a passé dans les fleurs !
Où sont des morts les phrases familières,
L’art personnel, les âmes singulières ?
La larve file où se formaient des pleurs.

Les derniers dons, les doigts qui les défendent,
Tout va sous terre et rentre dans le jeu !

Le vent se lève !… Il faut tenter de vivre !

Brisez, mon corps, cette forme pensive !
Buvez, mon sein, la naissance du vent !

Envolez-vous, pages tout éblouies !
Rompez, vagues ! Rompez d’eaux réjouies
Ce toit tranquille où picoraient des focs !

Escrito en parte durante otra pandemia

Partes de À la Recherche du Temps Perdu fueron escritas durante la pandemia anterior, en los años cercanos a 1919/1920. En Sodome et Gomorrhe, II, iii aparece una descripción de una subida en ascensor en el Gran Hotel de Balbec, con todo el tema de los estornudos. La manera como lo cuenta Proust puede generar cierta empatía en quien la lee en 2022. Nuestros viajes en ascensor compartido, diarios para quienes vivimos en torres, han sido todo un tema. En este pasaje, el narrador (Proust joven, traspuesto) sube en ascensor con el ascensorista que está con un ataque de tos ferina (coqueluche). El ascensorista le tose y escupe encima mientras le habla. El narrador no sabe qué hacer; no quiere parecer antipático con el ascensorista, pero este sigue y sigue tosiendo. Al llegar casi arriba, el ascensorista se da cuenta de un problema con un botón del tablero del ascensor, y (no se sabe si por error, o por querer seguir hablando) vuelve a bajar. El narrador piensa que prefiere subir por las escaleras…

… Mais une fois, au moment où je remontais par l’ascenseur, le lift me dit : « Ce monsieur est venu, il m’a laissé une commission pour vous. » Le lift me dit ces mots d’une voix absolument cassée et en me toussant et crachant à la figure. « Quel rhume que je tiens ! » ajouta-t-il, comme si je n’étais pas capable de m’en apercevoir tout seul. « Le docteur dit que c’est de la coqueluche », et il recommença à tousser et à cracher sur moi. « Ne vous fatiguez pas à parler », lui dis-je d’un air de bonté, lequel était feint. Je craignais de prendre la coqueluche qui, avec ma disposition aux étouffements, m’eût été fort pénible. Mais il mit sa gloire, comme un virtuose qui ne veut pas se faire porter malade, à parler et à cracher tout le temps. « Non, ça ne fait rien, dit-il (pour vous peut-être, pensai-je, mais pas pour moi). Du reste je vais bientôt rentrer à Paris (tant mieux, pourvu qu’il ne me la passe pas avant). Il paraît, reprit-il, que Paris c’est très superbe. Cela doit être encore plus superbe qu’ici et qu’à Monte-Carlo, quoique des chasseurs, même des clients, et jusqu’à des maîtres d’hôtel qui allaient à Monte-Carlo pour la saison, m’aient souvent dit que Paris était moins superbe que Monte-Carlo. Ils se gouraient peut-être, et pourtant pour être maître d’hôtel, il ne faut pas être un imbécile ; pour prendre toutes les commandes, retenir les tables, il en faut une tête ! On m’a dit que c’était encore plus terrible que d’écrire des pièces et des livres. » Nous étions presque arrivés à mon étage quand le lift me fit redescendre jusqu’en bas parce qu’il trouvait que le bouton fonctionnait mal, et en un clin d’œil il l’arrangea. Je lui dis que je préférais remonter à pied, ce qui voulait dire et cacher que je préférais ne pas prendre la coqueluche. Mais d’un accès de toux cordial et contagieux, le lift me rejeta dans l’ascenseur. « Ça ne risque plus rien, maintenant, j’ai arrangé le bouton. » Voyant qu’il ne cessait pas de parler …

p. 413-414 Sodome et Gomorrhe, À la Recherche du Temps Perdu

La conversación además captura el tono peculiar del lift, el ascensorista (las inflexiones, el uso del idioma, el « c’est très superbe » que no aparece en la manera de hablar del narrador ni de otros personajes). El ascensorista, sus demoras, sus conversaciones en varios momentos de la novela, es todo un personaje que permite al narrador manejar el tiempo, el tiempo de las observaciones y expectativas, de manera totalmente distinta de sus otros personajes.

Proust se permite incluso poner en voz del lift una comparación entre las complejidades de ser maître d’hôtel y ser escritor; el ascensorista le dice a Proust joven que «le han dicho que administrar un hotel es mucho más difícil que escribir piezas y libros». Esas frases sin respuesta son parte esencial de los leves (a veces sutiles, siempre presentes) guiños que nos hace el autor.

19 de junio de 2022

Pensé llamar este post Vasos comunicantes, pensando en la percepción más perenne que he tenido de mi lectura de fondo de estas últimas semanas, el volumen Sodome et Gomorrhe de À la recherche du temps perdu, en la impresión que más profundamente me ha quedado de ese libro. Un tratado impresionante de vasos comunicantes entre distintas capas de una superficie muy compleja, una representación literaria espléndida de alguna variante de modelo en forma de superficie de Riemann, amarrado en un topos/haz/modelo de Kripke à la Zalamea.

Pero luego cambié de opinión, y decidí atar todo con el relato acaso menos amplio, acaso más puntual, de cómo viví yo mismo ese 19 de junio pasado, ese día tan extraño y bello y brutal y maravilloso para tanta gente en Colombia. De cómo sumergirme en trozos de Proust me sirvió para sobrellevar la angustia y la (ahora sabemos, errónea) anticipación de resultados desastrosos de esa elección tan singular.


3:00 pm. Al ver que faltaba solo una hora para el cierre de las urnas, y tal vez dos o tres para el anuncio del desastre, aquella parte de mí que prefiere imaginar horrores para luego descansar, y evitar esperar glorias y tener decepciones, se activó. No lograba concentrarme en nada, no quería estar pegado a los resultados.

Me fui a tomar fotos del jardín, y a leer a Proust.

Nous nous hâtâmes pour gagner un wagon vide où je pusse embrasser Albertine tout le long du trajet. N’ayant rien trouvé nous montâmes dans un compartiment où était déjà installée une dame à figure énorme, laide et vieille, à l’expression masculine, très endimanchée, et qui lisait La Revue des Deux-Mondes. Malgré sa vulgarité…

p. 251 – Sodome et Gomorrhe, II, ii, À la Recherche du Temps Perdu

Tal vez (!) aún más que los libros de la Recherche que había leído antes, en Sodome et Gomorrhe parece Proust refinar su arte de los vasos comunicantes, sus conexiones subterráneas, implícitas, su manera de contar en varias capas a la vez. El héroe (tal vez Proust) aquí va en tren con Albertine. La quiere besar; sospecha que ella está enamorada de varias otras mujeres (el tema de Gomorra), se encuentran con esa vieja fea en el compartimiento. Se la volverá el héroe a encontrar más tarde, durante un viaje en tren a un palacete (aristocrático, pero alquilado por burgueses de París a gente que desprecian por ser nobleza local; a la vez despreciados ellos por ser simples burgueses con dinero); la vieja fea es una dama de la nobleza rusa invitada por los burgueses para dar lustre a su reunión. Desprecios mutuos entre esas dos clases sociales se acumulan.

Après cette acerbe riposte adressée à M. de Cambremer, elle lui offrit le bras pour aller à table. Il hésita un instant, se disant : « Je ne peux tout de même pas passer avant M. de Charlus. » Mais pensant que celui-ci était un vieil ami de la maison du moment qu’il n’avait pas la place d’honneur, il se décida à prendre le bras qui lui était offert et dit à Mme Verdurin combien il était fier d’être admis dans le cénacle (c’est ainsi qu’il appela le petit noyau, non sans rire un peu de la satisfaction de connaître ce terme). Cottard, qui était assis à côté de M. de Charlus, le regardait sous son lorgnon pour faire connaissance et rompre la glace, avec des clignements beaucoup plus insistants qu’ils n’eussent été jadis, et non coupés de timidités. Et ses regards engageants, accrus par leur sourire, n’étaient plus contenus par le verre du lorgnon et le débordaient de tous côtés. Le baron, qui voyait facilement partout des pareils à lui, ne douta pas que Cottard en fût un et ne lui fît de l’œil. Aussitôt il témoigna au professeur la dureté des invertis, aussi méprisants pour ceux à qui ils plaisent qu’ardemment empressés auprès de ceux qui leur plaisent. Sans doute, bien que chacun parle mensongèrement de la douceur, toujours refusée par le destin, d’être aimé, c’est une loi générale et dont l’empire est bien loin de s’étendre sur les seuls Charlus, que l’être que nous n’aimons pas et qui nous aime nous paraisse insupportable.

p. 310 – Sodome et Gomorrhe, II, ii, À la Recherche du Temps Perdu

En este pasaje los personajes son el noble M. de Cambremer, dueño del castillete pero en ese momento invitado por los inquilinos burgueses Verdurin. Tuvieron que alquilar el palacete por… falta de dinero, que parece sobrar a los Verdurin. Los burgueses ven al noble como alguien anticuado, sin gusto. Los nobles a su vez ven a los burgueses como unos ricachones sin estilo. Llega el barón de Charlus (invitado en gran parte por su título por los burgueses que dicen despreciar los títulos); trae consigo a un joven violinista que está haciendo su servicio militar (Morel) que está intentando conquistar (el tema de Sodoma). A Mme Verdurin le parece fantástico que entre un violinista en el «círculo», pues salió antes otro músico, un pianista. Cottard es un médico sumamente arribista, probablemente de origen popular, que cambia por completo siempre que sabe que hay alguien de la nobleza cerca a él; se deshace en carantoñas hacia cualquier persona con títulos. Su tic de nerviosismo es abrir y cerrar los ojos a través de su monóculo; al ver que el barón de Charlus está al lado de él, se desborda en esos gestos. Charlus interpreta mal; cree que el doctor Cottard le está coqueteando; lo trata con desprecio (pues él está en plan de conquista al joven Morel, no le interesa el viejo doctor). El viejo doctor no sospecha ni remotamente la interpretación de Charlus.

Varias capas sociales, varias expresiones tanto de la burguesía como de la nobleza, con sus mutuos desprecios y equívocas carantoñas, con sus cambios de tono al hablar con quienes consideran superiores socialmente pero inferiores culturalmente. La reunión social donde los (burgueses) Verdurin (es decir, donde los (nobles) de Cambremer) dura toda una tarde, dura casi doscientas páginas del libro. Toda clase de insinuaciones sexuales veladas entre distintas personas, con distintos sexos, ocurre bajo la superficie. Pero estas no están jamás aisladas, jamás son crasas. Están entrelazadas con una verdadera sinfonía de frases repetidas, de alusiones, de ubicaciones y re-ubicaciones de clase social, de expectativas en el tiempo (¿cómo hacer que vuelvan los que quiero que vuelvan la otra semana? ¿cómo lograr competir con otro gran salón parisino, sin parecer nunca que lo estoy haciendo?)


4:00 pm. Sentía casi asfixia; seguía fuera, completamente desconectado de computador y teléfono, mirando las flores y los pájaros, el gato y los árboles, perdido en las pulsiones y fluxiones y expectativas a medias engañadas de los personajes de Proust. Sentía miedo por el país.

Las rosas ya envejecidas, ajadas, oxidadas por debajo, con pétalos desgranados, con marcas de los insectos que han pasado por ahí, ejercen cierta fascinación. Uno puede adivinar aún su belleza prístina pasada. Los colores evocan maquillajes de vieja señora, sus estrías evocan manchas rosadas en el cuerpo, hermosos culos viejos, piernas hendidas, senos escurridos; ese esplendor de vejez barroca que siempre permite evocar la frescura increíble del pasado.


… il faut avoir vu le redressement de Cottard (que ses nouveaux malades prenaient pour une barre de fer), et savoir de quels dépits amoureux, de quels échecs de snobisme étaient faits l’apparente hauteur, l’antisnobisme universellement admis de la princesse Sherbatoff, pour comprendre que dans l’humanité la règle —qui comporte des exceptions naturellement— est que les durs sont des faibles dont on n’a pas voulu, et que les forts, se souciant peu qu’on veuille ou non d’eux, ont seuls cette douceur, que le vulgaire prend pour de la faiblesse.

p. 434 – Sodome et Gomorrhe, II, ii, À la Recherche du Temps Perdu

El antiesnobismo surgido de los fracasos de esnobismo, los duros surgidos de la debilidad, la fuerza surgida de la fragilidad.

Hacia las 5:00 pm, cuando estaba yo escondido entre esas fotos y esos textos y el desespero, llegó MC a anunciarme que Gustavo Petro y Francia Márquez habían ganado las elecciones. Yo intenté no manifestar tanta alegría; intenté aguar mi propia felicidad. Casi inmediatamente, me llamó mi hermana. No cabíamos de la felicidad, de lágrimas, de pensar en las posibilidades. El país entero (bueno, una buena parte de este) estalló en un júbilo de esperanza arrollador. El resto ha sido contado. Ojalá no quedemos defraudados. Probablemente sucederá eso. Pero el momento, el desenlace del 19 de junio de 2022, valió la pena vivirlo.

Caminata con Artem

Fuimos con Artem a hablar (un poco de todo: mucha teoría de modelos, obviamente; muchos planes/sueños de posibles construcciones, muchas preguntas – también muchos temas distintos de teoría de modelos) en una playa al sur de Los Ángeles, desolada. Poquísima gente.

Me sumergí a nadar en el Océano Pacífico. Estaba muy picado; el guardacostas me gritó que me saliera: había mucha corriente de esa que lo aspira a uno dentro del mar y no deja salir.

El restaurante fue desastroso. El más caro del viaje (por la vista de esos yates, supongo) y el menos bueno. En una ciudad donde se puede de verdad comer muy, pero muy, bien… el restaurante en el lugar más bonito resultó ser el peor…

La playa del fin del mundo

Fuimos el otro domingo a Venice Beach con Goyo y Adriana a dar una vuelta. Ya habíamos ido hace unos seis años con Artem, que a la sazón vivía fascinado con ese lugar de posibilidades y sueños que es Los Ángeles.

No conozco lugar que más me evoque la sensación de estar en un fin de mundo (urbano), un extremo, un nada más allá, un final de película medio desabrido, después de quién sabe qué desastres, de quién sabe qué otros posibles desenlaces.

Y es el Océano Pacífico, siempre más poderoso que lo que uno recuerda.

Y es también ese lugar de cafetines de surfistas, el culto al ejercicio, la expansión del cuerpo, la calistenia, el juego y la tensión.

Y el pasado de glamour, hoy ajado y descascarado. Con sus tiendas de bikinis de letreros abrumadores de vulgaridad, sus paseantes y mirones, sus murales y parqueaderos desolados, sus guiños constantes a una Venecia soñada, a la de verdad, con esa sensación un poco brutal de un barco encallado a mediados del siglo XX.

Freeways (out of anywhere, LA)

Constantly backed-up, of course, those LA freeways always fascinate me. Completely flexible notion of time (when fast, no traffic, you get to Downtown from, say, Hollywood Heights, in mere twenty minutes or less – normally, it will be one hour), completely smooth surface and collective driving, as if made of some kind of gigantic chewing-gum. Those roaring cars, the shiny trees, the light. You may forget for a second how you are part of that collective destruction of a city, of our planet.

What could be a reasonable soundtrack for all this collective horror? For the smoothness?

notas de un deambular perdido por Viena

El 17 de enero de 2019 deambulamos un día entero por Viena, sin rumbo fijo. Al día siguiente tomaríamos el vuelo de regreso a Bogotá, para una despedida importante. Ese 17 fue un día sin brújula. Creo que estuve a punto de lanzarme a nadar al Danubio helado, pero sabiamente los hados me lo impidieron. Uno nunca entiende bien el peligro de esos momentos.

Hoy recordé todo eso al ver un post hermosísimo de Alejandro Farieta en su facebook, de su viaje maravilloso por Viena.

¿Sumergirse en un mar contradictorio?

Hay una exposición muy poderosa en este momento en el Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia: Óscar Murillo, Condiciones aún por titular.

La llegada a la exposición es un poco desconcertante. Aparecen trozos alargados de madera vieja, con marcas de destrozo y violencia, erguidos en el parque externo al museo, en la entrada y en la plazoleta central. Vistos de lejos evocan cadalsos, guillotinas. Las trazas de posibles incendios dan una impresión de caos, destrucción, guerra, horror. Otros trozos están regados por el suelo; al mirarlos más de cerca se revelan como bancas de iglesia, con extremos tallados y con entalles que marcan los diferentes puestos de congregantes de otro momento.

Y efectivamente, un letrero explica que son restos de bancas de iglesias católicas que fueron cerradas en Holanda durante el siglo XIX como producto de algún edicto de la historia de guerras de religión de ese país, remoto en el tiempo pero con trazas que surgieron de repente en un espacio cultural de un altiplano a más de nueve mil kilómetros de distancia.

La reacción inicial es de desconcierto. ¿Por qué bancas de iglesia de Holanda aquí? ¿Por qué el catolicismo víctima de intolerancia, traído a un país donde el catolicismo ha sido cercano justamente a quienes han perpetrado otras intolerancias? Y luego, la pregunta más apremiante (al menos para mí): ¿por qué esas trazas de guerras remotas en el tiempo, de espacios lejanísimos, termina sintiéndose tan relevante para nuestro momento actual local? ¿Qué nos dicen esos palos destrozados, esos fragmentos que parecen los de un barco después de un tsunami, esos cadalsos armados en plena plaza del museo a partir de bancas de iglesia católica destrozada en Holanda hace dos siglos?

Esa es una primera pregunta: una aparente incoherencia de tiempo/lugar, que termina evocando de manera muy contundente nuestro siglo XXI colombiano: sus masacres, sus intolerancias, sus intentos fallidos, sus dolores.

Luego ve uno unas trincheras tajadas en el prado del museo. Una obra aparentemente muy sencilla, pero poderosísima tal vez justamente por su limpieza visual/conceptual. Líneas trazadas en el pasto, de un metro de hondo, mini-trincheras donde uno puede caminar y ver las «olas» de las otras trincheras, del pasto. Un micro-paisaje casi bucólico en medio del museo, pero con la contundencia de la referencia a trincheras o fosas comunes.

Y un vidrio roto/quitado. Una ventana bellísima que da a las trincheras, y que parece un guiño a la famosa ventana de Marcel Breuer en el antiguo Whitney (ahora parte del Met) en Manhattan.

Murillo quitó el vidrio de esa ventana. Puede uno atravesarla, pasar del interior de una sala al exterior de trincheras, a través de un antiguo vidrio roto.

El interior de esa sala es algo emocionante. Varios lienzos paralelos para ver de cerca, armados durante varios años de manera fragmentaria por niños en 30 países; Murillo hizo ese proyecto de pedir a esos niños que dibujaran lo que quisieran. Luego rompió y cosió esas telas y pintó encima con acrílico azul y negro su propio trazo. El resultado es una reflexión espléndida sobre lo local/global, sobre la superposición de estratos mentales, sobre lo pequeño y lo grande, sobre lo infinitesimal y su integración. Globalmente, la obra es todo un haz matemático con ocho o diez fibras que podemos ver muy de cerca si así lo queremos. Al mirar las «fibras», los lienzos, las láminas podemos ver los «grafitis» de los niños. Bandas de rock, equipos de fútbol, esbozos de dibujos, letreros en varios idiomas (de los 30 países), una textura de pared de baño [ignoro qué tantos dibujos sexualizados habrá cubierto con sus trazos Murillo], pero sobre esta los trazos gruesos y espesos del acrílico azul y negro de Murillo, dando cierta coherencia y globalidad a la obra. Luego se aleja uno y ve las fibras/los lienzos de manera amplia, e integra mentalmente el todo a partir del trazo de Murillo, que parece saltar de lienzo a lienzo.

El conjunto genera una tensión muy peculiar entre querer ir a lo micro de nuevo después de ver lo macro, querer volver a los detalles infinitesimales de los grafitis después de ver la obra grande, y luego querer volver a salirse de ese mundo intrincado y acaso asfixiante y lograr mirada global. Un vaivén que se percibe inagotable.

Un cuartico vedado por sillas acumuladas, y la luz que emana. Una mini-escultura.

Luego va uno a la sala principal del museo y se encuentra con despojos de las sillas/cadalsos, y lienzos negros gigantes. El piso del museo arrancado, el cemento crudo bajo los pies, la pintura cayéndose de los techos. Videos con voces que parecen evocar el sufrimiento de las masacres de Colombia de las últimas décadas, y un caos espacial brutal. Anda uno por un paisaje que evoca imágenes de los bombardeos rusos en Ucrania, o los bombardeos que ha fotografiado Jesús Abad Colorado en Colombia. De nuevo las bancas-cadalso, pero ya no escultóricas como en el patio externo; o por lo menos no necesariamente erguidas al aire. En el espacio interior se ven como ruinas apabulladas por masacres, destrozadas, partidas, vencidas.

Es la parte más difícil (para mí) de absorber de la exposición. Me tocó ir tres veces para empezar a aguantar estar ahí.

Entre la poética extrema de las trincheras, lo escultórico/sorprendente de los cadalsos erectos en el patio central, la maravilla del haz matemático armado por niños de 30 países y Murillo mismo, la sutileza e inteligencia de la ventana «Breuer» rota y atravesable, el guiño sonrisa de la escultura de sillas y la brutalidad y crudeza de la sala principal, esta es una exposición realmente impresionante.